Revista nº 1037
ISSN 1885-6039

Cara y espalda críticas en Jorge Rodríguez Padrón.

Viernes, 22 de Abril de 2016
José Miguel Perera
Publicado en el número 623

El inusual desenrosque impregnado en su disposición juiciosa, lejano de la institucionalización cuadrada y decorosa, se palpa con transparencia calibrada en los escritos recopilados en el libro, que abarcan más o menos las dos últimas décadas y donde son afrontadas, en sus particulares maneras, diferentes singladuras estéticas gestadas desde Canarias.

 

 

Variaciones sobre el asunto. Ensayos de literatura insular (Ediciones Tamaimos, 2016) es el último libro de Rodríguez Padrón, escritor que, como se sabe, soporta a estas alturas una trayectoria de alzada en el aquí y en el allá literarios. Sus importancias sostienen fundamentalmente la ejercitación en la crítica literaria de las diversas escrituras del ámbito occidental, más en las formalizadas en español, con una especial dedicación a la tradición literaria canaria. Habremos de entender su quehacer principal, para no perder el soporte de la certeza, como lo explicita en este tomo: no “mera recopilación histórica” academicista que secuestre “los significados de la literatura”, pues se trata de abrir con el tajo objetor todas las válvulas del texto para que salgan, si allí existieran, direcciones nunca vistas, nunca escritas. El inusual desenrosque impregnado en su disposición juiciosa, lejano de la institucionalización cuadrada y decorosa, se palpa con transparencia calibrada en los escritos recopilados en el libro, que abarcan más o menos las dos últimas décadas y donde son afrontadas, en sus particulares maneras, diferentes singladuras estéticas gestadas desde Canarias: Cristóbal del Hoyo o Domingo Rivero; Viana o García Cabrera; la escritura insular a partir del mar o la poesía decimonónica...; e igualmente otras que, como él, han trabajado la musculatura del análisis reflexivo, en uno de los centrales textos de la compilación: “La crítica literaria en Canarias”. Lógico parece, por modestia o sensatez, que en la valoración profesada no se trate a sí mismo; y es esa falta de sus escorzos literarios allí la que aquí nos anima a situarlos tras el ojo de la cerradura de la portada del volumen, es decir, frente a nuestro iris escrutador que quiere críticamente esforzarse por dirimirlos.

 

Las solturas de libertad desde las que nuestro autor se dispone con su labor son inevitablemente atractivas; no ya solo en la arriesgada aventura verboconceptual concentrada en sus glosas, sino de análoga forma –pues unida ha de entenderse– en la pigmentación de su puntuación tonificante, capaz de generar un ritmo de excéntrica medida para la escucha del lector atento. Este conjunto coral vehicula, por la originalidades e iluminaciones que soporta (sus lecturas sorprendentes –sin desperdicio alguno– de Galdós o de Manuel Padorno son claros ejemplos), la posición sustancial que la obra de Rodríguez Padrón ocupa y ocupará dentro del decurso de la crítica literaria del Archipiélago. Todas sus publicaciones (y esta nueva con consigna de calidad) son despertadoras señales con las que se verá quien quiera enunciar algo nuevo y sensato sobre nuestra literatura o sobre alguno de los escritores por él convocados.

 

¿Y cuáles son los basamentos de esta característica interpretación? El crítico lee desde unos presupuestos que deduce ataviados con una convicción: la condición mestiza. “Un cosmopolitismo constitutivo” que define nuestra diferencia y genera una determinada expresión (emparentada atlánticamente con las letras hispanoamericanas y portuguesas). Esa marca es la que especifica la escritura canaria (la suya propia) como conflictiva (irreverente y de irónica doblez), llena de incertidumbre (lingüística, personal), de inseguridad identitaria (difícil de precisar, como el Mr. Bright de Claudio de la Torre); de inestabilidad: entre el retraimiento, la dejadez y la perplejidad (“prudencia recelosa”, “inagotable indagación en lo posible”); memoria insular (no recuerdo); todo en la ruta de y hacia la demasía... Un lenguaje que, en resumidas cuentas, soporta una “concepción insular del mundo” y no una “concepción del mundo insular” (p. 154), más allá –dice– de la referencialidad y las temáticas.

 

Espalda. Veo en Rodríguez Padrón a uno de mis maestros literarios; y porque me es de suma importancia su obra también me es primordial aclarar qué me disocia a la par de ella. Y evidente es que, como reconoce, su aventura interpretativa puede ser discutible; y efectivamente nos lo parece. He aquí, y sin contradecir lo celebradamente dicho, por qué nos resulta su punto de vista con frecuencia idealista más que crítico; predeterminado más que abierto; reductor más que justo; al menos en lo que toca a la literatura isleña. Porque la “pretendida esencia insular” del siglo XIX canario (p. 73) o de Viana no me parece más esencialista que su rotundidad exclusivista domiciliada en el mestizaje y la ambigüedad insulares (como se suele decir, “todo es relativo-mestizo” es una afirmación sin relatividad). Y cuando unos calculan buscar chozas, mantas esperanceras o autoafirmaciones, él sale premeditadamente a encontrar dobleces y oblicuidades en las que guarecerse por identificación. La “lectura desprejuiciada” (p. 88) que pretende se torna por momentos dirección inversa. Y lo digo porque la expresión del escritor apela en tantas ocasiones a “nuestra verdadera tradición” (p. 139, p. 148), “la verdadera realidad” (p. 177) o “la verdadera diferencia” del escritor insular; cuando esa “verdad” (esencial) no pasa de ser su prisma personal de nuestro asunto. Tenemos algo más que la impresión de que este esquema interpretador está fuertemente perfilado y mediatizado antes del propio análisis. Y si bien es veraz que los prejuicios analíticos son inevitables, la fuerza de su imborrable parapetamiento interno puede ser reducible –ciertamente con voluntad– durante el proceso largo y paciente de la interpretación. (Transitamos una ruta que bascula desde Gadamer a Bollack). Con lo que natural resulta que busque en las obras tratadas la comunión, el reconocimiento de su ser (personal) en las mismas. La medida de su riqueza íntimo-verbal como persona-escritor será mayormente el origen de unas ideas y una escritura fascinantes; mas no debería ser ese –sospechamos– el cometido principal de los análisis literarios, a menos que queramos ser simplemente creadores o seguir instalados como críticos en un escepticismo interpretativo en porciones, cuando no autoespejeante y mísmico, que nos aleje algo más de los sentidos principales. Un viraje realmente transformador sería ese que viera la tradición (que asimismo es fisura y fractura) como constante novedad del conocimiento y no como mero reconocimiento de lo que ya de antemano creemos ser. 

 

 

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