Revista nº 1037
ISSN 1885-6039

Debate abierto sobre el Juego del Palo Canario. A don José Víctor Morales, rogándole que descubra su juego.

Jueves, 15 de Marzo de 2012
Alejandro Rodríguez Buenafuente
Publicado en el número 409

Lo importante es el resultado, ya elaborado de partida: el juego de palo es un arte marcial guanche y usted es su único conocedor y practicante válido; el que sabe y los demás estamos tergiversando la “Historia”...

 

Sr. José Víctor.

 

Sigue usted negando la mayor y afirmando usted tener la verdad sobre el juego de palo. Resumo de nuevo:

 

1. Dice usted que el actual juego de palo es única y exclusivamente una construcción cultural aborigen canaria. No lo ha demostrado.

2. Dice usted que el juego de palo se ha mantenido hasta la actualidad en contextos cerrados de sociedades de resistencia y que, por ende, el juego de palo que aprendió usted en San Andrés responde a un caso concreto, parece que incluso el único, de tal concepto antropológico. No ha demostrado ni la existencia de tales sociedades de resistencia, y ni siquiera la viabilidad de tal construcción argumental en la historia de Canarias, auque sea en un solo caso.

3. Deja entrever que el juego de palo que aprendió usted en San Andrés a finales de la década de 1970 es el mismo que se jugaba a principios del siglo pasado y que, por tanto, los otros “estilos” surgidos de esa escuela son meras corrupciones del auténtico juego, que es el que usted practica. Esto, obviamente, no hace falta que lo demuestre: lo da por presupuesto, auque tan solo se atreve a sugerirlo.

 

Y esta es la conclusión real de su libro: usted es el heredero del verdadero juego del palo... Para este viaje no hacían falta tantas alforjas…

 

La verdad es que no he querido hasta el momento exponer esta conclusión, puesto que me había engañado, como todos los demás, con su pretendida imparcialidad “científica” e “histórica”. Por tanto he intentado hasta ahora mantener la discusión en los términos científicos e históricos que usted, tan  astutamente, me ha planteado. Pero veo al fin que es incapaz de pasar de la mera exposición de una hipótesis de trabajo a una tesis histórica medianamente coherente. Elabora y cierra argumentalmente su hipótesis y luego pretende la realidad se ajuste a ella. No contrasta: ¿para qué?, si lo importante es el resultado, que ya lo tiene elaborado de partida: El juego de palo es un arte marcial guanche y usted es su único conocedor y practicante válido. Usted es el que sabe y los demás, que no nos lo queremos creer, estamos tergiversando la “Historia”, nada menos... y con motivos oscuros e intereses particulares inconfesables; por lo que nos merecemos que en las conclusiones de su “libro” nos ponga en evidencia.

 

Me siento defraudado..., de verdad… Este tipo de argumentaciones la he oído y leído en otras ocasiones y no les he hecho mucho caso, pero no esperaba ver semejante ejercicio de arrogancia arropado concientemente con argumentos metodológicos de la “ciencia”, la “historia”, la “sociología”  o la “antropología”.

 

Su propuesta no es precisamente nueva, ya la anunció de modo muy parecido a mediados de la década de 1980, otro autor con tendencia a la, digamos, “autotitulacíon”, Don Jorge Domínguez Naranjo, auque, hay que reconocer, que él se limitó prudentemente a la “etnografía”.

 

Recordará sin duda, puesto que presentó alguna de sus arropadas argumentaciones contra ellas: DOMINGUEZ NARANJO, J.: “El Juego del Palo en Fuerteventura y Lanzarote.” en  Aguayro nº 157  enero/febrero, 1985; “Un hombre para la historia del Palo Canario El maestro don Francisco Santana Suárez. La Lucha del Garrote. Antecedentes de su rescate”. En Samborondón, nº 5, marzo 1985; “El Juego del Palo Canario, (pasado, presente y futuro)”. En Congreso de Cultura de Canarias. Las Palmas, 6 de diciembre de 1986; Introducción a la historia de la lucha del garrote. Dirección General de Deportes del Gobierno de Canarias, Las Palmas de Gran Canaria 1990; Catón de la Lucha del Garrote. Método de Jorge Domínguez. Dirección General de la Juventud del Gobierno de Canarias Las Palmas de Gran Canaria 1992; o El Juego de la Lata (Garrote) y el Juego del Palo en Lanzarote. Cabildo Insular de Lanzarote / Centro de la Cultura Popular Canaria, La Laguna 1997.

 

Las argumentaciones de este autor son exactamente las mismas que hace usted, solo hay que cambiar el término juego del palo por el término lucha del garrote (una feliz aportación conceptual de la cosecha de dicho autor) y, obviamente, quitar la referencia a la escuela de San Andrés. Adviértase visualmente el parecido.

 

1. Dice Don Jorge (D. J. Víctor) que la actual lucha del garrote (juego del palo) es única y exclusivamente una construcción cultural aborigen canaria. No lo ha demostrado.

2. Dice Don Jorge ( ) que el la lucha del garrote ( ) se ha mantenido hasta la actualidad en contextos cerrados de pastores guerreros y que, por ende, la lucha del garrote que aprendió en Telde ( ) responde a un caso concreto, parece que incluso el único, de tal concepto antropológico. No ha demostrado ni la existencia de tales construcciones culturales de pastores-guerreros, y ni siquiera la viabilidad de tal construcción argumental en la historia de Canarias auque sea en un solo caso.

 

No obstante, hay que reconocer que la argumentación de D. Jorge es mucho más sólida que la suya ya que, aun manejando intuitivamente ese sesudo concepto tan “antropológico” y “científico” de las sociedades de resistencia, al menos propone un caso concreto: el de el mantenimiento de la práctica en sociedades de pastores que se pudieron mantener culturalmente coherentes desde la época anterior a la Conquista. Bastante más de lo que usted nos ofrece…

 

En fín…, ya sabemos a donde nos han llevado las propuestas de D. Jorge: cuando empezó presidía una Asociación de Palo Canario (ASPC) y acabó presidiendo una Federación de Lucha del Garrote. Y hay que decir que ello, en sí, no supone nada intrínsecamente malo: si realmente cree en lo que argumenta: pues bien está.... Es cierto que no lo ha demostrado históricamente, pero tampoco ha pretendido hacerlo, como si lo ha pretendido usted.

 

Diría, horradamente, que parecería que intente usted convencernos de sus propuestas para llevarnos a algo que no se acaba de ver… Habla usted de los artes de marcialidad, ¿qué quiere decir con eso?, ¿pretende crear un nuevo arte marcial canario diferente del creado por D. Jorge? (ya le hemos visto dar clases de juego del palo en gimnasios de artes marciales…). Sería muy de agradecer que nos lo dijera más claro y no nos haga sospechar que quiere engañarnos trasteando en la Historia para lograr sus fines. Porque no puede usted aducir desconocimiento, ya que ha hecho la carrera: hay un método, y las hipótesis hay que ponerlas a prueba… Entonces: ¿qué podemos pensar, que no sea que quiere usted engañar a los incautos con su entramado pseudo histórico?... ¿Y por qué nos quiere usted engañar?, muestre su juego.

 

Le ruego que no nos siga empantanando la cuestión: demuestre lo que afirma o cállese. Porque, le guste o no, el debate de la historia del juego del palo o de la misma consideración cultural de aquel, incluso ahora, sigue estando abierto. Y, sobre todo, deje de atacar la honorabilidad de la gente y compruebe, más bien, como casan sus propios deseos con sus métodos.

 

Para acabar esta árida cuestión, y en respeto a los lectores que eventualmente puedan estar leyendo estas líneas, valga poner dos textos sobre el juego, es decir, esgrima, de palo en Canarias separados por 400 años. Una es de finales del s. XVI y hace referencia a lo practicado un siglo antes en Gran Canaria y otro es de principios del s. XX y hace referencia a lo practicado un sigl antes en Tenerife. Es cierto que ninguno de ellos se emplea el término concreto de Juego del Palo (aunque sí otros parecidos como el arte de jugar el palo”, aunque en ambos se habla de destreza. La vinculación entre ambos parece evidente, sin embargo las diferencias también; y se hace patente el peso de 400 años de cambio y aportaciones culturares. Negarlo es negar la mayor, como decía anteriormente.

 

 

(ABREU Y GALINDO, FR. J. de; Historia de la conquista de las siete Islas de Canaria. –circa 1590- Edición crítica con introducción, notas e índice por Alejandro Cioranescu. Goya Ediciones, Santa Cruz de Tenerife 1977.p. 151 Libro Segundo, Capítulo II, 8º y 9º párrafos)

 

Tenían lugares públicos fuera de los pueblo, donde hacían sus desafíos, que era un compás cercado de pared de piedra, y hecha una plaza alta, donde pudieren ser vistos. La orden que tenían, queriendo salir al desafío, era pedir licencia  a los doce consejeros de la guerra, que llamaban gayres y había seis en Telde y otos seis en Gáldar (con cada guanarteme, seis); a este consejo llamaban Sabor. Los cuales la concedían con facilidad; y después iban al facag, la confirmase.

Hecho esto, juntaban cada uno sus parientes y amigos, no para que lo ayudasen, porque todos estaban atentos, mirando con tan poca pena, como si vieran pelear animales, sino para que viesen el valor de sus personas y se holgasen de ver cuan bien lo hacían. Y las armas eran un palo cada uno, con su gazporra, y tres piedras lisas, redondas, y unas rajas de perdenal muy agudas. Y, puestos en el lugar, encima de dos piedras grandes llanas, que estaban a los cantos de la plaza, cada piedra de media vara de ancho, se subían sobre las piedras, y allí esperaban el tiro de las tres piedras, sin salir de ellas fuera; pero bien podían mandar el cuerpo y hurtarlo al golpe de las piedras. Y acabadas las piedras, tomaban las rajas de perdenal en la mano izquierda, en la derecha el palo, y acercándose se daban con los palos hasta cansarse; y sintiéndose cansados, se retiraban, y los parientes y amigos les daban alguna cosa de comer; y tornaban al combate con los palos y rajas. Se daban mil palos y navajas, con gran destreza, hasta que el capitán de los gayres los daba por buenos, diciendo: -Gama, gama; que quiere decir: -Basta, basta, o –No más, no más. Y si acaso alguno de los que se combatían se le quebraba el palo, el contrario se estaba quedo y cesaba la pelea y el combate, y no había más enemistad entre ellos, y quedaban dados por buenos, y a ninguno llamaban valiente. Estos desafíos los hacían los canarios, para ejercitar sus fuerzas y probarlas en sus regocijos, fiestas y pasatiempos, y también por envidias que se tenían de más esforzados.

 

 

 

"¡Que te pierdes, Pedro!" Cuento del autor costumbrista lanzaroteño Benito Pérez Armas, editado por primera vez en 1900, en Gente  Nueva (nº 29, 21 de mayo).

 

I

Valientes dos cachos de hombre! ¡Lástima que no se den una pechada pa ver cuál es el que se queda en el terreno! —exclamaban infaliblemente todos los que conocían a maestro Pedro y a tío Antonio el de Tacoronte, famosísimos valentones que manejaron sus estacas allá por los comienzos de la presente centuria.

Maestro Pedro el cantero, como lo llamaban por tener el oficio de labrante, era hombre de buena estatura, de cuerpo recio y musculoso, aunque cenceño, y de muy pocas palabras. Todavía magallote ya gozaba prestigio en el terruño nativo, por los tremendos garrotazos que repartía y por la agilidad con que evitaba los de sus contrincantes. Los doctores de la guapeza y los maestros en el arte de tirar el palo le habían profetizado que si continuaba la senda emprendida llegaría a ser todo un hombre; y él, lleno de fervor, puso cuanto estaba al alcance de sus puños y caía bajo la jurisdicción de sus alientos, para no defraudar esperanzas tan halagüeñas.

Todas las vísperas de las fiestas le quitaba el polvo a su garrote de membrillero y como si fuera a cumplir voto sagrado, se ponía en camino, no a requebrar mozas ni a correr parrandas, como otros, sino a ver si se presentaba ocasión de dar unos toquitos para ensayar una punta o medirle las costillas a determinado jaquetón que escupía por el colmillo.

Después de visitar varios años la festividad de San Lorenzo, en el Valle; del Señor de la Salud, en Arona; de San Agustín, en Vilaflor, de San Luis, en Chiñama; de San Antonio, en Granadilla; y del arcángel San Miguel en el pueblo de su nombre, conquistó maestro Pedro tal reputación, que desde el convento de Abona, por oriente, hasta traspasar la casa solariega de los señores de Adeje, por occidente, nadie se le ponía delante en son de camorra.

¡Cuidado que en aquellos tiempos era peliagudillo llegar a ese caso! Pero, como él decía, buena colección de jetas como jemes y chochufos como brembillos le habla costado...

Su fama creció de tal suerte que siendo las bandas del Sur poco espacio para contener tanta paliza, se había desbordado, digámoslo así, por la región del norte, amenazando invadir toda la isla.

¡Y eso era imposible! ¡Un chasnero venirle con fanfarronadas a los del norte! ¡Era necesario meterle el resuello pa dentro! ¡Pues no faltaba más!

Tío Antonio el de Tacoronte se había encargado de ello. ¡Irle a él con cherches del Sur...! ¡Se necesitaba no tener vergüenza!

Era el tal hombre de malas pulgas, que tenía sólida fama de guapo en todo el norte de Tenerife, y se ganaba la torta vendiendo por esos mundos cornales y corambres de suela cruda.

Espoleado por el prurito, que siempre tuvo, de no tolerar fama ajena y como era ajoto, requirió su garrote de duraznero, se echó encima los bártulos del oficio, y cátabo con el caquero a medio lado, camino de la fiesta de San Miguel. Iba a pasar por el brimbe al valentón del Sur, y así lo decía tan rufo como persuadido de que era cosa de llegar y bebérselo mesmamente como si fuera un jarro de agua de la pila... ¡Ya; lo tenía hecho tantas veces con otro pájaros forfolinos que le habían salido al encuentro...!

 

II

(….)

Tío Pedro el cantero y el de Tacoronte se tropezaron en un ventorrillo que daba frente por frente del teatro de muselina pintada, donde se echa la comedia. Ambos, sin saludarse ni cruzar palabra, permanecieron algunos minutos en pie bebiendo a sorbitos la obligada copa de mistela, y apoyados en sus palos de reglamento, es decir, que les llegaban al hombro.

No estaban bebidos, ni era esa la cuenta, y se husmeaban mutuamente como dos perrazos que van a decidir cuál tira mejores dentelladas.

De pronto el de Tacoronte, mirando de cabo a rabo a maestro Pedro, le dijo en tono provocativo:

—¿Usted es?

Y tío Pedro contestó en igual forma:

—iYo soy!

Sin más reto ni más palabras, tomaron campo enarbolando los garrotes y se armó una de no te menees. Las gentes acudieron solicitas para ver el choque de aquellos dos maestros en el arte de jugar al palo, pero se les maguó el gusto, porque el chasnero, sacrificando el lucimiento de reglas y filigranas a la presteza del porrazo, le atizó uno tan soberano a su rival, que le dejó tendido, al decir de los espectadores, con los ojos saltándosele del casco.

Mucho se complacieron debo ocurrido los del Sur, pero no por eso dejaron de levantar al tacorontero y de llevarlo a una casa vecina, donde con unos tragos de aguardiente y dale que te estrego con vino de romero lo empelecharon lo bastante para que se volviera a sus patrios lares, con las manos en la quijada de abajo, ocultando un verdugón como una muñeca... Iba muy amostazado y jurando tomar el desquite con creces.

Maestro Pedro, como si nada hubiera pasado, se volvió al ventorrillo a charlar con la dueña, apetitosa y sazonada fruta que muy pronto le pertenecería, pues ya le habían tirado del coro dos de las tres veces que son de rúbrica.

Al llegar, rodeado de admiradores, su novia le dijo:

—¿Qué tal? Parece que le apretaste bien las clavijas. Ya tiene pernil pa rato, si quié roer...

Maestro Pedro sonrió despreciativamente y dijo:

—Le quise enseñar una punta, pero no pude. El hombre no vale un jigo y al primer viaje se fue de varetas... ¡Pa ese norte no hay más que fanfarria y familiaje alegador!

 

III

Cosa de un año llevaba el tacorontero en acecho de ocasión para vengarse del palo de la fiesta de San Miguel y nunca lo lograba. Un día, por fin, supo que el maestro Pedro iba a La Orotava pasando por la cumbre, y se puso en camino acompañado de dos amigos de mano dura y arma atravesada. Ya no era la cuestión ventilar un pleito de guapos, sino el propósito inquebrantable de atizarle al maestro una terrible paliza.

Era por filo más de media noche, cuando el maestro Pedro, que ni en sueños sospechaba lo que iba a sucederle, abandonó a San Miguel en compañía de su costilla y con las alforjas colgadas del indispensable palo de membrillero.

(…)

Por tales parajes iba el chasnero y su costilla, cuando, al doblar un peñasco, se concentraron con los tres agresores.

Velozmente se hizo cargo de la situación maestro Pedro, tan pronto como hubo reconocido al de Tacoronte, y dando un salto al mismo tiempo que dejaba deslizar las alforjas por la espalda, le atizó un palo a su querida mujer en el nacimiento de la oreja derecha, con tal acierto que la hizo caer sin sentido.

Este tan rápido como inesperado suceso dejó estupefactos durante unos segundos a los tres aparecidos, y maestro Pedro, aprovechando la oportunidad, tiró un palo de abajo arriba al más cercano de ellos, derribándole por tierra. Luego, con más viveza que se dice, acudió a atajarse un garrotazo de otro de los compañeros del de Tacoronte y al mismo tiempo dejó correr su palo hasta la frente del enemigo, para darle un terrible puntazo y hacerle también rodar.

En seguida, saliéndose del terreno con presteza y actitud garbeante, dijo al tío Antonio:

—Ora los dos solos, como es de regla.

El maestro Pedro se proponía dar a su enemigo una paliza atroz, y conforme a todos los principios del arte. Por eso no le atacó en seguida sino que antes bien le dejó reponerse de la sorpresa que todo lo visto le causara. Esta conducta no era hija de la hidalguía y la generosidad, ni mucho menos, sino de esa altivez fanfarrona de los guapos, de ese garbo soberano del que no conoce igual en achaques de valentía.

Era el tío Antonio corajudo, cañoto y jugador de palo largo, mientras el chasnero, listo como una centella, no cumplía con las cuadras en terreno fijo, y tiraba a entrambas manos, según los principios clásicos de los guanches tinerfeños, de trozo y punta, sin excluir los palos corridos. El primero de los citados contendientes pertenecía a la escuela majorera, de juego abierto, en que domina el molinete y palo largo, sistema mejor para defensa que para ataque, y en el que si los efectos son terribles cuando alcanza, la velocidad está sacrificada a la potencia y los cuerpos se descubren más de lo conveniente. El segundo, esto es, el maestro Pedro, era discípulo de la escuela genuinamente tinerfeña, en que el juego es cerrado, ligan más los garrotes, el desande es rápido, privan los amagos y tan pronto se hace el quite con un extremo del palo, como se ataca con el otro. Este sistema exige hombres muy ágiles, perspicaces y de gran presencia de ánimo, cualidades en verdad no muy fáciles de reunir. Ni al maestro Pedro ni al tío Antonio le faltaban, y por eso se arremetieron con las de Caín y sin pronunciar palabra.

¡Extraño lance de honor aquel, librado en Las Cañadas y en una soledad que penetra los nervios con escalofríos de horror...!

No son para referidos los detalles del encuentro; basta decir que el chasnero, por esa siniestra complacencia del gato que antes de devorar al ratón juega con él hasta cansarlo, después de hacer sudar la gota gorda a su enemigo pa demostrarle que no era nadie a su lado en cuanto a jugador de palo, le atizó un porrazo descomunal en el mismo sitio que le había dado el primero, pa que de una vez aprendiera la punta.

Personas hay que afirman que el maestro Pedro remató la hazaña quitándole las armas a los vencidos y dándoles en los tobillos sendos garrotazos a fin de que no pudieran pisarle los talones mientras estuviese en el camino... Lo cierto es que cuando pudo reanimar a su mujer con sorbos de vino, se puso nuevamente en marcha dejando como difuntos a los tres valentones que habiendo ido por lana salieron trasquilados.

La noticia de lo sucedido se aventó por todo el Sur, y la gente andaba muy alcanzada de paciencia por conocer los motivos que tuvo maestro Pedro para comenzar la célebre aventura dándole el primer golpe a su querida esposa, pues él no aclaraba el misterio y ella parecía conforme con lo sucedido, a juzgar por la sonrisa maliciosa con que contestaba a las acometidas de la curiosidad callejera...

Cierta tarde, un señor de San Miguel, a quien maestro Pedro guardaba muchos miramientos, después de darle al cantero algunos vasos de vino añejo de la pipa santa, le formulé en términos apremiantes la pregunta que todos, como queda dicho, venían haciéndose.

El maestro se echó entonces el último sorbito, se rascó la cabeza y dijo:

—Señor, ¿pa qué me pregunta eso? ¿Pues su mercé no sabe lo que son las mujeres...? Si yo no le arrimo el toquito a la mía se me cuelga gritando: ¡Que te pierdes, Pedro, que te pierdes! y de sofate nos dan una chafeña de palos que nos muelen los cuerpos como asimite... Lo cual con un variscasito todo tuvo remedio...

Quedóse el interpelante admirado de la perspectiva del maestro Pedro, y como contara a varias personas lo sucedido, desde aquel día se hizo proverbial la frase: ¡Que te pierdes, Pedro.

 

 

 

Foto: Leonardo Torriani, dibujo hacia 1590-95

 

 

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