Revista n.º 1061 / ISSN 1885-6039

El timple.

Martes, 1 de junio de 2010
María Rosa Alonso
Publicado en el n.º 316

Fue exactamente hace un año en no sabría decir qué cafetín del Puerto de La Luz. La reunión tenía el sabor de lo sencillo, pero las manos de Jeremías Umpiérrez hicieron el prodigio. Aquello adquirió, de pronto, un aire emocionado de rito, y otra vez lo vulgar cobró categoría estética desde la raíz de lo sencillo y simple.

Detalle de las manos del lanzaroteño Antonio Corujo tocando el timple.

 

El alma de mi tierra se trenzó en las cuerdas del timple embrujado de Jeremías y aquellas rejas prendieron, en los nerviosos barrotes, una enredadera sutil que trenzaban los dedos nerviosos del tocador. ¿Qué me sobrecogió aquella noche encantada de septiembre, frontera a una mar sosegada? Lo que tocaba Jeremías era una isa que para mí no lo era; eran unas folías que no me lo parecían. Después tocó... no sé lo que fue. El paréntesis de un año, cuando en la nave del alma hay tempestades, no permite precisiones, pero Jeremías me aseguró que lo cantaban en Lanzarote.

 

Mi visión de esta isla natal de Jeremías Umpiérrez, que no se ha casado para vivir libre como los pájaros, según frase suya, es una visión poética; es decir, imaginada porque no he tenido la fortuna de verla. Yo la pienso seca y sedienta, un poco achatada por la continuada pesadumbre solar Lo que Jeremías cantaba tenía un melancólico borbolleo de mar y desierto, de agua salada y tierra llana, de una inmensa e infinita superficie sin horizonte.

 

Néstor Álamo.Era un canto que jamás he olvidado porque su melancolía no era recortada sino extensa. Un canto de tierras que ven nacer el sol; y en aquella voz metálica de Jeremías que apenas levantaba un susurro, aprendí a oír la letanía de esta mitad oriental del Archipiélago. Entendí con toda claridad la diferencia que hay entre el grupo occidental canario —de mayor humedad— y el oriental, de sequedad más acusada. Por hacer un poco de literatura vi el signo de lo céltico y nórdico en el grupo donde el sol se pone y de lo mediterráneo y sureño por las islas que lo ven nacer. Claro está que es una arbitraria y frívola distinción, pero las resonancias anímicas que las cuerdas de un timple suscitan tampoco nos permitían unas bases firmes para una teoría seria.

 

Sobre el mármol de la mesa hacía caer Plácido Fleitas su voz que sonaba como aquellos duros de plata inolvidables, de una nostálgica edad económica que nunca ha de volver. Plácido cantaba primorosa y gallardamente sus isas con el sabor de rezo que el canario fino pone en la liturgia del canto popular. ¿Lo recuerda usted, Néstor Álamo? El canario fino de todas las islas imprime en su cantar la unción religiosa que se ponen siempre en las hondas zonas del alma. Por eso una de las cosas que menos puede sufrir un canario entero y verdadero es que hagan caricatura de sus cantos populares, o que el desalmado pobre diablo desafine entre los vapores de su brumosa «juma» las notas de unas folías o de una isa. Nuestros cantos insulares están hechos para individuos solos, personalistas también y no para brillantes grupos donde la colectividad pespuntea la gallardía de una canción coral. El canario fino —ese del «canere» y no de «canis»— hace un melancólico «solo» al entonar unas folías, una isa o una malagueña que aquí aclimataron su semilla ibérica. Quede para el erudito la afanosa averiguación de sus orígenes; aquí sólo nos dejamos llevar por la corazonada musical y anímica de nuestros cantos.

 

 

María Rosa Alonso (1972). «Evocador nostalgia del timple», Papeles tinerfeños. Publicado en la revista María Rosa Alonso. Memoria literaria, editado por el Gobierno de Canarias en la celebración del Día de las Letras Canarias 2010. (Foto superior: Néstor Álamo. Foto inferior: Plácido Fleitas).

 

 

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