Revista nº 1037
ISSN 1885-6039

El Carnaval de antaño. Los Jueves de Compadres y Martes de Carnaval. (I)

Martes, 10 de Febrero de 2015
Manuel Hernández González
Publicado en el número 561

En general todos los jueves y domingos anteriores al Martes de Carnaval se participaba en jolgorios y mascaradas. Pero dos jueves anteriores eran bastante singulares. Nos referimos a los Jueves de Compadres y de Comadres, que eran respectivamente el segundo y el primero inmediatamente anteriores.

 

 

Los Jueves de Compadres y Comadres. No existe contradicción entre la Navidad y el Carnaval. Esa radical disgregación es relativamente reciente. Múltiples son los testimonios que nos hablan del ambiente carnavalesco en los días anteriores al Martes de Carnestolendas. Hemos citado entre otros el de Domingo J. Navarro. En el proceso del presbítero Sebastián Oliver, acusado de vestirse de diablo en los días anteriores al Martes de Carnaval se señala que los mozos que lo acompañaban habían principiado la diversión desde fines de diciembre o principios de enero. A mediados del s. XIX se continuaba celebrando el Carnaval en fechas tempranas, como relata para La Laguna José de Olivera que especifica que el 17 de enero ya habían comenzade los bailes en el casino lagunero del Porvenir1. Y lo mismo cabe decir del uso de máscaras en las fiestas navideñas y el 2 de febrero. En general todos los jueves y domingos anteriores al Martes de Carnaval se participaba en jolgorios y mascaradas. Pero dos jueves anteriores eran bastante singulares. Nos referimos a los Jueves de Compadres y de Comadres, que eran respectivamente el segundo y el primero inmediatamente anteriores.

 

Los ingleses celebran el día de San Valentín como el patrón de los enamorados y los refranes recogen que en estas fechas se acoplan los pájaros, por lo que se comprende que San Valentín esté asociado con los mecanismos que integran dentro de la fiesta invernal a los novios, a los jóvenes solteros y a los cornudos, a las cofradías de hombres engañados que pululaban por Europa2. En Canarias, como en el conjunto del Estado español, tal fiesta es sustituida por los Jueves de Compadres y de Comadres, tradición que recuerdan nuestros abuelos, pero que en la actualidad se ha perdido.

 

Los Jueves de Compadres y de Comadres sirven para realzar amistades y ayudarse mutuamente los hombres y las mujeres con el vínculo del compadrazgo en la permanente oposición y complemento entre ambos3. Contamos con una excelente descripción de esos días publicada en la revista La Aurora en 1848 que nos demuestra el carácter satírico y amoroso de estas fechas, perfectamente enraizadas con el simulacro de una de las instituciones de más raigambre dentro de la sociedad insular: el compadrazgo. En las casas se reúnen muchachos y muchachas solteros enmascarados, llamados por unos boletos y que en el marco de una fiesta mediante papeletas o hilos eligen por el azar los compadres y las comadres. Este juego tiene como objetivo posibilitar las relaciones amorosas entre los jóvenes que les sonreía la fortuna, que debían recitar poemas o textos que se encontraban en las papeletas, lo que facilitaba, además de la burla y las risas de los presentes, los amoríos y, cómo no, también los desengaños.

 

Hasta en la escuela del agustino fray Pedro Martín, donde estudiaba, Lope de la Guerra relata que solía ser el Jueves de Compadres de los días célebres, en él salían los compadres por cedulas y había merienda que por lo común era de pescado frito y torrijas en que por platos suplían los procesos y libros y a mí me echaron a perder tales días algunos4.

 

El carácter de compadre y comadre adquiere rango social como tal, tanto en el año como en el transcurso de la vida. La sucesión de estos dos jueves consecutivos tiene la función de impulsar los enamoramientos, que era uno de los objetivos de estos días de libertad que eran por excelencia los Carnavales5.

 

El Martes de Carnestolendas es el día grande del Carnaval. Es la última luna nueva de invierno y sanciona el tránsito de esta estación que se acaba hacia la primavera en la que la Pascua será su primera luna llena. Su variabilidad trata de ajustar los calendarios solar y lunar como hemos señalado. Berthelot nos ha dejado una excelente descripción del espíritu carnavalesco, aunque situando su marco días antes, en luna llena, haciendo una comparación del tiempo santacrucero con el crudo invierno que se vivía en Europa al momento de su arribada en Santa Cruz por esas fechas: No era posible disfrutar más de lo que yo lo hacía de este dulce clima. Dejados atrás los fríos inviernos de Europa en menos de dos semanas había visto cómo el invierno se transformaba en primavera. Este viaje me parecía un sueño. Después de un espléndido día salí a respirar el aire de la noche bajo un hermoso claro de luna. Soplaba una brisa que refrescaba el ambiente y el mar, visto desde la plaza mayor brillaba como un espejo. La luna, en el cénit, no proyectaba sombras y todo estaba iluminado por su claridad hasta el punto que Santa Cruz parecía estar iluminada por luz de gas. Todo en esta noche parecía haber concitado para producir mágicos efectos. Es Carnaval. Las noches de Carnaval convocaban a los danzantes y la locura agita sus cascabeles6.

 

La impresión del científico francés no puede ser más acertada. El Carnaval es la locura, el tiempo de inversión de las normas sociales. Todo es derroche, placer y diversión. En una fecha tan temprana como en 1569 por el luto de la reina Isabel y el príncipe Carlos se prohibieron las manifestaciones carnavalescas. En la proscripción se pregonó que nadie se podía recrear a caballo, ni tampoco tiren naranjazos a pie, ni tiren afrechos ni hagan otras muestras de regocijos7. Se conserva un proceso inquisitorial de 1574 en el que se relata un baile de máscaras en Las Palmas, en la casa del canónigo Pedro León, al que concurrió tanta gente que no cabía ni en la sala ni en los patios, representándose en él también una comedia8.

 

En Las Palmas se regocijaban con el tiroteo de huevos de talco, con los jeringazos de agua no siempre limpia, con las mojiganzas del disfraz, con el bailoteo de folías, malagueñas y seguidillas y con engullir el sabroso y picante adobo y el arroz con leche de rígida ordenanza9. Lope de la Guerra especificaba cómo en su niñez por vísperas de Carnestolendas se quita el estudio; para esto se llevaba prelación de colación y huevos de talco con los que arrojaban al Preceptor cuando entraba en clase, y alguna ocasión aconteció darle con los huevos algunos golpes fuertes en la corona10. El propio Viera en su poema Los Meses reflejó la tradición de los polvos de talco, harina y almidones11:

 

Todos son juegos, chanzas, diversiones
Ya arrojan al cabellos limpios talcos
Ya al pulcro rostro harina y almidones
Ya la agragea a la pulida espalda.

 

En febrero de 1799 se ordena taxativamente que ninguna persona osará de tirar en las calles, sitio público de plazas, paseos ni otros sitios huevos con agua, harina, lodo ni otras cosas con que se pueda incomodar a las gentes y manchar los vestidos y las ropas, ni echar agua clara ni sucia en los balcones y ventanas con jarras, jeringas, ni otros instrumentos, si se da con pellejos, vejigas ni otras cosas12. Fue una costumbre tan arraigada en las Islas que en 1848 el clérigo anglicano Thomás Debary precisa que sus guías aparecieron con las caras blanqueadas con harina –esta y lanzarse ollas rotas a la cabeza era la diversión favorita del momento–. En el Valle de La Orotava, puntualiza, vuelve a encontrar parrandas carnavaleras con tales bromas, ya que dondequiera que llegamos los campesinos estaban corriendo por los campos con las manos llenas de harina, lanzándola sobre cualquier persona que pasara13.

 

Los hombres se visten de mujer, como recogió Anchieta para La Laguna en 1762, mostrando en esas noches sus frustraciones sexuales reprimidas en el tiempo cotidiano: El día de carnestolendas, el 23 de febrero de 1762, hubo muchas mojigangas de hombres vestidos de mujeres muy aseados por las calles14. Era tal la abundancia de varones vestidos de esa forma que el alcalde real de Santa Cruz de Tenerife los prohibió en 1782, para evitar que en los presentes bacanales se vean semejantes desórdenes que no pueden servir sino a las personas licenciosas y de mal gusto, por lo dispuso que ninguna persona de cualquier estado o condición que sea use de disfraz, máscara o traje diferente de su propio sexo, de suerte que pueda causar equívoco en los que miran, so pena de que se les desnudara públicamente en la calle, se les exigirá cuatro ducados de multa y ocho días de cárcel15. Esa sanción era cuanto menos sorprendente. Hasta su suspenden las clases en la víspera de Carnestolendas y se llevaba prevención de colación y huevos de talco con los que se arrojaba al profesor cuando entraba en la clase y alguna ocasión aconteció darle con los huevos algunos golpes fuertes en la corona16.

 

Los arquetipos religiosos no pueden quedar al margen y aparecen personificados en el Carnaval. A Matías Felipe le castigaron con 200 latigazos porque se puso un hábito de San Francisco y a Francisco y Miguel Alfaro les enjabonaron el semblante porque uno se vistió de Magdalena y otro de Jesús Nazareno. O cuando Cervellón y el Marqués de San Andrés fueron delatados al Santo Oficio por cantar una canción a una mujer que refería:

 

Divina Teresa, ora pro nobis.
De los celos de tu tío libera por
Domine.
Al consejo de tu criada te
rogamus audi nos.
Spíritu fornicationis te rogamos audi nos, etc.18

 

Con estos versos se burlaban de las letanías cantadas en las iglesias en las rogativas de agua, incitando al espíritu de fornicación y a las casas de fandango, lo que mereció la reprehensión del Santo Oficio por aplicar la letanía que usa la Iglesia a trujanerias de carnestolendas y mezclar sus palabras con peticiones escandalosas y lascivas (...) en la forma de precesión por las calles y canto de letanía mixta con palabras escandalosas de los ritos de la Iglesia, implorando a Dios le oyese por el espíritu de la fornicación y los liberase de la casa donde no hay fandango que (...) es voz indiana y vulgaridad introducida en la Habana con que se llamaba y explican aquellas huelgas a donde hay bailes, que algunos de ellos se han prohibido con pena de excomunión por el obispo por ser deshonestos y de movimientos lascivos entre hombre y mujer, pero la voz no significa aquellos bailes sino las huelgas de baile y así corre ya en este puerto19.

 

 

Los bailes se convierten en una oportunidad para la diversión colectiva, abierta a toda la comunidad, tal y como lo describió Berthelot sobre Santa Cruz: La animación reinaba por todos los sitios, parrandas y grupos bailando, los tocadores de guitarra canturreaban bajo los balcones20. Domingo J. Navarro relata que en los tres días de carnaval casi todas las casas estaban francamente abiertas desde media mañana a medianoche para las innumerables máscaras que recorrían las calles con algazara y entraban en las casas a bailar y participar de los refrescos con que las obsequiaban. El pueblo todo, desde las clases menesterosas hasta las más ricas, participaba en estas expansiones sin que el orden se alterase ni dominara la embriaguez. A las doce de la noche del martes toda la ciudad quedaba súbitamente con sepulcral silencio, la Inquisición vigilaba21. Claro está que este último, si es cierto, acontecería en Las Palmas donde tenía su sede el Santo Oficio, porque ello no ocurriría en otros pueblos. Alvarez Rixo comparte la opinión de Navarro en lo referente al espíritu carnavalesco y señala que en el Puerto de la Cruz los convites, meriendas y francahuelas eran muy frecuentes en toda clase de personas. Las máscaras y los bailes en los días de carnaval y desde un mes o más días antes tenían al vecindario divertidísimo sin imaginar que hubiese otra cosa más digna de ocupar la mente humana en todo el mundo22.

 

En Santa Cruz preocupa a las autoridades los bailes que denominan de barrio en las tabernas y en las casas particulares de los estratos sociales inferiores que, según los poderes públicos, se entregan a la bebida y a la disputa, por lo que prohíbe que ningún dueño de taberna, bodega o lonja ni de casa particular en que se venda vino o licores por menudo admita ni consienta de uno y otro sexo personas en pretexto de conversación, juego, baile ni otra diversión o entretenimiento bajo las multas a cada contraventor de 4 ducados (...) incurriendo también las tales personas que se reúnan a entretenerse y a pasar el tiempo en dichos sitios públicos en la de un ducado cada una, preocupando especialmente el comportamiento de las mujeres que se ocupan en formar bailes con el objeto de que haya dichas reuniones y expender las bebidas de que es consecuencia la embriaguez, la lascivia y otros vicios, que todavía serán perseguidos con mayor vigor, pues además de incurrir en dicha multa serán llevadas a la cárcel donde estarán detenidas en el tiempo que se juzgue suficiente para su corrección y enmienda, mediante ser un hecho que, despreciando la honestidad y decoro de su sexo, llega a ser tan punible su desenvoltura que se nombran aun sin ser reconvenidas, que su ejercicio u oficio es el de hacer el baile23.

 

En los bailes se puede apreciar por un lado la continuidad de las formas de expresión tradicionales como los tajarastes interpretados al son de la flauta y el tambor, predominando en las zonas rurales, y por otro lado la penetración de nuevas melodías y bailes que irrumpen con fuerza especialmente en los núcleos urbanos, como las isas o las malagueñas al compás de timples y guitarras. Sobre 1850 una viajera inglesa, Elizabeth Murray, relataba cómo en una casa icodense en plenos carnavales se bailaba alrededor de una pértiga que sujetaba en su parte alta varios lazos de seda cogidos por un número proporcional de bailarines. La música que comenzaba lentamente se iba avivando a ritmo creciente, tejiendo con las cintas de seda una red abierta de varios colores24. En el s. XVIII asistimos a un proceso de paulatina sustitución de los sencillos instrumentos y bailes tradicionales por otros de procedencia foránea que incorporan nuevas melodías y un concepto diferente de la armonía, en el que la guitarra, la vigüela o el timple asumirán las pautas esenciales, relegando o haciendo desaparecer el tambor o la flauta, transformación que tendrá su exposición más manifiesta en el s. XIX con la aparición de la polka, la berlina o la mazurca, e incluso del acordeón en el baile del tajaraste. Con ello los cauces tradicionales de expresión musical, que no pueden ser analizados desde una perspectiva meramente folklórica, puesto que forman parte de la psicología colectiva de un pueblo, entrarán en una lenta agonía, conservándose como auténticas reliquias en zonas rurales alejadas de las urbes como el Noroeste de la isla.

 

En las tabernas y las casas particulares no sólo se ejecutan bailes, sino se juegan incluso altas sumas de dinero en los naipes, fundamentalmente en el Puerto de la Cruz donde se celebraban las partidas de juego de naipes fuertes, a cuya pesca solían venir desde Santa Cruz y La Laguna algunos pájaros astutos, siendo casi la diversión cotidiana en que con mangua de la memoria de varias señoras aficionadas, éstas también suministraban dinero a sus jóvenes hijas para que las imitaran en el juego del monte, sin precaver la fuerte dote que por tal indiscreción las estaban preparando25.

 

El Carnaval incitaba, por tanto, a lo prohibido, era una subversión generalizada que no respetaba título ni autoridades.

 

Se arroja agua en jeringuillas o en pucheros o en cubos o se tiran bombas de agua olorosa hechas con cáscaras de huevo, o harina, lodo o huevos de talco, cualquier cosa es un pretexto para la burla, para estropear los vestidos, para enunciar todo lo habitualmente respetable26. Un bando de febrero de 1799 ordena que ninguna persona sea osada de tirar a las calles, sitios públicos de plazas, paseos, ni otros sitios huevos con agua, harina, lodo ni otras cosas que puedan incomodar a las gentes y manchar los vestidos y las ropas, ni con jarras, jeringas, ni otros instrumentos, ni pellejos, vejigas ni otras cosas27, pero como en tantas otras ordenanzas su efectividad brilla por su ausencia.

 

La máscara es el símbolo por excelencia del Carnaval, que permite al hombre esconder su aspecto habitual y mostrarse a sí mismo tal como es en realidad, manifestando lo que en realidad piensa y normalmente oculta. Dentro de la configuración estacional, lunar y vital del invierno, los disfraces representan las almas de los muertos y de los animales. Estas peregrinaciones de las almas en función de los ritmos lunares explican que las fiestas instituidas en su honor se suceden cada cuarenta días. Dos condiciones deben darse para ello: que el sol se encuentre en la vía láctea, que es la vía de las almas, y que la luna aparezca en una determinada fase y ese es el momento marcado para el Carnaval, cuando estas dos condiciones se dan. Este proceso de ascensión de las ánimas nos ayuda a entender algunos hechos que son generalmente poco comprendidos, y especialmente el plazo de cuarenta días que separa la Pascua de la Ascensión del Señor.

 

Nos podría sorprender el ver a Cristo cuarenta días en la Tierra, contentándose en este periodo con tan solo unas apariciones. Pero las condiciones calendariales de los acontecimientos permiten comprenderlo: crucificado por Pascua durante una luna llena, Cristo ve cuarenta días más tarde que su ascensión se hace posible por la luna nueva y el astro se hincha. Más tarde, es decir, en luna llena, envía una parte de su espíritu en Pentecostés. La luna es, pues, la bomba de almas, que permite el acceso al más allá. Los ritmos del Carnaval tienen otro propósito, favorecer ese acceso28.

 

La máscara esconde bajo su manto los secretos de quien la porta. El isleño pierde su inhibición, su introversión, que preside su existencia habitual al disfrazarse. A lo largo de todo el año la máscara salpica la esencia de su fiesta, mostrando la dimensión catártica de las mismas como del de las libreas (disfraces), solo tolerándose el empleo de estos últimos a cara descubierta. El pueblo se opuso a tal determinación y se colocó un pasquín en la vía pública en el que se señalaba que se podían usar, erigiéndose más tarde otros que atentaban contra el oidor y el alcalde mayor Manuel Pimienta Oropesa, al que consideraban el inspirador de la prohibición. La represión fue inmediata y fueron detenidos hasta los que llevaban disfraz en la cara, aunque no tuviesen máscara, e incluso un carpintero que dijo que al alcalde mayor le habían salido por la noche tres enmascarados, de cuyo susto se había puesto enfermo. Pero el contraste era que, mientras tanto, en Santa Cruz se usaba la máscara con entera libertad y en Las Palmas, con la noticia de la paz con Inglaterra, se iluminó la ciudad por las calles y se celebraron conciertos, saraos, máscaras y otras diversiones. Estas circunstancias recrudecieron más la atmósfera y dieron pie a la continuación de los pasquines. La noche del 23 de marzo aparecieron rotas las vidrieras de las casas del oidor y del alcalde mayor y a la madrugada se sintió el tropel de algunos que huían por este hecho, lo que llevó a la autoridad a ejercer la ronda de la noche, a pesar de la que los pasquines aparecían colocados en distintos parajes con burlas como esta: Cítese de remite al Alcalde Mayor Don Manuel Pimienta, haciéndose las diligencias en tres noches distintas y la cuarta en la forma ordinaria. Tras la noticia de algunos robos en el cabildo y las iglesias se incrementaron las rondas con regidores, diputados, alguaciles y patrullas de milicianos. Las sospechas sobre este atentado recayeron en un oficial militar de Canaria desterrado a Tenerife por actos y expresando su profundo silencio vital, solo desentrañado en las vivencias festivas. Pero en el Carnaval es cuando la máscara vive su apogeo. Por ello las autoridades la prohíben tajantemente. En 1783 el oidor de la Audiencia y corregidor de la isla, don Vicente Duque de Estrada, mediante un bando prohíbe, conforme a las leyes del Reino, las máscaras. Toleradas años anteriores, se castiga tanto el uso de las de esta naturaleza y detenido en un castillo de Santa Cruz por el comandante general. Para tener total certeza de su culpabilidad se pusieron soldados en el camino de la Cuesta con la finalidad de chequear a todos los que llevasen cartas. Tras recoger las del oficial arrestado se vieron en ellas pasquines con la misma letra que los colocados, por lo que se le estrechó su vigilancia en la prisión y se le prohibió el escribir y sólo se le permitió hablar con el castellano y con un soldado que le servía29.

 

Fernando de la Guerra en una carta dirigida a Viera y Clavijo recoge este incidente, señalando que el oficial en cuestión era D. José Falcón: Aporrearon las vidrieras del alcalde mayor y le echaron algunos papelones que lo asustaron (...). No se ha sabido los autores. Esta arrestado en el principal Don José Falcón, natural de Canaria y detenido aquí por indicación de ser el apedreador30. En 1786 el corregidor D. Gregorio Guazo volvió a reiterar la prohibición de usar máscara y disfraz, bajo las penas a los de conocida hidalguía de 20 ducados y a los demás de 1031. Pero las prohibiciones con todo eran infructuosas, las ansias populares podían mucho más que la represión, que por otro lado en ocasiones tenía un rasgo más bien testimonial, a pesar de que en distintos momentos la violencia bullía a flor de piel, en sucesos como el acontecido a Jerónimo Romero, labrador y vecino de La Laguna en 1797, que viniendo una criada suya conduciendo desde el prado hacia sus casas unas yeguas, cerca de ellas se presentó en uno de los días del próximo carnaval pasado un enmascarado que tuvo algunas contestaciones con su criada, arrojándole a ésta porción de barro, con cuyo motivo Ángel Amador, que presenciaba esto desde la puerta de su casa, inmediata a la de mi parte se unió con el enmascarado, y dándole a éste una gran piedra le inclinó se la dirigiera a la criada, expresándole que mirase si la podía matar, cuya piedra tiró efectivamente y dio contra las puertas de la casa de mi parte con tanto impulso que hizo levantar astillas a la puerta, al cual alboroto salió hacia la calle y reprehendió con palabras y voces moderadas y nada ofensivas a él, a lo que salió la mujer de éste, su padre, Domingo Amador, con un palo, y dándole de golpes a mi parte, fue también insultado de palabras, agregándose a éstos Domingo Díaz, Ignacio Patricio y otros vecinos de la misma ciudad de La Laguna, quienes continuaron infamándole de palabras y dándole de palos y puntiones, hasta que su mujer lo entró dentro de su casa bastante agolpeado32.

 

Las decisiones de las autoridades contra las diversiones callejeras conducían inevitablemente a tensiones sociales, por lo que en algunas ocasiones estos reflexionan que era más positivo para el poder establecido tolerarlas, siempre que no se extralimitasen. Pero la línea fronteriza era siempre resbaladiza y peligrosa. Carlos O´Donnell, ascendido a Capitán General por la Junta Suprema, recapacitaba al respecto el 9 de febrero de 1809 que de los siete años que residía en Tenerife, en los dos primeros, bajo el mandato de José Perlasca no se prohibió al pueblo que en los días del carnaval olvidase con diversiones inocentes la miseria y trabajos de todo el año. Le constaba que, aunque hubo mucha alegría, no derivó en el menor desorden, pues únicamente ocupados en los disfraces que llamaban toda su atención, y que yo no creo puedan tener malas consecuencias, siempre que los jueces y magistrados vigilen fue infinitamente menor el número de embriagueces que en los siguientes, donde por una rigurosa prohibición se privó a las clases bajas del estado de una diversión que las más elevadas disfrutan en horas harto más sospechosas. No deja de ser contundente el militar al señalar la contradicción de legalizar los bailes para las clases altas, mientras que se restringían las libertades para “el populacho”. Por ello piensa que sería más realista ceñirse la prohibición al uso de caretas en la calle y sobre todo amenazando con penas rigurosas a los autores, que cualquier desorden se lograría precaverlos con la ayuda de varias patrullas que celen33.

 

Hoja primera del ejemplar de La Aurora (1848) donde se habla de los Jueves de Compadres

 

 

Notas

1. Una visión general en HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. Fiestas y creencias en Canarias en la Edad Moderna. Tenerife, 2006; Olivera, J. Mi álbum, p. 119.

2. Gaignebet, C. Op. cit., p. 37.

3. Caro Baroja, J. El Carnaval. Madrid, 1983.

4. GUERRA Y PEÑA, L. A. Op. cit., p. 81.

5. Anónimo. "Jueves de Compadres". La Aurora n° 26, Santa Cruz de Tenerife, 27 de febrero de 1848.

6. Berthelot, S. Op. cit., p. 27.

7. Reprod. en RODRÍGUEZ YANES, J. M. La Laguna durante el Antiguo Régimen desde su fundación hasta finales del siglo XVII. La Laguna, 1997. Tomo I, vol. II, p. 988.

8. HERNÁNDEZ, O. El Carnaval de Gran Canaria, 1574-1988. Las Palmas, 1988, pp. 22-24.

9. NAVARRO, D. J. Op. cit., p. 15.

10. GUERRA Y PEÑA, L. A. Op. cit., p. 82.

11. VIERA Y CLAVIJO, J. Los meses. Santa Cruz de Tenerife, 1849.

12. SANTOS PERDOMO, A., SOLÓRZANO SÁNCHEZ, J. Historia del carnaval de Santa Cruz de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 1983, p. 34.

13. DEBARY, T. Notas de una residencia en las Islas Canarias, ilustrativa del estado de la religión en ese país. Trad. de José Antonio Delgado Luis. Introd. de Manuel Hernández González.

14. ANCHIETA Y ALARCÓN J. A. Op. cit. sig. 83-2-21, f. 281 V.

15. SANTOS PERDOMO, A., SOLÓRZANO SÁNCHEZ, J. Op. cit., pp. 222-223.

16. GUERRA, J. P. Op. cit. Tomo I. p. 20.

17. ANCHIETA Y ALARCÓN, J. A. Op. cit. sign. 83-2-21 f. 281 V. Santos, A.; Solorzano, J. Historia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife. Tenerife, 1983, pp. 222-223.

18. Hoyo Solorzano, C. Madrid por dentro, pp. 192-193.

19. González de Chaves, J. El proceso..., p. 59.

20. Berthelot, S. Op. cit., p. 27.

21. Navarro, D. J. Op. cit., p. 70.

22. Alvarez Rixo, J. A. Anales del Puerto de la Cruz. Siglo XVIII. Manuscrito. Estado de las costumbres. A.H.A.R.

23. Santos, A.; Solorzano, J. Op. cit., p. 225.

24. Gómez Luis Ravelo, J. "El baile de la danza o danza de las cintas en un relato de viajes de la pintora Elizabeth Murray". Investigación Folklórica n° 3. Icod, 1986.

25. Alvarez Rixo, J. A. Anales del Puerto de la Cruz. Siglo XVIII. Estado de las costumbres. Manuscrito. A.H.A.R.

26. Navarro, D. J. Op. cit., p. 17.

27. Santos, A.; Solorzano, J. Op. cit., p. 34.

28. Gaignebet, C. Op. cit., pp. 23-25.

29. Guerra y Peña, L. A. Op. cit. Tomo IV, pp. 119-120.

30. Romeu Palazuelos, E. Noticias de las cartas de Fernando de la Guerra a José de Viera y Clavijo. A.E.A. n° 31. Madrid-Las Palmas. 1985, p. 531.

31. Santos, A.; Solorzano, J. Op. cit., p. 222.

32. A.H.P.L.P., sección Audiencia. sign. 12228.

33. SANTOS PERDOMO, A., SOLÓRZANO SÁNCHEZ, J. Op. cit., p. 223.

 

 

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