Los hitos desde donde se construye la identidad de un pueblo pueden y suelen ser muy variados. Un lugar, un llano pedregoso, aparentemente vacío, puede constituir un espacio fundacional, basta que en él, antaño, hubiera tenido lugar algo que unifica una idea, a veces el lugar de una batalla se convierte, tanto para los vencedores como para los vencidos, en un rasgo indeleble de su identidad cultural, de su historia. Nuestras islas tienen en el mar que las rodea una seña identitaria incuestionable, somos atlánticos más que otra cosa, un pueblo mecido e higienizado por el Mar de Canarias, como debiéramos llamarlo sin pudor, pese a ser pequeños territorios incrustados en la inmensidad del topacio azul. Ya otros pueblos llaman al mar desde su costa, sin ir más lejos el Cantábrico. Pero nosotros parece que debemos pedir permiso para todo, padecemos de ese triste complejo y de una paciencia tan ilimitada que deja de serlo para convertirse en sumisión.
El volcán, lo volcánico, es también uno de nuestros símbolos heráldicos; cada un tiempo se abre la tierra y se ocupa de hacernos ver esa vinculación, hacer visible el estremecimiento de la tierra. Los volcanes dieron naturaleza a todas nuestras islas y a Lanzarote, además, un carácter místico, un corpus religioso cuyo ritual convoca a la mayoría de la población en festivo agradecimiento.
Los habitantes de Lanzarote han tenido a lo largo de la historia varias rutas sagradas y habiendo compartido el gentilicio de majoreros con los habitantes de Fuerteventura, compartían, además, devoción con Nuestra Señora de la Peña, adonde acudían atravesando el pequeño trozo de mar que separa a las dos islas. La virgencita de piedra blanca los recibía allí en su santuario de la Vega de Río Palma, hermanándose con los majoreros de Fuerteventura y haciendo nacer un sentimiento que aún hoy se mantiene vivo. Del mismo modo se han venido acercando los majoreros de Fuerteventura a las peregrinaciones lanzaroteñas de Las Nieves y Los Dolores.
Creando un flujo de sinergias que intensifican la idea de ser una sola isla separada por un minúsculo trozo de mar que, hoy, es apenas un recorrido de veinte minutos. Prácticamente menos de lo que tardaríamos desde Playa Blanca a Tinajo o desde Corralejo a Betancuria.
Estas dos islas orientales, el primer mito de Las Hespérides, son una realidad fusionada por cientos de años de encuentros y por compartir un alejamiento de los centros de poder que les conminó a fortalecerse entre ellas creando un modelo de unidad que debe mostrarse como ejemplo para una mejor y más efectiva construcción del archipiélago.
Jamás he tenido sensación de estar en otra isla cuando viajo de Lanzarote a Fuerteventura, ya no solo porque el paisaje es, aparentemente, el mismo, sino porque, medidos por la misma sed ancestral y por la adversidad del medio, el paisanaje es totalmente idéntico.
Los majoreros, habitantes de Fuerteventura y Lanzarote, han compartido a lo largo de la historia cultural los peregrinajes hacia los lugares sagrados, cruzando las dos islas y albergando en la mirada y en el corazón los paisajes de estas tierras mecidas por el alisio y besadas por el mar. Y, en ese recorrido, han fabricado una identidad que sobrepasa la medida insular, para redibujar el territorio de la memoria común. Una memoria que coge gestos de un lado y otro, sueños, cantos y esperanzas.
Es buena la iniciativa de que, en lo que respecta a Nuestra Señora de la Peña y Nuestra Señora de los Dolores, además de las personas, se vinculen a las celebraciones, en un hermanamiento singular, las administraciones que las representan, tanto las insulares como las municipales, sobre todo, para darle un carácter notarial al hermanamiento ya existente entre los pobladores de una y otra isla. Y, de una manera muy especial, para hacer visible en toda Canarias lo francamente fácil que es escenificar, de manera veraz, nuestra unidad, y romper con los intereses de aquellos que manejan, aún hoy, conceptos como pleito insular para impedir que nuestra tierra se desarrolle y alcance mayores cotas de integración y autogobierno.
La construcción de Canarias es una tarea diaria y que compete a cada una de las personas que habitan estas islas. La aportación que hacen Lanzarote y Fuerteventura, tanto en el campo de sus celebraciones religiosas, en el del respeto por la historia y su investigación (a través de las Jornadas de Estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote, con 30 años de existencia), como en la lucha por salvaguardar y proteger, de intereses perversos, las condiciones medioambientales, supone la definición del modelo de sostenibilidad que deseamos para Canarias.
Las fiestas en honor de Nuestra Señora de los Volcanes y Nuestra Señora de la Peña han de servir de reflexión para poder contestar dos preguntas hoy en día fundamentales: qué tipo de gentes queremos ser y qué tipo de territorio queremos habitar. Con las respuestas nos construiremos, como personas y como nación.
Este texto fue publicado en la revista de la Fiesta de La Peña de Fuerteventura de 2013.