Existen años que marcan el rumbo de una época para cualquier colectividad humana, que resumen las contradicciones de un período señalado o apuntan las directrices imperantes en el transcurso de una etapa definida. Son años con una significación especial en la historia de un pueblo, de un estado, de un país, de una región o de una simple localidad. Un solo acontecimiento puede alterar radicalmente las bases sobre las que se asentaba la vida de toda una población, de su inmensa mayoría o de un segmento significativo de ella. Pero más a menudo es la concatenación de varios procesos en marcha lo que ocasiona una diversidad de cambios con naturaleza variopinta, unos llamados a imponerse durante una larga singladura y otros a ser meros episodios. Esa lenta acumulación de reformas se condensa en un momento determinado y acaba por introducir un giro particular o general, expedito, más allá de las circunstancias aleatorias, por factores de profundo calado. A lo largo de la historia de Canarias hubo en señaladas ocasiones años que abrieron los cauces de épocas renovadoras, de ciclos que iban a tener amplia duración o a dejar secuelas trascendentales. El de 1852, por ejemplo, supuso la materialización contemporánea de una cuota importantísima de nuestros fueros históricos merced a las franquicias. Y estos intervalos notables reaparecerán en el amanecer del Novecientos sin limitarse a la esfera administrativa. En torno al que nos concierne, sin embargo, interesa recoger algunas advertencias previas a fin de evitar equívocos.
Las transformaciones alcanzan a veces la infraestructura económica, sin que por ello signifiquen de manera forzosa mutación alguna en los fundamentos del sistema; no faltan a propósito las novedades epidérmicas, que dejan incólumes los pilares de las relaciones sociales de producción o bien contribuyen a la amalgama entre dos tipos de las mismas con rasgos disímiles. En tales coyunturas puede mantenerse asimismo la dominación de las oligarquías tradicionales del Antiguo Régimen, aunque se vean remozadas con mayor énfasis por la incorporación de núcleos originarios de la alta burguesía. Suelen volverse incluso más abigarradas las sociedades expuestas a este tipo de evolución, ajena a cualquier signo de radicalidad por lo común. El desarrollo de las capas medias introduce una mayor diversificación social, la cual coincide sobre todo con el crecimiento del número de trabajadores. Los conflictos alcanzan en ciertos ámbitos una envergadura inédita hasta esos instantes y gravitan sobre el porvenir. Las reglas sustanciales de la vida pública no se ven afectadas necesariamente por esta mayor complejidad y conservan los parámetros de costumbre, si bien afloran aspectos novedosos que trazarán una parte del futuro. Al tratarse de un territorio fragmentado, es muy difícil que la administración común no hiciera por amoldarse a las realidades y terminara reconociendo el hecho insular.
El crecimiento económico moderno
Unamuno llegó por vez primera a las Islas en uno de esos años singulares que trazaron algunas de las pautas sobre las que discurrió el siglo XX. 1910 fue un año de transición en el que iban a plasmarse las mudanzas de las tres décadas anteriores, cuando, tras la frustración del modelo cubano (tabaco y azúcar), quedó por fin atrás la aguda crisis que trajo consigo el crack de la cochinilla. A partir de finales del Ochocientos arrancó lo que se ha dado en llamar el crecimiento económico moderno de Canarias, articulado en torno a dos ejes fundamentales: el renovado impulso de la agricultura de exportación y la notable mejora de las instalaciones portuarias, especialmente merced a la construcción definitiva del Puerto de La Luz y la ampliación del muelle de Santa Cruz de Tenerife. La situación geoestratégica de las Islas sería revalorizada tras la carrera colonial que desató en el continente africano la Conferencia de Berlín. Puede decirse que la sociedad canaria de 1910 estaba experimentando algunas innovaciones de relieve, aunque mantuviera aún algunos de los rasgos propios de su naturaleza agraria y precapitalista.
Los enclaves portuarios del Archipiélago se transformaron más aún en centros de escala para las flotas mercantes europeas que surcaban el Atlántico Norte y Sur, en particular de cara al avituallamiento de los buques británicos que cubrían la India Mail. Su conversión en valiosas estaciones carboneras repercutió directamente sobre la producción agrícola y el comercio. La ampliación del tráfico marítimo y los retornos que precisaban las casas consignatarias en los vapores de sus líneas regulares, contribuyeron a abaratar los fletes y a acercarnos mejor a los mercados de Europa, haciendo más competitivas nuestras exportaciones. A cambio de los suministros de combustible procedentes de Liverpool o Cardiff, con que las firmas británicas proveían a sus trasatlánticos, los fletes de retorno consistieron en los noveles rubros de las producciones agrarias. Numerosas compañías internacionales de navegación (Forwood Brothers, Union Castle Line, Yeoward, N. Paquet & Co., La Veloce, etc.), cuya consignación estuvo a cargo de las casas carboneras, escogerán los fondeaderos canarios como puntos de amarre en sus rutas. El movimiento naval alcanzó su cénit en Canarias entre 1910-1913, llegando a unas cotas no superadas hasta medio siglo después.
Santa Cruz de Tenerife quedó en inferioridad de condiciones frente a La Luz, puerto mucho más favorecido por los inversores británicos pese a la importante función desempeñada allí por algunas compañías agromercantiles, como la Hamilton anterior o la Yeoward, y al mayor peso de la Woerman de Hamburgo. La construcción de La Luz entre 1883-1884 corrió por cuenta del Estado a través de la empresa rematadora Swanston and Company, con sede en Londres. El despegue de 1885-1890 hizo que atracasen en la bahía grancanaria más vapores que en la capital provincial, lo que provocó la traslación del eje mercantil de Santa Cruz a Las Palmas. Las primeras concesiones de depósitos de carbón en La Luz fueron en 1885 para la firma escocesa canarizada Miller e Hijos, para Blandy Brohers y para la Grand Canary Coaling Company, sucursal de la Elder Dempster de Alfred Lewis Jones. Antes de 1914 vendrían otras casas carboneras del Reino Unido, como Wilson Sons, Cory Brothers y la Compañía Carbonera de Las Palmas, además de la citada Woerman. En el lapso 1887-1913, la media semanal de vapores que arribaron a La Luz fue de 51, frente a los 38 de Santa Cruz; el tonelaje medio anual de arqueo en el lustro 1911-1915 superó allí los 9 millones y no alcanzó aquí los 5, registrándose medias mensuales de pasajeros con cifras respectivas de 10.900 contra 5.600. La internacionalización de los grandes puertos insulares redujo considerablemente el papel de la bandera española, que ya en 1886-1889 aportó apenas un 15 % del total de los vapores que entraron en La Luz.
Canarias escapó un tanto a la crisis agrícola española de finales del XIX con una trilogía de nuevos cultivos dominantes: plátanos, tomates y papas, cuya producción y comercialización incitarán los británicos. Esta “tríada” conoció desde la última década del XIX una fase de esplendor. Si las plataneras ocuparon las terrazas litorales del Norte de Tenerife y de Gran Canaria y de la banda occidental palmera, desplazando a otros cultivos de regadío, los tomateros avanzaron por las tierras bajas y cálidas del sotavento insular, mientras el tubérculo se localizaba en el mosaico minifundista de la medianías húmedas. La constitución en 1901 de la rúbrica Elder and Fyffes, asociando a la tinerfeña Fyffes and Wolfson y a la grancanaria Elder and Dempster, forjó la primera casa exportadora de unos negocios fruteros que habían promovido y dirigían los capitales foráneos. Durante el primer ciclo platanero (1880-1914), casi el 90% de las exportaciones se dirigían a Londres y Liverpool; muy por detrás, la de los tomates mantuvo una proporción análoga.
No obstante, negros nubarrones amenazaron con prontitud el que parecía límpido cielo de la fortuna bananera, tan pronto como los competidores hispanoamericanos entraron en liza. Al comparar los índices de las importaciones de plátanos canarios en el Reino Unido entre 1900-1905 y 1908-1913, se observa que descendieron del 66 al 29%, mientras los correspondientes a la América Central y Colombia progresaron del 13,6 al 62%, espectacular subida que reportó asimismo el declive de las Indias Occidentales Británicas del 20 al 9%. El porvenir de la Platanópolis de Alonso Quesada, en la novela inconclusa Banana Warehouse, publicada por el periódico Ecos en 1916 y escrita en colaboración con Federico Cuyás, no parecía estar garantizado y la crisis económica que deparó la Gran Guerra evidenció al fin sus débiles apoyaturas. Así y todo, las hectáreas de plátanos en el Archipiélago llegaban en 1909 hasta las 1.625 y las de tomates a las 1.750, sin que la superficie bajo riego pasara del 5,5%.
El campo canario se destinó, pues, en su inmensa mayoría al policultivo de secano y aquí predominaban unas relaciones sociales de producción que podríamos definir de naturaleza semifeudal. La penetración del capital imperialista desde finales del siglo XIX aceleró el proceso de proletarización campesina que puso en marcha, sobre todo, el laboreo de la grana cochinilla, mas esta secuencia se detuvo a raíz del derrumbe de sus cotizaciones en los mercados británico y francés y no tornó a relanzarse hasta la consolidación de las explotaciones plataneras. Será en las mismas donde impere la mano de obra jornalera contratada por grandes y medianos propietarios, cuya tendencia general pasó por el recurso al cultivo directo. En el subsector policultivista y hasta en la producción tomatera predominaron, con todo, los tipos contractuales de la aparcería o medianería en sus diferentes manifestaciones, ya fuese “a medias” o “al tercio”. Hasta fechas muy tardías nos encontramos en nuestra agricultura con la combinación de las tres formas clásicas de renta precapitalista: renta en especie, renta en trabajo y renta en dinero, por no mentar la significativa persistencia de la enfiteusis. Las últimas investigaciones están evidenciando que la aparcería significó la principal forma de apropiación por los hacendados del plusproducto que generaban los campesinos. Y téngase presente que los medianeros y sus familias eran muy a menudo la principal fuente proveedora de un trabajo a jornal que no estaba incurso en un auténtico mercado libre de índole capitalista.
Los datos que la demografía aporta nos demuestran que la superación de las adversidades de 1873-1885 tardó en producirse. La población sufre aún los estertores finales de la crisis de la grana en el intercensal 1887-1897, con una tasa anual acumulativa del 1,38% y persistencia de saldos migratorios negativos en el quinquenio 1886-1890. Es por Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife que el Archipiélago avanza globalmente, con un proceso de urbanización que refleja los desequilibrios interiores. El mayor aumento demográfico conocido por las Islas antes de la década de 1960 se sitúa precisamente en el intercensal 1900-1910, cuando los ejes del crecimiento lograron actuar de forma conjunta. La tasa media de la provincia alcanzó entonces el 2,16%, superándola Tenerife y Gran Canaria; en las demás islas quedó muy por debajo y en Fuerteventura se registró un decremento del 0,97%, fruto de las sequías tradicionales y de las reiteradas migraciones que ocasionaron según la norma. A su vez, la concentración poblacional en las dos islas centrales pasó del 74% de 1900 al 77% de 1910. En nuestras dos ciudades más pobladas vivían en el primer año el 24% de los isleños y en el segundo casi el 30%. Precisamente en 1910 Las Palmas reunía al 42,5% de los grancanarios y Santa Cruz al 35% de los tinerfeños. Bien es verdad que los guarismos oficiales han de ser tomados con serias reservas. Las trampas de los munícipes santacruceros en 1910 tuvieron que ser corregidas por el Instituto Nacional de Estadística bajando en más de 10.000 el número de sus habitantes.
Más allá del carboneo y de las consignaciones o de la hegemonía en la agricultura exportadora, las empresas foráneas iban a controlar varios sectores estratégicos con tendencias monopolísticas. En La Luz, los astilleros y varaderos, que disponían de talleres mecánicos con grúas eléctricas o de vapor, estaban, junto a la industria frigorífica, en manos de Grand Canary Coaling Co., Blandy Brothers o del capitalista portugués Francisco Gonçalves. La principal entidad financiera de la provincia llegó a ser el Bank of British West Afrika y entre las compañías internacionales de seguros sobresalieron Lloyd y London Assurance. Una filial de la Elder, la Compañía de Vapores Interinsulares Canarios, con los modernos buques Viera y Clavijo y León y Castillo, acaparó el servicio de vapores correos. La empresa belga Sociedad Eléctrica de Las Palmas (SELP) inauguró en 1899 el alumbrado eléctrico y compró después el tranvía a los Hermanos Antúnez; su paisana, la Sociedad Anónima de Tenerife, montó entre 1901-1904 el tranvía que unió Santa Cruz con Tacoronte. El abastecimiento de agua a la capital grancanaria fue concedido en 1912 a The City of Las Palmas Water Power Co. Ltd. en una borrascosa sesión municipal, donde por cierto la minoría republicana apoyó a dicha entidad en contra de su oponente indígena.
El turismo inaugural resultó igualmente de la iniciativa británica, luego de la promoción de los viajes de placer a cargo de Olivia Stone y del impulso de los cruceros transoceánicos desde Europa. Su promotor fundamental en Gran Canaria sería el mentado Alfred Lewis Jones, delegado de la Elder, remoto difusor de guías turísticas. Primero Tenerife y después Gran Canaria acabaron por desplazar a Madeira como estación veraniega de los turistas británicos, viajeros que hacían con frecuencia la ruta de la India Mail. A partir de 1890 actuaron dos compañías en el sector: Taoro Company, con el Gran Hotel Taoro del Puerto de la Cruz, y Grand Canary Island Company Limited, que dirigida por el citado Jones dispuso de una cadena de cuatro hoteles en Las Palmas y, entre ellos, el primitivo Santa Catalina, el más importante de la ciudad. Los ocho hoteles tinerfeños de 1896 estaban en manos británicas y en todos se cobraba en libras esterlinas. En un principio, los capitalistas isleños no prestaron gran atención hacia la nueva actividad económica, hasta aparecer justamente en 1910 la sociedad Fomento de Gran Canaria e iniciar su andadura la revista Canarias Turista.
A la era de las Canary Islands nos referimos en un artículo pionero de 1978 y tal etiqueta ha hecho fortuna en nuestra historiografía. Con interrogantes, se ha planteado incluso la fórmula de Canarias como una colonia sin bandera del Reino Unido. ¿Fueron realmente estas Islas un remedo de república bananera? Lo indudable es que el desarrollo económico moderno brotó inducido desde el exterior por los apetitos imperialistas, ampliando el carácter dependiente y extravertido de la economía insular, y que la influencia británica afectó a multitud de ámbitos, desbordando ampliamente el de las meras inversiones. La pluma del novecentista Alonso Quesada (Smoking-room, Las Inquietudes del hall, Banana Warehouse, etc.), dejó algunos testimonios literarios muy valiosos sobre las costumbres anglosajonas que singularizaron a nuestra burguesía del primer tercio del siglo XX. A nivel popular el cuchillo típico canario se conoció con el nombre de naife. En Las Palmas surgió el primer club de golf de España y en esta ciudad y en Santa Cruz hubo barrios residenciales con los clásicos chalés ajardinados de tipo inglés, por no hablar de las iglesias anglicanas, los salones de té o los colegios. La burguesía canaria aparece sobre todo como una burguesía sucursalista que actúa a comisión con respecto de las compañías extranjeras.
No todos los burgueses locales se plegaron ante los capitalistas europeos. En el Puerto de La Luz, algunos intentaron capitalizar las ventajas que ofrecía la arteria insular. Se trató de algunos comerciantes de la vela o de empresas mercantiles como las de Cuyás, Curbelo, Viuda de Tomás Bosch y Sastre o Hijos de Juan Rodríguez y González, que construyeron allí almacenes, astilleros y muelles, actuando de almacenistas, exportadores, aseguradores, banqueros, etc. Su rol portuario fue empero de suma modestia: en 1899, únicamente el 3,2% de los vapores mercantes vino consignado a titulares canarios y semejante proporción no experimentaría avances sustanciosos al adentrarnos en el siglo XX. El empresario carbonífero Juan Cumella y Monner, cacique conservador de origen catalán, consiguió frenar en Santa Cruz de Tenerife la penetración británica colaborando estrechamente con los capitalistas alemanes, en expresión tempranera de la rivalidad imperialista por estas latitudes.
El retrato que nos dejó Unamuno de estas Canary Islands contiene bastantes pinceladas de enorme autenticidad. Como no podía ser menos, don Miguel captó enseguida el ascendiente de las empresas foráneas que explotaban las riquezas del país. Su discurso en el mitin anticaciquil de los republicanos incluyó el llamamiento de hacer la conciencia nacional, la conciencia internacional, para evitar que vuestro puerto sea convertido en una taifa de logreros; para que no seáis una factoría mediatizada por grandes casas extranjeras. A lo que parece, Unamuno no abonó el tono alarmista que sobre la amenaza del extranjerismo había apuntado ya en 1899 el arquitecto madrileño y ex senador liberal Mariano Belmás Estrada, durante una conferencia en el Ateneo de Madrid que vio la luz en opúsculo (Canarias, el peligro y sus remedios). Tampoco existen siquiera indicios de que considerase las supuestas expresiones separatistas, inspiradas en el americanismo o en el indigenismo, que relató el periodista Federico García Sanchiz (otro de los invitados y partícipes en los Juegos Florales de Las Palmas) al publicar en septiembre de 1910 el volumen titulado Nuevo descubrimiento de Canarias. Las leyendas y los peligros que tienen estas islas. En su alocución como mantenedor de los Juegos, Unamuno afirmó que admiraba el comercio como el mayor instrumento de progreso, mas exigió que fuera espiritualizado, regido por el tráfico de ideas que debían presidir la vida. Y en el artículo “La Gran Canaria”, inserto en Por tierras de Portugal y España (Madrid, 1930), caracterizó la avanzada de Europa, de España sobre América y avanzada de América sobre Europa, sobre España y sobre África como un mesón colocado en una gran encrucijada de los caminos de los grandes pueblos. Un mesón si se quiere con proyecciones de mayor amplitud que las del almacén de Alonso Quesada, si bien donde se deja algo de la bolsa, pero no se deja nada del espíritu.