Desde primeras horas de la mañana, la playa de La Aldea se vio tomada por cientos de aldeanos, encargados de preparar el espacio en el parque Rubén Díaz, que acogería horas después a las familias.
Sobre el mediodía, los voladores anunciaban la llegada al cruce de los vecinos que venían caminando y, milagrosamente, los cuerpos desfallecidos por los dos días anteriores de intensa fiesta sanaron, y cuando la Banda de Agaete comenzó a tocar la fuerza vital del pueblo aldeano revivió con las manos alzadas al cielo, que lucía más azul que nunca.
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