Los devotos romeros subieron en guaguas desde el casco, y sobre las cinco de la tarde, los tambores se oyeron a lo lejos, mientras las caracolas sonaban claras y rotundas en la calurosa tarde, como respuesta al tam tam que anunciaba la llegada de los vecinos de la Montaña Alta.
Desde Vergara se partió un año más llevando las promesas de frondosas ramas, como la de Francisco, que portaba un enorme ramo confeccionado con plantas aromáticas y medicinales, y que no llegaría entero hasta los pies de la virgen, ya que nunca niega el regalar las olorosas ramas a quien se lo pide a lo largo del trayecto.
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