Como cada siete de septiembre, la villa mariana se vistió de gala para acoger a los miles de grancanarios, que llegados desde todos los puntos de la isla quisieron ofrendar a la Patrona. Desde la cumbre hasta el mar, Gran Canaria entera se fue de Romería, cantando isas y folías, y ofrendando a la Virgen lo mejor de la tierra.
En el Castañero Gordo, la representación de cada pueblo isleño esperaba aguantando las altas temperaturas del día, el inicio de la tarde de fiesta canaria.
Sobre las cuatro y media de la tarde, la carreta de Teror abría la Romería, mientras la Virgen del Pino salía a las puertas de la Basílica, recibiendo la emoción contenida de los asistentes.
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