Se vivió la noche de amanecida esperando por el volador de la cinco de la mañana que daba paso al baile de La Diana. Se bailó en la oscuridad, con frenesí, desatando la pasión de un pueblo secuestrada durante un año.
Y así, con las manos alzadas al cielo negro, se recibió el amanecer de la enramada, con las calles principales del casco llenas de gentío, y con los vecinos con el corazón encogido, deseoso de abrirse en la mañana de Rama.
Era tanto el deseo que en la trasera de la iglesia de La Concepción, desde primeras horas del día, había quien esperaba por el momento ansiado.
A las nueve de la mañana, sin dormir, llevando el cuerpo como se lleva en la amanecida del 4 de agosto, estaba José Luis el de Teté, para que no le quitaran el sitio. A esa hora, ya estaban los papagüevos de Maggi, El Cha Chá, Cristo, esperando para comenzar el baile.
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