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Domingo, 04 de Enero de 2015
Ramón García Lisbona
Publicado en el número 555
Las referencias en la obra galdosiana relativas a asuntos de enfermedades, heridas... son muy abundantes, tanto que en un estudio personal, inédito, recopilamos y extrajimos cerca de mil fichas relacionadas con problemas médicos. Aquellas, agrupadas con un criterio de asignaturas académicas, cubren prácticamente todo un programa de licenciatura en Medicina.
Hace tiempo tuve conocimiento de que el doctor en Medicina de Zaragoza, Ramón García Lisbona, había leído una tesis doctoral sobre la obra de Galdós y la Medicina. Me contaba cómo la había enviado a una institución oficial canaria, con la idea de ver si se podía publicar, y no recibió contestación. Me pedía que yo intercediera en el caso. Lo intenté y tampoco obtuve contestación. Ante mi insistencia, se me dijo que la obra necesitaría una actualización bibliográfica. Al cabo de los años, el amigo García Lisbona se presenta en las Islas y visita la institución a la que había enviado su trabajo de investigación. Ante su sorpresa, no le pudieron dar cuenta de ella. Entretanto, durante mucho tiempo, el lector de los periódicos de Las Palmas, o el asistente a conferencias literarias, se ha encontrado con escritos o charlas sobre la relación de Galdós con la Medicina que tienen concomitancias con los escritos de García Lisbona.
Hoy les presento parte de la última conferencia que el amigo zaragozano ha pronunciado sobre Galdós en el Club 33 de Zaragoza.
Antonio Henríquez Jiménez.
Galdós, médico aficionado
El eximio escritor D. Benito Pérez Galdós nació en Las Palmas de Gran Canaria el 10 de mayo de 1853, último de diez hijos de D. Sebastián Pérez, canario, teniente coronel que luchó en una unidad de isleños en la guerra de la Independencia. Dolores Galdós, su madre, era hija de un vasco que fue uno de los últimos secretarios laicos de la Inquisición, cargo con el que pasó de Azpeitia a Las Palmas en los últimos años del siglo XVIII. En el País Vasco se conserva este apellido, sin acentuarlo como palabra aguda. Un hermano de Benito siguió la carrera militar, y llegó a ser capitán general de Canarias.
Tras cursar bachillerato en las islas, Benito viaja a Madrid. Bien por deseo familiar o bien por alejamiento de idilio juvenil. Ya en su isla había hecho pinitos literarios (y pictóricos) en un periódico local. En Madrid cursa Derecho, sin constar a ciencia cierta que lo terminara. Y se mueve en los cafés-tertulia, donde se juntaban los estudiantes canarios en lo que Gullón llamaba cultura oral, vive en pensiones, frecuenta el Ateneo de Madrid, colabora en periódicos, escribe pequeños cuentos, vive las revueltas estudiantiles, y escribe en sus Memorias de un desmemoriado que “respirando la densa atmósfera revolucionaria de aquellos turbados tiempos, creía yo que mis ensayos dramáticos traerían una revolución muy honda en la esfera literaria”.
Dos acontecimientos van a marcar toda su vida, la sublevación de los sargentos del Cuartel de San Gil (julio de 1867), referida en varias de sus obras, con su juicio sumarísimo y sus fusilamientos en las tapias de la plaza de toros, y su primer viaje a París (1867-68) donde cambia definitivamente su estilo de escritor.
Está claro que Galdós no fue médico; no cursó tales estudios en la correspondiente Facultad. Pero también está claro que lo hizo en la de Derecho, aunque se duda de que los terminase. Si repasamos su obra, no hay apenas referencias a problemas jurídicos, procesales, civiles… En cambio, las hay, y muy abundantes, relativas a asuntos de enfermedades, heridas, tratamientos, ambientes médicos, etc. ¿Por qué? Tan abundantes que en un estudio personal, inédito, recopilamos y extrajimos cerca de mil fichas relacionadas con problemas médicos. Aquellas, agrupadas con un criterio de asignaturas académicas, cubren prácticamente todo un programa de licenciatura en Medicina.
Juntando esto con la cantidad de libros de Medicina en sus bibliotecas de las casas donde vivió (Madrid, Santander, Gran Canaria), casi todos ellos subrayados a lápiz en demostración de lectura atenta, muchos con dedicatorias de los antiguos propietarios; con la amistad fraterna con conocidos médicos de su época (Esquerdo, el joven Marañón, Tolosa Latour, Madrazo, Pelayo, Rivero…); con descripciones de establecimientos hospitalarios, sobre todo psiquiátricos; con la seguridad histórica de que amigos médicos le llamaron para acompañante mudo de visitas médicas en consultorio y domicilio… nos da una resultante de persona muy preocupada por una profesión que no era la suya.
Ya que la suya fue escribir. Vivió de su pluma, y no mal, salvo en casos de estafa de editores y socios y contables. Tan vivió de ello, que otros colegas literatos lo etiquetaron de garbancero, queriendo desacreditarlo por usar lenguaje vulgar y que le hacía vender como escritor popular, pero tal vez envidiando su ganancia del cotidiano garbanzo, cosa de la que no todos los de su época podían presumir.
¿Por qué de todo esto? Su simpatía por la Medicina, ¿se debía a sus enfermedades?, ¿ a su admiración por el oficio de curar?, ¿ a su relación amistosa -amistosísima alguna vez, v.g. Tolosa Latour- con profesionales de la Medicina?, ¿o a motivaciones más profundas?
Y sufrió de ceguera progresiva, por cataratas y degeneración retiniana; fue operado de aquellas por el catedrático de Oftalmología de Madrid Dr. Márquez. En la operación se produjo un accidente desgraciado, del que perdió la visión del ojo intervenido, cosa no rara en aquella época (segunda década del siglo XX). Estas patologías colorean los personajes de sus obras, bien ciegos o bien presentando trastornos de la agudeza visual o del movimiento ocular, como los ciegos Misericordia o Marianela, los bizcos o nistágmicos como Leré, etc.; pero, aunque describe patología ocular en varias de sus obras, no prodiga demasiado tales asuntos ni parece reflejar su problema de ceguera que amargaría sus últimos años.
En su viaje a París en 1867 Galdós lee por primera vez una novela de Zola. La devora, y le falta tiempo para comprar un montón más. A su vuelta a Madrid nuestro hombre pasa, casi sin darse cuenta, de escribir obritas de teatro en verso, moda de su época, a producir novelas naturalistas y realistas, pues como dice él “la novela moderna es espejo fiel de la sociedad en que vivimos”, retratando a la clase media, “la que determina el movimiento político, la que administra, la que… da al mundo pensadores y libertinos… los ambiciosos de genio y las ridículas vanidades…” En su discurso de ingreso en la Real Academia Española, treinta años más tarde, insiste en que la novela es imagen de la vida, y lo titula como La sociedad presente como materia novelable. Es el triunfo del realismo galdosiano, buscando el progreso de la humanidad con sus avances, retrocesos y dudas.
Es ahí donde entra la forma médica de ver la realidad. Como medio de aprehender la realidad con eficacia. Algo así como decir que quién fuera médico, para ser más exacto novelista de los problemas de los hombres. Este aire es lo que trae don Benito del Zola que lee en París.
Y en su vida contacta con muchos médicos, como amigos, como contertulios, como enfermo. Madrazo, Marañón, Tolosa Latour, Olavide, Esquerdo, Sánchez Toca, Rivero… citados en muchas de sus obras y con riquísima correspondencia personal (muy bien conservada y catalogada por Sebastián de la Nuez y José Schraibman, Shoemaker, Bravo Villasante, etc.) que justifica la inserción literaria o el retrato de ficción de muchos de ellos a lo largo y ancho de toda la producción galdosiana.
Paradigma de ello es el pediatra Manuel Tolosa Latour, nacido en 1857 y que vive hasta junio de 1919, catorce años más joven que Galdós y fallecido siete meses antes que el escritor. Contribuyó a la fundación del Instituto Biológico de Madrid liderado por el Dr. Martínez Molina, colaborador de sociedades internacionales de ayuda a la infancia, creador en España de las Juntas antecesoras de la Unicef, que lograron la fundación de las Gotas de Leche, obras dedicadas a la protección de la lactancia e higiene infantiles, fundador del sanatorio marítimo de Chipiona (Cádiz), etc. Tiene calles dedicadas en Madrid, Cádiz, Cartagena… La amistad con Galdós se prueba documentalmente en 66 cartas conservadas, todas de Tolosa a D. Benito. En enero de 1883 se dirige al novelista con frases cariñosas de riguroso usted, notificando la inserción de un anuncio de los Episodios Nacionales en un diario médico en que era al menos redactor; ya entonces tenía numerosas publicaciones médicas y artículos abundantes en prensa de Madrid.
Siguen mentando temas editoriales y de anuncios, intercalando algún pequeño consejo terapéutico; desde 1887 el trato es ya familiar y de tuteo, esbozado antes con una cierta timidez. Y se cuentan cosas de teatro, de ediciones, de invitaciones de boda y de asuntos referentes a amistades comunes y a familiares. En 1904 ya le aconseja un medicamento para molestias de estómago, pero es llamativa la ausencia de alusiones al principal problema del escritor: los ojos. Tal vez en los últimos años de ambos estaban suficientemente enfermos para entrar en detalles (Tolosa anduvo por Panticosa, tal vez por sus pulmones tísicos).
Y Tolosa, en las obras galdosianas, es el personaje Augusto Miquis, que aparece en bastantes títulos. Tal personaje de ficción es el “hijo predilecto” del Galdós novelista, así como el entrañable amigo del Galdós persona. Casi protagonista de múltiples obras suyas, lo describe como joven, fanático de la Medicina, disertador de filosofía, adicto a la música, estudiante frecuentador tanto de centros psiquiátricos como de anfiteatros de autopsias, defensor del valor didáctico de los hospitales sobre el de los libros. Visto (de ficción) de estudiante, lo vemos de opositor con éxito a una plaza de médico en los hospitales de Madrid, de jefe de un servicio de reconocimiento de las amas de cría montado por el Gobierno Civil, de clínico sagaz, de anestesista en la amputación de la pierna de Tristana, siempre optimista, levantador del ánimo de sus pacientes con sus bromas. Su amistad ficticia con el personaje de ficción Doctor Miquis se corresponde, y se arrastra a lo lago de la vida del novelista, con la amistad real con el no menos real Manuel Tolosa Latour.
Incluso señala con sentido del humor a la Medicina como una doncella a la que requebrar y engatusar, y ello con la complicidad del retratado como si fuera personaje de ficción en varias de sus obras, su Doctor Miquis (gusta Galdós de encadenar varias obras independientes en su trama pero con un mismo personaje protagonista, v.g. Gabriel Araceli a lo largo de toda la primera serie de sus Episodios Nacionales), y que en su muy estudiada correspondencia personal se encuentra una de Tolosa a Galdós, anunciándole que al día siguiente va a ver una paciente muy interesante, y le invita a acompañarle para observar una curiosa neurosis.
Tolosa le presta algún libro de Medicina, y le regala (y dedica) algún otro, que se encuentran, como se dijo, profusamente subrayados en algunas partes de su texto, sobre todo cuando trata de difterias, de otras enfermedades infantiles, de heridas de guerra, de afecciones nerviosas y mentales, de cegueras y enfermedades oculares, etc.
Galdós leyendo una carta de Tolosa Latour
Tolosa, quien incluso se firma Miquis en las cartas íntimas de él a Galdós, nació y murió en Madrid (1857-1919) y dejó muchas obras escritas, profesionales y de divulgación. Una ellas, Niñerías, lleva una carta-prólogo con el mismo título, ya citada, y que le firma Galdós. A la hermosa hija de Esculapio, como llama él a la Medicina, la quiso y no la alcanzó, pero se gozó de ser amante platónico suyo. Perdida toda la esperanza de conquistar con señas, garatusas y suspiros a la hermosa doncella, se me antoja romper la cortedad y echarle cuatro flores cara a cara, cosa para la que siempre me ha faltado valor, como escribe en el citado prólogo.
Y sigue: los más [habla de los médicos] viven siempre callándose muchas cosas buenas, archivando experiencias y casos que nos serían muy útiles a quienes tenemos por oficio pintar la vida y el dolor, y estudiamos nuestro asunto menos directamente que el médico, a mayor distancia de las verdaderas causas y fijándonos en la naturaleza moral antes que en la física. Creo más fácil llegar al conocimiento total de aquélla por el de ésta… por eso envidio a los que poseen la ciencia hipocrática, que considero llave del mundo moral… Si lográsemos conquistarla… no sería tan misterioso para nosotros el diagnóstico de las pasiones.
Esta es la explicación más nítida, por personal, de la afición de Benito Pérez Galdós por la Medicina: el punto de vista médico resulta imprescindible para conocer las personas, sus pasiones, sus problemas. Cierto es que expresa parecidos elogios a cualquier personaje de profesión científica, ingenieros, arquitectos, etc., pero ni mucho menos con la misma frecuencia e intensidad que a los médicos. He aquí la clave de un Galdós que querría “ser médico” para ser mejor fotógrafo de la sociedad de su época y, mediante su obra literaria, cambiarla.
Médicos de existencia real citados en sus obras
Antúnez, José: Médico titular de Pedro Abad (Córdoba), que asistió a D. Manuel Pavía, general isabelino (La de los tristes destinos). Asuero y Cortázar, Vicente (1807-1873), catedrático de Terapéutica de Madrid, ponderado como médico y escritor (Niñerías). Boluqui: Médico titular de Cegama (Zumalacárregui). Castelló y Ginestá, Pedro (1770-1850), a quien se refiere como "la primera de las celebridades" (Los apostólicos). Corral y Oña, Tomás (1807-1882), nombrado como de amplia clientela (Las tormentas del 48, Narváez, La de los tristes destinos). De los Albitos, Santiago (1843-1908), oculista joven, discípulo de Delgado (Cánovas). De Olavide, José Eugenio (1841-1901), coetáneo de Galdós y citado como ilustre médico (El amigo Manso, Fortunata y Jacinta). Delgado y Jugo, Francisco (1830-1875), oftalmólogo venezolano establecido en Madrid desde 1858 (Cánovas). Esquerdo, José María (1842-1912), citado como médico ilustre contemporáneo, admirado por su alta posición científica y social (El amigo Manso, Fortunata y Jacinta). Gelos, Teodoro, uno de los médicos de la corte del pretendiente Don Carlos (Zumalacárregui). González Grediega, otro médico de D. Carlos; él y Gelos curaron en campaña las heridas de Zumalacárregui (Zumalacárregui). Gutiérrez, médico de la Marina, que atendió a Méndez Núñez en sus heridas durante la batalla de El Callao (La vuelta al mundo de la 'Numancia'). Ledesma, médico militar que cuidó, sin éxito, las heridas del general Prim al sufrir su atentado (España trágica). Losada, compañero del anterior, citado con el mismo cometido (España trágica). Llord, uno más de los médicos al servicio personal del pretendiente D. Carlos (España sin rey). Martínez Molina, Rafael (1816-1888), nombrado como Esquerdo y De Olavide (El amigo Manso, Fortunata y Jacinta). Mata y Fontanet, Pedro (1811-1877), médico, literato y político (España trágica, Amadeo I). Olavide: Ver DE OLAVIDE. Oliva, otro médico de la Marina, citado a la vez que Gutiérrez y con su misma función (La vuelta al mundo de la 'Numancia'). Palarea, Brigadier (1787-1855?), médico y jefe de partida de guerrilleros (7 de julio, Juan Martín el Empecinado, El Grande Oriente, Un voluntario realista, Mendizábal, De Oñate a La Granja, La campaña del Maestrazgo). Pallás, Magín, médico de Manresa (Un voluntario realista). Rivero, Nicolás María (1814-1878), popular médico de Madrid y orador revolucionario; es el médico más citado por Galdós (Narváez, La revolución de julio, O'Donnell, Aita Tettauen, Prim, La de los tristes destinos, España sin rey, España trágica, Amadeo I, La primera República, Cánovas, Fortunata y Jacinta). Rubio y Galí, Federico (1827-1902), médico ilustre, político, consultor de Palacio (España trágica, Cánovas, El amigo Manso). Sánchez de Toca, Melchor (1806-1880), "el primer operador de España" cuyos consejos no se siguieron ante las heridas de Prim (España trágica). Sanz, Polonia (hacia 1850), popular dentista de Madrid (Los duendes de la camarilla). Tolosa Latour, Manuel (1857-1919), pediatra, amigo personal de Galdós, y mutuos admiradores y colaboradores, personaje del que se hablará y no poco en este estudio (Niñerías, Ansó, Los condenados). Villanueva, citado entre los médicos de D. Carlos como Llord (España sin rey).
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Médicos de ficción insertados en sus obras
He aquí la relación de médicos "de ficción" extraídos de la obra galdosiana, con expresión de los títulos en que aparecen:
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Las metáforas médicas. Es muy curioso que en el lenguaje corriente que Galdós pone en boca de sus personajes figuren lo que hemos llamado metáforas médicas, algo así de lo que usaría un estudiantillo de primero de carrera para presumir de galeno. Sería como piropear a una muchacha como ¡Eutrófica!, en vez de decirle guapa o rellenita. Cuarenta y una referencias clasificadas como metáforas nos dicen, con toda claridad, que Galdós incorpora, como médico a quien gusta su oficio, conceptos de Medicina a su estructura mental, y los usa para comentar todas las cosas de la vida, no solo las relativas a pacientes y males.
Casi una vez de cada veinte, de las referencias a la Medicina que el escritor introduce con tanta asiduidad, Galdós utiliza términos, imágenes o conceptos médicos hablando de temas ajenos al mundo de la salud. Tal proporción es extraordinariamente llamativa. Contrasta con la escasez o total ausencia de imágenes o términos jurídicos, que esperaríamos en mayor presencia en la obra galdosiana, dada su formación académica en la Facultad de Derecho.
La Medicina, presente en la obra de los escritores de toda época, pero más en los realistas del XIX, cobra en Galdós una talla máxima, una envergadura tal que su injerto literario es una nota distintiva de su escribir. A ello se debió quizá el éxito que alcanzó, y hoy alcanza, en la estima del colectivo médico como lector. Incluso en el aprecio del público en general puede influir tal circunstancia, pues sus modos de ver y contar la España de su tiempo estaban empapados del modo médico de ver y contar la vida, y eso gustaba a su sociedad.
Creemos, pues, que Benito Pérez Galdós era aficionado, no académico, a la Medicina, como armamento de su ser novelista.
La foto de portada es un detalle de una imagen del autor, alrededor de 1900, perteneciente a la Fedac.