Revista nº 1041
ISSN 1885-6039

El helado de gofio.

Viernes, 16 de Agosto de 2013
Elfidio Alonso
Publicado en el número 483

Rescatamos en el presente este texto de opinión de 1980, hace más de treinta años, donde se dejaba ver de forma tímida -como aquí se explica- ese postre hoy más o menos usual que es el riquísimo helado de gofio, tan justo en nuestras bocas en estos días duros de fuerte verano.

 

 

No digas peninsular
que a ti no te gusta el gofio,
que si llegas a una piña
te comes hasta el carozo.

 

Esta copla debe estar muy extendida por el Archipiélago. Al menos se conocen esta versión de Fuerteventura, que recogió María Dolores Calero en Villaverde (Taro. Cuadernos Majoreros), y la de Pancho Guerra en su Léxico, que presenta ligeras variantes con respecto a la anterior:

 

No digas, peninsular,
que a ti no te gusta el gofio,
del millo de San José
te mamas hasta el carozo.

 

También la hemos escuchado alguna  vez en la zona de El Socorro y Tegueste. Figura en la colección inédita del maestro José Antonio Díaz Rodríguez. En consecuencia, no se trata de un invento nuestro, sino de una copla anónima, hecha por alguien del pueblo para poner en solfa al forastero que llega con ínfulas de grandeza, y luego resulta que es solamente un muerto-de-hambre. La sabiduría popular ha acertado aquí de pleno, aunque exista diferencia entre godos y peninsulares, y también entre éstos figuren gentes que no llegan a comerse el carozo... Hacemos esta salvedad en aras de no perjudicar al forastero discreto, que los hay.

 

He descubierto que la comida regional es el único elemento folklórico vivo, pues nadie puede preparar plato alguno partiendo de los habituales recetarios de cocina, sino por la tradición oral y la práctica.

(Armando Tejada Gómez)

 

 

El gofio ha sido el meridiano cero de nuestra geopoética del hambre, aunque sólo el pueblo, a través de las coplas, haya querido pasar por agradecido, en contraste con la general omisión de los ilustres poetas e intelectuales del aura, que siempre procuraron eludir este elemento antipoético y prosaico, que nos hace recordar inevitablemente el dolor de estómago, el empacho o la cagalera. Menos mal que Fray Marcos de Alayón, en el XVII, escribió aquello tan hermoso de un gofio me estoy haciendo/ de ver mi hermano Bartolo/ tan alegre y tan contento. Pero se trata de simples excepciones de la regla, porque el desprecio que han tenido nuestros poetas cultos hacia las comidas populares ha sido general, con permiso del conocido libro de Pedro García Cabrera o los versos aislados del gran Alonso Quesada: Bendita la comida de mi casa/ hoy la comida ha sido más humilde.

 

No hemos tenido a un Pablo de Rokha, ese enorme precursor de la poesía latinoamericana de masas, con su "Epopeya de las comidas y bebidas de Chile", auténtico padre de las Odas que Pablo Neruda dedicó al caldillo de congrio, al ajo, a la cebolla (Miguel Hernández coge el mismo hilo con su "Nana"), pasando por la impresionante "Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos", de César Vallejo, hasta desembocar en el reciente y memorable "Canto popular de las comidas", de mi hermano argentino Armando Tejada Gómez. Pensando en la miseria y en el hambre de nuestro pueblo canario, bien podríamos sentirnos retratados con estos versos de Armando:

 

Menos mal que allá abajo
en la mesa del pobre,
la sartén no cesaba de freír lo evidente,
menos mal que crecía la rebelión del ajo
y en todas las cocinas resistían los pueblos.

(Armando Tejada Gómez)

 

Nosotros hemos vivido también la rebelión del gofio, entre la mortaja y la mortera, que es muerte y vida al mismo tiempo. Ese gofio que conserva su denominación aborigen, quizás rifeña (gWawi), como nos ha dicho Werner Vycichl (Revista de Historia, 98-99). Ese gofio que, junto a los mocanes y bicácaros, las comidas silvestres y marítimas, ha hecho posible que los hombres sean sanos, fuertes, ágiles, como nos dice Cairasco en su Templo Militante. Ese gofio que conseguía alargar la vida de los aborígenes: Viven mucho, más que los que descienden de españoles o de otra nación, porque comen poco y solamente harina de cebada tostada, mojada con agua, que ellos dicen gofio, según el testimonio de Torriani.

 

Es el mismo gofio que Abigail ofreció a David en el Monte Carmelo, o el que Virgilio le muestra a Eneas en la costa africana, tras haber mandado a sus compañeros a tostar el grano, que luego acabaron por moler entre dos piedras, como nos refiere Sabino Berthelot.

 

Pues bien; ese gofio de nuestras miserias, de nuestra resistencia y de nuestra hambre, lo han exhibido en la V Mesa Redonda Internacional de Gastronomía, recientemente celebrada en un hotel de Maspalomas. Según nos cuenta Xavier Domingo en Cambio 16, cabe destacar el excelente efecto que produjo entre los que lo degustaron un helado de gofio canario que, como se sabe, es una preparación a base de alguna harina tostada y luego mezclada con algún producto, lo que permite numerosas diversificaciones, tanto hacia lo salado como hacia lo dulce. ¡Que definición, señores! Ni es blanco ni negro, sino todo lo contrario...

 

Ya nos quieren robar hasta el mísero gofio, para patentarlo como un tutti frutti cualquiera y hacerlo pintoresquista. También al gofio le van a poner un disfraz, como al Banco de las Islas Canarias (con historiador y folklorólogo incluidos) o el señor Calvo Ortega, que dice aquello de UCD de Canarias no renuncia a ocupar el primer puesto entre los partidos en la defensa de la canariedad o el espíritu de las Islas Canarias, y se queda tan pancho, no siente vergüenza ni la boca se le llena de bichos, como a los niños cuando dicen mentiras...

 

 

Este artículo fue previamente publicado en el número 5 de la revista El Puntal (noviembre de 1980). La foto pertenece al blog http://lasrecetassencillasdemonika.blogspot.com.es/.

 

 

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Comentarios
Viernes, 01 de Noviembre de 2013 a las 01:17 am - Oswald

#01 Si una tortilla o ensalada es agradecida, lo es el helado y el gofio, com binándose en perfecta armonía estos dos últimos elementos. El mojo de gofio no es descabellado, lo elaboro hace tiempo; la restauración y el ingenio abre un amplio abánico de posibilidades a nuestro preciado estandarte alimentario.