Revista n.º 1073 / ISSN 1885-6039

Riego al calabazo. Tramas para su pervivencia. (I)

Miércoles, 21 de abril de 2010
María Victoria Hernández Pérez (Cronista Oficial de Los Llanos de Aridane)
Publicado en el n.º 310

La historia debió comenzar en la isla de La Palma hace ya cinco siglos. Desde la incorporación de la isla a la Corona de Castilla, el valle de Aridane se hallaba dividido en dos, de norte a sur, por sendos canales, casi paralelos y separados por varios kilómetros de distancia, y a distinto nivel de altitud, siguiendo la escarpada orografía del occidente insular.

Riego al calabazo en La Palma (foto de María Victoria Hernández).

 

El más antiguo discurría por el margen meriodional del barranco de Nuestra Señora de las Angustias, con desembocadura en la plaza de la Vica de Tazacorte; y el otro, a una cota superior, con salida al barrio aridanense de Argual. Ambos pertenecieron y pertenecen a las antiguas haciendas de Argual y Tazacorte, heredad que desde entonces se había ocupado de la conducción de las aguas nacientes en el paraje de La Caldera.

 

Un canal de poco más de un metro de ancho sesgaba, por la suave pendiente del valle de Aridane, dos extensiones semejantes en productividad. El margen derecho, extraordinariamente fértil con explotaciones agrarias de regadío (caña de azúcar en sus orígenes); por su parte, el margen izquierdo, yermo, orientado al cultivo de frutales de secano, hortalizas y tierras de «pan sembrar».

 

La necesidad y el celo de un buen campesino obligan y agudizan la solución. La respuesta fue valiente. El esfuerzo valía la pena. De este modo, se incorporaba a los habituales útiles agrarios una nueva herramienta: el calabazo. Los más antiguos, fabricados con una gran calabaza o calabazo curtido al sol, sustituidos hacia mediados del siglo XX por recipientes de hojalata que reciclaban de latas vacías de aceite o galletas. La memoria ancestral de la voz calabazo no disipó en su proceso evolutivo su origen vegetal, pasando intacta a los métodos de producción artesanal de los maestros latoneros. Una vara larga de palo torneado formó ese «gran cucharón» que ayer y hoy continuamos nombrando calabazo. Doce piezas metálicas perfectamente diseñadas y fuertemente soldadas forman el cuenco de recogida del agua, a la que se le añade el palo.

 

Dos personas en el riego al calabazo en los años 40 palmeros.

Riego al calabazo en los años 40

 

 

En 1927 el periódico madrileño La Esfera (17-09-1927) se hace eco del “riego al calabazo”. La interesante noticia se publica en un amplio reportaje bajo el titular “Lugares de Ensueño. La Palma la Isla Encantada”. En uno de sus apartados se refiere a las nuevas obras de canalización de las aguas de La Caldera, manifestando Fernando del Castillo Olivares, presidente de los Heredamientos y de la Comunidad de Regantes, el número de propietarios y los tiempos horarios, el aprovechamiento público de los vecindarios de Argual y Tazacorte (las conocidas vicas y lavaderos); además de estos, en palabras textuales de Castillo Olivares, pasan de doscientos los usuarios que riegan al Calabazo en predios superiores á los acueductos, que también disfrutan gratuitamente el agua.

 

Las dos primeras referencias gráficas conocidas de la divulgación del calabazo datan de la edición de la revista Canarias Venezuela, nº 83, de 1963, y la del periódico Diario de Avisos de 6 de enero de 1969, en el que aparece publicada una fotografía del profesional Manuel Rodríguez Quintero (1897-1971) que muestra una escena del modo de riego. En el pie de foto leemos:



En la foto vemos lo que nuestra isla de San Miguel de La Palma y concretamente en el Valle de Aridane se denomina «riego al calabazo». El sistema tiene indudable originalidad, y se remonta a los tiempos de la Conquista. Consiste en que determinados terrenos a los que por su nivel de superior altura no alcanza el agua que conduce la acequia general del Heredamiento de las Haciendas de Argual y Tazacorte, tiene en sus orillas lindantes con la acequia unas pocetas especiales, a las que se elevan las aguas a mano por el sistema que se ve en la foto, y desde cuyas pocetas se distribuye el anhelado líquido a las plantaciones. No todas las fincas que se encuentran en las mismas circunstancias disfrutan de tales beneficios, sino las que vienen poseyéndolo desde tiempo inmemorial, como algo inherente a las propias tierras.

 

 

Aunque no aparezca firmado, no dudamos en atribuir este texto al escritor Pedro Hernández y Hernández (1910-2001), Cronista Oficial de Los Llanos de Aridane, quien conocía de primera mano el sistema del riego al calabazo por su condición de propietario de una parcela de este regadío en Jeduy.

 

Era necesario construir las denominadas pocetas bien de mampostería, bien de piedra seca, a diferentes alturas, según fuera exigido por el desnivel, a las que se eleva el agua sobre la cabeza con la fuerza de los brazos y sirviéndose como apoyo del asiento (posadera mullida recubierta a base de hojas de platanera, helechillas y colacaballo colectados de los mismos márgenes de la sieque). En cada recogida o descarga, el regador sustenta el centro del cabo sobre el muslo; este procedimiento facilita la acción por palanca que contribuye a mitigar el duro esfuerzo. En Tazacorte, solía practicarse el riego a pie firme, sin la ayuda del asiento. Cuando los argualeros eran contratados para regar en este municipio adaptaban, a modo de asiento, un cajón de madera o unos bloques.

 

Desde la poceta, el agua comienza el recorrido hacia el terreno al que se destina la misma. Cada finca se ajusta a un número determinado de calabazos, no necesariamente semejante en unos casos u otros. Un buen regador, como lo fue Perico Martín (1914-1982), contaba los calabazos que iba elevando; de este modo calculaba el tiempo trascurrido y el que faltaba para concluir; jamás utilizó reloj. En sus mejores épocas, llegó a levantar unos 1.200 calabazos a la hora, cada uno de 12 ó 14 litros, lo que hace un total de 16.000 litros cada 60 minutos, y en algunos casos en una jornada de nueve horas.

 

En algunas de estas fincas con derecho expreso a regar al calabazo, debían superarse varias terrazas situadas a distinto nivel; ello obligaba al empleo de varias regaderas o pocetas y, en cada una de ellas, a un mismo tiempo, uno o dos calabaceros elevaban el agua, formando una cadena humada en la labor agrícola.

 

Mi interés por el calabazo nace en mi infancia, de camino a una finca, propiedad de mi familia, ubicada en Jeduy, lugar del término municipal de El Paso, al que obligatoriamente había que acceder pasando por la plaza de Argual. Allí me encontré con dos o más hombres que en la orilla del canal elevaban ese gran cucharón cargado de agua. El éxtasis ante el espectáculo rítmico y el peculiar sonido del agua me invitaron a acercarme a ellos. Primero fue curiosidad y, luego, poco a poco, fui tomando conciencia de que aquel ejercicio era uno de los más dignos ejemplos de laboriosidad que yo había conocido. También me di cuenta de que corría peligro de desaparecer como riego efectivo, como de hecho el tiempo ha demostrado. Curiosamente, la finca familiar que yo visitaba en Jeduy fue una de las primeras de la comarca en contar con riego por aspersión y, desde hacía décadas, otras aguas de riego anegaban las tierras al este del canal.

 

Mi inclinación hacia toda clase de elementos etnográficos propició que enseguida me pusiera en marcha y escribí mi primer artículo sobre el particular: «El calabazo de Argual», publicado en El Día (Santa Cruz de Tenerife, 12 de marzo de 1978), acompañado de tres fotografías. Han pasado ya 32 años de aquellas primeras inquietudes.

 

Por aquel entonces papá me presentó en el aeropuerto de Los Rodeos al pintor y cineasta palmero Roberto Rodríguez, y yo, que ya tenía noticias de sus primeros documentales sobre asuntos folclóricos, le ofrecí sin pensarlo dos veces el tema del calabazo. Comencé por contarle en qué consistía. Roberto ni siquiera me dejó terminar y me preguntó: «¡Ah!, pero ¿acaso eres tú la mujer que escribió un artículo en El Día? Fíjate qué cerca te tenía... ¡Llevo buscándote desde hace meses!». El proyecto no se hizo esperar. En el mes de septiembre de 1979 se filmó en Argual y Tazacorte.

 

Llegó el momento de titular la cinta y nos decidimos: Los calabaceros. En un principio, yo no estaba muy conforme: «Pero, Roberto, ¡si es que esa voz no existe!». «Ni hablar. Mira, Vicky, esto es un homenaje a los trabajadores y esta palabra humaniza, ése es su oficio». Fue aquella la primera vez que se usaba y, además, aparecía para el gran público con distinción: pasada por el tamiz convencional de la escritura y, además, bajo el signo artístico, convertida en una obra cinematográfica. ¿Se podía pedir más a un neonato lingüístico? Aquella apuesta arriesgada se ha convertido en poco más de tres décadas en una voz generalizada en el español de Canarias, escrita y proclamada públicamente. Pasaba, así, a tomar ropaje lingüístico, del que hasta entonces había carecido —hasta ahí llegaba su marginalidad— un oficio del campo palmero, de igual modo que el de molinero, panadero o zapatero, con los que compartía su misma secuencia morfológica. A los mismos regadores se les escuchaba decir: Perico el del calabazo o bien por el apodo familiar, como Saturnino Calleja. Nunca antes se les conoció por calabacero.

 

 

La película se estrenó en la Casa de la Cultura de Los Llanos de Aridane el 5 de abril de 1980 y, con posterioridad, en Santa Cruz de La Palma, Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife. Se iba generalizando, así, el oficio de calabacero.

 

La película, con su feliz título, comenzó entonces a dar a conocer el riego al calabazo y a sus artífices. A través de la prensa podemos espigar la repercusión del film y la divulgación de la voz calabacero: en su edición de 26 de septiembre de 1979, Diario de Avisos anota: «Los calabaceros: Un documental sobre cultura popular canaria que se rueda en La Palma». El 25 de noviembre el mismo periódico daba cuenta del acuerdo tomado por el Cabildo Insular palmero, que subvencionó, con veinte mil pesetas, el rodaje de la película Los calabaceros, considerada de interés insular. La película fue filmada en 16 mm, una novedad en Canarias en aquellos años.



En octubre de 1980, se celebra en Tenerife la V Muestra de Cine Canario. La cinta de Roberto Rodríguez concurría al certamen. Los primeros premios fueron declarados desiertos, otorgándose galardón a la mejor fotografía, dotado con 8.000 pesetas, a Los calabaceros (Diario de Avisos, 29 de octubre de 1980).

 

Asimismo, Rodríguez concurrió con Los calabaceros a la V Muestra Canario-Americana de Cine no profesional que, a finales de 1980, tuvo lugar en la sede de El Museo Canario de Las Palmas (Diario de Las Palmas, 5 de noviembre de 1980). La presidencia del jurado estaba ocupada por el cineasta Luis García Berlanga (Diario de Avisos, 2 de diciembre de 1980).



Los calabaceros se proyectó también en el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife. Diario de Avisos (10 de enero de 1981) anunciaba que durante los días 15 y 16 serían proyectados los documentales Los calabaceros y El punto cubano. Roberto Rodríguez es el autor de ambos filmes, galardonados recientemente en la Muestra de Cine Canario —no profesional— celebrada en Las Palmas.

 

Dos años después, el jueves 14 de julio de 1983, Televisión Española en Canarias da cobertura para todas las Islas a la proyección de Los calabaceros en el marco del programa Cine en Canarias. En aquel año sólo existían dos cadenas televisivas: la Primera y la Segunda. Después del pase se abría un debate en el que participaron José Antonio Páramo, como realizador invitado, el crítico musical Antonio Gómez, Julio Hernández, catedrático de Historia de la Universidad de La Laguna, Claudio Utrera, también crítico de cine, y el escritor Alberto Omar (Diario de Las Palmas, 14 de julio de 1983; Canarias 7,14 de julio de 1983).

 

En 1984 el riego al calabazo es objeto de un reportaje sobre La Palma publicado en el número 65 de la revista Viajar (julio-agosto), dentro de su sección «España desconocida»; su autora, la periodista ilisitana María Ángeles Sánchez, lo titulaba «La Palma, hija del fuego». El reportaje ocupaba once páginas y trataba de diferentes temas como «los dragos de Garafía, los calabaceros, las peleas de gallos y el trabajo de la seda» (Diario de Avisos, 24 de julio de 1984).

 

El 17 de octubre de este último año el film Los calabaceros se presentó, entonces, en la sede de la Agrupación de Acuarelistas de Cataluña, en Barcelona. Con posterioridad, en las décadas de 1990 y 2000, la prensa continuaba dando a conocer la voz calabacero, a través de distintas agrupaciones, como el Colectivo Calabacero de Argual.

 

El cine profesional también se ha ocupado del calabazo de la mano de los hermanos Santiago y Teodoro Ríos. Su película Mambí hizo protagonista a Goyo, un emigrante canario familia de los regadores al calabazo que se traslada a Cuba. La película se estrenó el 22 de mayo de 1998.

 

 

Nota: Discurso de ingreso de la autora en la Academia Canaria de la Lengua. Las fotografías sin pie de foto son de la autora.

 

 

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