Durante todo ese período, de más de un siglo de duración, el panorama económico del Archipiélago estuvo en gran medida supeditado a la caña de azúcar, mediante el cual se acumularon los primeros excedentes de capital y surgieron a partir de ellos las primeras fortunas isleñas.
En estas conclusiones1 conviene precisar una cuestión importante y es la de que, como quiera que los factores que hicieron posible los primeros cultivos eran variados en términos de calidad y producción por las notables diferencias de temperatura y heterogeneidad de los suelos aprovechables, según el relieve y la posibilidad o no de acceder al riego; así como por la propia diversidad de las Islas, lo cierto es que la cañamiel y los azúcares derivados (como principal producto de exportación) se impusieron en todo el Archipiélago a excepción de Fuerteventura y Lanzarote, en donde la aridez y la ausencia de recursos hídricos lo impedían.
Procedente de las islas Madeira se introdujo la cañadulce en Canarias a renglón seguido de la Conquista del Archipiélago. Los primeros gobernadores, una vez pacificadas las Islas, tuvieron un papel muy activo -tanto en sus respectivas actuaciones públicas como en las privadas- en la aclimatación de los cañaverales e instalación de los ingenios azucareros, que contaron siempre con todo género de facilidades y con la protección más decidida de los poderes locales. Véase, como principal justificación, los textos de las Ordenanzas del Consejo de Gran Canaria, que regulan hasta los detalles más ínfimos todo lo concerniente al cultivo, la industria, el transporte y el mercado azucarero.
Con el fin de ofrecer las mayores ventajas a la implantación de los cultivos se hizo venir desde el archipiélago de Madeira y Portugal a numerosos maestros y consumados especialistas en calidad de jornaleros y artesanos para que transmitieran sus conocimientos y habilidades a los naturales de estas Islas. Pero la importancia de los lusitanos debió ser mayor aún si cabe en el sentido de que constituyeron una parte apreciable de los primeros pobladores de nuestro Archipiélago, como lo demuestra el que se llegaran a redactar en lengua portuguesa nada menos que albaranes de datas que luego eran firmadas por el respectivo gobernador otorgante2. Es decir, muchos portugueses de la Península y de los archipiélagos de Azores y Madeira se establecieron también como colonos trayendo consigo métodos de cultivo, costumbres y terminologías propias, que con el andar de los tiempos se irían entroncando con las tradiciones canarias preexistentes.
Caña de azúcar (Saccharum officinarum)
Por si fuera poco, los repartimientos de tierras y aguas, que constituían la base del nuevo poder agrario de la emergente aristocracia terrateniente, permitieron la rápida puesta en explotación de vastas extensiones de tierra y en las que, debido a la escasez de mano de obra, se tuvo que recurrir al mercado esclavista ya en auge por aquellos años en el vecino continente africano.
Canarias se va a ver así convertida, desde un primer momento, en un país con una economía agraria de características claramente coloniales, a la vez que una plataforma atlántica de enorme importancia con relaciones de todo tipo con América, África y Europa. Con el aumento de la navegación se beneficiará y potenciará el desarrollo de los puertos y de los centros urbanos de las islas más activas, surgiendo con ello una incipiente burguesía mercantil y financiera ligada a la presencia de poderosos grupos extranjeros que escoraron la economía isleña hacia los intercambios mercantilistas con Europa. Estos grupos crearon una auténtica sacarocracia puesto que impusieron no sólo un tipo de producción determinada, sino que condicionaron también el ritmo, la intensidad y hasta las mismas formas con que se debían realizar los intercambios. Con el ciclo azucarero se inaugura un modelo de desarrollo económico que, en adelante, se convertirá en un patrón constante que se irá repitiendo desde entonces casi invariablemente a lo largo de nuestra historia.
Con el azúcar, además de introducirse esta área geográfica completamente en el ámbito económico del naciente capitalismo internacional, empezaron a llegar al Archipiélago población foránea, nuevas técnicas y cuantiosas inversiones desde Europa. Tal fue el papel prevalente que desempeñó el comercio azucarero que las restantes actividades (como eran la pesca en el banco canario-sahariano, la exportación de orchilla, la producción hortofrutícola, la vid, la ganadería, la siembra de cereales y leguminosas en las medianías, la artesanía y el comercio), con toda su innegable significación tanto para el mercado interior como exterior, no pudieron empañar su enorme relevancia como principal producto de exportación.
Así debió suceder en efecto ya que el activo comercio que generó permitió la obtención de sobrados ingresos para la adquisición de las más diversas manufacturas que el naciente consumo local empezaba a demandar para cubrir sus necesidades básicas y suntuarias. Sírvanos de botón de muestra la variedad de mercancías importadas -muchas de las cuales eran raras y exóticas para aquella época- por el comerciante francés (de la ciudad de Rouen para ser exactos) Juan Mancel, que eran exhibidas en su establecimiento de Las Palmas de Gran Canaria para su venta. Estos productos de elevado valor se intercambiaban con la exportación de azúcares, que él mismo remitía a Flandes y Francia, procedentes del ingenio azucarero que poseía en Arucas su hija, Sofía de Santa Gadea. Estos artículos eran los siguientes: plata labrada, tapicería francesa, lienzos ruaneses, damascos alemanes, tafetanes y paños de fabricación portuguesa, marfiles africanos, trigo y otras muchas mercaderías de las cuales eran deficitarias estas Islas.
Fábrica azucarera de la Era de San Pedro de Arucas (Archivo FEDAC)
Por otra parte, y como ya se ha señalado anteriormente, la industria azucarera demandaba la concurrencia de importantes sumas de capital, desde la siembra de los cañaverales hasta que el producto se encontraba en condiciones de lanzarse al mercado. Había, pues, que cubrir un conjunto de operaciones que iban desde la obtención de los primeros plantones y las complejas labores de precisaban las cañamieles, hasta poder disponer de caudales de agua suficientes, afrontar los elevados costes de la construcción de los ingenios azucareros y su amueblamiento interior: adquisición de calderas metálicas, prensa y una serie de útiles menores, compra de leña, animales de carga y los lógicos gastos de personal. Una empresa así no se podía acometer sin la disposición anticipada de suficiente numerario, por lo que era imprescindible acudir a los prestamistas que facilitaban dinero líquido pero, en la mayoría de las ocasiones, lo hacían cobrando altos intereses y condicionándolo a su reintegro en muy poco tiempo.
En medio de estas inmejorables condiciones actuaron decididamente los banqueros, quienes aprovecharon más que nadie la favorable coyuntura que se había creado en aquella incipiente sociedad, básicamente constituida por soldados, funcionarios, clero, aventureros y segundones, más dados a otros menesteres menos fatigosos que al desempeño de actividades agrícolas, industriales o comerciales; si bien es justo resaltar que existieron también abundantes excepciones que escaparon a esta regla e hicieron grandes méritos en el desempeño de su labor.
Se puede decir, además, que el ciclo azucarero provocó la primera estructuración del agro canario ya que permitió una rápida ocupación de las franjas litorales de las Islas con mayor relieve que estaban orientadas a barlovento y que por esa razón se beneficiaban del constante soplo del alisio húmedo por el que contaban con abundantes recursos hídricos.
La irrupción de los plantíos de cañaverales trajo también consigo una creciente desforestación bien a causa de la roturación de amplias superficies ocupadas por los bosques naturales, bien por las extracciones abusivas de leña y madera destinadas a los ingenios azucareros.
El desarrollo de esta primera industria en Canarias supuso así mismo el despertar de las comunicaciones por el interior de cada isla y entre éstas, como las que se generaron entre el Archipiélago y los puertos europeos, africanos y americanos. En efecto, se abren caminos en las más diversas direcciones empujados por la necesidad de poner en comunicación los cañaverales y los puntos de suministro de leña con los ingenios azucareros; y de estos últimos para transportar los productos azucareros hasta los puertos, en donde eran embarcados hacia los diferentes mercados de destino.
A menudo, en las encrucijadas de caminos o en las proximidades a los puertos e ingenios azucareros fueron surgiendo los primeros núcleos de población que con el tiempo pasaron de ser meras protourbes a convertirse en auténticos núcleos urbanos que, en muchos casos, terminaron erigiéndose en cabecera de muchos de los actuales municipios canarios.
Las dificultades iniciales del transporte terrestre hicieron aconsejable el uso de abrigos y calas naturales en las costas más idóneas para ello; pero también se tuvieron que construir verdaderos muelles como los de Las Palmas de Gran Canaria o el Puerto de la Cruz (Tenerife), con capacidad de atraque para varias embarcaciones. En otros lugares se habilitaron embarcaderos en ensenadas abrigadas como en Agaete, Sardina del Norte y La Aldea (Gran Canaria); o en Icod, Güímar y Garachico en Tenerife. En La Palma, aparte del de su capital, se mencionan ya en época muy temprana los puertos de Tazacorte y Espíndola.
El primer ciclo azucarero canario fue breve. En su ocaso intervinieron varios fenómenos. De una parte, este cultivo consumía con voracidad grandes cantidades de recursos hídricos y forestales en unas Islas con reservas naturales extraordinariamente limitadas. De otra parte, los costes de producción, pero especialmente los relacionados con la mano de obra y los transportes, se elevaron de tal forma que eran ya inasumibles. A su vez, la producción norteafricana y sobre todo la competencia de los cultivos y la producción azucarera de Brasil con fuertes ventajas competitivas por la abundancia de suelo, agua, leña y personal terminaron por arruinar la oferta azucarera de nuestras Islas a mediados del siglo XVI, de forma que a comienzos del siglo XVII ya se habían cerrado los últimos ingenios canarios.
Lecturas recomendadas
ALONSO JIMÉNEZ, F. (1953): El cultivo de la caña de azúcar en Cuba (Experiencias de un canario). Las Palmas de Gran Canaria, 132 pp.
CAMACHO PÉREZ-GALDÓS, G. (1961): “El cultivo de la caña de azúcar y la industria azucarera en Gran Canaria (1510-1535)”. Anuario de Estudios Atlánticos, nº 7.
FABRELLAS JUAN, M. L. (1953): “La producción de azúcar en Tenerife”. Revista de Historia Canaria, nº 100.
PADILLA, A. (1884): La caña de azúcar. Noticias acerca de su historia y cultivo. Santa Cruz de Tenerife.
RIVERO SUÁREZ, B.: (1991): El Azúcar en Tenerife, 1496-1550. La Laguna
Notas
1. Extracto actualizado del libro del autor del presente texto El Azúcar en Canarias (S. XVI-XVII). Colección la Guagua, 1982.
2. PÉREZ VIDAL, J. (1991): Los portugueses en Canarias. Portuguesismos. Cabildo de Gran Canaria, 375 pp.