Nos acercamos a él de la mano de Yeray Rodríguez, uno de sus mayores expertos en el Archipiélago.
Para establecer sus orígenes habría que remontarse al siglo XVI, el culto Siglo de Oro español, cuando surge la llamada décima espinela -por vincularse al poeta malagueño Vicente Espinel-. Pero el punto cubano surgió realmente cuando esa estrofa escapó de los libros, corno comenta Rodríguez, y se hizo patrimonio del ingenio de los verseadores que empezaron a improvisarlas.
Otros hermanos. Surgió en Cuba, pero no es el único género musical en Iberoamérica que se basa en el verso improvisado. Pueden considerarse parientes del punto cubano el galerón venezolano, el seis puertorriqueño o la milonga rioplatense, en los que cambia el género musical y la instrumentación pero no varía la estrofa. También podemos encontrar décimas improvisadas en algunas zonas del Sur de España.
Qué es. Tenemos la décima espinela y la improvisación. Para acabar de definir el punto cubano nos faltarían algunos elementos como el acompañamiento de un instrumento sobre el que se puntea -de ahí lo de punto-, que acostumbra a ser un laúd. Con el tiempo, se le fueron añadiendo otros instrumentos y parece que dio, incluso, origen al son cubano. Pero la tradición nunca se perdió. Se crearon escuelas por todo el país e incluso se creó una Cátedra de Poesía Improvisada, con lo que se ha conseguido mantener vigente el género.
En Canarias. El punto guajiro se cantaba en las labores del campo y en las fiestas. Y con esa función llegó también a Canarias a finales del XIX. Como nos comenta Yeray Rodríguez, alcanzó tanta popularidad que acabó vinculándose a algunas festividades concretas, como las de la Cruz, en La Palma.
Con el transcurrir del siglo XX si bien no podemos hablar de abandono del género, sí que perdió repercusión pública. En islas como La Palma, por ejemplo, nunca se apagó y jóvenes valores como Yapci Bienes y Rodolfo Hernández lo atestiguan, afirma. Pero es cierto que en muchas otras de las Islas tuvo una vida quizá más silenciosa. El espacio público -prosigue- se hizo íntimo para volver a hacerse público y muchos nos dicen que lo que nosotros cantamos lo cantaban sus padres, sus abuelos.
El palmero Yapci Bienes (Foto: Manuel M. Mateo)
Recuperación. En los últimos años, el género empieza a despertar para el gran público. Mucha culpa de ello tienen amantes del punto cubano como Yeray Rodríguez. Él se contagió de esta bendita locura sin la que, ahora, no sabría vivir siendo niño, en Artenara, y ha acabado contagiando a los demás a través de los medios de comunicación y las escuelas.
Los años dorados. El cantante campesino en Cuba fue hasta 1935 una especie de juglar. Pero con la llegada del disco, la cosa cambió. Se empezaron a grabar muchos de esos puntos cubanos y sus verseadores empezaron a ser reconocidos. La radío comenzó a interesarse por el género organizando concursos y contribuyendo a su definitiva expansión. Es el medio de comunicación ideal para su difusión puesto que, aunque la gestualidad y por tanto la imagen son importantes, la palabra ocupa un papel protagónico, nos comenta Rodríguez.
Pervivencia en Canarias. Parece que el punto cubano se dio en todas las Islas, pero ha sido La Palma quien tradicionalmente le ha dado mayor divulgación y la que ha aportado más verseadores. Rodríguez nombra al Festival de Punto Cubano de Tijarafe, que este año ha cumplido su 40 edición como ejemplo del arraigo en la Isla Bonita del género. Pero también es una prueba de que el punto cubano está vivo. Mi admirado compañero Yapci Bienes desarrolla desde hace años en La Palma una serie de talleres que están dando sus frutos, tal y como hace puntualmente el genial poeta majorero Marcos Hormiga. Algunos repentistas cubanos, como Luis Paz, han impartido también su magisterio en Canarias y yo desarrollo también diversas iniciativas al respecto, comenta Rodríguez, que asegura que para que el punto cubano siga vivo deben sumarse nuevas voces. Para nuestro regocijo no sólo hay interés por el punto cubano sino por otros géneros canarios que albergan la improvisación como la meda herreña o la polca majorera, concluye.
Publicado previamente en la revista Océanos (nº 23).
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