Revista nº 1037
ISSN 1885-6039

La identidad canaria recreada por Martí.

Martes, 10 de Enero de 2012
Manuel Hernández González
Publicado en el número 400

Para Martí, como para el conjunto del pensamiento emancipador cubano y para el concepto de la identidad isleña en Cuba que subyace en la visión criolla, los canarios son un pueblo criollo ultramarino conquistado por los españoles. Una idea que también se expresó en la América colonial y la independencia venezolana.

 

Hijo de la isleña Leonor Pérez, Martí tiene desde su infancia una idea clara de la identidad isleña, que refleja incluso en obras emblemáticas como La Edad de oro. En ella dice que los isleños de Canarias, que son gente de mucha fuerza, creen que el palo no es invención del inglés, sino de las islas: y si que es cosa de verse un isleño jugando al palo y haciendo el molinete. Lo mismo que el luchar que en las Canarias les enseñan a los niños en las escuelas. Y la danza del palo encintado; que es un baile muy difícil en que cada hombre tiene una cita de color y la va trenzando y destrenzando alrededor del palo, haciendo lazos y figuras graciosas, sin equivocarse nunca1. Perfecto conocimiento del juego del palo, la lucha canaria y la danza de las cintas al son del ancestral tajaraste de resonancia aborigen, bailado al son del tambor, la castañuela y la flauta que delatan su perfecto conocimiento de esa canariedad con la que convivió desde su más tierna niñez en los brazos de su madre. Muchos años más tarde, en la Isla de Mujeres, en la costa del Yucatán, relata que debe ese nombre a los pescadores canarios que van a las Antillas por aquel mar a hacer su pesca. Apunta que fuera acaso por las timoratas familias yucatecas que emigraron en tiempos de las revueltas indígenas, entre cuyas sencillas doncellas no tardan en hallar los pescadores leales y fáciles esposas2. Esta referencia le retrae a una de las actividades con las que fueron conocidos. Desde las aguas de Florida o del Yucatán abastecían a La Habana de pescado fresco3.

 

Para Martí, como para el conjunto del pensamiento emancipador cubano y para el concepto de la identidad isleña en Cuba que subyace en la visión criolla, los canarios son un pueblo criollo ultramarino conquistado por los españoles. Una idea que también se expresó en la América colonial y la independencia venezolana. Por eso Bolívar en la Guerra a Muerte diferenció entre españoles y canarios y La Gran Colombia planteó en el Congreso de Panamá de 1826 la emancipación de las Islas4.

 

El Apóstol en su Discurso del Liceo Cubano de Tampa de 26 de noviembre de 1891, cuando habla sobre los españoles no incluye para nada a los canarios por esa concepción diferencial. Pormenoriza las diversas regiones, incluso la de su padre, pero no incluye la materna: ¿Temer al español liberal y bueno, a mi padre valenciano, a mi fiador montañés, el gaditano que me velaba el sueño febril, al catalán que juraba y votaba porque no quería el criollo huir con sus vestidos, el malagueño que sacaba en sus espaldas del hospital al cubano impotente, al gallego que muere en la nieve extranjera, al volver de dejar el pan del mes en la casa del general en jefe de la guerra cubana?5.

 

Un año más tarde en el artículo de Patria ya citado que dedica a Montesino y al conjunto de los isleños precisa ese concepto diferencial de la identidad isleña. Para él, como para el conjunto de los cubanos partidarios de la emancipación, el canario es un criollo y las Islas una colonia. De ahí que proyecte en América su idea de la libertad que no se atreve a proyectar en su tierra: No es raro que el hijo de las Canarias, mal gobernado por el español, ame y procure en las colonias de España la independencia que por razón de cercanía, variedad de orígenes y falta de fin bastante, no intenta en sus islas propias. Es notable su paralelismo con el enarbolado 5 años después por El Guanche de Secundino Delgado desde Caracas en su retrato del campesino canario: Míseras viven, sin el regalo y alegría con que pudieran, las poéticas Canarias; y no cría bajo el español aquella volcánica naturaleza más que campesinos que no tienen donde emplear su fuerza y honradez y un melancólico señorío, que prefieren las mansas costumbres de su terruño a la mendicidad y zozobras de la ingrata corte. ¿Qué ha de hacer, cuando ve mundo libre, un isleño que padece del dolor de hombre, que no tiene en su tierra nativa donde alzar la cabeza, ni donde tender los brazos?6.

 

Sin embargo se da un avance cualitativo que tiene que ver con su percepción en Venezuela. En el país del Orinoco diría sobre ellos: hay isleños, nativos de las Islas Canarias, una posesión española, hombres rutinarios, de poco alcance mental, de mano pesada, preocupados y mezquinos. Crían cabras y venden su leche. Cultivan el maíz7. Esa opinión distaba bien poco de la que hemos visto del Capitán General Valdés en Cuba, pero está marcada por su impresión de su papel en las contiendas venezolanas, como la Guerra Federal, en la que apoyaron a los conservadores, o en la Emancipadora, en la que fueron mayoritariamente partidarios de la contrarrevolución. De ahí que reflexione algo bien perspicaz: Del bien raíz suele enamorarse el hombre que ha nacido en la angustia del pan y cultivó desde niño con sus manos la mazorca que le había de entretener el hambre robusta; por lo que ha salido el isleño común, mientras no se le despierta su propia idea confusa de libertad, atacar más que auxiliar a los hijos de América, en quienes el gobernante astuto les pintaba el enemigo de su bien raíz.

 

Su cambio de posición se trasmite precisamente cuando se siente vejado por el poder establecido en la tierra que cultiva o en sus seres amados. Esa misma rebeldía que en Venezuela proyectaba contra la oligarquía mantuana se transformaba en los campos de Cuba contra el yugo colonial. Identidad y amor son bases sobre las que proyecta el hijo de una isleña su discurso sobre su adhesión a la causa emancipadora: Pero no hay valla al valor del isleño, ni a su fidelidad, ni a su constancia, cuando siente en su misma persona, o en los que ama, maltratada la justicia o que ama sordamente, o cuando le llena de cólera noble la quietud de sus paisanos. ¿Quién que peleó en Cuba, dondequiera que pelease, no recuerda a un héroe isleño? ¿Quién, de paso por las islas, no ha oído con tristeza la confesión de aquella juventud melancólica? Oprimidos como nosotros, los isleños nos aman. Nosotros, agradecidos, los amamos8.

 

Secuencia de la película cubana José Martí: el ojo del canario (2010)

 

Montesino sufrió la condena en las canteras de San Lázaro de La Habana, donde coincidió con José Martí. Años después, en 1892, éste publicaría en Patria un artículo, "Los isleños en Cuba", dedicado precisamente a sus vivencias con él en el presidio, un texto que es, por otro lado, clarividente sobre las ideas del gomero y sobre la actitud de los canarios ante la emancipación cubana y su valoración por los independentistas. Sobre él diría el Apóstol: no había en el presidio de La Habana penado más rebelde ni más criollo que un bravo canario, Ignacio [error de Martí, que más tarde rectificaría] Montesino. Toda la ira del país le chispeaba en aquellos ojos verdes. Echaba a rodar las piedras, como si echase a rodar la dominación española. Se asomaba al borde de la cantera a verla caer. Servía mucho, hablaba poco, dio opio a los guardianes y huyó libre. Veinte años más tarde vuelve a comunicarse con Martí desde Santo Domingo, república en la que se exilió tras su huida de la cárcel. Comenta Martí que la escribió desde allí. Le dijo que era el mismo de antes en el corazón, que no se ha cansado de amar al país, que el padecimiento y la ruina que le cayeron por él se lo hacen amar más, que allá está suspirando por prestar a Cuba algún servicio. Ante esa adhesión diría: ¿Quién mejor que este isleño podría llamarse cubano?. (...) Pronto va a tener Montesino la ocasión suspirada de servir a Cuba9.

 

Montesino residía en Montecristi (Santo Domingo) desde 1880. Casado allí tuvo varios hijos: Adolfo, Eudaldo, José Joaquín y una hija, de la que no conocemos su nombre. Se dedicó a actividades mercantiles como agente de empresas alemanas y como comerciante de campeche y café. El 4 de agosto de ese año le escribió a Maceo, que se hallaba en Puerto Plata, diciéndole que yo estoy pobre y bastante arruinado, pero para Cuba y para hombres de las cualidades de usted estaré siempre dispuesto10.

 

El 9 de septiembre de 1892 Martí arriba a Govaines. Parte hacia Dajabon, donde visita a Montesino. En Patria el 1 de noviembre recoge sus impresiones: El Delegado, con nuestras almas detrás, nos llevó, callando sólo lo que debía, por los mares dudosos por las inquietas ciudades haitianas y su vapor hospitalario, por las casas campestres del bravo isleño Montesino. La Secretaria de Estado de Interior y Policía de la República reflejó que el Gobernador de Montecristi le informó que había pasado por aquel distrito, procedente de Haití, el señor José Martí, que se decía jefe revolucionario cubano, que dicho señor reunió en aquella ciudad los conspiradores más connotados, entre los que figuraban el señor Montesino, don Francisco Coll y don Máximo Gómez; que allí se habló de la revolución que debía estallar en Cuba no muy dilatado y de formar la expedición cubana con destino al Mol San Nicolás11.

 

Sus casas de Montecristi y Dajabón, donde fue designado Alcalde, fueron durante esos años residencia y auxilio de multitud de dirigentes independentistas cubanos. El mayor general Serafín Sánchez, que vivió por algún tiempo en Santo Domingo, refirió que conoció a Joaquín Montesino, viejo amigo de Martí y su compañero en el presidio político de Cuba por razones de la independencia cubana. A pesar de que era canario, Montesinos residía en Montecristi, Santo Domingo, desde 1880 y a la casa de éste va a vivir Serafín y su esposa, como si fuera su propio hogar12. El hijo de Joaquín, José Joaquín Montesino Lemoine, reseña que una hermana que tenía 70 años en 1945 le relató que ella trató mucho a Martí, como igualmente a otros patriotas que estuvieron en la casa de mis padres, tales como el General Serafín Sánchez, el General Francisco Carrillo, el General Enrique Collazo, la familia de Salas (de esta familia es César Salas, que acompañó a Martí hasta la Playita de Baracoa), los Aloma, etc. Mi familia allí en Montecristi fue muy visitada por Martí y también las visitas de éste se hicieron a Dajabón, donde estaba establecido mi padre13. El general Enrique Loynaz del Castillo fue asistido por él: mi padre lo cargó en Santo Domingo, pues usted sabe que nació allí. Sus padres que llegaron en gran miseria allí, fueron protegidos por mi padre. Y lo mismo de dominicanos que después de la independencia pasaron a residir a la Perla: los Poloney de Puerto Plata, los Thomen y Julio de Peña, de Santiago de los Caballeros, Julio Grillón, los Billini, los Henríquez Ureña, etc. Don Pancho Henríquez fue médico allí de mus padres y luego médico aquí en Cuba14.

 

El 24 de febrero de 1895 arribó Martí de nuevo a Montecristi, donde permaneció hasta el 1 abril, que se embarcó para Cuba. Allí redactará con Máximo Gómez el  documento que pasará a la historia como el Manifiesto de esa ciudad. José Joaquín relata que cuando llegó a esa ciudad a la primera casa que se dirigió fue a la de mi padre. Esto lo hizo aproximadamente sobre las 9 de la noche, pero mi padre se encontraba en Dajabón. Vea las condiciones de actividad de Martí marchó hacia Dajabón para iniciar contacto con su compañero que fuera de cadenas en la cárcel para iniciar contacto con su compañero que fuera de cadenas en la cárcel de La Habana (...) . Tanto éste como él, pues Martí llegó muy cerca de medianoche, permanecieron en vela toda la noche acostados cada uno en su catre, rememorando la estancia de ambos en el Presidio de Cuba15. El 1 de marzo salió hacia Cabo Haitiano con el hijo de Máximo Gómez. A éste le escribe que fue posible la generosidad de Montesino, que le proporcionó buen caballo y compañero16. Panchito relata a su padre que Martí y Enrique Collazo planearon establecer un negocio en Inagua con el canario, socio del alemán J. Stapelfeldt &Co., con el objeto de comprar provisiones y sal para hacer el comercio con Montecristi. Sus referencias son constantes en el diario de Martí de Montecristi a Cabo Haitiano. El 1 de marzo salieron de Dajabón, donde tengo a Montesinos, el canario volcánico, guanche aún por la armazón y la rebeldía, que, desde que lo pusieron en presidio, cuando estaba yo, ni favor ni calor acepta de mano española. Marcha con  Adolfo, el hijo leal de Montesinos, que acompaña a su padre en el trabajo humilde. Monta en su silla con un potro por él alquilado. En Fort Liberté bebe el vino piamontés que me puso Montesinos en la cañonera. Hospedado en casa de Nephtalí, sale de nuevo en su plática17.    

 

Escultura a José Martí en Telde, Gran Canaria (foto: http://evamontoro.es/)

 

El activismo independentista desarrollado por el canario es notable tanto en Montecristi como en Dajabón. Participa activamente en el club Capotillo, creado por el abogado Emilio Reyes en la primera y dirige el del General Cabrera. Cede su casa para sus reuniones, para discutir programas y artículos18 del periódico Las Albricias, cuyos redactores eran fervientes partidarios de la causa cubana. Las actas de los dos centros insurgentes fueron publicadas en Patria en su edición del 30 de marzo de 1895 por las indicaciones del Apóstol. Éste, en su carta a Gonzalo de Quesada y Benjamín J. Cabrera, relató que El General Cabrera fue creado por un isleño que cargó nuestro grillo presidario. Pide que publiquen su acta sin nombres, excepto el del presidente Montesino, hombre ferviente y generoso y terco amigo de Cuba, que con su independencia sólo tiene paces19. Por propuesta del isleño llevaba el nombre de uno de los más esforzados campeones de la gloriosa Restauración dominicana y tenía su sede en su propia casa en Dajabón. En su acta fundacional se reseña que debía de ser una agrupación de simpatía a Cuba, bastante activa para que ayude eficazmente a la revolución, y bastante moderada para que ninguno de sus actos ni manifestaciones de pretexto o razón para que se diga que pone al Gobierno del país en dificultades oficiales. Por medio de recaudaciones, a través de bailes, veladas o representaciones, debe recaudar fondos para la libertad de Cuba. Se justifica por la hermandad entre los pueblos de América Latina, y en particular los que forman la hermosa Trinidad de las Antillas Mayores, que se deben mutuamente la ofrenda de su amor y sacrificio. En esa coyuntura la independencia es una causa pendiente en el sagrado tribunal de la conciencia humana. Denunciado por el cónsul de España, el gobierno dictaminó su suspensión en abril de 1895. Pero fue un mero acto oficial destinado a complacer sus exigencias, pues siguió actuando con mayor cautela20.

 

 

Notas


1. José Martí. Obras completas. XVIII: 342.

2. José Martí. Obras completas. XVIII: 191.

3. Manuel Hernández González. “Los pescadores canarios en La Florida y el abastecimiento de pescado fresco a La Habana en el siglo XIX”. El Pajar (15), 2003.

4. Manuel Hernández González. La emigración canaria a América (1765-1824), entre el libre comercio y la emancipación. Tenerife: Centro de la Cultura Popular Canaria, 1996.

5. José Martí. Op. Cit. Tomo 4, p. 277.

6. IBÍDEM. Op Cit. Tomo IV, p. 423. Manuel Hernández González. Secundino Delgado en Venezuela. El Guanche inédito. Tenerife, 2003. 

7. IBÍDEM. Op Cit. T. 19, p.159.

8. José Martí. Obras completas. IV: 423-424.

9. José Martí, Obras completas. La Habana: Instituto Cubano del Libro, 1963-1973, IV: 423-424.

10. Emilio Rodríguez Demorizi. Martí en Santo Domingo. La Habana: 1953, 432-433.

11. Cit. En Emilio Rodríguez Demorizi. Martí en Santo Domingo. 85 y 335.

12. VV.AA. Apuntes biográficos del mayor general Serafín Sánchez (La Habana: Ed. Unión de Escritores y Artistas de Cuba.,1986), 49. Cit. en Manuel de Paz Sánchez y otros El bandolerismo en Cuba. presencia canaria y protesta rural (Tenerife: Centro de la Cultura Popular Canaria, 1994), II: 113.

13. Cit. Emilio Rodríguez Demorizi. Martí en Santo Domingo. 509.

14. Emilio Rodríguez Demorizi. Martí en Santo Domingo. 510.

15. Emilio Rodríguez Demorizi. Martí en Santo Domingo. 510.

16. Emilio Rodríguez Demorizi. Martí en Santo Domingo. 118.

17. José Martí. Obras completas. XIX: 183-212.

18. Emilio Rodríguez Demorizi. Martí en Santo Domingo. 381.

19. José Martí. Op. Cit. Tomo IV, p. 109.

20. Emilio Rodríguez Demorizi. Op. Cit. pp. 389-395.

 

 

Comentarios
Viernes, 13 de Enero de 2012 a las 22:13 pm - Raydel Cabello Melian

#03 Me gusto mucho este articulo y su punto de vista. Saludos desde Cuba

Jueves, 12 de Enero de 2012 a las 20:05 pm - victorio

#02 Enhorabuena, apreciado Manolo, por tan magnífica información sobre el gran José Martí. Un auténtico lujo para los canarios tener investigadores de tu talla. Un saludo desde el Menceyato de Tegueste.

Jueves, 12 de Enero de 2012 a las 11:10 am - Agustín Bethencourt

#01 Excelente artículo. Gracias.