Como ella, centenares de vecinos, ataviados con nuestros trajes típicos, esperaban en los aledaños de la iglesia ese momento mágico en el que la Virgen traspasa las puertas del templo, las campanas repican sin parar, desde lo alto cae una lluvia de papeles verdes que simboliza el final de la plaga de cigarras, y los tambores y caracolas intensifican su sonar, en un momento único en el que Guía es puro sentimiento.
Ana no pudo controlar las lágrimas que a raudales caían por la cara, y como el suyo, eran numerosos los rostros embargados por la emoción del reencuentro con la Virgen de Las Marías, que este año vestía su deslumbrante traje verde bordado con doradas espigas. Y es que el cantar de caracolas y bucios durante toda la mañana calentaba el alma sensible de los guienses, que se desbordó cuando la Virgen salió, en medio de la hermosa enramada, preparada con amor a base de los frutos de la fértil tierra.
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