Si difícil es hacer un pregón de una fiesta cualquiera cuando no se dispone de dotes oratorias, como es mi caso, mucho más lo es cuando se trata de pregonar tres fiestas a la vez y tan diferentes como la Fiesta de Cruz, la de San Isidro y la de nuestra patrona, la Virgen de Remedios. Sintetizar sus peculiaridades y excelencias en unos pocos minutos es una tarea realmente imposible, máxime siendo una persona del pueblo, como yo, que las he vivido desde niña y, además, desde muy adentro debido a la participación, siempre activa y entusiasta, de mi padre, Domingo Luis Abreu o, mejor, Domingo el de Palo Blanco, en todas ellas. A pesar de eso, en su memoria y en la de nuestro inolvidable maestro de Música Tradicional, Octavio Rodríguez Morales, que nos dejó por sorpresa hace apenas unos días, he intentado darle forma centrándome en el aspecto que más conozco y que más me ha atraído siempre de las fiestas: su música. Pero lo he hecho sin eludir aquellos otros elementos sonoros que han sido esenciales en todas ellas, en particular, los fuegos. Por esta razón, me centraré en destacar, siguiendo el curso de su historia, cuáles han sido sus paisajes sonoros, un concepto que debemos al compositor y pedagogo musical canadiense Murray Schafer, y que nos ha servido para titular este trabajo: Paisajes sonoros de nuestras Fiestas de Mayo.
Para contextualizar su evolución histórica he creído conveniente empezar por hacer una breve descripción del que debió de ser el paisaje sonoro cotidiano que envolvía el viejo Realejo de Arriba desde los albores de su historia hasta bien entrado el siglo XX. Enmarcado por los sonidos naturales de la vegetación agitada por los vientos alisios y de las aguas de fuentes y manantiales, tan numerosos en el pasado y, sobre todo, por las sinfonías orquestadas, desde el amanecer, por los animales salvajes y domésticos, ese paisaje sonoro se animaba cada día con los cantos entonados por los hombres, mujeres y niños que sostenían, con su trabajo de sol a sol, una economía basada, fundamentalmente, en el pastoreo y la agricultura. Comenzaban de madrugada con los cantos que servían para entretener el camino a los arrieros y ranchos de mujeres que ascendían en busca de leña hasta el monte o la cumbre. A ellos se unía, al aclarar el día, el canto de arar, cuando era la época de la siembra, y el animado canto de los segadores, si ya había llegado el verano y había que recoger la cosecha. Sucedían luego los cantos de la trilla en las eras, siguiendo el caminar pausado de los bueyes o el trote de las bestias. Y, al ponerse el sol, estos cantos de trabajo interpretados, básicamente, por hombres, eran sustituidos por otros de entretenimiento y diversión entonados ante un buen vaso de vino de la tierra en alguna venta o cantina. Los cantos de las mujeres, sin embargo, continuaban, como sus trabajos diarios, hasta el anochecer y solían terminar, cuando tenían niños pequeños, con el tierno arrorró para dormirlos más pronto y, así, poder descansar ellas también.
Sobre este apacible y, aparentemente, idílico paisaje sonoro cotidiano irrumpían, desde finales del siglo XVI, los sonidos propios de estas fiestas, pues sabemos que ya entonces se celebraba, el 8 de septiembre, la festividad de la Virgen de Remedios, aunque fue en el siglo XVIII y, sobre todo, a partir de 1817, en que se sustituyó la antigua imagen por la actual, cuando adquirió la solemnidad que ha perdurado hasta nuestros días. Sabemos, además, que la celebración de la Fiesta de Cruz se incorporó al calendario festivo a principios del siglo XVII y, a finales de esa misma centuria, la de San Isidro. Todas ellas eran anunciadas con el sonido estridente de los fuegos y repiques de campanas, y tenían en común tres actos religiosos: misa cantada, sermón y procesión. La misa debía de ser cantada con acompañamiento de órgano, pues está documentada su existencia y, por consiguiente, la de un organista en nuestra parroquia, precisamente, desde finales del siglo XVI; y el tipo de canto sería el monódico gregoriano, no solo porque figuran cuatro libros de canto llano en el inventario de 1591, sino también porque, documentalmente, nos consta que tanto las misas de las Fiestas de San Isidro y de la Virgen de Remedios de 1731, como la de la Fiesta de Cruz de 1732, fueron cantadas por don Andrés Pérez Vasconcelos, entonces Beneficiado de esta parroquia. La ausencia de polifonía en estas celebraciones la encontramos, incluso, en otras festividades. Es el caso, por ejemplo, de la fiesta de la Virgen de Dolores de Palo Blanco, en la que, entre 1760 y 1767, las misas fueron cantadas por el fundador y patrono de su ermita, el presbítero don Agustín Fernández Estévez Vasconcelos. No descartamos, sin embargo, que, para solemnizar estas fiestas, se contara con algún tipo de coro, como ocurría en la festividad de la Virgen del Carmen del Realejo de Abajo.
Aunque, por el momento, no disponemos de documentación sobre estas procesiones, de lo que conocemos sobre otros pueblos de Tenerife podemos deducir que es muy probable que fueran acompañadas de danzas. La presencia de la Danza de las Cintas o Baile de la Lanza acompañando las procesiones en Arico, Granadilla, Vilaflor y “otros muchos pueblos de la isla” desde el siglo XVIII, nos permite pensar, además, en que esta pudo haber sido una de ellas. De haber sido así, tendríamos que añadir al paisaje sonoro de estas fiestas el Tajaraste tocado con un pequeño tambor y una pita o flauta de tres agujeros por un tamborulero o tamborilero, de manera muy similar a la que ha llegado hasta hoy, por ejemplo, en la Danza de San Pedro de Güímar.
Pero este no sería el único Tajaraste que se oyera en nuestras fiestas. Terminados todos los actos religiosos, empezarían los cantos y bailes de diversión, como en tantos otros pueblos de la isla, que podrían ser acompañados por el mismo tamborilero; por el toque de algún tambor y el insistente sonido de las chácaras o castañetas de los bailadores; o bien por alguna vihuela o guitarra, con las que, además de los Tajarastes, se empezaron a tocar otros géneros musicales, como las Malagueñas, las Folías o la Isa, que, poco a poco, fueron engrosando el repertorio de nuestros bailes tradicionales.
En líneas muy generales, este debió de ser el paisaje sonoro característico de nuestras fiestas desde sus inicios hasta la primera mitad del siglo XIX. Pero la diversidad e intensificación de los sonidos que se incorporaron a partir de ese momento y, aproximadamente, hasta mediados del pasado siglo XX nos permiten hablar de un segundo paisaje sonoro, que hemos podido constatar gracias a las noticias proporcionadas por la prensa insular y las que nos han llegado por tradición oral. Los cambios surgieron como consecuencia de tres acontecimientos muy importantes de carácter musical, estrechamente relacionados entre sí: la creación de agrupaciones corales, la fundación de la sociedad del Casino Viera y Clavijo y, sobre todo, la aparición de las bandas de música.
La participación de coros de aficionados y, por consiguiente, de la polifonía, proporcionó una mayor solemnidad, no solo a las funciones religiosas del día principal de las fiestas, sino también a las procesiones. Un claro ejemplo lo encontramos en la Fiesta de Cruz de 1908. En la solemne función religiosa del 3 de mayo se cantó la misa del maestro Calahorra y en la procesión, un bonito motete ante la Cruz colocada en un kiosco preparado para el descanso frente a la capilla de la Calle del Sol. En la noticia no se especifica el tipo de coro ni cuál era su director, pero suponemos que se trataba del Coro de Aficionados de Los Realejos, que, por esas fechas, dirigía don Sebastián Díaz González, más conocido por don Chano. Decimos esto porque nos consta que fue fundador de la capilla de música de la iglesia de Santiago Apóstol, y que esta estaba constituida por un coro y una pequeña orquesta, con los cuales solía participar tanto en solemnidades religiosas como en diversos actos culturales organizados con motivo de las fiestas. Ese fue, sin duda, el coro que cantó la misa del Maestro Calahorra en las Fiestas de La Guancha de 1909, y el mismo Coro de aficionados de Los Realejos que, según consta en el programa, cantó la misa de la solemne función religiosa de la Fiesta de Remedios, celebrada el 8 de septiembre de ese mismo año.
La incorporación de estos coros al paisaje sonoro de estas fiestas está estrechamente vinculada con la aparición de las bandas de música y, en especial, con La Filarmónica del Realejo Bajo, una de las bandas más antiguas de la isla, que, fundada hacia mediados del siglo XIX, ha logrado llegar hasta nuestros días. Precisamente en su academia de música adquirió don Chano la formación que le permitió tomar la batuta de la banda entre 1907 y 1912, y acceder, más tarde, al puesto de director de la banda del Realejo Alto y su academia de música, que, hasta entonces y de manera interina, había estado en manos de don Ernesto Villar Oliva. Al frente de ella estaría don Chano hasta su desaparición, en 1950. Don Ernesto Villar, por su parte, continuaría su labor docente en la academia de música de la banda de la Cruz Santa, de la que fue su director desde su fundación, en 1939, hasta su fallecimiento, en 1943. En estas circunstancias, realmente excepcionales, no nos puede extrañar que las bandas se convirtieran muy pronto en protagonistas de nuestras fiestas, incrementando, así, la solemnidad que las caracterizaba y, sobre todo, imprimiendo en su paisaje sonoro la novedosa combinación tímbrica de los instrumentos de viento sobre el soporte rítmico de la percusión.
El protagonismo adquirido por las bandas de música en estas festividades ha quedado claramente reflejado en los programas de las fiestas de Cruz y de Remedios que hemos citado antes. En la Fiesta de Cruz de 1908 la banda Hespérides de La Orotava, dirigida entonces por Agrícola García, aparece acompañando la procesión por la mañana; por la tarde, recorriendo las dos calles junto a la banda del Realejo Bajo al son de alegres Pasodobles; y por la noche, amenizando con sus tocatas el paseo, pero ya por separado: la Hespérides, en la Calle del Medio, y La Filarmónica en la Calle del Sol. Y en la Fiesta de Remedios del año siguiente, la Hespérides hace su entrada hacia las dos de la tarde recorriendo las calles con alegres Pasodobles, para luego 14 situarse en la Plaza de la Iglesia, desde donde amenizaría el paseo de la tarde y, tras la procesión, también el de la noche.
Las noticias que hemos encontrado sobre la Fiesta de San Isidro en estas fechas son más escuetas, pero nos permiten saber que en ellas las bandas desempeñaban también un papel protagonista, acompañando la procesión y amenizando los demás actos festivos. Así consta en una noticia referente a la fiesta de 1921, en la que se nos dice que todos los actos fueron amenizados por la banda de música “La Fé” de la Ciudad de La Laguna, que todavía seguía dirigiendo Alonso Castro, y añade al final que como de costumbre los labradores de Los Realejos y otros pueblos llevaron numerosas reses vacunas encontrándose entre ellas algunos hermosos ejemplares. Esto significa que el paisaje sonoro de nuestra Fiesta de San Isidro poseía, desde hacía tiempo ya, una sonoridad particular que invadiría, desde muy temprano, los caminos que conducían hasta la iglesia y, especialmente, la procesión: el tintineo constante de las campanillas de las colleras que los gañanes pondrían a sus reses para lucirlas en la fiesta y recibir la bendición de su patrono. A esa sonoridad se sumaría, más tarde, la de los guirgues y grillotas que colgaban de los collares que los pastores ponían a sus cabras para diferenciarlas y también para lucirlas en el desfile procesional.
La fundación de la Sociedad Cultural y de Recreo Círculo Viera y Clavijo en 1905 aportó a estas fiestas un nuevo espacio, en el que se organizaban afamados bailes, que, junto a las verbenas que tenían lugar en la Plaza de la Iglesia, constituían los actos finales de sus programas de actos. Su incorporación a estas festividades tuvo lugar bastante pronto, pues en el programa de la Fiesta de Cruz de 1908 ya se anuncia que el día 4 tendría lugar un baile en el Casino Viera y Clavijo, estrenándose un magnífico piano, que la sociedad había adquirido recientemente; y en este día, como en el anterior y noche de él, también se celebrarían otros bailes populares. Los encontramos programados, asimismo, para el lunes de la Fiesta de Remedios del año siguiente, tras la llamada procesión de las proveedoras, en los siguientes términos: Desde las primeras horas de la noche dará principio el baile que se celebrará en el Casino “Círculo Viera y Clavijo”, como digno remate de estas fiestas, el cual promete estar animadísimo. Estos bailes solían ser amenizados por orquestas que habían nacido y se nutrían de los músicos formados, sobre todo, en las academias de las bandas locales, como ocurrió con la A B C, Copo de Nieve, Ritmo o la famosa orquesta Casablanca. Todas ellas reforzaron la sonoridad de los instrumentos de viento ya aportada por las bandas, y añadieron los sonidos percusivos de la batería y el del piano al nuevo paisaje sonoro de nuestras fiestas.
Estas novedades sonoras, sin embargo, no implicaron la desaparición de las viejas sonoridades de estas celebraciones: los imprescindibles repiques de campanas y, naturalmente, los fuegos, que no solo se mantuvieron, sino que se ampliaron e intensificaron, de manera especial durante la procesión de la Fiesta de Cruz. De ahí que, en la de 1908, ya se hable de un auténtico derroche de cohetes tronadores y piezas de fuego, que continuaría en aumento, pues, hacia 1939, el pique de los enrames de las calles y capillas pasaría a un segundo plano para centrarse, fundamentalmente, en la duración e intensidad de la lluvia de voladores rematada con el estruendo de los cañones, que indicaban el final de los fuegos en cada una de las calles.
De igual manera que los repiques de campanas y los fuegos, la música tradicional siguió proporcionando a este segundo paisaje sonoro de las fiestas sus propias sonoridades. No podía ser de otra forma, puesto que era la música de diversión de los ratos libres y de todos los días festivos del año, que culminaban, precisamente, en estas fiestas. Podemos decir que era la música de andar por casa. Esta es la razón de que no figure en sus programas y de que solo excepcionalmente podamos encontrar alguna noticia sobre ella. Nuestra música tradicional no lo necesitaba, pues formaba parte de estas y de todas las fiestas del año por derecho propio. Como gozaba, además, del privilegio de no precisar de la escritura, ya que su archivo ha sido siempre la memoria colectiva, es, precisamente, en ese archivo donde hemos descubierto las novedades que aportó a este segundo paisaje sonoro. Los Tajarastes, interpretados con tambor solo o con tambor y flauta, acompañados de las chácaras o castañetas de los bailadores debieron de seguir sonando, tanto en las danzas que, eventualmente, pudieron formar parte de las procesiones, como en los bailes y parrandas surgidos espontáneamente en las calles o la plaza. Pero continuaron también tocándose en las parrandas y bailes de diversión organizados en ventas y casas particulares, ya con instrumentos de cuerda. A la antigua guitarra se añadió el sonido melodioso de los instrumentos de canto, como el laúd, la bandurria, la mandolina o el violín, además de la contra, instrumento de rasgueo que, junto a la guitarra, imprimió una sonoridad muy especial e inconfundible al soporte armónico y rítmico de todos nuestros géneros tradicionales.
En este período ya no se tocaban y cantaban solamente los viejos Tajarastes, Folías, Isas o Jotas y Malagueñas, sino también las Polcas y Mazurcas e, incluso, el Pasodoble y el Vals, dos de los últimos bailes que se incorporaron al repertorio tradicional. Ahora bien, no eran las versiones tradicionales las únicas que figuraban en este segundo paisaje sonoro de nuestras fiestas. El desarrollo del nacionalismo en el campo de la música llevó consigo la aparición de composiciones basadas en nuestros géneros tradicionales, la primera de las cuales fue la de los Cantos Canarios de Teobaldo Power, estrenada, en versión orquestal, en Santa Cruz en 1880. El gran éxito obtenido por esta rapsodia dio lugar a que, muy pronto, se hicieran adaptaciones para bandas y que todas ellas procuraran incluirla en sus conciertos y tocatas, pues era siempre una obra muy bien acogida por el público. En la noticia sobre la Fiesta de San Isidro de 1921, por ejemplo, se nos dice que la banda La Fe de La Laguna ejecutó entre otras obras los Cantos Canarios, mereciendo el aplauso del público. La incorporación de esta versión bandística, a su vez tomada de la versión que Power había hecho del Tajaraste, las Folías, Seguidillas, Isa, Malagueñas y el Tanganillo, además del Canto del Boyero y el Arrorró tradicionales, constituye el preludio del tercero y último paisaje sonoro de nuestras fiestas.
Hacia la segunda mitad del siglo XX nos encontramos con cambios substanciales que afectaron, en distinta proporción, a las tres festividades. En 1960 la Fiesta de Remedios se unió a la de San Isidro, quedando reducida a un solo día, el Lunes de Remedios, en el que se concentraron todos los actos religiosos, tradicionalmente, celebrados en su honor, sin que por ello perdiera la solemnidad que siempre los había singularizado. La Fiesta de Cruz, por su parte, se integró, a partir de 1976, en el programa de las que, desde ese momento, se han venido llamando Fiestas de Mayo, sin que esto supusiera cambio alguno en su tradicional carácter popular y participativo. No ocurrió lo mismo, sin embargo, con la de San Isidro, que, debido a sus orígenes, pasó de ser una fiesta sobria al servicio del poder político, a una fiesta extremadamente alegre y participativa al servicio del pueblo. Este importante cambio hunde sus raíces en la corriente estética e ideológica del nacionalismo del XIX, que en Tenerife eclosionó, según Castro Brunetto, en todos los campos de la cultura y, de manera especial, en las Bellas Artes, alcanzando su máxima expresión entre 1900 y 1910. En esta década, precisamente, y fruto de esa eclosión aparecerá en Santa Cruz, de la mano de Diego Crosa, como bien señala José María Mesa, el fenómeno del tipismo, que, poco a poco, impregnó y transformó las fiestas de los pueblos de la isla y, entre ellas, nuestra Fiesta de San Isidro. De esa ola de tipismo se aprovechó, naturalmente, el Franquismo en aras de conseguir ese nacionalismo de estado que tanto proclamaban sus instituciones, entre ellas, la propia Sección Femenina.
De todos estos cambios, así como de los originados por el desarrollo de los modernos medios de comunicación de masas y por el progreso incesante de las técnicas audiovisuales, es un fiel reflejo el nuevo paisaje sonoro que presentan nuestras fiestas desde mediados del pasado siglo XX hasta la actualidad. Musicalmente hablando, podríamos compararlo con una gran sinfonía en tres movimientos, orquestada por una gama amplísima de instrumentos musicales y sonoros, que sirven de soporte a las más variadas melodías y a sonidos, realmente, increíbles. El primer movimiento de esa grandiosa sinfonía corresponde a los fuegos que brotan de los dos castillos en la noche del 3 de mayo en honor a la Cruz. Como en cualquier otra sinfonía, es un movimiento intenso y profundo. Intenso porque los sonidos de los silbos, zumbadoras, crakers y carcazas, hábilmente combinados con el estruendo ensordecedor de los truenos, se suceden en unos crescendos continuos conducentes al clímax apoteósico final. Y profundo porque la heterogeneidad, no exenta de armonía, de todos esos sonidos lleva consigo hacia las alturas y, a la vez, es la expresión de un sentimiento unánime y muy profundo: el que nos proporciona la devoción a la Cruz, que han dejado grabada para siempre en todos nosotros quienes nos precedieron. De ella nacía, sin duda, el arte de nuestros inolvidables fogueteros de la Santa Bárbara, y hoy nace el de los Hermanos Toste, que han ocupado su lugar. De esa devoción, asimismo, emana el arte de todos los que se encargan cada año de enramar las calles y, de manera muy especial, la Cruz. Y de esa devoción, en fin, brota la profunda emoción que todos compartimos al contemplar un arte efímero pero de tanta belleza. Muy bien merecida, pues, la declaración de Fiesta de Interés Turístico Regional, que ostenta desde 2010.
El segundo movimiento de esta magna sinfonía es el correspondiente a la Fiesta de San Isidro. Se trata de un movimiento largo y parsimonioso, construido en la forma de tema con variaciones. El tema, la música tradicional en su propia versión, y las variaciones, las múltiples versiones y, sobre todo, recreaciones que las rondallas, conjuntos típicos o grupos folklóricos han ido haciendo a lo largo de sus respectivas historias. Nacidas a partir del gran éxito obtenido por los Cantos Canarios de Power y por el tipismo diseñado y proclamado por Diego Crosa, como ya hemos indicado, esas nuevas versiones y recreaciones han ido, poco a poco, conquistando, prácticamente, todos los espacios y los actos programados para estas fiestas. A aquellas primeras rondallas, que, desde 1946, se incorporaron a la procesión, convirtiéndola en una romería típica, fueron sucediendo luego numerosos conjuntos típicos y grupos folklóricos de todas las Islas, que han ido pasando, año tras año, por los escenarios de las fiestas en actos preparados, expresamente, para ellos, como el Festival Folklórico de las Islas, iniciado en 1976, e, incluso, en los actos de tipo religioso. La aprobación del uso de las lenguas vernáculas en la celebración eucarística por el Concilio Vaticano II, en 1960, hizo que los coros, que habían sido los encargados de cantar la misa en la función solemne del día grande de la fiesta, fueran sustituidos por grupos de este tipo, como Los Sabandeños, que, en los años 70, iniciaron el cambio cantando su misa canaria en castellano, siendo luego secundados por otros grupos locales como Tigaray o Tigotán. Pero no solo conquistaron el espacio de la iglesia, sino también el de las bandas de música en la procesión. Al parecer, fueron Los Chincanairos de Icod de los Vinos los primeros en marchar detrás de las imágenes de San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza en la fiesta de 1976. Luego ocuparía este lugar, durante varios años, la fanfarria Ritmo Musical, constituida por músicos formados en diferentes bandas y dirigida por don Manuel Plasencia Pérez y, en los últimos años, el Grupo herreño de Sabinosa.
Esto no supuso, sin embargo, la desaparición de la música coral y bandística de la fiesta, sino, simplemente, su desplazamiento a otros escenarios, como el Teatro Viera y Clavijo, para participar en actos de carácter cultural o exclusivamente musicales. En el teatro, por ejemplo, se celebraron ese mismo año 1976 cuatro actos de este tipo: la Fiesta de Arte, que contó con la participación de la Coral Reyes Bartlet del Puerto de la Cruz, el Orfeón La Paz de La Laguna y los Amigos del Arte de Güímar; el Alarde Coral, que reunió las corales de la Universidad de La Laguna, la Universidad Laboral, el Conservatorio y la Caja General de Ahorros de Santa Cruz, además de la del Liceo Taoro de La Orotava y, de nuevo, el Orfeón La Paz de La Laguna; y dos conciertos, el primero de la Banda Municipal de Santa Cruz, y el segundo, de la Orquesta Sinfónica. Las bandas continuaron conservando, además, el antiguo espacio de la Plaza Viera y Clavijo para sus conciertos y festivales. Así nos encontramos en el programa de estas mismas fiestas, con un concierto de La Filarmónica y un Festival de Bandas, en el que participaron, junto a La Filarmónica, las bandas de la Asociación Cultural San Sebastián de Tejina, la Nivaria de Arafo y las municipales del Puerto de la Cruz y de Icod de los Vinos. En sus repertorios, como en el de la Orquesta Sinfónica y los de las corales, debían figurar nuevas composiciones basadas en nuestra música tradicional, especialmente los Cantos Canarios de Power, de los que hacía tiempo que circulaban por las Islas versiones para banda y para coro, en particular, de su arrorró.
Si a estas variaciones añadimos las que formaban parte, como ya hemos dicho, del repertorio de las orquestas amenizadoras de los bailes en el Círculo Viera y Clavijo, el Baile de Magos o la gran verbena que tenía lugar en la plaza como fin de fiestas, podemos concluir que era la exaltación de la música tradicional, dentro de su contexto cultural, la que mejor definía nuestras Fiestas de Mayo, declaradas por ello merecidamente Fiestas de Interés Turístico Nacional en 1980. Ahora bien, ¿se trataba, realmente, de nuestra música tradicional, el tema principal de esta gran sinfonía o solo de las variaciones y recreaciones que han ido apareciendo sobre ella desde que, en 1900, naciera el fenómeno del tipismo? Para responder a esta pregunta solo basta recordar la primera vez que los tres grupos de Los Alzados participaron en la romería y en el Festival de las Islas; o bien observar, detenidamente, al grupo herreño del Baile de la Virgen del pueblo de Sabinosa, cuya sonoridad peculiar, aún heterofónica, de los pitos y la estridencia de los tambores, secundados por el repique insistente de las chácaras de los bailarines, se ha convertido, en los últimos años, no solamente en el acompañamiento indispensable de las imágenes de San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza, a imitación de lo que, cada cuatro años, hacen con su Virgen de los Reyes, sino también en uno de los mayores atractivos de nuestra romería de San Isidro.
Y llegamos, así, al tercer movimiento de esta sinfonía. Corresponde a la Fiesta de Remedios, mejor dicho, al Lunes de Remedios, que ocupa el tramo final de las Fiestas de Mayo. Este movimiento discurre con un tempo más rápido, casi presto, como en cualquier sinfonía, ya que en él se concentra en unas horas, lo que antaño tenía lugar en varios días. No por eso, sin embargo, ha perdido su carácter solemne. Hasta 1989, en que la Fiesta de Cruz recuperó la antigua función religiosa y la procesión de mediodía, solo en el Lunes de Remedios se conservaba el paisaje sonoro de la etapa anterior: repiques de campanas, canto coral en la misa y música de bandas a lo largo del recorrido procesional, acompañado de una gran exhibición pirotécnica que culminaba en la entrada de la Virgen al templo. Como era de esperar, tampoco el Lunes de Remedios pudo sustraerse al influjo de la música tradicional y, desde 1990, se han venido cantando las Malagueñas durante la procesión, de manera similar a las que se le cantan al Cristo de La Laguna en la madrugada del Viernes Santo. A las Malagueñas, además, se ha sumado, en los últimos años, el canto del Ave María.
Gracias al Lunes de Remedios, pues, la música coral y la bandística han mantenido el esplendor que habían alcanzado en los años 70 del siglo pasado. Pero no lo podemos agradecer solamente a la fiesta, sino también al buen hacer y al entusiasmo de Pedro Fuentes López, al frente del Coro Polifónico de Los Realejos y, más recientemente, del Coro de Cámara Santiago Apóstol, y de Oswaldo Hernández Rodríguez de la Sierra, que, desde 1994, dirige la Coral Polifónica Cantares Villa de Los Realejos. Ellos han mantenido vivo el interés que siempre ha manifestado nuestro pueblo por la música coral. Sirva de ejemplo su presencia en las funciones religiosas del Lunes de Remedios de los años 80 y 90 del siglo pasado, y en los conciertos, alardes, muestras y encuentros corales organizados en esas dos décadas. Ese esplendor no ha sido exclusivo de la música coral. De igual manera que en los años 70, lo siguió compartiendo con la música bandística. Baste citar el Certamen de Bandas, que llegó a más de una veintena de ediciones y reunió a las mejores bandas de toda la isla, entre ellas, naturalmente, nuestra Filarmónica y la Asociación Musical Cruz Santa, que, desde 1987, ha logrado mantenerse hasta la actualidad. Estas dos bandas se han convertido en las anfitrionas del concierto programado, cada año, para conmemorar el Día de Canarias.
Con el Lunes de Remedios, por consiguiente, se ha garantizado la pervivencia de la música de nuestros coros y bandas en el paisaje sonoro actual de las fiestas. Y no solo en la función solemne y la procesión de la Virgen, sino también, como acabamos de ver, en otros actos culturales precedentes que dan continuidad a los que se celebraban en sus fiestas de septiembre. Y con el Lunes de Remedios, asimismo, vuelve la calma a la fiesta después de la algarabía y el alboroto de la romería de San Isidro, y brotan de nuevo los sentimientos más íntimos que emanan de una devoción profundamente arraigada y compartida por todos, de manera similar a la que sentimos hacia la Cruz. Los cantos y fuegos en honor de la Virgen de Remedios son la expresión sublime de esa devoción, el más bello de los broches para dar por finalizadas nuestras Fiestas de Mayo.
Sus paisajes sonoros, pues, no son otra cosa que la expresión de unos sentimientos colectivos nacidos del respeto y devoción a la Cruz; de la devoción de nuestro pueblo de agricultores y pastores a San Isidro, su patrón; del respeto y valoración hacia todas las manifestaciones de su cultura tradicional, en particular la música; y, por último, de la larga e histórica devoción hacia la Virgen, no en vano tiene su origen en la imagen que, allá por el siglo XV, encontraron los guanches en la playa güimarera de Chimisay. Ojalá las jóvenes generaciones puedan compartir con nosotros todos estos sentimientos, porque, solo entonces, podrán entender el auténtico significado de sus paisajes sonoros y procurarán evitar cualquier tipo de contaminación acústica, deterioro u olvido, que nos impida seguir siendo fieles a la tradición, como hiciera Octavio Rodríguez Morales y los demás músicos tradicionales de nuestro pueblo, y continuar, como ellos también, disfrutando y sintiéndonos muy orgullosos de nuestras queridas Fiestas de Mayo.
El texto fue el pregón de las Fiestas de Mayo de Los Realejos de 2014, publicado en el programa de la edición de 2015, de donde han sido tomadas también las fotos.