... Casi nada era comparable en el mundo a su espesura, lozanía, verdor y deliciosa frondosidad. La robusta, descollada y numerosa arboleda que la poblaba tenía el raro privilegio de componerse, por la mayor parte, de árboles y arbustos indígenas, esto es, de vegetales propios y privativos del país (...) para testimonio de lo que la Montaña de Doramas ha sido, se conserva la arboleda del barranco en donde nacen las bellas aguas nombradas Madres de Moya, compuestas principalmente por los llamados tiles, tan altos que la cima de sus copas se pierden de vista y tan enlazados que ofrecen un remedo del templo catedral, con apariencia de columnas, arcos y bóvedas. Ya antes que él, en 1590, el ingeniero Torriani había expresado pareja admiración por el lugar. La Montaña era patrimonio comunal, para el abastecimiento de agua y madre, pasto y forraje. La introducción del cultivo de la caña de azúcar en la isla será causa del expolio maderero de la Montaña. Y a causa, también, de una progresiva disputa y parcelación que hubo de durar hasta 1831, cuando el mariscal Francisco Tomás Morales (ascendiente del poeta Tomás Morales*) obtuvo del rey Fernando VII gran parte de la Montaña en propiedad, como premio a su campaña en Venezuela. El canónigo y poeta Bartolomé Cariasco de Figueroa*, en una de sus comedias, dedicada al obispo Rueda (1581), hace una bucólica descripción de la Montaña: el propio José de Viera y Clavijo, en su poema Los Meses, vuelve a hacer el panegírico de "la Montaña deliciosa". Historiadores como fray Diego Henríquez centran su atención en la celebración y transfiguración mítica de la Selva de Doramas. Los poetas románticos recuperarán el tema de la Montaña, con muy diverso signo: mientras Bento y Travieso*, por ejemplo, se lamenta de su desaparición, ya por entonces irremediable, Ventura Aguilar* vuelve a presentarla como compendio idealizado de un mundo pastoril e idílico.
Foto: Montaña de Doramas en 1905-1910, por Jordao da Luz Perestrello (Archivo de la Fedac)