Revista nº 1037
ISSN 1885-6039

Sobre la cultura de las talegas en Canarias.

Lunes, 23 de Abril de 2012
Manuel J. Lorenzo Perera
Publicado en el número 415

En la actualidad, el uso tan excesivo del plástico es alarmante y problemático. Antaño -hasta los años setenta del pasado siglo- apenas se conocía. Por ello se utilizaban una serie de enseres que hoy, debido al avance de los tiempos, casi ni se emplean. Entre ellos destacan las talegas.

 

De una forma amplia, la talega es un saco o bolsa de lana o de tela que se usa para llevar o guardar determinadas cosas. Pero sobre ellas, atendiendo a cuestiones formales y de utilidad, encontramos diversas variantes que no responden a medidas estándar, relacionándose muchas veces sus dimensiones con criterios de necesidad, disponibilidad de material para confeccionarlas... Suelen ser más altas que anchas, acostumbrando a presentar en el borde -con el objeto de reforzarlas- un corto doblez hacia adentro, cosido por su lado inferior sobre la parte correspondiente de la bolsa. Lo que se narra aquí es producto de recuerdos de la infancia y de lo que nos han aportado diversos y generosos informantes. No hay espacio suficiente para poder abordar otros utensilios parecidos, como es el caso de los costales, sacos, talegos, del talegón del pescador de barco, la cebadera para dar de comer a las bestias de carga, o de la sementera (semental, sementero) empleada para sembrar el trigo.

 

Vamos a iniciar nuestro recorrido centrándonos en las que han sido las talegas más recordadas y difundidas: la del gofio y la del pan. El cuadro que se incluye en este artículo tiene la finalidad de abreviar lo que vamos a mostrar.

 

 

TALEGA DE GOFIO. Para llevar el grano (tostado o sin tostar) al molino y traer el gofio para la casa. Se encargaban de ello las mujeres, efectuándolo sobre la cabeza, encima del ruedo o rodilla de trapo; con menos asiduidad los hombres, cargando la talega sobre el hombro; cuando había posibilidad, y sobre todo cuando la distancia era larga, a lomos de bestia o en la guagua. Se acudía, cada mes, una o dos veces al molino (30, 20, 6... kilos), porque aflojaba o se echaba a perder.

 

Acostumbraban a hacerse de tela blanca (muselina) o, frecuentemente, con la de sacos de azúcar de 50 kilos que venían de Cuba. Las letras de los mismos, de color rojo, se desteñían con lejía o estregándole jabón lagarto. Fue un material -en una época de faltitas en la que se aprovechaba todo- muy recurrido, empleado para elaborar talegas, sábanas, bañadores, camisas, calzoncillos, bragas, forros de almohadas y de colchones...

 

Toda vez colocado el producto en la talega (grano, gofio, harina), la parte superior que quedaba vacía, se centraba con la mano (hacer un moño) y se anudaba con las dos cintitas que lleva la talega en el extremo superior derecho, que realmente es una sola anudada (ojal) o, con mayor frecuencia, cosida a la talega por la zona de la costura: cinta que, por ejemplo, mide 48 centímetros de largo (24 y 24 centímetros} y 1,5 centímetros de anchura. Por debajo de las cintas, en una esquinita -con el objeto de que la talega no se perdiera ni se equivocara el molinero, pues en los momentos de mucho trabajo hubo que dejarla en el molino-, se bordaba el nombre de la propietaria o las iniciales de los dos apellidos, del nombre y primer apellido, o del nombre y los dos apellidos. Cuando su dueña no la marcaba, el molinero con un lápiz o con bolígrafo escribía en la parte baja de la talega el nombre de la propietaria, los kilos que llevaba a moler e, incluso, su localidad de procedencia. Y hasta hubo quien llegó a hacer en la talega tres ojales (uno delantero y dos laterales) por donde se trababa en los clavos de sujeción de la biquera, evitando así que la talega se estropeara.

 

Talegas similares a la descrita, aunque más pequeñas, se usaron para ir a mercar a la venta, para traer el pan o para llevar gofio en polvo al campo por si surgía la necesidad de tener que volver a amasar.

 

A la talega del gofio en El Hierro se le denomina talego y en la zona de La Laguna (Tenerife) costal. Ambos tuvieron réplicas diminutas, soliendo elaborarse con retales de tela, de saco de azúcar... Los taleguitos herreños sirvieron para portar algo de gofio en polvo o higos pasados, llevándolos, respectivamente, colgado del cinto y dentro de la talega de lana a la que más adelante nos referiremos. En el interior del costalito se mandaba un kilito de gofio a alguna persona muy allegada.

 

 

TALEGA DEL PAN. Empleada para guardarlo en el hogar y para irlo a buscar a la panadería o a la venta, negocios que en muchos pueblos de Canarias hicieron acto de presencia ya bien entrado el siglo XX. Se hacían con tela blanca, con frecuencia de sacos de azúcar cubana, también, aunque menos, con telas alistadas y de colores. Era frecuente que se adornara, la parte delantera de la talega, con cinta de piquillo y -más asiduamente, utilizando diversos colores- con motivos bordados (la palabra pan, molino de viento, tunera, flores...).

 

La talega del pan se cerraba tirando, por medio de dos cintas que se introducían, con la ayuda de un imperdible, por alguno de los dos orificios, interiores o exteriores, abiertos en los extremos de la bolsa. Las cintas -de 8 milímetros de anchura, cuyas respectivas puntas se cosen- van dispuestas en un canalillo (14 milímetros de ancho) trazado, mediante cosido superior e inferior, en la parte baja del vuelto, que puede tener 3 ó 4 centímetros de anchura.

 

 

TALEGA DEL PASTOR. Elaborada con lana de oveja. Es prenda característica de los pastores herreños. Se traía de una especie de mochila, bolsa de forma cuadrangular que suele ser algo más ancha que alta. Muestran dos cordones laterales (también de lana: 163 centímetros de largo y 9 milímetros de diámetro) que van introducidos, respectivamente, por los ojales reforzados (2 centímetros de largo y 0,5 de ancho) que presenta en cada uno de sus extremos; dichos cordones o apielos, que se atan por sus correspondientes puntas, descansan sobre los hombros, de forma que la talega en sí va dispuesta sobre la espalda; en ocasiones, por medio de un palito, los apielos se unen sobre el pecho quedando los brazos totalmente libres: se dice entonces que la talega está apiolada. Se emplea, principalmente, para cargar la comida envuelta en el paño, portar la lechera... Su durabilidad suele sobrepasar los cinco e, incluso, los diez años, según haya sido su uso.

 

TALEGA DE MARISCAR. El marisco recolectado (lapas...) se iba introduciendo en la talega. Se trata de una bolsa que se llevaba delante de la barriga o a un lado, atada a la cintura por mediación de sus dos cordones. En la isla de El Hierro tradicionalmente ha sido de lana. En otros enclaves costeros de Canarias, de tela de saco, sujeta, por ejemplo, con dos pedazos de liña barquera.

 

 

TALEGA DE CANGREJIAR. Servía para meter los cangrejos que se fueran capturando. Similar a la de mariscar, hasta el punto que algunas cumplían ambos cometidos. En El Hierro, donde hemos recopilado la información, se hacían de lana.

 

TALEGA PARA LA CARNADA. Algo más pequeña que las dos anteriores. Para ir disponiendo la carnada que se cogía de día (virando piedras) y se empleaba, esencialmente, en la pesca de viejas: jaca, araña, jullona... Para evitar que aquella se saliera, se doblaba por la parte superior o se ataba con la cinta anudada en un ojal o cosida por la mitad en el extremo superior derecho; y para mantenerla viva, se mojaba con frecuencia en el agua. Permitido por la circunstancia de que eran de lana (El Hierro) o de tela de saco en otros lugares de Canarias.

 

TALEGA PARA PLANTAR. Muy parecida a la de mariscar. Atada a un lado del cuerpo, de ella se sacaba un puñito de garbanzos..., accionando la otra mano con la estaca al objeto de colocar la simiente en el hoyo abierto en la tierra. En El Hierro, donde hemos recabado estos datos, era también de lana.

 

TALEGA PARA LLEVAR LA SEMILLA AL CAMPO. Granos de lentejas, habas, chícharos, azafrán... Hechas de tela de saco con un sistema de amarrar similar a la talega del gofio (cinta cosida por la mitad, dispuesta en el extremo superior derecho).

 

TALEGUITA PARA LAS MONEDAS. De pequeño tamaño. La forma de cerrar, similar a la talega del pan.

 

TALEGA PARA "LOS PREPARATIVOS DE SACAR FUEGO". Se trata de los siguientes: mecha de tabaiba, canuto metálico, eslabón de acero y la piedra de sacar fuego. Los fumadores de cachimba, en la isla de El Hierro, los portaban en la faldiquera o bolsillo de la chaqueta o en una taleguita de lana o tela gruesa que se llevaba colgada del cinto.

 

Era frecuente que se adornara, la parte delantera de la talega, con cinta de piquillo y -más asiduamente, utilizando diversos colores- con motivos bordados (la palabra pan, molino de viento, tunera, flores...).

 

TALEGA PARA LAS PIPAS O HUESOS DE DAMASCO. Con las que -al menos en las calles y plazas de La Orotava (Tenerife)- jugaban las niñas y los niños. Ellas a la manita. Y ellos al más cerca y al montón. Las pipas -siguiendo una tradición inmemorial- se contabilizaban por docenas. Las madres, aprovechando algún retal de tela, confeccionaban las taleguitas a sus hijos, a sabiendas que de ese modo -pues contaban las pipas con frecuencia- perfeccionarían lo concerniente al cálculo numérico.

 

TALEGA PARA GUARDAR LOS BOLICHES. Utilizadas por los niños para guardar los boliches de barro, de hierro y las virucas de cristal.

 

TALEGA PARA LOS LIBROS. Y el restante material escolar (pizarra, lápiz, goma...). La bolsa llevaba cosida, en cada extremo superior, la punta correspondiente a un tiro o cinta larga que permitía llevarla sobre el hombro o cruzada sobre pecho y espalda.

 

 

Aparte de la diversidad expuesta -transmitida por la oralidad cultural, tan diferente a lo aportado por los diccionarios, donde solo se recoge la palabra talega-, la misma está presente en otros apartados del folklore. Talega es apodo personal (Juan Talega) o el propio de una raza o gran familia de pastores de San Andrés en El Hierro: los Talegas. A una gran cantidad de algo se le dice talegada. Darse un talegazo es caerse a plomo, como cuando la talega llena se cae desde la mesa al suelo. De alguien, cuando está excesivamente grueso, se dice que está gorda como una talega.

 

La plenitud de la vida de las talegas corresponde a un momento en el que el plástico estaba ausente y en el que se aprovechaba todo, incluidos los retales de tela para confeccionarlas. La voz de la naturaleza reclama, cada día más, el regreso de las talegas, para frenar el avance avasallador y contaminador del plástico. Las niñas y los niños, en los colegios, deberían aprender a hacerlas para utilizarlas. La de las talegas es una de las tantas pinceladas enriquecedoras de nuestra -tan desconocida y desatendida- cultura tradicional canaria.

 

El presente artículo se lo debemos a la gentileza y atenta colaboración de los siguientes Maestros y Maestras de la Tierra:

 

 

• Rosario Pérez Pérez.
• Ramón Rodríguez Hernández.
• Juan Padrón Cejas.
• Victoriano Fidel Padrón González.
• Guadalupe González Martín.
• Emilia González Martín.
• Vidalia Rodríguez Martín.
• Vicente Hernández Quintero.
• Juan Vega Hernríquez.
• Carmen Peña González.
• Fernando Hernández Álvarez.
• Alcira Padrón Armas.
• Domingo Romero González.
• Filiberto Évora Álvarez.
• Casiana Gil Hernández.
• Concepción Santos Ramos.
• Juan González Barrera.
• Baldomero Cabrera Cabrera.

 

 

 

Clases de talegas

 

 

Este artículo fue publicado previamente en la revista El Baleo (nº. 61).

 

 

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