Lugar para disfrutar de la relajación y la tranquilidad que nos brinda la naturaleza y, cómo no, de la espiritualidad que desprenden sus piedras. Para acceder a la zona arqueológica debemos realizar un agradable paseo bajo un exuberante manto vegetal de transición con elementos de la laurisilva y el pinar hasta llegar a una fuente de agua al pie de los símbolos sagrados del caboco de La Zarza.
La primera referencia escrita que tenemos de los grabados rupestres data de 1941; sin embargo, debemos esperar hasta la década de 1970, para que los investigadores Luis Diego Cuscoy, Antonio Beltrán y Mauro Hernández realicen los primeros estudios tipológicos y descriptivos. A finales de la década de 1990, el profesor Ernesto Martín dirigió una excavación en dos zonas de las covachas que se encuentran en la base del caboco, descubriendo abundantes restos cerámicos de la fase IV: utillaje lítico, dos fragmentos correspondientes a un recipiente elaborado en madera y restos humanos de un maxilar y fragmentos del frontal y parietal derecho de un solo individuo joven. Otras aproximaciones a este emblemático lugar siguen sin dar una respuesta coherente a su ubicación. Sin embargo, nuestra propuesta se puede medir, comprobar y, por lo tanto, demostrar.
El arte rupestre (arte conceptual que supera lo elemental, lo físico y lo corpóreo) es un tipo particular de vestigio arqueológico cuyo estudio puede brindar información relevante acerca de la actividad humana pasada. Es notable, desde el punto de vista plástico o gráfico, la nitidez con que los artistas awara, a través de una geometrización de las formas, formularon un lenguaje visual de inusitada belleza y cohesión.
Sus misteriosas formas y su aparente disposición aleatoria despiertan la curiosidad de todos aquellos que observan las piedras sagradas; ahora bien, para un ojo inexperto, los grabados rupestres aparentemente se distribuyen al azar en un determinado espacio. Estas manifestaciones culturales trascienden el contexto de lo estético y autoral propio del arte occidental y siguen unos patrones preestablecidos por la comunidad cultural que los origina.
Debemos tener claro que los petroglifos dan sentido al espacio. “Los monumentos se erigen para destacarse en el espacio y con la intención, además, de que su visualización se mantenga a lo largo del tiempo (Criado Boado, 1993). Una marca en el paisaje que se levanta para comunicar perdurando y para perdurar comunicando. Es por esto que las construcciones o rasgos naturales significativos vinculados a la observación astronómica deben considerarse monumentos dado que su propósito es perpetuar el conocimiento que están comunicando y fijando” (Alejandra D. Reynoso, https://gupea.ub.gu.se/bitstream/2077/3258/1/anales_6_reynoso.pdf).
Los grabados rupestres de La Zarza y La Zarcita fijan y reactualizan constantemente el tiempo sagrado, no de forma lineal sino en ciclos, ajustado con los movimientos del Sol, una constelación y dos estrellas, llamando la atención su eterna presencia y su perpetua recreación.
Existe, por otro lado, una planificación minuciosa de cada soporte, sin cabida a la casualidad. Tanto en La Zarza como en la Zarcita los grabados rupestres presentan seis direcciones diferentes cada una, dirigiendo sus diseños hacia los ortos y ocasos solsticiales y equinocciales y hacia los lugares por donde se oculta Casiopea y el instante en que se alinean las dos estrellas más destacadas de la Osa Menor (Polar y Kochab) que coinciden temporalmente con los equinoccios y el solsticio de verano.
Muestran lo sagrado repetidamente en ciclos que se reactualizan todos los años puesto que el mundo se renueva anualmente. Participa en la realidad que trasciende conmemorando un acontecimiento que se repite eternamente. Así pues, una roca adquiere sentido y valor cuando es manipulada (tallada), entonces resiste el tiempo y se convierte en perenne y sagrada al adquirir la imagen del cosmos. Ahora, el petroglifo, el espacio circundante y los astros se reúnen, se encuentran en el mismo eje. Las apariciones y ocultamientos de los astros sobre el horizonte o sus alineaciones permiten calcular los tiempos venerables.
Aunque presenta una gran dificultad poder diferenciar algunos paneles de otros, puesto que están prácticamente unidos, contabilizamos unos 50 entre los dos sitios. El grueso de los motivos se concentra en los márgenes izquierdos, los que miran al naciente.
La Zarza:
1. En el margen derecho del caboco, la disposición de los grabados rupestres nos descubre orientaciones hacia los ocasos solsticiales de invierno, el orto crepuscular de Casiopea en torno al 20 de septiembre (equinoccio de otoño) y hacia el lugar donde se alinean Kochab y Polar, al oscurecer, hecho que sucedía el 21 de junio (solsticio de verano).
2. Los soportes de los grabados que se encuentran en la parte central del barranco fueron elegidos al presentar dos alineaciones estelares: Casiopea, durante el crepúsculo, surge coincidiendo con el equinoccio de otoño y, de nuevo, la alineación de Kochab y Polar durante el crepúsculo del 21 de junio (solsticio de verano).
3. Las caras de las rocas donde se tallaron las bellas formas geométricas del margen izquierdo del barranco presentan una cuádruple orientación: los ortos solsticiales de verano e invierno, los equinoccios y la alineación de las estrellas Kochab y Polar coincidiendo con la llegada del verano.
La Zarcita:
Encontramos dos conjuntos de petroglifos localizados en ambos márgenes del contiguo barranco de La Zarcita.
1. En el margen derecho se localizan dos bases con sendas orientaciones hacia los ocasos de los solsticios de invierno y verano. Formando parte del camino descubrimos dos piedras con grabados rupestres que fueron sacadas de este sitio y dispuestas para señalizar el límite del sendero.
2. En el margen derecho se encuentra la estación mayor, presentando las tres orientaciones solares más importantes (los ortos solsticiales de verano e invierno y los equinoccios), así como la salida de Casiopea, al oscurecer, coincidiendo con el orto helíaco de la estrella Canopo, a mediados de agosto.
Un detalle que se repite constantemente en La Palma, y aquí tiene un importante protagonismo, es la sincronía -para que coincidan temporalmente- entre las estrellas reseñadas y los equinoccios y el solsticio de verano. Es norma predominante la unidad de motivos con similar disposición y composición. Todo esto puede obedecer a estereotipos muy concretos, pues se le supone un valor simbólico y mágico. Es una repetición constante de los mismos períodos de tiempo sagrados, a través de los mismos astros, en las dos estaciones gemelas de La Zarza y La Zarcita. Sirven, por tanto, para categorizar e interpretar la búsqueda de regularidades y de armonía (espacio/tiempo) con el firmamento.
Miguel A. Martín González es historiador, profesor y director de la Revista Iruene.