Dice el escritor italiano Claudio Magris que hay dos memorias, la que se sitúa en la continuidad y aquella obsesionada con el pasado, obligada a presentar la factura de todos los agravios padecidos en el pasado, empeñada en un victimismo competitivo consistente en poder esgrimir más víctimas que el vecino.
La fiesta, es verdad, resulta un inevitable ejercicio de memoria. Es el que alimenta cíclicamente la celebración misma. Cultivar las tradiciones, que esgrimen; el costumbrismo, propiamente dicho. He ahí el sentido de la continuidad, apenas modificada en las diversiones o en los regocijos populares.
Pero cuando nos empeñamos en trascender lo festivo o lo lúdico, acaso intentando extrapolar o traducir valores de la idiosincrasia, se incurre en el riesgo de obsesionarse, de hurgar sin muchos límites en el pasado, acaso para un estéril parangón y para rescatar episodios y situaciones que terminan produciendo una cierta frustración. Es una interpretación del victimismo aludido.
El mantenedor quiere huir de altas pretensiones historicistas, tratará de eludir las tentaciones de la obsesión y se alejará de las que sugiera cualquier forma de complejo. Si algo hay que evocar o reivindicar, imaginar o defender, plantear o estimular, si hubiera que informar, disentir o reafirmar, lo haremos -recordando a Mario Benedetti- con la alegría como atributo, como actitud moral o cívica, tratando de conectar con la expresión más lírica para corresponder al rango y al espíritu de esta Fiesta de Arte que el pueblo silense aguarda cada año con tanto interés, mientras la organización se esmera en su superación.
Por ahí andará -un suponer- Diego Pun, personaje de la atractiva novela de Ernesto Rodríguez Abad Sombra de cristal, en la que se habla de las tierras indómitas del Norte y donde se cita, concretamente, que Daute era libertad. Permitan, para hacer honor al autor y a tan sustancioso aserto, que me identifique con quien creaba mundos de sueños para que la gente creyera en las fantasías. Y es que Diego Pun, aquel agreste humano, que siempre quiso vivir en los árboles ("... inventaba historias, que como no sabía escribir, contaba al viento, por las noches, mirando a las estrellas brillar"), si tiene un espacio donde sentirse a gusto, es el de la fiesta, donde haya algarabía y bullicio, donde se oigan carcajadas y se fantasee.
Y no es un charlatán de feria, no. Ni un titiritero al uso. Pun, la onomatopeya de un estallido, de los cohetes de artificio, es también la ficción, el ideal que da sentido a la libertad por la que lucharon tantos silenses a lo largo de la historia del municipio, tan bien desmenuzada, por cierto, por Carlos Acosta García en su obra Los Silos: Apuntes para la historia de la villa.
Acaso el ejemplo más fresco haya que encontrarlo en las páginas de otra novela, Mientras maduran las naranjas, de Cecilia Domínguez Luis, uno de cuyos personajes relata los años de la guerra española que el profesor tinerfeño Juan Marichal, recientemente fallecido en México, llamó incivil. Los hermanos Illada Quintero -aún me parece estar viendo el juvenil entusiasmo de Jesús cuando fue candidato al Senado en las primeras elecciones legislativas que marcaron un punto de inflexión en la Transición democrática- son los protagonistas de la obra de su sobrina.
Jesús ejerció como director de la agrupación musical Nueva Unión de esta villa hasta 1952. Lucio y Manuel habían sido condenados a muerte y ejecutados en 1940. He sostenido mi vida dentro de mis convicciones, de modo honrado, sin que tenga que avergonzarme de nada, fueron las últimas palabras de Lucio, dirigidas a su familia. Hablan por sí solas de la firmeza ética e ideológica con la que luchó por la libertad en tan delicadas y trágicas circunstancias.
Pero es que si retrocedemos en el tiempo, en efecto, desde la época del menceyato o reino prehispano de Daute, que abarcó el Noroeste de Tenerife, desde Icod hasta Teno, el último conquistado por el adelantado Alonso Fernández de Lugo, se contrastan los afanes de una convivencia libre y pacífica.
Los acreditó el mencey Romén o Rosmén que decide no resistir sino rendirse ante Fernández de Lugo para evitar el derramamiento de sangre y una derrota segura. Romén y Guanarteme -lo señaló en esta tribuna hace un par de años el jurista Eligio Hernández- actuaron con diplomacia e inteligencia -otra lúcida manera de luchar- posibilitando una Conquista que coloca a Canarias en el Renacimiento y en la Civilización.
Dice el juez y abogado herreño: Empieza pues, en Los Silos, la labor civilizadora de Castilla en Canarias y la incorporación de ésta a la Corona de Castilla, formando un solo pueblo y una sola patria. Era la configuración de un mismo destino que apuntó en su Historia del pueblo guanche el indigenista Juan Bethencourt Afonso.
Momento de la Fiesta de Arte
Una tertulia, un acontecimiento histórico
Siglos después, en busca de aires de libertad, la que parecía palidecer en La Laguna, vinieron hasta Los Silos los tertulianos de Nava.
Aquel debió ser todo un acontecimiento, en pleno mes de julio de 1765, según refiere en un capítulo de sus Apuntes Carlos Acosta García. También lo hace José Velázquez Méndez, en su interesantísimo libro titulado Los Silos y los Yanes de Daute. El acontecimiento que cristalizó en la célebre Gaceta de Daute. Una peculiar estancia, unas singulares vivencias que han dado pie, incluso, a interpretaciones diferentes de los estudiosos. Las ambigüedades, la mordacidad, las alusiones y la ironía llegan a ser indescifrables. Pero buena parte de los textos son el puro reflejo de lo que encontraron, del medio natural que disfrutaron y hasta del costumbrismo que contrastaron y compartieron.
Es como si hubieran descubierto otro mundo en el heredamiento de Daute que compartieron aquellas personas ilustradas, cultas y doctas, un auténtico elenco en el que figuraban, entre otros, Juan Antonio de Franchi, Agustín de Bethencourt, Lope y Fernando de la Guerra, Bernardo Valois y el abate dieciochesco José de Viera y Clavijo, figura clave en la cultura de la época y en la historia de las Islas. Aquí residió un tiempo: es el momento de reivindicar un homenaje a este brillante intelectual cuyo nombre debe ser recordado de forma perpetua en una calle, una plaza o un edificio público de Los Silos.
¿Qué descubrieron? El mundo de la religiosidad, plasmado en la advocación a Nuestra Señora de La Luz, aparecida, según la tradición, al pescador Simón González de Herrera en un arrecife cercano a Garachico. Y el de lo que hoy llamaríamos el sistema productivo: el de las salinas y de las eras, donde se procesaba el abundante cereal de la zona.
(Entre paréntesis: Cómo le hubiera gustado dar fe del acontecimiento quien fuera secretario del Ayuntamiento desde octubre de 2003 a julio de 2008, Raúl Marcos Luis Gutiérrez, discípulo del profesor Alejandro Nieto, siempre de grata recordación, por su profesionalidad y su bonhomía).
Es probable -retomamos la convocatoria de la tertulia- que se hayan sentido atraídos por esos singulares plurales del nombre del municipio, donde había tierras de secano y de riego, donde los nuevos moradores [después de la Conquista, según refiere la profesora de la Universidad de Burgos, Emelina Martín Acosta, en el prólogo de la obra de Velázquez] plantarán caña de azúcar, viñedos o frutales y donde instalarán molino e ingenios.
Descripciones
Al pie de la montañeta de Aregume, tras cruzar el barranco del Agua, y en medio de tantos encantos naturales, debieron sentirse a gusto. En la hacienda o heredamiento de Gonzalo Yanes, núcleo originario del municipio, pulsaron esa biodiversidad que el francés Pierre Ledrú, en 1796, resumió así: El pueblo de Los Silos contrasta agradablemente con los desiertos áridos que lo limitan al este. Su suelo, bastante bien regado, produce vino, frutas, algo de caña de azúcar y contiene varias salinas.
Unas líneas del escritor tinerfeño Leoncio Rodríguez, publicadas en los primeros años del siglo XX, sirven igualmente para condensar tanta belleza, tantos atractivos: Y asoma, por fin, su llanura fértil y alegre, nimbada de sol radiante que se vierte en cascadas de luz sobre el verdor de las plataneras. Arriba, detrás del acantilado de Las Moradas, se oculta el monte del Agua. Agreste, solitario, con sus extensas umbrías silenciosas… Su clima, sumamente benigno, hace de Los Silos un lugar ideal para atraer al turista más exigente.
Pero nada, en este sentido, como aquel soneto de Emeterio Gutiérrez Albelo, leído por él mismo en la Fiesta de Arte de Icod de 1966, e incluido en su obra Tenerife y el mar, editada en 1973. Su secuencia descriptiva es admirable. Hay que leerlo íntegramente:
Yo he subido en mi anhelo hasta Aregume; Yo aspiré en sus boscajes el perfume Como el Monte del Agua es el que fragua Y mis ojos, mis ojos dilatados,
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Tan distintos o dispares como la sal y lo dulce, sobre suelo tan fecundo, los silenses han ido desafiando la distancia y el estancamiento. Paisaje blanco que cambia al verde, cuando las plataneras también cambiaron la vida. Atrás quedan las salineras, localizables frente a la actual piscina municipal, al lado del horno de cal. En ellas trabajaron muchas personas; hasta los años sesenta del pasado siglo se buscaba y se vendía la sal marina en las costas.
En un libro del profesor Manuel Lorenzo Perera, Estampas etnográficas del noroeste de Tenerife, hay un amplio capítulo dedicado al trabajo de la sal o a esta actividad de la que quedan algunas reminiscencias en la Caleta de Interián.
El Mantenedor con el Alcalde de Los Silos
Lazos portuenses
La cal, el azúcar y la sal fueron importantes para comprender la economía y la organización social de este pueblo, muchos de cuyos habitantes también emprendieron la forzada aventura de la emigración, en tanto que otros hubieron de incorporarse a marchas forzadas -cambiando azada por bandeja, como ocurrió en el Puerto de la Cruz- a las modernas corrientes turísticas, convertidas y consolidadas a la larga como sostén principal de la productividad económica insular.
Con la localidad portuense, por cierto, hubo vínculos más allá de la rivalidad futbolera de los años sesenta, con algún episodio ingrato que no merece más en una noche festiva como es ésta y en la que el aura de los éxitos balompédicos recientes o los millonarios movimientos del mercado invitan a otro tipo de análisis.
Además de los sociológicos apuntados hace un momento, y de los labrados al calor de la obra pastoral de Federico Afonso, un silense que fue párroco de la Peña de Francia hasta 1958 -falleció poco después, a los 76 años-, además de esos lazos, decíamos, están los personales, plasmados en el trabajo radiofónico y periodístico que nos llevó a descubrir para las ondas -entonces las de Radio Popular de Tenerife- a una persona desprendida y generosa, capaz de hacer unos suculentos bocadillos en La Laguna -matando el hambre a no pocos paisanos que por allí desfilaban- e informar, al mismo tiempo, de los resultados y de los equipos de la Isla Baja. Nos referimos a Florencio Francisco, Floro, un corresponsal hecho a sí mismo que logró impedir con sus crónicas la marginalidad del territorio, informativa y deportivamente hablando.
Aquí entrevistamos, con los farallones al fondo como decorado, para el periódico La Tarde, al tirador Orlando Rolo Rodríguez del que quizá no sepan que fue director de una murga local, Los Cheyenes, participante en el Carnaval de principios de los sesenta disfrazado entonces de Fiestas de Invierno. El instrumental es de artesanía pura -dice en una entrevista publicada en el semanario Aire Libre- o fabricación casera, obra mía, made in La Sabina.
Y aquí tuvimos oportunidad de presentar, a principios de los años ochenta, las primeras actuaciones registradas en el auditorio Alfonso García Ramos, iniciativa de quien fuera alcalde de la localidad, Gaspar Sierra.
Entre aquellas galas, las concebidas por la profesora Carmen Siverio Pérez, quien mucho, muchísimo antes de las Operaciones Triunfo y de las más recientes promociones televisivas, ya había ideado espectáculos musicales y de danza para niños y jóvenes de muy alta consideración.
Los Silos natural: nombres propios
Paisaje blanco que cambia al verde. Retomemos esa idea para significar la marca Los Silos natural, creada con el fin de dimensionar adecuadamente el enorme patrimonio naturalista y medioambiental del municipio y para incentivar el adecuado uso y cuidado de los recursos naturales. Su red de senderos, el tratamiento de la costa, iniciativas específicas como el Festival boreal o el Campeonato de fotografía submarina y hasta el dominical Mercadillo del agricultor son exponentes de un quehacer sensible a favor de los valores más preciados.
Montañas, barrancos y senderos: Talavera, Las Moradas, Cuevas Negras. Monte del Agua. La costa de Sibora y sus charcos, don Gabino, Los topos, La Araña, El Bufadero… Más nombres propios: los edificios emblemáticos, como la iglesia de La Luz, el ex convento de San Sebastián (en el que trabaja e investiga a fondo desde hace unos años el historiador y archivero local Álvaro Hernández Yanes), el auditorio municipal ya citado, el ingenio de azúcar, la caseta del cable, el horno de la cal y las piscinas junto al océano.
Todo eso, realidad y símbolos, permite hablar, con pleno fundamento, de desarrollo sostenible, enfoque primordial, tal como ha evolucionado el negocio en Canarias, de cualquier oferta turística que ha de ser diseñada con rasgos diferenciales. Recuérdense las palabras de Leoncio Rodríguez a modo de vaticinio. Los encantos de lo rural son un activo, claro que sí, como la quietud de plazas, paseos y rincones que invita, en cualquier época del año, pero especialmente en verano, a una lectura, a una conversación y a una partida de ludo, juego de mesa tan practicado en esta localidad.
Los Silos es también cultura y participación. El Festival Internacional del Cuento -ya van quince ediciones, felicidades Ernesto- es la quintaesencia de las actividades que se prolongan a lo largo de todo el año, en la sala de arte, en cualquiera de los centros culturales de la red (La Caleta y Tierra del Trigo son los de más reciente creación) y en las sedes de asociaciones y colectivos que registran una notable producción.
Actuación en la noche
Visiones de la fiesta
Por ahí debe moverse a sus anchas Fernando Hernández Álvarez, tan atento a las costumbres ancestrales, a las tradiciones, a la narración oral, al anecdotario protagonizado por los lugareños. Lo fue aprendiendo, almacenando y procesando en el ingenio, en San José, en el horno, en el Monte del Agua… lugares donde su tesón y perseverancia forjaron una personalidad respetable cuyo mérito es el de haber proyectado una realidad silense muy llamativa.
En su poema dedicado al pueblo y los paisajes, se deja seducir:
… Con el vuelo de la mariposa,
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El aire de la fiesta lo pintó el inglés Alfred Diston quien, según refiere Alvaro Hernández Yanes, plasmó el marco de la plaza cubierta sólo de tierra, ajijídes, parrandas, atuendos de la época, corrida de vaquillas sin talanquera, romeros que llegan, arcos y ventanas enramadas, arcos de fruta y lega.
Pero lo describió atinadamente, en una memorable crónica periodística, Abraham Trujillo Ferrer: A Los Silos se venía a eso: a divertirse, sin que se olvidaran ni se relegaran a un segundo término los actos litúrgicos, teniendo éstos su culminación en la despedida de los romeros a la Virgen, cuyo emocionante acto tenía lugar al llegar procesionalmente la imagen de Nuestra Señora de la Luz al ‘Puente chico’, donde los ajijídes entablaban un acusado “duetto” con las lluvias de voladores…
La romería fue exaltada por Cipriano de Arriba y Sánchez, A través de las Islas Canarias, en 1900: Una gran romería se celebra todos los años a su patrona, concurriendo muchos devotos, en la que se oyen resonar los tambores tocando el baile del Tajaraste y así mismo el tango herreño con toda su primitiva pureza.
A estas alturas, cabe confiar en que Diego Pun siga encaramado a las copas de los árboles, no importa su condición de náufrago en la sociedad que sí deja espacio para la libertad y el amor, porque sin ellos sería imposible convivir. Que continúe dando saltos, como el mantenedor, en el tiempo, entre visiones, hechos y autores. Ojalá no se haya aburrido pese a los fugaces pasos por Las Canteras, Tierra del Trigo, Las Manzanillas, la Caleta de Interián, Erjos…
Las sensaciones, la emotividad
Seguro que escucha complacido las campanas del templo centenario y contempla a gusto este Pueblo sin sol y sin humos, con olor a laurel, a naranjas, a infancia, a licor de ruda y a rosquetes recién hechos. Pueblo de artesanos, bordadoras, maestros, marinos, filólogos célebres, curas, médicos, costureras, actores de teatro, cuentacuentos, atletas, soñadores y enamorados legendarios, tal como lo desgranara la filóloga y licenciada en Ciencias de la Información, Rosa González Rosario. Ojalá que conviva con todo eso y porque
… En cada casa una historia,
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Que así cantó el sacerdote Agustín Yanes Valer, enternecido por los sentimientos que inspiraban su deterioro, las casas silenses. Transida de emoción, en el fondo de su gran patrimonio de sensaciones, escribe también Rosa González Rosario: Había olvidado que seguías ahí, pueblo mío, sin el calor de mi risa, sin que mis ojos contemplaran los laureles de tu plaza y mis oídos se recrearan con tu arrorró de madre, con el sonido de tus adoquines de platino.
La autora de estas frases habla de Los Silos como pueblo de certezas y contradicciones. ¡Sorprende tanto mi pueblo! No hay una sola mirada, un solo pueblo: hay muchos al mismo tiempo, aunque todos coincidan en el mismo lugar. Los Silos turístico, de la fiesta, del cuento, de las serenatas… pero también Los Silos del desamor, de la soledad, de la lluvia y el viento; es al fin, de los que pasean su montaña o su orilla marina para trasladarse en el tiempo.
El tesón, clave del porvenir
Entonces, entre la cumbre y el mar, donde Los Silos libra su cotidianeidad y sus afanes de progreso; donde el paisaje tiene que seguir siendo un bien común; donde las demandas sociales deben corresponderse en las presentes circunstancias con un modelo de desarrollo consensuado y aceptado por todos; donde los cuentos han de fortalecer la proyección de la creatividad cultural del municipio, ahí, con su historia y con sus valores, está un pueblo que palpita en busca de horizontes que llenen de orgullo y marquen su prosperidad.
El tesón de los silenses, timbre de su personalidad, clave de su porvenir. En palabras de la citada filóloga: El presente tiñe con su dicha el pasado. Porque, en el fondo, no existe el tiempo. Sólo lo mide el latido del corazón. Ese instante lo es todo.
Por eso, y para gozar ya del canto de Fabiola Socas y de la música de el Mosco, permitan que los versos desafiantes y recios de un poeta inmenso, Pedro García Cabrera, sirvan de broche a este intento de mantener la Fiesta de Arte, sin obsesiones con el pasado ni facturas de agravios victimistas. Su espíritu alude a algunas de las situaciones referidas y envuelve la atmósfera o el ambiente que hemos ido desglosando. Están escritos en su Vuelta a la isla:
Sin detenerse un instante
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Alcalde, Reina, pueblo de Los Silos, amigos y personas que colaboraron a la redacción de este texto: gracias por esta oportunidad y por el respeto y la atención con que se nos ha seguido esta noche. ¡Hasta siempre!