Pero no, Candidito Ortega Hernández era también mucho más: director de la Banda de Música de la Villa, vividor persistente de todo lo popular, era un verdadero custodio de sones y tradiciones de la tierra que gracias a él pervivieron hasta el último tercio del pasado siglo.
Por ello, la reciente inauguración de la Escuela Municipal de Música de Teror que lleva su nombre, los últimos días que las cercanas elecciones lo han permitido, es una buena muestra de que su presencia sigue ahí, enlazando el hoy por hoy pujante presente de la música en la Villa con las más profundas raíces de la cultura canaria.
Hicieron falta en su momento cauces para que no se perdieran sus saberes, y a ello voy.
A fines de los años sesenta, y como continuación de una tradición parrandera que venía de años, cosa casi obvia en la Villa Mariana, una efervescencia por lo popular y la defensa de las tradiciones, que también se estaba plasmando en otros muchos lugares de la geografía insular con la aparición de diferentes grupos folclóricos, sirvieron de crisol para que las voluntades de unos cuantos preocupados por dar nueva vida a esas maneras y mañas de ser canario que estaban aún latentes volvieran a revivir.
En Teror, ese resurgir se plasmó la noche del 11 de julio de 1970 en las fiestas de San José de aquel año; en el patio del Colegio Diocesano (prontamente remozada sede del Consistorio terorense) un grupo de jóvenes -Solangel de Sancho, Sarito Sánchez, José Rafael Sarmiento, Vicente Guevara, Tano Alfonso...- interpretaron uno de los Monólogos Canarios de Pancho Guerra; luego, doña Pilar Arencibia, la esposa del alcalde don Manuel Ortega, encuadró la figura de los padres, en cuyo homenaje se celebraba la fiesta. Y al final, como festivo colofón, tuvo lugar la primera actuación de Los Roneros, aún exiguo grupo formado las semanas anteriores. Tal como plasmara la crónica de entonces, eran unos muchachos decididos que se han unido para cantar… Unos son estudiantes, trabajadores otros, pero todos igualmente responsables de su cometido como grupo. Esta diferenciación surgida desde un principio (estudiantes-obreros, jóvenes-mayores) marcaría muchas de las circunstancias de su posterior periplo y daría lugar a escisiones y separaciones en los siguientes años. Estaba dirigido musicalmente en sus inicios por uno de los principales valedores del folclore en la Villa desde mucho tiempo antes, don José Santana García, y en aquel verano del 70 otras muchas personas interesadas por difundir nuestra música -los hermanos Vallejo, entre otros- les mostraron su apoyo. Así fue que tan sólo un mes más tarde, tal como aparece en su primera fotografía como grupo, el número de componentes había aumentado y la indumentaria que habían elegido ya estaba definida, aunque alguno aún aparecía con zapatillas deportivas de entonces.
Los Roneros en 1970
Los años siguientes, con algunas divergencias, y nuevos grupos que surgían a su socaire, los llevaron por toda la geografía isleña, pasando por las fiestas de El Palmar, La Aldea, El Pino, San Pedro Mártir en Las Palmas, Guía, Gáldar, Arucas… consolidando poco a poco su estilo y permitiendo a algunos de sus miembros y colaboradores -Carlos Domínguez Iglesias y sus coplas, o Eduardo Vallejo Cabrera con otras obras- crear para ellos canciones y sones. Precisamente, la pieza que éste último tenía dedicada desde los años 50 a la fiesta del barrio terorense de San Isidro y su pervivencia hasta la actualidad, es una buena muestra de ello.
Vamos pa San Isidro,
Que me gusta la fiesta
San Isidro, labra, labra,
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Pero vayamos ya al singular personaje que creara la famosa Isa. Cándido Manuel de Jesús Ortega Hernández había nacido en Teror el 8 de febrero de 1885, hijo de Francisco Mª Ortega y Rafaela Hernández. En pleno Recinto y perteneciente a destacadas familias de la sociedad terorense de fines del XIX, mostró desde siempre una especial predisposición hacia la música, que se manifestaba desde la mañana a la noche, que le cogía tocando la guitarra en la cama; cantando instintivamente y memorizando cualquier melodía que le viniera a la cabeza, o viviendo la música en todas las oportunidades que el discurrir de la Villa Mariana permitía, finiquitando el siglo XIX. Cuando tenía 13 años, en 1898, la presencia durante varios meses en la Villa de una verdadera invasión de intelectuales, políticos y familias burguesas de Las Palmas llegadas a Teror ante el temor de una posible invasión norteamericana de las Islas, trajo también al pianista y profesor del Conservatorio de Ginebra Eduardo Bonny, que no tardó mucho en apreciar estas innatas cualidades en el muchacho y quiso llevarlo al Conservatorio de Milán para terminar de formarlo musicalmente. Pero chocó frontalmente con la negativa de su madre, Rafaela Hernández Suárez, que no entendía esos alejamientos de su progenie para ganarse el futuro, que, por otra muchas razones, tenía asegurado en Teror. Con ello, doña Rafaela marcó el porvenir de Candidito, ligado desde entonces al valle terorense y, en mayor medida, a la vida musical que rodeaba las celebraciones religiosas del Santuario y a la Banda Municipal -creada el mismo año de su nacimiento- y que, con distintos vaivenes motivados por razones políticas y familiares, dirigió desde 1928 hasta 1956.
Por todo ello, cuando sobre 1975 un grupo de jóvenes, interesados por las raíces profundas de nuestro folclore y tradiciones, que Candidito atesoraba, llegaron hasta él buscando saberes, éste no los defraudó. A ese grupo, luego bautizado como Los Chicharones, debemos la primera recogida y configuración de esa excepcional muestra de la cultura musical terorense que es la “Isa a Candidito”, recopilada con otras muchas obras gracias a la paciencia, el tesón y la colaboración del ya nonagenario Candidito. Uno de esos jóvenes, Peyo Benítez, escribió años más tarde que la isa surgió de una jota y que donde decía Aragón Candidito puso Teror; y los sones canarios, la referencia a la cercana Calle de Correos junto al buen hacer tanto del anciano como de sus jóvenes alumnos pusieron el resto, consiguiendo recuperar y construir una verdadera pieza maestra del folclore musical de las Islas.
En 1977, Los Chicharones, ya dirigidos por la mano precisa de Talio Noda (genial investigador, formador y luchador por lo nuestro; llegado a Teror como maestro del Colegio del pueblo y que tanto hizo por las inquietudes musicales de la juventud de entonces), se unieron a lo que restaba de los antiguos Roneros y formaron nuevamente el grupo que, con esta sangre nueva, perduraría, ya cada vez más desganado por motivos varios, hasta comienzos de los 80. Y pese a que en 1978, con la fuerza pujante e innovadora de la transición social y política que se vivía, llegaron a interpretar la “Misa Sabandeña” en la Solemne Función del Día del Pino, Los Roneros fueron languideciendo poco a poco en los siguientes años, hasta desaparecer, tal como dijera en su día el mismo Peyo Benítez por causas ridículas.
Pero dejaron en el año de su resurgir un recuerdo imperecedero del respeto que debían al maestro, al hombre que tantos valores aunara y que les había brindado su sabiduría y tradición en un homenaje que, para los amantes de la tierra y sensibilidad hacia lo que nos definía como pueblo, era ya una deuda de honor de Teror para con la figura y obra de Candidito Ortega. El 4 de septiembre de 1977, en La Alameda, a un tiro de piedra de su casa, la juventud terorense, representada por Los Roneros, cantó sus "Aires de Lima", sus sones, sus coplas, y la Isa a él dedicada con lo que de su memoria había surgido. Ya enfermo, Candidito pudo disfrutar de aquel homenaje como una última muestra del cariño, el respeto y la distinción con que el pueblo donde había nacido le honraba al final de su vida.
Rafaela Hernández Suárez
Vida que se apagó tan sólo dos meses más tarde, en noviembre de aquel mismo año.
Candidito murió cuando su famosa Isa comenzaba a vivir. El periplo es ya conocido: Santiago Nuez, último director musical de Los Roneros, la llevó en su equipaje cuando pasó a Los Gofiones, y éstos la grabaron por primera vez en 1982 en su disco 500 años de historia; aunque no les gustó como quedó -el tempo de la canción era muy lento-, por lo que la volvieron a grabar en el siguiente disco Volumen V, y esa es la versión, un tanto variada con respecto al original, que se pincha en la actualidad y que se ha difundido por el mundo entero.
Y así, los aires musicales que Candidito custodiara y recuperara para el acervo cultural de toda Canarias pudieron seguir escuchándose, aún después de su ausencia. Y ahora más aún, cuando las recién abiertas aulas de la Escuela Municipal que lleva su nombre forman musicalmente a tantas personas, tan sólo a unos metros de la casa donde Candidito las cantó por primera vez:
¡VIVAN LAS CANCIONES DE TEROR!
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