Los diversos menceyatos en que se dividía la población guanche guerreaban frecuentemente entre sí. Consecuencia natural de este hecho, es la transformación de los pastores en guerreros -bandos de guerra-, para lo cual se les adiestraba desde la infancia en el manejo de la amodaga (vara puntiaguda endurecida al fuego) y el banot (jabalina arrojadiza), en el lanzamiento y esquiva de piedras, en el uso de tabonas cortantes y en la lucha cuerpo a cuerpo.
La mencionada habilidad y fortaleza se debe a que el guanche, como pastor que era, tenia que recorrer grandes distancias con sus rebaños en busca de pastos, siendo frecuente el encuentro con ladrones o enemigos de otros menceyatos, ante lo que tenia que demostrar, entre otras prácticas, el manejo de la amodaga. Probablemente, de surgir un enfrentamiento, la pelea sería un poco larga, ya que en ambas partes estaría presente esa habilidad adquirida a lo largo de varios años de aprendizaje. Ante esto, el guanche se va dando cuenta de la agilidad y destreza que posee con las varas de madera, y con el tiempo la práctica guerrera va siendo objeto de comparación entre distintos pastores, hasta convertirse en auténticas competiciones deportivas.
Las fiestas aborígenes eran el marco donde el pastor mostraba esas prácticas bélicas transformadas en elementos de juego. En este sentido, los historiadores de Canarias nos dicen que al llegar la fiesta del Rey Bencomo (nueve días finales de abril), o la del Beñesmén en agosto, el principal acto festivo estaba representado por los concursos de habilidad y fuerza, entre los que destacamos la lucha con palos ya que esta era una de las fases del combate guanche. Este enfrentamiento se complementaba con otras prácticas, como la lucha cuerpo a cuerpo, que demostraban la preparación que poseía el aborigen para la defensa de su ganado y bienes.
La lucha con palos fue referida por Fray Juan Abreu y Galindo al escribir su obra Historia de la conquista de las siete Islas Canarias en los siguientes términos: Las armas con que los Canarios peleaban y reñían sus pendencias eran, como en las demás islas unos garrotes con porras a los cabos que llamaban magados, y varas puntiagudas tostadas, que llamaban amodagas; y estas armas les servían hasta que los cristianos vinieron, que hicieron algunas a su modo, como fueron tarjas, que eran como rodelas, y espadas de tea tostadas.
Por su parte, Fray Alonso de Espinosa, ano 1546, nos dice: Las armas ofensivas con que peleaban, que defensivas (si no eran los tamarcos que rodeaban el brazo, unas pequeñas tarjas de drago) no las tenían, eran unas varas tostadas y aguzadas, con ciertas muesquecitas a trechos y con dos manzanas en medio en que encajaban la mano para que no desdijese y para que fuere con más fuerza el golpe.
Como vemos, los historiadores de Canarias mencionan el palo -denominado de diferentes formas- como el arma de guerra, de defensa y ataque de los guanches, sin ignorarlo ninguno y coincidiendo todos en lo mismo.
Hoy, al cabo de los siglos, se sigue practicando en las Islas Canarias, y más concretamente en Tenerife, el Juego del Palo, práctica que junto con la Lucha Canaria son los dos fenómenos o manifestaciones vernáculas de la cultura guanche que sobreviven en Canarias.
Banot no es el Juego del Palo.
Mal saben que el Banot que esta mano
cual furibundo rayo al aire arroja,
puede abatir su pensamiento vano
y dar satisfacción a mi congoja,
y si de mi valiente y caro hermano
sintiesen el furor cuando se enoja,
no se mostraran arrogantes tanto,
moridos de temor, horror y espanto.
(Antonio de Viana, canto V).
Este poema de Antonio de Viana, que data del año 1604, es muy importante, porque nos da a conocer que los guanches empleaban el banot como arma de guerra en sus enfrentamientos. Pero no solo usaban el banot, sino otros tipos de varas preparadas al fuego, como el tezzese, el magado, el tomasaque o la amodaga, según se desprende de las citas de Abreu y Galindo referidas a las siguientes islas:
HIERRO: Tenían unos bordones, muy lisos, de tres dedos de grueso y de tres varas en cumplido, que untaban con tuétano de cabras para ponerlo amarillo, que llamaban banodes y tomasaques, y aunque estos bordones servían de armas, más los traían para ayudarse al caminar.
LANZAROTE Y FUERTEVENTURA: Salíanse al campo a reñir con unos garrotes de acebuehe, de vara y media de largo, que llamaban tezzeses.
GRAN CANARIA: El Faycag le cortaba el cabello redondo por debajo de las orejas y le daba una vara que llamaban magados, con que peleaban, que era cierta arma, y quedaba hecho noble.
Según nos informa el poeta Viana, el acebuche, la sabina y la tea eran las maderas con las que los primitivos canarios confeccionaban esas varas de lucha que, a raíz de la conquista de las Islas Canarias, pierden la punta, elemento este que se les hacía para que el arma pudiera penetrar en el cuerpo del adversario. Este hecho es muy significativo, porque nos pone de manifiesto que la práctica guerrera se transforma en un juego que, posteriormente, cambia su designación guanche (banot, amodaga, tezzese, etc.) por el término foráneo palo, de ahí el nombre de Juego del Palo.
Pasa el tiempo, y vemos que en los últimos años del presente siglo son muchos los que llaman banot a la vara del juego autóctono canario, denominación que, desde el punta de vista lingüístico y funcional, es inadecuada. Esta afirmación se fundamenta en las obras de los primeros historiadores de Canarias, pues según se desprende de sus informaciones sobre el particular, no queda muy claro que sea la palabra que hay que generalizar para nombrar la vara que empleaban los guanches en sus enfrentamientos y en las exhibiciones festivas.
Pero no sólo los historiadores tradicionales han hablado de las varas de lucha aborígenes, sino también los investigadores actuales, como es el caso de Luis Diego Cuscoy que, al referirse a las armas guanches, nos dice: Se han conservado en perfecto estado largas astas de pastor con remate superior en punta o en horquilla y regatón de cuerno, bastones de mando, un tipo de jabalina denominada banot...
Como se constata en esta cita, para algunos historiadores modernos el banot también es un arma arrojadiza, dato que está perfectamente relacionado con lo que nos dice Viana en su poema, ya que al decir: qual furibundo rayo al ayre arroja nos indica que el banot se arrojaba al aire para que cogiera la trayectoria precisa hacia el blanco deseado.
Asimismo, ateniéndonos a las palabras de Abreu y Galindo al referirse a la isla de El Hierro, vemos que el banot, aunque servía como arma de guerra, era más bien una lanza, al menos las medidas que da el historiador lo demuestran: 3 varas de largo (casi tres metros) y 3 dedos de ancho (seis centímetros).
Por todo lo expuesto, y si aceptamos que es un arma arrojadiza, debemos hacer la siguiente pregunta: ¿Qué relación tiene el banot con ese palo canario que, en ningún momento, se suelta de la mano? La respuesta es muy fácil: una sencilla confusión por parte de los que han querido llamar a la vara del juego canario con un nombre que, aunque guanche, es incorrecto en su relación con el actual palo. Ahí quedan otras palabras, como tezzese o amodaga, que sí están relacionadas, o si no denominemos la práctica Juego del Palo, porque si los libros sobre este tema se han escrito gracias a las informaciones de los viejos jugadores, deberíamos ser fieles a tales fuentes, las cuales merecen todo nuestro respeto y admiración.
El Juego del Palo agachero: unión entre los jugadores. Como de todos es sabido, en la actualidad existen cuatro estilos de Juego del Palo: La Verga, Tomás Déniz, los Acosta y los Morales, estilos que son dignos de todo respeto, aprendizaje y difusión. Como canarios, debemos mantener los estilos o variantes de este deporte autóctono en su estado más puro, ya que la integración en más de una escuela llevaría a la confusión y a la transformación del actual juego.
Por otro lado, hay que hacer constar que, aunque hayamos dicho que existen cuatro estilos, la verdad es que solamente dos de ellos forman escuela en la actualidad: La Verga, un estilo por el que no ha pasado el tiempo, pues ha estado oculto y adormilado en los montes esperanceros, conservando así su pureza; y el estilo Déniz que, a través de las manos de su maestro Tomás, transmite a los neofitos palistas la agilidad de las cumbres de Anaga y la fuerza de los Morales.
Las dos escuelas que acabamos de ver son muy importantes, pero han estado en los últimos años enemistadas o, mejor dicho, han sido enfrentadas por la envidia que determinadas personas poseen, cualidad esta que merece el desprecio y la no aceptación de los canarios que sólo debemos, en este caso, defender este deporte que estaba desapareciendo, y que en la actualidad, gracias al esfuerzo de la familia La Verga (La Esperanza) y Tomás Déniz (María Jiménez), nos vislumbra un mejor futuro.
Estos lugares o cunas del deporte autóctono son importantes y bien conocidos, pero una zona como es Agache ha permanecido en el más profundo anonimato, quizá porque el Sur de la isla fue el lugar donde menos se difundió el juego, pero no es motivo para que olvidemos a esos agacheros, cuya valía en el manejo del palo se dejo sentir hasta en Cuba.
El Juego del Palo en la comarca de Agache jugó un papel relevante hasta la primera mitad del presente siglo, siendo El Escobonal el máximo exponente, entre cuyos jugadores destacamos a los hermanos Tomás y Graciliano Frías, seguidos de un grupo de prestigiosos palistas como Juanito Lazarán, Juan Díaz, Benito Yanes, Juan Delgado, Marcial García, Cho Correra y Belisio el Novillo.
Todos estos hombres eran buenos manejando el palo, pero los que poseían mayor habilidad y destreza eran los hermanos Frías, que en sus enfrentamientos saltaban de espaldas y a pies juntos, sin dejar de luchar, tabaibas, tarajales y hasta un tonel de vino empinado como hacía Juan Frías, un hombre que destacó no solo por su agilidad, sino también por su habilidad con la vara de membrillero.
La práctica de esta actividad autóctona de la raza guanche llegó hasta Cuba, en donde encontramos al emigrante Tomás Frías peleando con los cubanos, a los que llegó a vencer hasta con una simple alpargata. Es de destacar que, como los habitantes de la Isla del Caribe usaban machetes, los isleños decoraban sus palos con chinchetas, evitando así el corte que pudiera producir el filo del metal.
Los agacheros dejaron un profundo recuerdo del Juego del Palo en Cuba, pero más quedó grabada la imagen de esta práctica en El Escobonal, pues lo que un día comenzó como un juego terminó en un ejercicio despersonalizado y desnaturalizado o, como diría el señor Octavio, en verdaderas batallas campales que, a su vez, servían de desahogo al cansado trabajador.
Siendo el arma principal de los antiguos habitantes de Agache el palo, cuando estaban próximos a una pelea, echaban mano a todo aquello que se le asemejara, como le ocurrió a Cho Francisquillo que al tener que pelear agarró la vara del estandarte de la procesión donde iba. Nos cuenta la anécdota Octavio Rodríguez Delgado (un hombre cuyo artículo sobre el deporte en Agache ha sido la base para este apartado) en los siguientes términos: Se cuenta que un año en que las Fiestas Patronales de San José eran organizadas por el lugar de Abajo, un grupo de Arriba asaltó la procesión, y Cho Francisquillo, que portaba un estandarte, se vió obligado a quitarle la parte superior y utilizarlo como un palo de juego para tenerlos a raya.
A modo de conclusión: "No te olvidamos, Luciana". Terminamos aquí este artículo sobre el Juego del Palo pero no sin antes decir que, tratándose de uno de los vestigios más primitivos que conservamos de nuestros antepasados, debemos mantenerlo en su estado más puro, y defenderlo como lo han hecho Tomás Déniz, Leopoldo Acosta, Elicio Díaz, o como la mujer que ilustra la portada de esta recién nacida revista: LUCIANA. La mujer cuyas manos se endurecieron al contacto con la vara de membrillero, los ojos que permanecían al acecho del movimiento del compañero y los pies que bailaban sigilosamente sobre el terreno. Así era Luciana, la altiva y erguida esperancera, la arrugada mano que lanzaba el doliente variscasillo y hacia silbar el palo en la silente era. Así era Luciana y así seguirá siendo en nuestro triste recuerdo, las manos y el palo que se cruzaban en el aire, girando, girando más veloz que el viento.
A la familia La Verga nuestro respeto y admiración por el gran esfuerzo que ha significado una vida entera dedicada al deporte del Juego del Palo, el mismo palo que en manos de la Virgen de Candelaria es hoy ofrenda de la familia La Verga y de Luciana señal.
Este artículo fue publicado previamente en el número 1 de la revista San Borondón del CCPC. Diciembre 1982.