Revista n.º 1073 / ISSN 1885-6039

Poemas de la gloria, del amor y del mar de Tomás Morales. Materiales sobre la recepción.

Martes, 23 de agosto de 2011
Antonio Henríquez Jiménez
Publicado en el n.º 380

El libro Poemas de la gloria del amor y del mar de Tomás Morales. Materiales sobre la recepción, editado por Anroart Ediciones, presenta la historia de la actividad creadora de Tomás Morales en sus primeros años.

Portada del libro de Antonio Henríquez sobre la recepción de la primera obra de Tomás Morales.

 

Se presentan en él todos los ecos que he podido encontrar de su primer libro, Poemas de la gloria, del amor y del mar.

 

Se habla en él de las apariciones de los distintos poemas y de lo que se escribió sobre ellos. Se muestran muchas reseñas sobre el libro, algunas de ellas publicadas anónimamente, y cuya autoría intento desvelar con razones de carácter filológico.

 

En la introducción del libro, lo califico de “novelero”, y en verdad lo es. Al reunir tanta noticia sobre la primera obra de Morales, entremezclada con las de los hechos de su vida que transcendían, queda uno atónito por los ecos despertados.

 

En este rescate les muestro una reseña en italiano encontrada en una revista de pedagogía francesa, como ejercicio de examen para las señoritas bachilleras de Francia de 1909, que debían copiar al dictado y traducir el texto presentado. La historia del encuentro y mis elucubraciones sobre su autoría las cuento en el libro de que hablo. Como se notará, no se trata de la reseña entera, sino una parte de ella, ya que no se habla sino de los poemas del mar.

 

Luego, transcribo la presentación que del libro hizo el doctor y amigo Sergio Constán Valverde, en la Casa de Colón, en el acto en que se presentó otro libro sobre Tomás Morales también editado por Anroart Ediciones, cuyo autor es Bruno Pérez Alemán (Tomás Morales. Erotismo y espacio de una poética modernista). Este segundo rescate lo hago con cierto pudor, pero creo que los amigos tienen derecho a poder leer el trabajo de este joven investigador.

 

Ya que he citado el libro de Bruno Pérez, no puedo dejar de recomendar su lectura a cuantos deseen conocer la profunda exégesis que su autor hace de las manifestaciones eróticas de la poesía del poeta de Moya.

 

Y para que no falte la voz del poeta, presento al final los dos poemas que dedicó a los dos posibles autores de la reseña presentada, los escritores italianos Biagio Chiara y la Marchessa Maria de Plattis (que firmaba como Jolanda).

 

 

¿Parte de la reseña de Jolanda / Biagio Chiara?

 

SOPRA UNA RACCOLTA DI VERSI SPAGNUOLI

[L’Enseignement Secondaire des Jeunes Filles. Paris, Librairie Cerf, 28e Année, en el número de Noviembre de 1909, pp. 216-223: “Examens pour l’obtention du Certificat d’Aptitude aux Bourses, dans les lycées et collèges de Jeunes Filles. Session de 1909. Épreuves écrites”. P. 220: “Versión italienne”: “Sopra una raccolta dei versi spagnuoli”.]

           Precede il gruppo dei Poemi del mare una bella poesia di Salvator Rueda, il ben noto vigoroso poeta che par foggiare i suoi versi nel bronzo. L’Artista già glorioso si rivolge al nuovo venuto e: “Sei tu, gli chiede, colui della nuova generazione lieta che giunge con le mani piene d’armonia, con in fronte la luce della Poesia per guidare le anime? Sei tu il magnifico profeta destinato da Dio a cantare le lotte, le anime d’un secolo, o fatto immortali? Sei tu insomma, il grande interprete dell’umanità, coi suoi trionfi e i suoi dolori?”– E il discepolo risponde: “Monarca dei poeti, anima foggiata d’amore, il tuo trono è una roccia d’una spiaggia dorata da cui si vede il mistero dell’infinito; alla quale questo figlio del mare getta come un’offerta l’onda delle sue strofe, coronata di spume secolari, che viene a infrangersi al tuo piede.”

          Anche questo sonetto di dedica e molto felice. Tomas Morales pare rivestirsi d’una severità che contrasta col suo animo giovanile, e pare quella fierezza con cui gli antichi giovani scudieri degni ricevevano le ambite insegne di Cavaliere.

           Il poeta canta poi i porti, i mari e i marinai in una collana di sonetti dove la visione è raccolta con bel scorcio efficace. Le meravigliose marine di Mesdag, le scene di spiaggia, i vecchi lupi di mare del Cottet ci tornano alla memoria. Sono gli stessi colore, e lo stesso rilievo: e sempre il gran fascino dell’oceano che ci vince dopo aver parlato forte all’anima dell’artista. L’epilogo che suggella l’armonioso libro di versi come un’impronta aurea, è un simbolo in cui il poeta si paragona pure al pilota d’un battello di sogno avviato verso le isole delle chimere tra le brume dell ignoto.


(TRADUCCIÓN)

SOBRE UNA COLECCIÓN DE VERSOS ESPAÑOLES

Precede al grupo de Poemas del mar una bella poesía de Salvador Rueda, el bien conocido vigoroso poeta que parece forjar sus versos en el bronce. El artista ya glorioso se vuelve al nuevo llegado y: “Eres tú, le pregunta, el de la nueva generación riente que llega con las manos llenas1 de armonía, con la luz de la Poesía en la frente para guiar a las almas? ¿Eres tú el magnífico profeta destinado por Dios para cantar las luchas, las almas de un siglo, los hechos inmortales? ¿Eres tú, en suma, el gran intérprete de la humanidad, con sus triunfos y sus dolores?”– Y el discípulo responde: “Monarca de los poetas, alma forjada de amor, tu trono es una roca de una playa dorada desde la que se ve el misterio del infinito; a la cual este hijo del mar arroja como una ofrenda la onda de sus estrofas, coronada de espumas seculares, que viene a romperse a tu pie.”

           También este soneto de dedicatoria es muy feliz. Tomás Morales parece revestirse de una severidad que contrasta con su ánimo juvenil, y aparece aquella fiereza con que los antiguos jóvenes escuderos dignos recibían las ambicionadas insignias de Caballero.

          El poeta canta después los puertos, los mares y los marineros en una colección de sonetos donde la visión está recogida con bello escorzo eficaz. Las maravillosas marinas de Musdag, las escenas de playa, los viejos lobos de mar de Cottet se vienen a la memoria. Son los mismos colores, y el mismo relieve: es siempre la gran fascinación del océano que nos vence después de haber hablado fuerte al alma del artista. El epílogo que sella el armonioso libro de versos como una impronta áurea, es un símbolo en el que el poeta se parangona al piloto de un navío de sueño dirigido hacia las islas de las quimeras tras las brumas de lo desconocido.

 

 

 

Presentación del libro Poemas de la gloria, del amor y del mar. Materiales sobre la recepción, de Antonio Henríquez. Por Sergio Constán.

 

Una maravillosa amiga común, bibliotecaria y documentalista, mano derecha de Antonio Henríquez en sus inmersiones sin escafandra en los bajos fondos de la Insular, y mano derecha de quien ahora les habla en todo lo tocante al alma, es la responsable de la curiosa amistad que a ambos nos une. Conozco personalmente a Antonio desde hace muy poco tiempo -creo que desde las pasadas Navidades-, pero sé, claro, del investigador desde mucho antes. A través de nuestra insustituible Natalia, a lo largo de estos años hemos ido sabiendo el uno de los libros del otro, de los artículos y trabajos por ambos publicados. Natalia nos hacía llegar no ya la última entrega, en una suerte de actualización permanente, sino que también intermediaba motu proprio para consultar a uno el dato que no hallaba el otro, o para buscar respuesta filológica en el otro a la pregunta filológica del uno. Después tocaba ser modernos, que es algo que se estila mucho, y continuábamos con el mismo método de mensajería investigadora, ya bajo esa cosa terrible pero efectiva del correo electrónico. A Natalia le quitábamos algo de trabajo, y a nosotros nos permitía (y nos permite) mantener nuestras recíprocas consultas. El café que, de cuando en cuando, logramos tomar juntos, se encarga de poner voz real a estos diálogos, y a mí me permite el privilegio de escuchar in situ y de aprender muchísimo de este extraordinario hombre de letras.

          La aparición del libro del que hoy les hablo, Poemas de la gloria, del amor y del mar. Materiales sobre la recepción, supone, tras el editado hace pocos meses por el Instituto de Estudios Canarios, Escritos y noticias sobre Tomás Morales (1922-1972), el segundo volumen que Antonio Henríquez dedica a nuestro poeta este año. Si a esto sumamos su compilación de prosas de Alonso Quesada, con el título de En el solar atlántico. Panorama espiritual de un insulario, publicado también en este 2011, podemos hacernos una idea de la inagotable capacidad investigadora de quien tengo el placer de presentar. Tres libros de profundo calado filológico, provistos todos de rigurosos aparatos críticos, de tan sabias y lúcidas anotaciones, que marcan un definitivo punto de llegada y de partida en los estudios sobre nuestros autores modernistas. Ante tal espectacular producción, supongo que no seré el primero en pensar en Antonio Henríquez como la figura a la que tendría que haberse dedicado el Día de las Letras Canarias de 2011, con permiso de Tomás Morales y con el de ustedes, claro, ante esta frivolidad mía que quizá no lo sea tanto.

          Lo que propone Antonio Henríquez en estos “materiales sobre la recepción” del que fuera primer libro del gran poeta de Moya, es un exhaustivo y definitivo recorrido sobre cuanto motivó, en 1908, la aparición de los Poemas de la gloria, del amor y del mar; ofrecer al lector, de la forma más completa posible, la extensa cadena de reseñas, noticias, comentarios, reproducción de poemas, todo, en fin, cuanto sobre el fundamental poemario alimentaron periódicos y revistas de la época; mostrarnos, pues, la medida exacta de lo que fue un impacto inusitado en nuestra historia literaria. A la ardua tarea de recopilación y de ordenación cronológica, se suma el impagable aparato crítico de Antonio Henríquez, donde se pone fin a muchos silencios, donde se identifican por vez primera veladas autorías, donde se corrigen errores o se desenredan, sabiamente, marañas demasiado tiempo sostenidas. Es esta información de oro, ganada en buena lid contra el tiempo, contra el polvo de las hemerotecas y contra el riesgo de alguna dioptría más, la que asiste al conjunto para conseguir con éxito su finalidad.

          Recuerdo muy bien que, en la reciente presentación de su otro libro sobre Tomás Morales, un Antonio Henríquez espontáneo y socarrón dio con un curioso adjetivo con el que diferenciarlos. Afirmó de estos materiales sobre la recepción que se trataba de un libro “mucho más novelero”. Quizá pueda luego el autor explicarnos a qué exacto grado de novelería pretendía referirse, pero en tanto pudiera llegar esa aclaración, permítanme que sea con este término con el que les lleve hacia el terreno que más me ha interesado en esta experiencia lectora.

          Más allá de la excelente exhumación y compilación de textos, de los incansables, metódicos y detenidos cotejos; al margen de la impecable consignación de fuentes (en Antonio Henríquez siempre primeras fuentes) o de la meritoria e inédita caza de identidades ocultas bajo pseudónimos; en suma, muy por encima de todo lo que per se da valor a este libro, hay en la prosa de Antonio una motivación añadida. Hablo de esa verdadera novela que podemos hallar bajo buena parte del medio millar de notas a pie de página que integra el libro. Una novela que es la novela de un hombre que busca, y de un hombre que encuentra. Con Antonio Henríquez es un error saltarse alguna de estas notas suyas, porque uno corre el riesgo de perderse muchas cosas. Así, una de ellas, nos lleva hasta el apasionado filólogo investigando en una biblioteca de Florencia y en otra de Milán. ¿Qué se le ha perdido al autor en aquellas tierras italianas? Yo se lo adelantaré a ustedes. Andaba Antonio Henríquez tras la pista de dos reseñas sobre los Poemas de la gloria, del amor y del mar; textos que, según un olvidado periodista, vieron la luz en algunas revistas italianas. No logró dar con ellas, no; pero yendo a buscar aquellas perlas encontró un tesoro inimaginable. Y es que un “suceso imprevisto” -así lo refiere el libro- entró en escena. Nuestro investigador, quizá cansado, quizá aburrido, hojea una viejísima revista francesa de muy novelero título: La enseñanza secundaria de las jóvenes. Va entonces pasando páginas, unas tras otras, hasta detenerse en la reproducción de los modelos de exámenes que, en los institutos y colegios galos, habían de superar las estudiantes para obtener su correspondiente certificado de aptitud. Y allí, en la prueba de traducción del italiano al francés, figuraba, propuesto como ejercicio, un fragmento de una de las reseñas anheladas. Entonces se pregunta el autor: “¿Se enteraría el poeta canario de que las señoritas bachilleras francesas de 1909 tuvieron que conocer al dictado y luego traducir al francés parte de una reseña sobre su primer libro escrita en italiano?”

          Otras notas revelan al investigador humilde: “no he sabido encontrarlo”, confiesa a propósito de un verso de Fernando Fortún. Algunas no evitan la voz del incesante perseguidor de la belleza que es en el fondo este filólogo: “errata algo fea” señala cuando, frente al hermoso vocablo “sopor”, triunfa como inaceptable gazapo “supor”.

           Quizá el más divertido ejercicio de anotación lo advertimos cada vez que nuestro autor, siempre riguroso en la búsqueda de la verdad filológica, ha de enmendar inevitablemente la plana a más de un moralesiano. Divertido, digo, acaso por su generoso esfuerzo de contención, de caballerosidad, me atrevería a afirmar, no exento sin embargo de un hálito de fina ironía. Así hace con don Simón Benítez Padilla, quien creyera en su día haber encontrado dos textos inéditos de Tomás Morales (dos borradores que podían conformar el germen de un poema no acabado). Benítez Padilla exhumó esos versos con todo boato facsimilar, sin saber, como Antonio Henríquez demuestra aquí (también en otro trabajo anterior) que no eran más que dos intentos de traducción de un poema de Léo Larguier, acometidos por un siempre inquieto Tomás Morales. Afirma entonces el anotador, con sabio criterio: “La palabra escrita en francés (nappe), sobre el renglón del verso 9 del segundo manuscrito, podría haberle dado la pista a Benítez Padilla de que el poema no era original de Morales”. Y añade, casi como un aviso a navegantes: “Sin ninguna duda, [Benítez Padilla] se dejó llevar por el entusiasmo y las prisas”.

            A Antonio Henríquez le sobra entusiasmo, pero de ningún modo le afea su labor el vértigo del tiempo. Llegar hasta el último recodo del laberinto parece ser su divisa. Por eso, ante la enésima de las reseñas motivadas por el libro de Morales, en este caso la de un autor ya señalado por otros estudiosos, al profesor Henríquez no le basta el documento. Quiere saber con detalle quién fue ese Julio Acha que firmara el texto y que, según se desprende de él, conoció personalmente al poeta. Activa entonces toda su maquinaria escrutadora para ponernos en antecedentes: no solo nos muestra con detalle la hoja de servicios de este burócrata aficionado al verso, sino que, para su necesaria semblanza, nos ofrece hasta su esquela. Cuando en la nota correspondiente reproduce los nombres de la difunta esposa, de las primas y de los hermanos políticos, Antonio Henríquez desliza lo siguiente: “Por lo que se ve, [Julio Acha] no dejó descendencia”. ¿No delata esta observación, pregunto, su truncado deseo de haber querido ir más allá? ¿No habría pretendido, si otras hubieran sido las circunstancias, contactar con algún descendiente directo del tal Acha? Antonio Henríquez, lo sé, se habría plantado ante la puerta de alguno de los herederos de aquel; y habría hecho muchas preguntas; y habría pedido ojear la biblioteca familiar; y, quién sabe, habría localizado algún libro de Tomás Morales con dedicatoria autógrafa para Julio Acha. Nuevos datos que cerrarían el círculo y que, solo así, habrían saciado por completo su sed.

            Son estas, en definitiva, algunas muestras de lo que antes anunciaba: ese otro libro paralelo a los textos compilados, a esos materiales sobre la recepción que dan título al conjunto, y que les confiere, sin duda, el valor añadido de la pasión y de la entrega. Pero no quisiera desviarles de lo esencial: lo que el autor nos brinda en este volumen no tiene precio para el especialista en Tomás Morales o simplemente para el lector interesado en aquel primer libro del poeta. El alcance de la recepción de los Poemas de la gloria, del amor y del mar podemos hoy, más de un siglo después, calibrarlo con la distancia de los años; pero, sobre todo, hacerlo por fin con la precisión del hallazgo y del rigor documentales. Antonio Henríquez lo ha hecho posible.

 

 

 

Poemas de Tomás Morales

 

TORNEO

A BIAGIO CHIARA

Brillante fiesta de amor
en encantados jardines...
Van a probar su valor
cien gloriosos paladines.

Ya el clarín, con voz potente,
lanzó su pregón postrero;
ya a la liza sonriente,
ha salido un caballero...

El premio del vencedor
es, ¡oh felicidad loca!,
gustar el dulce sabor
de las mieles de una boca...

Yo me lancé a la batalla
por si el premio merecía:
joven corazón latía
contra mi cota de malla...

Y desafié a la muerte
por vuestra faz de azucena;
era el pensamiento fuerte
bajo mi negra melena...

Melancólica romanza
la oliente brisa gemía;
y aumentando mi esperanza,
la alba luna que nacía

mi armadura plateaba...
Cual caballero novel,
las armas blancas llevaba
y era blanco mi corcel...

Con descomunal pujanza
reñí: a los botes certeros,
vigorosos, de mi lanza
rodaron cien caballeros...

Cuando el premio merecí,
os dije, al caer de hinojos:
“Podéis matarme, ¡ay de mí!
Ya me han muerto vuestros ojos...

Herid sin temor ahora,
pues la savia bendecida
de vuestra boca, señora,
volverá a darme la vida...

Y en amorosa locura,
puse en vuestra leve mano
la dorada empuñadura
de mi acero toledano...

Pero no quiso la suerte
que vos cumplierais mi anhelo...
¡Habiéndome dado muerte
me hubierais dado consuelo!

Que aunque salí vencedor,
por vuestro encanto vencido,
desde esa torre, ¡ay dolor!,
llevo el corazón herido...

A LA MARCHESSA MARÍA DE PLATTIS.

Un cantar enamorado
vibra en la alegre floresta;
el parque en luna bañado
está, esta noche de fiesta...

Fiesta de loca quimera
que se celebra en honor
de ser ésta la primera
noche de la Primavera,
tan buena para el amor...

Ya los pajes han servido
el vino. Ya los bufones
su carcajada han reído;
ya lleno de insinuaciones
está el boscaje florido...

Por las sendas, sombreadas
de quejumbrosos laureles,
se oyen perdidos rumores:
parejas enamoradas
de doncellas y donceles
van diciendo sus amores...

Y a lo lejos, en la umbría
misteriosa del jardín,
la dulce melancolía
de un sonoro bandolín
dice una galantería:

– Tiene el conde tres doncellas
rubias como el sol de mayo;
sus pupilas son estrellas
que alumbraron mi fortuna,
sus cabellos son un rayo
tembloroso de la luna...

– Ojos claros, ojos claros, ojos claros...
blanca tez...
La una es rubia, la otra es rubia, la otra es rubia...
¡Oh, qué rubias son las tres...!

Calla la voz... A distancia
responde otra dulce voz,
envuelta entre la fragancia
de los jazmines en flor:

– Las doncellas
son las bellas
azucenas del jardín;
y son ellas
las estrellas
que una noche en que la luna se moría
se asomaron a la vida, sonrientes,
evocadas por las notas transparentes
de un violín.

De la canción amorosa
callan las notas gentiles,
y se pierden vagarosas
las parejas juveniles...

Sólo se escuchan perdidos
rumores, en las desiertas
sendas al amor abiertas;
tras los macizos floridos
algunas risas despiertas
y algunos besos dormidos...

Luego, la voz, a lo lejos,
repite su languidez:
– La una es rubia, la otra es rubia, la otra es rubia...
¡Oh, qué rubias son las tres!...

Y el eco leve, sonoro,
lejano del bandolín:
– Las doncellas
son las bellas
azucenas del jardín...

 

 

 

Nota

1. Nótese que traduce el “untadas” de Rueda por “piene” (“llenas”). Posiblemente el poeta canario envió a su amigo/a italiano/a el libro con esa palabra corregida, que servirá de chacota al crítico Eduardo Gómez de Baquero en su reseña del primer libro de Morales (El Imparcial, 28-IX-1908, lunes, p. 4: “Los Lunes de El Imparcial”: “Revista literaria. Dos poetas.- Poemas de la Gloria, del Amor y el Mar, por D. Tomás Morales”). En el Libro primero de Las Rosas de Hércules, aparecerá “ungidas”.

 

 

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