Corremos riesgos en forma de vertidos y contaminación del mar y playas, de pérdida de muchas riquezas naturales, especies protegidas y recursos. Dicha apuesta traerá más dependencia, un modelo económico y energético menos democrático, en manos de grandes multinacionales y, sobre todo, significará apostar por agravar aún más las consecuencias del cambio climático, el deterioro del planeta, la destrucción de importantes zonas naturales, como en Latinoamérica por empresas petrolíferas como REPSOL. Significa ponernos en un escenario de relaciones internacionales dominadas por grandes intereses especulativos, que hoy están en el centro de graves conflictos y tensiones militares".
Frente a esto, Ben Magec, alza su voz desde lo más alto, para que lleguen a cada rincón del Archipiélago los mensajes tenemos que caminar por otra senda, tenemos que decidir, entre esos dos millones de personas que viven en esta tierra, qué modelo energético queremos y necesitamos para construir un mañana más sostenible y democrático, respetando este territorio, el cual veremos desde la cima de cada isla, admirando la rica biodiversidad que nos habita y a esa gente que hace la aventura de la vida dentro de él.
Tenemos un mar que no descansa nunca, nos baña con sus olas y puede producir la energía que necesitamos; tenemos un viento que nos acompaña desde siempre y otros que, de vez en cuando, nos visitan y mueven molinos y empeños; tenemos un sol que Ben Magec ha escogido como símbolo, que alimenta la vida desde muy temprano para el movimiento de casi todo, despierta el pueblo que somos, la luz, el calor y podría hacer funcionar esta sociedad de forma más limpia, económica e independiente, sin la fiebre del derroche gris que padecemos y también desde lo cercano y pequeño. Pero también tenemos esa otra energía limpia, no contaminante, renovable y hermosa, la voluntad de la gente. Una energía que el día 30 nos mueve a la montaña, pero también puede mover la montaña. Una energía que se produce en cada persona, y que juntándola es capaz de mover utopías y esperanzas. Una energía que grita y lucha, cuando se quieren hacer atropellos, como el de condenar nuestro futuro al piche y la avaricia, y que habla y canta, cuando sentimos la alegría de cada victoria.
Estamos acostumbrados a querer y admirar estas montañas que nos coronan, a luchar por ellas y las hemos elegido para esta acción. Por eso, cuando subimos a Malpaso en el Hierro recordamos la hermosa lucha de toda una isla para que en esa cumbre reine la paz y no las antenas militares. Y recordamos en el Garajonay, en el ara de sacrificio de los antiguos gomeros, las razones por preservar lo mejor de nuestra cultura, lo que nos hace libres y no esclavos, aunque haya que desprenderse de mitos y engaños. Recordamos, en el Roque de los Muchachos, junto a esos grandes telescopios que observan el firmamento, que la tierra que habitamos está aquí cerquita y, en ella queremos seguir viviendo, aunque de otra forma. Y en el Teide, que nos observa a todos, recordamos que, en sus faldas, se levantó un pueblo contra unas torres y que, en las orillas que lo baña, seguiremos luchando contra agresiones como la de Granadilla o las Teresitas, o a favor de esperanzas como la del Rincón. Desde la cumbre de Gran Canaria, junto a antenas y radares militares desde donde se vigila el cielo para intereses que no son los nuestros, vemos una isla castigada de cemento y avaricia, pero repleta de corazones que fueron capaces de conseguir que, mirando al Suroeste, hacia Veneguera, el horizonte se atisbe de cardones y tabaibas y no de hoteles y resplandores. En Fuerteventura, las montañas que merecían nuestra subida eran muchas: Tindaya para que no la agujeren, La Muda para que los militares no se salgan con la suya, el Cardón para que veamos La Costa con el balido de las cabras y no con balas y explosivos. En Lanzarote, junto a otra cumbre de antenas y uniformes, recordamos que, en estos años, la ilegalidad se ha desparramado como sus lavas, destrozando playas y convirtiendo el robo en acción política. Allí, hay una conciencia ecologista que no sólo es hija del arte, sino del esfuerzo humano y en estos días ha alzado su voz. En La Graciosa, recordamos que se puede hacer un mundo para que funcione y sea ejemplar, ajustado a las necesidades reales y no al crecimiento irracional y a beneficios extraños. Puede ser un ejemplo, sin que su gente viva ninguna condena.
No es mucho lo que queremos y pedimos. Lo suficiente para que nuestra sociedad canaria pueda vivir bien y en manos de sí misma. Pero como aún hay por ahí debajo de estas montañas donde estaremos, o en otras tierras hacia el Norte, quienes no quieren escuchar, no nos queda otra que trepar por laderas y barrancos y, desde lo más alto de Canarias, decirles que no queremos petroleras, que queremos energías renovables. Hoy, desde lo más alto, o mañana desde lo más profundo, Ben Magec seguirá en esta y otras tareas.
30 de Mayo de 2012