Revista nº 1037
ISSN 1885-6039

El equilux o la harmonía del tiempo. El modelo del Caldero del Ventero (Barlovento, isla de La Palma).

Domingo, 11 de Noviembre de 2018
Miguel A. Martín González
Publicado en el número 756

La presente exposición es un fragmento de una investigación pionera hecha en Canarias pero de ámbito universal que permite precisar el verdadero equilibrio (equilux) en los calendarios solares de las poblaciones de la antigüedad.

 

 

Los avances en la comprensión del pasado es el resultado, entre otras cuestiones, de la aplicación de una estrategia metodológica flexible cuyos resultados deben validar la idea y construir conocimiento mediante la interpretación de la realidad contextualizada, experimentada de una manera holística; esto es, en su totalidad. Partiendo de esta premisa, el ser humano, desde muy antiguo, tomó consciencia de pertenecer a un lugar y de formar parte de un tiempo. Mediante la experiencia conectó con los elementos básicos de la naturaleza que los envolvía e instauró un mundo de creencias para dar sentido a lo que no lograba comprender, lo que no estaba a su alcance.

 

Los fenómenos astronómicos ofrecen regularidades permanentes que pueden utilizarse para fijar patrones estacionales y, de este modo, tratar de entender el mundo, hacerlo predecible e incluso dominarlo mediante la repetición constante de mitos y rituales. Ahora bien, ¿quién o qué determinaba el tiempo? Parece muy fácil la respuesta, pues el principal protagonismo lo disfruta el Sol. Solo basta con observar pacientemente y establecer señales y límites terrenales en relación a los movimientos del Astro Rey, siempre transitando hasta completar un ciclo de 365 apariciones. Cuando alcanza sus posiciones extremas Norte y Sur (principio y/o final del ciclo) se determinan los solsticios, determinando la polaridad de la luz máxima (verano) y mínima (invierno) en el Hemisferio Norte. Por su parte, cuando el Sol se encuentra en la mitad se concretan los equinoccios donde supuestamente los días y las noches duran lo mismo.

 

Siempre hemos creído (historiadores, arqueólogos, arqueoastrónomos…) que los equinoccios astronómicos establecían los tiempos de igual duración entre el día y la noche y, sin embargo, no es cierto. Los equinoccios varían todos los años por culpa de nuestro actual calendario gregoriano. Astronómicamente, el equinoccio es importante, pero como referencia para estudiar y considerar los antiguos calendarios solares es insignificante puesto que los verdaderos intermedios solares son los equiluxes (momentos o períodos exactos en la que los días y las noches tienen la misma duración), no simultáneos a los equinoccios astronómicos. Existe un desfase de dos y tres días conforme a la latitud que nos encontramos. Los equinoccios son puntos en el tiempo y los equiluxes son un cálculo de los días.

 

Los pueblos ancestrales no tenían capacidad tecnológica para determinar los equinoccios astronómicos porque no son observables. No podían saber el día exacto en que el Sol salía por el Este y se ocultaba por el Oeste, pero sí lograron determinar con absoluta precisión, mediante una fórmula matemática muy sencilla y práctica, el día exacto en que las horas de luz y de oscuridad eran las mismas, el infalible equilibrio. Para conseguirlo fue necesario establecer un punto de proporcionalidad muy concreto sobre el terreno (espacio) y sincronizarlo con la posición solar en el instante justo (tiempo).

 

Nuestros antepasados establecieron el verdadero equilibrio entre la luz y la oscuridad (el equilux) observando directamente desde un punto fijo, contando los días y estableciendo una marca precisa sobre el territorio. El verdadero equilibrio en el calendario de los antiguos canarios, así como el resto del mundo prístino, se basaba en los equinoccios funcionales o equiluxes, fenómeno que se explica por el efecto de la refracción atmosférica y el tamaño no puntual del disco solar.

 

En la investigación histórica -incluido el ámbito arqueológico- nos hemos acostumbrado a determinadas afirmaciones dogmáticas presupuestadas o preconcebidas, sostenidas en la teoría de la ciencia, acríticas, sin reflexión, sin comprobación ni siquiera discusión. Se repiten los mismos datos, las mismas categorías, las mismas conclusiones. Por todo ello, cuesta aceptar y sufren rechazo otras alternativas en los procedimientos de la investigación.

 

Las nuevas ideas sobre un conocimiento científico se construyen por la acumulación de nuevos descubrimientos. Su avance puede incluso ser mayor y más efectivo cuando varias ciencias interactúan, como sucede con la etiqueta arqueoastronomía, entre otras muchas, generadoras de un nuevo orden, algo improbable hasta hace unos años.

 

Esta inédita investigación nos revela lo equivocado que estábamos cuando utilizamos el concepto moderno de equinoccios astronómicos para señalar los intermedios del movimiento solar y establecer orientaciones astronómicas intersolsticiales en los yacimientos arqueológicos. Definitivamente, estamos obligados a revisar y corregir las orientaciones astronómicas a nivel mundial de todos aquellos sitios arqueológicos vinculados a los equinoccios al haber más de un grado de diferencia de azimut y, sobre todo, cuando se pretende conseguir una extraordinaria precisión sobre un punto muy concreto en el terreno.

 

Llegados a este punto, reiteramos que los aborígenes canarios no se basaron en los equinoccios astronómicos para marcar el tiempo. La lección magistral la recibimos en el sitio arqueológico de Puntalarga (Fuencaliente) en el día del equinoccio astronómico de otoño de 22 de septiembre de 2017. Ese día nos situamos en el conjunto de cazoletas para observar algo tan espectacular, significativo y revelador como el orto solar por detrás del destacado y sagrado Roque Teneguía. Sin embargo, nos quedamos desconcertados cuando el Sol salía con un desvío de más de un grado de azimut, acumulando un desfase de tres días y rompiendo, de esta manera, todos nuestros esquemas. A pesar de todo, no abandonamos la investigación sino que, al contrario, nos estimuló para hurgar en los motivos de nuestra confusión. Comenzamos a indagar, explorar y a examinarnos en cada paso que dábamos para interpelar qué es lo que ocurrió. No dimos nada por hecho, experimentamos alternativas, sumando un conjunto de pruebas y la lógica para construir conocimiento. Al final encontramos una falta de concordancia entre el calendario gregoriano y el año trópico. Esta teoría ya la conocían los astrónomos pero no lo habían aplicado a los calendarios de los pueblos ancestrales.

 

No importa el día ni el mes en que empiece o termine el año, pues en un calendario solar de 365 días, los extremos e intermedios de los posicionamientos solares deben tener correlación con un solo día de diferencia al ser impar. En el caso del calendario solar, el cálculo del tiempo se llevaba por el número de días, resultando un total de 365 el ciclo completo, siendo la mitad 182,5 días (intermedio temporal intersolsticial) y trascurriendo 91-92 días entre los solsticios y los equinoccios (precisión de ±1 día).

 

Evidentemente, podemos advertir que no existe esa equivalencia en el calendario gregoriano y no se ajusta matemáticamente al cómputo diario de soles que deben transcurrir para establecer los intermedios o equinoccios. Por eso, el Sol no sale o se pone en el mismo sitio, hay un desfase de dos o tres días para que esto ocurra. Prestemos atención: del solsticio de invierno (21 de diciembre) al equinoccio de primavera (20 de marzo) se suceden 89 días. Del equinoccio de primavera al solsticio de verano pasan 93 días: total 182 días. Del solsticio de verano (21 de junio) al equinoccio de otoño (22 de septiembre) acontecen 93 días y del equinoccio de otoño al solsticio de verano 90 días: total 183 días. Para corregir ese desfase, si sumamos los días y establecemos un equilibrio entre ambos equinoccios, el de primavera recae el 18 de marzo y el de otoño el 25 de septiembre. En nuestro actual calendario, estos son los días en los que la posición del Sol en el cielo es la misma.

 

Pues bien, en Puntalarga la convergencia entre el plano terrenal (cazoletas de mar y Roque Teneguía) y el celestial (el Sol) determina los transcursos temporales intermedios del recorrido anual, producidos mayoritariamente el 25 de septiembre (equilux de otoño) y el 18 de marzo (equilux de primavera)1.

 

Como en la isla de La Palma hay muy pocos espacios litúrgicos awara vinculados a los equinoccios, no podíamos dejar pasar el momento para visitar algunos de ellos. Antes del atardecer del pasado 26 de septiembre nos desplazamos al Norte de la Isla, acompañado de Lucas Rodríguez Vassou, la persona que descubrió el conjunto ritual del Caldero del Ventero, con la intensión de precisar el lugar exacto por donde se ocultaba el Sol durante el equilux. La sorpresa fue observar con nuestros propios ojos algo inesperado de un valor simbólico que nos impactó por su exactitud.

 

El lugar sagrado se emplaza sobre una veta de toba volcánica de tonos ocres, con unos 100 metros de desarrollo sobre una cota que oscila entre los 335 y 360 m s n m, situada en el margen derecho sobre el Caldero del Ventero. En la parte superior se encuentra la Fuente de La Hiedra, con la presencia de un canal excavado sobre el inclinado suelo. A lo largo del trayecto se dispersan cuatro conjuntos de figuras antropomórficas, tres de ellos se disponen hacia el punto en el terreno por donde se oculta el Sol durante el solsticio de invierno. El último grupo está compuesto por tres o cuatro figuras antropomorfas talladas en la tosca, junto a otra agrupación de cúpulas o cazoletas verticales localizadas a la entrada de una gran cavidad (Fig. 1).

 

Figura 1

 

La figura humana es uno de los motivos más pródigos usado por los antiguos, cimentado en un trazo vertical (el tronco) con brazos extendidos. En la isla de La Palma las muestras de arte rupestre esquemático de carácter antropomorfo han ampliado enormemente su catálogo. Actualmente, unos 40 lugares con cientos de figuras, exhiben formas aparentemente humanas que escapan a la iconografía general geométrica que identifica a la Isla y representan ya casi el 10 % del total de las manifestaciones rupestres. Desde aquella lejana fecha de 1993 cuando, por primera vez, propusimos un cambio conceptual de las supuestas cruces de Lomo Boyero (Breña Alta) por figuras antropomorfas, abandonando su filiación histórica cristiana, no han dejado de aparecer otros lugares con la misma o idéntica tipología que representa, de una manera esquemática, la figura humana, cuyos verdaderos autores fueron, sin duda alguna, los awara2. En 2016 realizamos un amplio trabajo de catalogación e interpretación de este tipo de manifestaciones rupestres3.

 

La cueva de la ladera del Caldero del Ventero presenta unas dimensiones aproximadas de 10 m de largo, 5 m de altura y otros 5 m de profundidad. Es admirable la humedad que brota de sus paredes, siendo utilizada históricamente para recoger agua en cuatro pocetas situadas en la base de la pared del fondo. Incluso se realizaron varios canales para redirigir el líquido hacia las estanques. No sabemos si estas pozas tienen un origen indígena y fueran reutilizadas posteriormente al presentar varias de ellas remates de cemento para evitar que el agua se escape. En una visita realizada el pasado 15 de octubre después de una jornada de lluvias, el caudal de agua recogido era importante. De las paredes brotaban verdaderas cortinas de agua (Fig. 2).

 

Figura 2

 

Las figuras talladas en la pared están perfectamente alineadas con el lugar donde se oculta el Sol en la lejana elevación de La Tanquilla (Garafía) durante este día tan señalado en el calendario solar awara. Sin embargo, lo más sorprendente de todo es un pequeño agujero de 20 x 10 cm, ubicado bajo las figuras antropomorfas, a ras de suelo, retocado artificialmente para tener una apariencia similar a la forma del órgano sexual femenino y que atraviesa un pequeño tabique natural de tosca, conectando el interior de la cavidad (Fig. 3).

 

Figura 3

 

Poco antes del ocaso, con total asombro, observamos cómo un hilo de luz entraba por la abertura inferior y se aproximaba lentamente hacia otro nicho o hendidura natural más pequeña (10 x 5 cm) de similar tipología. Nuestro asombro y admiración se produce en el instante en que el rayo de luz penetra y se encaja perfectamente en la ranura, coincidiendo con el mismo ancho, que da paso al interior de la oquedad (Fig. 4). Detrás de esta ocurrencia se adivina una causalidad ideológica ancestral subyacente, una fuerza cósmica. El Sol, la luz, el agua, la tierra, el simbolismo del útero como fuerzas de la naturaleza asumían funciones cósmicas polivalentes, asociativas y participativas de un mismo evento que permita mantener el orden cíclico de las estaciones y renovar la abundancia vinculada al simbolismo del órgano sexual femenino y la fertilidad genérica como una manifestación de lo sagrado. Por cierto, al día siguiente, la luz ya no se acoplaba con la ranura.

 

Figura 4

 

La observación de un acontecimiento tan preciso es lo que define el equilux, no el equinoccio. Llama mucho la atención que en tan solo dos días al año y con una duración de unos pocos minutos, la luz solar ensamble las dos oquedades hasta que se desvanece con la puesta del Sol. Este acontecimiento puramente simbólico fundamenta un enorme interés científico, encierra todo un conocimiento astronómico de gran envergadura, une el cielo con la tierra dos veces al año y, personalmente, nos hace partícipes de una emocionalidad nada definible con palabras. Dar a conocer un recóndito lugar y revelar un escondido y enmascarado secreto de nuestros antepasados es la mayor satisfacción.

 

Estos lugares, estas señales, estos acontecimientos reconstruyen una memoria llena de sabiduría que orienta un modelo de vida inspirado en un profundo conocimiento de las leyes que ordenaron el cosmos. Revelan la capacidad de observar y pensar no solo sobre lo que vemos, sino también sobre lo que no podemos advertir; esto es, ir más allá de lo común y cotidiano: la transcendencia.

 

 

Notas

1. MARTÍN GONZÁLEZ, M. A. (2018): "La regularidad de los equiluxes en el santuario costero de Puntalarga en Fuencaliente (Isla de La Palma)". Revista Iruene, n.º 10. En prensa.

2. MARTÍN GONZÁLEZ, M. A. (1993): "Los grabados antropomorfos del Lomo Boyero en El Guincho (Breña Alta)". I Encuentro Geografía, Historia e Arte. Santa Cruz de La Palma, pp 103-111.

3. MARTÍN GONZÁLEZ, M. A. (2016): "Antropocosmología. Los grabados rupestres antropomorfos en la isla de La Palma". Revista Iruene, n.º 8, pp 8-39.

 

 

Miguel A. Martín González es historiador, profesor, fundador y director de la revista Iruene. Las imágenes son de Lucas Rodríguez Vassou.

 

 

Comentarios
Miércoles, 14 de Noviembre de 2018 a las 23:04 pm - Miguel Martín

#02 Maruca, un trabajo de este tipo merece un respeto. Lo que vimos en ese lugar es algo que va más allá de una simple conjetura. Y si la crítica es a la palabra harmonía, tenía que informarse primero antes de emitir un juicio poco agraciado. El nivel más elevado de ignorancia se practica cuando rechazamos algo de lo que no sabemos nada.

Domingo, 11 de Noviembre de 2018 a las 20:26 pm - Maruca

#01 Harmonia o armonía? A qué se refiere este señor a la diosa griega Harmonia o simplemente a armonía? Si se refiere a este último caso siento decir que su ortografía está a la misma altura que sus teorías sobre el pasado de la palma. Donde vamos a llegar señor!