La tragedia de las viudas de los desaparecidos fue una de las secuelas más terribles de la Guerra Civil en el Archipiélago. El registro de las desapariciones en Gran Canaria está en fase de elaboración y solo disponemos de cifras provisionales. Adicionando a los cómputos del investigador Juan Medina Sanabria los que facilita la Asociación de la Memoria Histórica de Arucas, obtenemos un total de 335 desaparecidos en la isla, de las que un 51,34% emanan de la capital provincial1. En el listado genérico resultan 93 nombres sobre los que no consta el estado civil, así que el número final de estas viudas debió acercarse a las 2002. Las informaciones de tal índole son todavía muy defectuosas en Las Palmas de Gran Canaria y en Telde, donde respectivamente alcanzan estos fracciones de ignorada condición el tercio y la mitad de los registros. De los 163 hombres que desaparecieron fuera del enclave palmense, las jurisdicciones de Arucas, Agaete y Gáldar llegaron a suministrar 116, un 71,17% de las forzadas pérdidas en el medio campesino; los 63 consortes documentados bien podrían alcanzar los 70 de añadirse una porción de los 20 indocumentados en este orden. Si agregamos los de San Lorenzo, Guía, Firgas y Moya, es lícito concluir que en el Norte de Gran Canaria, dejando al margen el núcleo capitalino, las “sacas” de los falangistas, policías y militares ocasionaron alrededor de 85 viudedades cargadas en los primeros tramos de la Guerra Civil. Aunque no desbordasen las 74 consignadas en estos siete términos, la cantidad es lo suficientemente explícita de cuánto significó la barbarie del fascismo para las izquierdas grancanarias en los ámbitos urbanos y rurales donde tuvo mayor fuerza política y sindical.
Fuente: MEDINA SANABRIA y Asociación de la Memoria Histórica de Arucas (AMHA). Elaboración propia
Hemos querido ofrecer un modesto homenaje a las viudas de los desaparecidos, a través de una horma prácticamente circunscrita a las tres demarcaciones agrarias que padecieron una represión más atroz. La 25 viudas de cinco municipios consignadas en la tabla 23 lo han sido por haberse encontrado sus referencias oficiales en la Rectificación del Censo Electoral de 1934. En las ocupaciones, calles o barriadas y en los datos acerca de si tenían una instrucción elemental (“¿Sabe leer y escribir?”), se han respetado los asientos de la Dirección General del Instituto Geográfico Catastral y de Estadística; en las edades añadimos dos años para situarlas en los ecuadores de 1936-1937, razón por la cual poseen un valor meramente estimativo conforme a la validez de la fuente documental. No cabe aducir que todas estas señoras fueran de izquierdas, aunque lo más probable es que compartiesen en aquella tesitura los ideales de sus maridos asesinados. De lo que no hay duda es de su calidad de víctimas de las derechas fascistas o fascistizadas, antes, durante y después de las actuaciones de las brigadas del amanecer entre el 18 de marzo y el 4 de abril de 1937, un intervalo verdaderamente oscuro en el calendario histórico de la isla3. Es preciso continuar avanzando en esta línea, añadir nuevas personas, rectificar errores y acoger detalles ignotos. La exploración de quienes fueron liquidados por los golpistas, el recuerdo permanente de los mártires de la República, debe correr en simultáneo con el tanteo sobre las enlutadas impuestas a las que se dejó a merced de la angustia inicialmente, más delante de la aflicción y por norma de la penuria. Hogares destrozados al arrebatarles el mantenedor principal o único y cuyas adversidades, preconcebidas por los admiradores de Hitler y de Mussolini, dañaron de manera irremediable a unos huérfanos con frecuencia menores de edad.
El terror planificado por las autoridades militares rebeldes para controlar la retaguardia ocasionó los osarios colectivos de los Pozos de Arucas, la Sima de Jinámar o la Mar Fea. Los detenidos en las jurisdicciones norteñas entre el invierno y la primavera de 1937, torturados por sus captores falangistas y policiales in situ y en la capital, fueron encerrados en la Comisaría de Luis Antúnez de Las Alcaravaneras o en otros centros de reclusión. A ellos acudieron las atribuladas cónyuges con ropa y comida, hasta revelarles que ya no estaban entre sus muros. Y entonces despuntó el largo vía crucis de aquellas a las que un especialista ha llamado “las mujeres de negro”: esposas, madres, hijas y hermanas vestidas de riguroso luto, buscando por todos los recovecos de la isla a los seres queridos. Porque les habían expuesto que los dejaron en libertad e incluso sugerido la evasión en algún barco pesquero hacia la costa africana. Ellas supieron de las salvajes torturas por boca de muchos, pero se negaron a admitir la realidad aferrándose a cualquier atisbo consolador. Llamaron a las puertas de la “gentes de bien” con valimiento entre los jerarcas facciosos, y de abrírseles (pues a menudo ni siquiera les franquearon el paso) encontraban vacilantes excusas con las que justificar las negativas de acometer alguna diligencia. Incluso los párrocos les dieron la espalda con desdén y el obispo Antonio Pildain y Zapiain, recién incorporado a la diócesis, solo les puso enfrente su total ignorancia4. Después de la Guerra Civil se desvanecieron poco a poco las esperanzas de encontrarlos con vida. Y la zozobra mudó en desconsuelo y por fin en rabia.
Fuente: Asociación de la Memoria Histórica de Arucas y Rectificación del Censo Electoral de 1934. Elaboración propia
La historia de las viudas de los desaparecidos hay que analizarla con detalle caso por caso. Veamos algunos breves apuntes. Una buena parte de las “mujeres de negro” no volvió a contraer matrimonio y quizás la mayoría permaneciera en la viudez compelida por la Nueva España. Rosario Arencibia Marrero, de Firgas, y Lucía Álamo García, de Agaete, mantuvieron la viudedad hasta sus óbitos y en las necrológicas se leen los nombres de los esposos exterminados5. La cubana Lucía Castillo Amador, vecina de Arucas, siguió en el mismo estado hasta fallecer en Las Puntillas (Carrizal, Ingenio), a los 102 años, el 28 de agosto de 19976. Otras tornaron a casarse. Tal sucedió con la galdense Concepción Guerra Rodríguez, sin hijos del primer casamiento y quien enlazó en segundas nupcias con Esteban Santana Moreno, funcionario del ayuntamiento de Moya. No era sencillo establecer relaciones formales con otro hombre cuando había de por medio una gran posteridad. Salvo dos ancianas, todas las mujeres del prototipo eran relativamente jóvenes cuando asesinaron a sus maridos: de las 26, ocho tenían menos de 33 años y una quincena no pasaba de los 40. Hubo algunas que no pudieron resistir los batacazos del fascismo. La consorte del labrador y concejal socialista Ramón Medina Pérez, llamada María del Pino Déniz Guerra y conocida por Pinito la dulcera, murió en Arucas “de pena al poco tiempo” según las deposiciones de sus familiares7. Por el contrario, Rita Quesada Reyes aguantó en Gáldar como pudo y crió al hijo que había tenido con el pequeño comerciante Manuel Ríos Santana. Otro tanto sucedió con su convecina Sebastiana o Feliciana Godoy Candelaria, con dos hijos del jornalero Juan Moreno González, secretario del radio comunista municipal8.
El rótulo común de “su casa” o “sus labores”, ya lo sabemos, encubre el trabajo femenino al margen de las ocupaciones domésticas. Solo en Arucas la documentación consigna un grupo de jornaleras, ninguna de las cuales estuvo entre las readmitidas por el terrateniente Felipe Massieu a finales de mayo de 1936. Es de suponer que trabajasen para otros multifundistas en los almacenes de plátanos u otras laboriosidades. Los medios económicos de las “mujeres de negro” eran en verdad minúsculos. La inmensa mayoría de los desaparecidos fueron trabajadores de la ciudad y del campo sin bienes o con muy escasas pertenencias. Obsérvese cómo en nuestra selección figuran nueve jornaleros, siete de oficios artesanales y seis empleados (cuatro de ellos de la administración municipal y apenas uno de alto nivel), es decir, que el bloque asalariado llegaba casi al 85%. De los comerciantes sabemos que uno regentaba un bar y los otros dos poseyeron acaso tiendas de aceite y vinagre. El efímero alcalde galdense Narciso Rodríguez dispuso de tierras propias y debió tratarse de un minifundista o propietario medio. Los más acomodados proporcionalmente reportaron una minoría y semejante extracción social expuso a las viudas a toda suerte de penalidades. Las más afortunadas serían aquellas con hijos en edad de trabajar, siempre que no actuase el cerco empresarial frente a las estirpes de los rojos. A pesar de su ilustración elemental comparativamente alta, pues solo hubo un 46% de analfabetas en 1934, no les fue muy accesible encontrar empleo y algunas se vieron forzadas a cambiar de municipio para sobrevivir.
Las viudas de los asesinados en Talavera de la Reina (Toledo) por los jefes de la primera expedición de Falange, el 11 de septiembre de 1936, también se llevaron su parte del tormento. Aquí ya comentamos sucintamente las pesadumbres de la maestra nacional depurada Angelina Lloret Llorca, desposada con el líder socialista Andrés Zamora Zorraquino. Para concluir nos vamos a referir a otra enlutada singular. Apenas con 31 abriles se quedó la valenciana Nieves Galarza Rehues en situación de madre soltera y con cuatro hijos menores, de edades comprendidas entre los ocho años y los pocos meses. Su pareja sentimental, el dirigente comunista Joaquín Masmano Pardo, tenía previsto divorciarse de su primera consorte, junto a la cual procreó igual número de retoños entre la localidad natal de Buñol y Barcelona, mas no había emprendido aún los trámites cuando lo embarcaron en la motonave Domine desde el Campo de Concentración de La Isleta. La segunda mujer llevaba pocos años en Las Palmas de Gran Canaria. Llegó al enclave capitalino el 6 de octubre de 1932 en el vapor correo Villa de Madrid, procedente de la ciudad condal, una vez levantado en agosto el destierro de su hombre a Villa Cisneros, consecuencia de la insurrección huelguística del Alto Llobregat a principios del año9.
En el barrio de Santa Catalina fijaron la residencia Joaquín Masmano y Nieves Galarza junto a su hija Luisa, a la cual siguieron en cascada Olga, Joaquín y Nieves hasta el fatídico verano de 1936. La joven mamá no pudo hacer muchas amistades en menos de un cuatrienio, ni gozó de ayudas familiares próximas al ser exterminado el cónyuge de facto del que estuvo profundamente enamorada. El conocimiento del múltiple crimen falangista llegó poco a poco, igual que un cuchillo desgarrando las carnes mes a mes. Sin protección oficial alguna, las circunstancias particularmente adversas de los momentos iniciales fueron reducidas por la solidaridad de varios camaradas o de personas con un elemental sentido de la compasión. Un panadero oriundo de Teror e incondicional del rojo desaparecido les facilitaba sacos de pan, que repartían por las viviendas del entorno a cambio de las pertinentes asignaciones. El socorro a la mujer necesitada revistió múltiples formas: mientras un tendero de la calle secretario Artiles obsequiaba frecuentemente granos y otros comestibles, los vecinos cedían las sobras de los animales muertos y baldes de sangre un minorista del Mercado de Vegueta. Superior alcance tuvo la generosidad del maestro socialista depurado Antonio Ojeda Medina, al no cobrar por la educación de la prole en el Colegio Arenas que a la sazón radicaba en la calle Juan M.ª Durán. El único varón recuerda también cómo el padre de otro de los ultimados en Toledo, el asturiano Ramón Monasterio Pedride, les daba gratuitamente alimentos de su humilde venta de la calle León y Castillo, frente a la Playa de Las Alcaravaneras; incluso se negaba en redondo a cobrar de traerse efectivo10.
Doña Nieves Galarza Rehues fue una mujer muy trabajadora y apañada, de esas que, al decir de la primogénita, “hacían de una peseta un duro” por medio de las artes imaginativas que imponen las necesidades. Y dispuesta a cualquier sacrificio para sacar adelante a los suyos. En aquella época de mercado negro y de bonanza del cambullón, llegó a ejercer como receptadora de artículos robados y en plena Guerra Civil pasó en consecuencia una breve temporada en la Prisión Provincial, donde coincidió con mujeres de izquierdas a las que conocía de antemano11. Los hijos se repartieron durante unos días por la vecindad y del propio círculo emanó el consejo de bautizarlos para restringir los inconvenientes; en la Iglesia del Pino les impartió el sacramento en bloque el reverendo padre Daniel Lodosa Martín, futuro superior de los Padres Paúles. Los regalos del Día de Reyes constituyeron un desafío solventado con trucos maternales: las niñas recibían muñecas de porcelana y el niño un inevitable camión de madera, que al cabo desaparecían “misteriosamente” hasta reaparecer en la madrugada del próximo 6 de enero con otros vestiditos y pintura de distinto color. Avanzados los cuarenta habilitó doña Nieves una pequeña tienda de aceite y vinagre en Secretario Artiles, número 120, esquina a Montevideo, número 41, utilizando la estancia exterior de la casa en alquiler12. Eran todo el menaje un mostrador de tablazones forrados con aluminio y la estantería13.
La viuda y los hijos de Joaquín Masmano Pardo en esta tierra debieron sortear las privaciones de las familias de tantos reprimidos por la Nueva España, no muy diferentes de las sufridas por el conjunto de las clases populares, aunque de mayor crueldad por tener el estigma de “antipatriotas”. Gracias a la reciedumbre materna, a los cuidados de una mujer abnegada, nunca pasaron hambre ni frío los descendientes. Los fiados continuos de la generosa abacera impidieron que el local de Nievita fuese un próspero negocio; al traspasarlo le adeudaban 800 pesetas, todo un capital en la autarquía franquista. Pero ya contaba con el refuerzo de las hijas y del hijo. A la mayor le dio empleo el modesto representante Juan Morales Santana, fundador de la Juventud Comunista en la Segunda República, un camarada de La Isleta que pudo conducirse tanto personalmente como en nombre del Socorro Rojo Internacional que siguió actuando de manera clandestina. Ella y su madre votaron siempre comunista al restablecerse la democracia: una ofrenda incesante al desaparecido. A los 92 años, el 26 de marzo de 2002, falleció Nieves Galarza Rehues. Una madre coraje de sobrados timbres para cerrar este epítome, escrito desde la reverencia a todas sus equivalentes republicanas.
Notas
1. Hemos prescindido del comerciante teldense José Suárez Melián, cuya muerte divulgada el 18 de julio de 1936, según el auditor de guerra, constituyó un delito común “sin conexión alguna con el de rebelión”, motivo por el cual la jurisdicción castrense se inhibió a favor de la ordinaria. “Nuestras entrevistas con el auditor de guerra”, La Provincia, 26-VIII-1936, p. 13.
2. MEDINA SANABRIA, Juan: Isleta/Puerto: Campos de Concentración, Las Palmas de Gran Canaria, 2002, pp. 351-356 y AMHA: Relación de desaparecidos…, www.gobiernodecanarias.org, consulta del 17 de noviembre de 2013.
3. MILLARES CANTERO, Sergio: “La cara más sórdida del nuevo régimen: la represión política y social”, en MILLARES CANTERO, Agustín y otros (Drs.), 2011, pp. 411-415.
4. Entre las “mujeres de negro” se encontraron las del “valle de las viudas” en Agaete, donde en el pago de la Vecindad de Enfrente desaparecieron a 22 hombres. MILLARES CANTERO, Sergio: “Las mujeres de negro”, en Canarii, Núm. 19, octubre de 2010, p. 15 y “El valle de las viudas”, pellagofio.com. Blog semanal de la revista pellagofio, consulta del 9 de septiembre de 2014.
5. “Sociedad”, Diario de Las Palmas, 19-XI-1971, p. 16 y “Vida social”, La Provincia, 13-VI-1976, p. 8.
6. Su médico de cabecera por más de dos décadas escribió en su honor: “Cubana de nacimiento, su vida fue un ejemplo de las virtudes de la madre canaria, a las que unía su santa paciencia y espíritu de resignación ante la adversidad (pobreza, viudedad joven y sacar adelante su numerosa prole en época de hambruna)”. Antonio Calvo Herrera, “A la memoria de doña Luisa Castillo Amador”, Diario de Las Palmas, 30-VIII-1997, p. 63 y La Provincia, 30-VIII-1997, p. 43.
7. No la hemos localizado en la Rectificación del Censo Electoral de 1934 y por eso la excluimos de la tabla. Véase el reportaje de Jesús Montesdeoca, “Días de violencia franquista en Arucas”, La Provincia, 21-VIII-2010, p. 12.
8. Mariano de Santa Ana, “Exhumar el dolor. Gemidos en el pozo”, ibídem, 1-VI-2006, pp. 110-111.
9. José del Campo, “Nueva expedición de deportados. Divulgación de actualidad. Cómo es, dónde está y cómo se vive en Villa Cisneros”, Diario de Las Palmas, 21-IX-1932, p. 1; y “Crónica de sociedad”, La Provincia, 6-X-1932, p. 5.
10. Testimonio de Joaquín Galarza Rehues, Las Palmas de Gran Canaria, 22 de septiembre de 2014. Muchos de los datos anteriores y posteriores emanan de esta entrevista.
11. Se dice que el contramaestre del Villa de Madrid, con quien trabó amistad en el viaje de llegada, la auxilió al hacer de intermediaria entre los cambulloneros y las tripulaciones de los barcos. RENDE, Enrico María: Joaquín Galarza. Vida y obra de un empresario ejemplar, Las Palmas de Gran Canaria, 2004, pp. 43-45.
12. Propiedad de Anita la viuda, por la cual abonaba 70 pesetas mensuales. RENDE, p. 54.
13. El autor vivió en la calle Secretario Artiles, número 92, entre 1951-1964, y siempre evocará el momento en que su padre le señaló a aquella vecina y le explicó su historia y la de su marido. Desde entonces la observaba con profunda admiración.
Las fotos pertenecen a uno de los emotivos momentos relacionados con esta historia: el homenaje realizado en abril de 2011 en Gáldar a los desaparecidos del municipio (http://www.infonortedigital.com/).