Revista n.º 1072 / ISSN 1885-6039

Riego al calabazo. Tramas para su pervivencia. (y II)

Lunes, 24 de mayo de 2010
María Victoria Hernández Pérez (Cronista Oficial de Los Llanos de Aridane)
Publicado en el n.º 315

Otra de esas invenciones con fines divulgativos fue la conversión del riego al calabazo en un juego. Era la única manera que encontramos para evitar su desaparición o su paso a la llamada arqueología etnográfica.

Jorge Ventura regando a calabazos, en una foto en blanco y negro de María Victoria Hernández.

 

(Viene de aquí)

 

 

Aún siendo estudiante de Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid, en septiembre de 1980 publiqué el trabajo «El calabazo: modalidad de riego» en la revista Narria: estudios de artes y costumbres populares, cabecera especializada en etnografías. Aquel artículo supuso, ante todo, el salto de la pequeña isla, perdida en el Atlántico, a una revista de tirada nacional, editada por una institución universitaria y en la capital de España. Se trataba del número 19, dedicado monográficamente a las islas de La Palma y La Gomera. La presentación de aquella edición se debía al todavía recordado don José Pérez Vidal (1907-1990), en el que su autor repasaba el panorama de los estudios etnográficos en Canarias. A don José le adeudo haberme guiado en mi búsqueda del posible origen portugués del calabazo. De este modo di con la décimocuarta entrega del diccionario de Cándido de Figueiredo, publicado en Lisboa, en el que hallé la voz cabaço. Don José fue conociendo mi trabajo para la revista y me facilitó la fuente. Con posterioridad Pérez Vidal se hace eco del calabazo palmero y las coincidencias con el portugués en su obra póstuma Los portugueses en Canarias. Portuguesismos, publicado por el Cabildo Insular de Gran Canaria en 1991 (p.193).

 

Calabazos portugueses

 

 

Con la publicación en Narria se abrieron otras vías por las que continuar investigando; al mismo tiempo satisfice mi principal obsesión de entonces: que nuestra modalidad de riego fuera divulgada más allá de las fronteras insulares. Me parecía que no bastaban dos artículos y una película. El tema no podía darse por concluido. Y entendí el viejo lema chino, que desde aquel tiempo hice mío: La gota de agua perfora la roca; y en el caso que nos ocupa, nunca mejor dicho.

 

Otra trama urdida y bien urdida fue la solicitud de concesión de un reconocimiento oficial al regador al calabazo Pedro Martín Hernández, fallecido a los 68 años en abril de 1982. Un buen día, en una tarde de morriña palmera en Madrid, hallándome junto a mi amigo Adelto Hernández Álvarez, ideamos lograr una entrevista directa con Luis Mardones Sevilla, quien por esos años ocupaba el cargo de subsecretario de Agricultura y Presidente de IRYDA, adscrito al Ministerio de Agricultura. Tras varias gestiones telefónicas previas, nos recibió en su despacho ministerial, con vistas a la estación de Atocha. Auxiliándonos con algunas fotografías, le explicamos lo que era el riego al calabazo. Nos escuchaba con suma atención hasta que de repente nos para en seco y nos dice: «No entiendo nada. ¿Ustedes vienen aquí para que el Ministerio y yo fomentemos y apoyemos este duro trabajo entre los agricultores?». Nuestra respuesta fue rotunda: «No, no, por favor; a lo que venimos es a solicitarle un reconociendo oficial, una medalla al mérito agrícola». Contestación también rotunda de Mardones Sevilla: «Eso está hecho, lo propondré con todo mérito a la persona que ustedes me indiquen en la categoría de Caballero de la Orden Civil del Mérito Agrícola». El 24 de junio de 1980, coincidiendo con la festividad de San Juan Bautista, S. M. el Rey don Juan Carlos otorgó la concesión, y Perico El Sordo, aquel humilde asalariado del riego al calabazo, vio estampado su nombre en el Boletín Oficial del Estado con su identidad legal: Pedro Martín Hernández. El 24 de mayo de 1981, Luis Mardones Sevilla le impuso la condecoración en la Casa de la Cultura de Los Llanos de Aridane. Un año después fallecía.

 

Coimbra, Campos de Mondejo. Foto: Museo Etnográfico (Lisboa, Portugal)

 

 

La investigación fue creciendo paso a paso y continué publicando: «El calabazo: una herramienta del agricultor palmero, casi en el recuerdo» en Día de Fiesta: suplemento dominical de «El Día» (Santa Cruz de Tenerife, 20 de diciembre de 1981); y «Aparejos semejantes para elevar agua de riego: El charuf egipcio, el cabaço portugués y el calabazo palmero», también en Día de Fiesta: suplemento dominical de «El Día» (Santa Cruz de Tenerife, 28 de abril de 1985).

 

En el artículo «El calabazo: una herramienta del agricultor palmero, casi en el recuerdo» publicado en 1981, documentamos el riego al calabazo en el siglo XIX, con dos noticias distantes unos 30 años. La primera es una solicitud en 1868 ante el Ayuntamiento aridanense del vecino Felipe Sosa Capote con el fin de que se le emitiera certificación de que es dueño y poseedor de una huerta de riego al calabazo en el pago de Argual, dónde dicen La Vera o Cancela del Cabo y de la cual paga contribución. El otro documento, fechado el 10 de abril de 1899, es una carta personal familiar remitida desde Santa Cruz de La Palma por Sebastián Carballo a su primo Eugenio Carballo, en Los Llanos, en la que le hace saber la intensión de su madre de vender sus tierras, y entre ellas una huertita de riego al calabazo en Jeduy que la tiene Manuel Lorenzo Gómez y debe de atrasos unos 10 ½ duros.

 

Con posterioridad a este artículo encontramos un documento privado de compraventa, con fecha de 12 de julio de 1873, en el que comparecía Ángel María Ramos Durán y dijo: que es dueño de una huerta en el llano de Argual de esta citada villa de riego al calabazo, con medida de un celemín, manifestando que le había correspondido en la división de los bienes quedados al fallecimiento de sus padres.

 

Foto del riego al calabazo en blanco y negro de la que es autor Francisco Mujica.

Foto de Francisco Mujica

 

 

Mis colaboraciones con el periódico El Día llamaron la atención de Elfidio Alonso Quintero, por aquel entonces redactor de deportes del rotativo. Elfidio escribe la novela El giro real, ganadora del premio Prensa Canaria en 1982, inspirándose en la peculiar forma de riego palmero. El calabazo había entrado en el español de Canarias por la puerta grande: a través de la creación literaria. Allí apareció como uno de los protagonistas el argualero Enrique, el Calabacero. Se afianzaba una vez más aquel nombre inventado de la película Los calabaceros. La carrera literaria del riego al calabazo encontró también en la poesía cauce a su difusión, como pusieron muy pronto de manifiesto los poemas «Buscando el geito», de Francisco Viña (publicado en Diario de Avisos el 26 de junio de 1981 en el Especial Fiestas de la Patrona), y «Argual», de Manuel González Plata Bejeque.

 

Del calabazo se han ocupado también las Bellas Artes. En 1995, el pintor Alfredo García Vergara prepara una exposición con piezas de gran formato titulada Metamorfosis del calabazo, un monográfico expuesto en La Palma y en Tenerife. Por su parte, el madrileño Luis Mayo, en su Volcán-Torre de Babel en Los Llanos de Aridane, obra perteneciente al macroproyecto expositivo La Ciudad en el Museo, representa asimismo el calabazo aridanense; el gran cuadro cuenta además con distribución a través de catálogo impreso, merced al esfuerzo realizado por el Ayuntamiento de Los Llanos de Aridane y las entidades colaboradoras del CEMFAC.

 

En 1986, el grupo folclórico Los Arrieros graba el tema compuesto por Marcelo Santana Isa del calabazo, con arreglos de José Viña y del recordado Miguel Nazco. El calabazo y los calabaceros se habían incorporado por vez primera al repertorio de la música popular en La Palma. Sobre el escenario y sobre el vinilo se hacía memoria del esfuerzo del agricultor palmero.

 

Cuatro de los protagonistas de Los Calabaceros

 

 

Convertido en juego

 

Otra de esas invenciones con fines divulgativos fue la conversión del riego al calabazo en un juego, de la misma forma que había sucedido con el corte de troncos de árboles en Euskadi. Era la única manera que encontramos para evitar su desaparición o su paso a la llamada arqueología etnográfica. Los esfuerzos inaugurales no resultaron suficientes, pero en mi empacho contaba con un aliado, por esos años estudiante de Educación Física —hoy en día, profesor—, Adelto Hernández Álvarez. En 1982, siendo todavía muy joven, Adelto redactó para el Instituto Nacional de Educación Física de Madrid el trabajo El calabazo: evolución de modalidad de riego rural a juego. En la «Introducción», afirmaba que después de conocer la actividad del riego a calabazos, su historia, su técnica, materiales utilizados y sus variantes, proponía su transformación o pase de actividad de riego rural a juego, destacando la capacidad del hombre para realizar tareas o acciones motoras de gran esfuerzo y complejidad, adoptando formas idóneas para realizarlas con el menor desgaste físico (técnica). El cuarto capítulo lo destinaba a desarrollar su propuesta de Reglamento del Juego del Calabazo.

 

Esas charlas y la relación directa con los regadores se plasmaron en el libro Juegos Deportivos Tradicionales, editado por el Centro de la Cultura Popular Canaria (1994), de varios autores, y con el trabajo conjunto El calabazo de Hernández Álvarez y Hernández Pérez, y además con imagen fotográfica en la portada del peculiar riego palmero.

 

La implantación y divulgación del calabazo lúdico en las Islas fue muy costosa y continuada en el tiempo. Los primeros concursos se realizaron coincidiendo con las fiestas de Argual y con la Feria Agrícola y Ganadera de Los Llanos de Aridane. Poco después, comenzaron a ser reclamados los conversos deportistas palmeros para participar en manifestaciones en otras islas: allá iban nuestros calabaceros, en viaje por avión cargando con ese extraño ingenio que era el calabazo, ante la mirada curiosa de otros viajeros que daban diferentes interpretaciones del uso de aquel artilugio.

 

Las exhibiciones en el Archipiélago iniciaron un proceso de generalización a través de las llamadas Muestras de Deportes y Juegos Tradicionales Canarios. La regadera o poceta se improvisaba con un gran recipiente, en algunos casos, contenedores o depósitos de agua. Ojeando la prensa de finales de los 80 y principios de los 90, se advierte claramente el salto cualitativo que da el calabazo. En los primeros años, figura en las páginas de información general de la localidad y de ahí pasa espectacularmente a las páginas especializadas en deportes. Se consolidaba, así, el sueño de dos palmeros que añoraban el terruño en una tarde madrileña.

 

En 1996, los responsables administrativos de estas manifestaciones populares declaraban a la prensa: deportes como la lucha canaria, arrastre de ganado y la bola canaria están prácticamente consolidados, porque cuentan con muchos practicantes, pero ahora es el tiempo de darle un impulso definitivo al juego del palo, salto del pastor, levantamiento de arado, juego del calabazo…

 

En aquel mismo año, se redactaba la Ley Canaria del Deporte. En los primeros borradores el calabazo no aparecía en el capítulo II, artículo 18, Modalidades. De inmediato se puso a trabajar «la mafia oculta palmera», logrando su introducción en el último puesto del ya vasto repertorio. El paso era importante: el calabazo recibía el máximo reconocimiento oficial de la Comunidad Autónoma con su incorporación a la Ley 8/1997, de 9 de julio.

 

Paralelamente, se extendía su noticia en programas de televisión y radio, en diferentes cadenas de audiencia nacional y regional. En 1985, nos sorprende la editorial SM con el libro de texto de ciclo medio de Educación General Básica Canarias: Ciencias Sociales; la página 37 publica una fotografía con el pie: Procedimiento de riego con «calabazas». Argual (La Palma). El calabazo, con adulteración de su significante y cambio de significado, entraba a trompicones en las aulas escolares. No son de extrañar estos u otros lapsus que ponían en evidencia el todavía tímido conocimiento acerca de él.

 

En memoria de aquello valedores, en Argual se encuentra el Monumento a los calabaceros, inaugurado en 2001, obra del artista cántabro Pereda de Castro. Dos fornidos hombres, fundidos en bronce, representan el trabajo de elevar agua, por medio de una gran calabaza seca, desde el canal hacia un predio de cota superior. Los antecedentes de esta obra escultórica están en la propuesta, once años antes, del director de la Escuela de Capacitación Agraria José Miguel López Dorta, quien presentó un informe al pleno de la Corporación Municipal, que tomó el acuerdo por unanimidad.

 

No quiero terminar sin antes referirme brevemente a la aparición del calabazo en algunos diccionarios de canarismos; son ellos los que comienzan otra andadura, no menos resbaladiza y compleja: registrar la voz y su mundo, su naturaleza semántica y su evolución en la historia. Distintas o comunes tareas que han ocupado a varios lexicógrafos del Archipiélago.

 

Esto ha sido una síntesis de 32 años de recorrido y trasvase de esas aguas fecundas del Parque Nacional de la Caldera de Taburiente, cargadas palada a palada por un calabazo hasta ser hoy descargadas en la fértil regadera o poceta que es la Academia Canaria de la Lengua.

 

 

La autora regando a calabazos

 

 

Nota: Discurso de ingreso de la autora en la Academia Canaria de la Lengua. Las fotografías sin autoría en el pie de foto son de la autora. En portada, Jorge Ventura.

 

 

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