Revista nº 1040
ISSN 1885-6039

14 millones de libras en busca de herederos.

Jueves, 27 de Septiembre de 2018
Pedro Socorro Santana y Pedro C. Quintana Andrés
Publicado en el número 750

El canónigo Juan Navarro, natural de la Vega de San Mateo, murió en 1812 sin decir a quién dejaba su millonaria fortuna en un banco de Inglaterra...

 

 

Juan Navarro Pérez, canónigo de la Catedral de Santa Ana, murió el 26 de noviembre de 1812 cuando contaba con 51 años. Un año antes había depositado en un banco de Inglaterra siete millones de libras esterlinas a renta fija y un plazo de ¡80 años!, pero no había hecho testamento ni el dinero se podía tocar entonces. El caso desató un tremendo interés en la sociedad grancanaria de los años veinte del siglo pasado, cuando la entidad bancaria se percató de que, tras 80 años devengando intereses, había que liquidar la cuenta y repartir sus beneficios de aquel depósito. Para entonces, ya eran 14 millones de libras esterlinas. Toda una fortuna para la época. La Provincia reproducía cada día del mes de diciembre de 1927 las informaciones de El Mundo, «el periódico de los hogares cubanos», que ofrecía los nombres de los nuevos afortunados del canónigo y de su cuantioso legado, haciendo la crónica de un realismo que parecía sobrenatural porque hasta entonces nadie había dejado tanto dinero fuera de España y después de tanto tiempo de haber fallecido.

 

Desde que el titular del Juzgado de Primera Instancia de Las Palmas, encargado de la tarea de repartir tamaña fortuna, publicara un anuncio buscando posibles beneficiarios de la herencia a fines del siglo XIX, comenzaron a aparecer 18 sobrinos, primos y demás familiares, así como numerosos árboles genealógicos que demostraban la misma sangre y, por consiguiente, el derecho a una parte de la suma de dinero. El reparto se dilató en el tiempo. No fue muy fácil, pues la mayor parte de los beneficiarios se encontraban en Cuba, adonde habían emigrado hacia 1770 cuatro de los seis hermanos del magistral: José Ignacio, Francisco, Bartolomé y María del Pino Navarro Pérez, que por entonces eran todos fallecidos, pero que se habían radicado y creado familias en las poblaciones de Seiba del Agua, San Antonio de los Baños y Vereda Nueva. Su hermana, incluso, contrajo dobles nupcias. Sus otros dos hermanos eran Pedro Juan, que emigraría a Indonesia, y Antonio, al parecer presbítero de Santa Brígida, pero estos últimos fallecieron supuestamente sin dejar sucesión. Sin embargo, un nuevo árbol genealógico demostraba que Pedro Juan sí había dejado descendencia. Había contraído matrimonio en la Vega de San Mateo, en 1806, con Antonia Gil Alvarado, hija de Francisco Gil y de Antonia Alvarado; y que su hermano Antonio Navarro contrajo nupcias hacia 1800 con María Gómez, hija de Francisco Gómez y Antonia Navarro.

 

Lo cierto es que el canónigo parecía no fiarse de casi nadie. Ni siquiera de sus familiares o conocidos de toda la vida, salvo de su hermano Pedro Juan, emisario de los Reyes en Filipinas, con el que abrió en 1811 una suculenta cuenta en el Banco Inglés de Londres con la importante suma de siete millones de libras esterlinas, devengadas de un interés del 4 % anual y por el tiempo de 80 años, ignorándose si el ingreso se hizo a nombre de los dos hermanos o del canónigo solamente. Lo único cierto es que los intereses devengados a lo largo de ocho décadas elevaron la cifra al doble. Pero su hermano Pedro, que se casó en Gran Canaria con su prima María de los Dolores Pérez O’Shanahan, falleció en la isla de Java, en Indonesia, donde había ejercido el cargo de embajador en aquellas lejanas y misteriosas posesiones españolas, sin dejar hijos y sin realizar ninguna disposición testamentaria. Se fueron a la otra vida, dejando millonarios a sus descendientes. 

 

A su muerte, acaecida el 29 de noviembre de 1812, a las seis de la tarde en su casa de la Vega de Arriba, el hombre más rico de la Vega de San Mateo, y probablemente de Canarias, murió sin tiempo de testar, pero sí de recibir la extremaunción que le llevó el párroco sanmateíno Diego de Pineda, así como una gran despedida en su pueblo que salió al encuentro de su mala hora. Nadie sabía nada de su incipiente fortuna. Un mes después, su madre, Ángela Pérez Peñate, decidió hacer su testamento ante el escribano Francisco María Pineda, hermano del párroco de San Mateo. Por entonces era viuda y dijo haber tenido siete hijos, incluido su hijo recientemente fallecido. Pero desconocía la existencia de esa cuenta bancaria donde, año tras año, las libras esterlinas iban acumulándose y ganando en beneficio en aquel paraíso fiscal de la antigüedad.

 

Hacia 1890, cumplidos los 80 años y con la cuenta bancaria a rebosar, la familia del canónigo Juan Navarro era depositaria de una de las mayores fortunas del siglo XIX en Canarias. El juzgado se vio obligado a abrir una investigación judicial para averiguar los destinatarios legítimos de su millonaria herencia que se prolongó durante décadas. El juez de Primera Instancia de Las Palmas pidió a las autoridades de la Vega de San Mateo, presidida por el alcalde Francisco Navarro, que hicieran un llamamiento de herederos, realizándose un edicto municipal y provocando que el nuevo cura párroco de La Vega, Domingo Hernández Romero, consultara numerosas actas de matrimonios y bautismos. El mandato judicial también se publicó en Cuba, a través de los periódicos Diario de La Marina y El País, pues en aquella isla del Caribe residían por entonces los descendientes de cuatro hermanos del rico canónigo magistral. Eran Francisco Navarro, que allá se casó, en 1774, con María de la Concepción Hernández en la iglesia de San Antonio de los Baños y tuvieron ocho hijos; Bartolomé Navarro, que contrajo matrimonio con Petra Hernández, en Vereda Nueva (Cuba) y tuvo tres hijos; José Ignacio Navarro, que se unió maritalmente a Teresa Tecla Lemus, en Nueva Paz de Cuba y tuvo siete hijos; y Manuel Jerónima Navarro que celebró doble nupcias, dejando descendencia. En 1891, la directiva del Banco Inglés hizo un llamamiento a los herederos de Juan Navarro Pérez, sus seis hermanos, para cobrar la cantidad de 14 millones de libras y llamaba a los otros herederos que se creían con derecho a la herencia. Por supuesto, aparecieron hasta debajo de las piedras un sinfín de familias que creían tener derecho a la herencia del canónigo. El juzgado debió nombrar un comité gestor que se convirtió por determinación ajena en un inquisidor implacable, evitando de ese modo la intromisión de personas que pudieran intervenir con ánimo de lucro ante aquella fortuna yacente, haciéndoles sentir cada día más lejos del milagro de salir de los apuros y sentirse nuevos ricos. Era su secretario Antonio Puig Navarro, vecino del barrio de Atarés de La Habana.

 

José Ortiz Vega, conocido por El Rubio, junto a su esposa, trató de representar a los descendientes del magistral Navarro en Cuba

 

Llamamientos de El Rubio. Hasta la isla de Cuba viajó en 1899 José Ortiz Vega, vecino de El Vinco del pueblo indiano de Las Lagunetas, conocido por El Rubio, quien por medio de la prensa cubana hizo un llamamiento a los isleños que se consideraban con derecho a la herencia de don Juan Navarro. Uno de los que concurrió a aquella reunión fue Miguel Bellido Sánchez, quien de acuerdo con El Rubio convocó a los herederos a una reunión en una sastrería existente en una casa situada en la calle Neptuno n.º 105 de La Habana. Durante el cambio de impresiones, este indicó a los herederos la conveniencia de que le dieran un poder general para representarlos ante las autoridades canarias, pero Isidro Fernández Navarro se opuso abiertamente a estas pretensiones, alegando que para eso ellos designaban uno de sus parientes. El Rubio desapareció de la isla y regresó a Gran Canaria. Años después sería el fundador de las fiestas de Los Indianos en Las Lagunetas y uno de los promotores para que su pueblo natal contara con una escuela y saliera de su atraso secular. Para entonces, María Hernández Navarro, sobrina del canónigo, había escrito, el 2 de octubre de 1885, una carta al juez de Las Palmas, aportando su árbol genealógico, pero no obtuvo contestación. Posteriormente, el 30 de abril de 1926, un mes antes de morir, doña María volvió a escribir al magistrado, pero le contestaron que ese juez primitivo ya no ejercía. La familia decidió entonces escribir directamente al Banco Inglés, recibiendo un cuestionario que llenaron debidamente en inglés. La fortuna se mostraba esquiva.  

 

Antigua casa del pago de La Palma (Vega de San Mateo), zona donde residía el millonario canónigo (foto: Pedro Socorro)

 

Vida de un magistral. El racionero Juan Pedro Navarro Pérez nació el 16 de abril de 1761 en la casa familiar y fue bautizado seis días más tarde en la pila de la parroquia de Santa Brígida. Era uno de los hijos de Alonso Navarro de Vega, natural de La Vega, y de Ángela Pérez Peñate, de Santa Brígida y vecinos de los llanos de La Palma, hoy pago de La Palma de la Vega de Arriba. Cursó estudios en el Seminario Conciliar de Las Palmas, siendo admitido el 17 de junio de 1777 tras serle concedida una beca por el obispo Cervera. Fue subdiácono en 1782 y cuatro años después ordenado sacerdote. Fue familiar del Santo Oficio del Tribunal de la Inquisición, capellán real, teólogo graduado por la Universidad de Almagro, en Ciudad Real, además de colegial y catedrático del Seminario Conciliar de Canarias. A su regreso de la Península se hizo con cuantiosos bienes en el pago de La Lechuza, la zona del casco de San Mateo y en el pago satauteño de El Madroñal, algunos de ellos heredados de sus padres y otros que iría adquiriendo con su patrimonio. El 24 de mayo de 1796 se posesionará en el cargo de racionero de la Catedral de Las Palmas y cuatro años después, al crearse la parroquia de San Mateo, donaría a la misma un relicario de plata sobredorada y contribuiría con otros enseres para la decoración y funcionamiento del nuevo templo parroquial. Poco después, ascendería a la canonjía magistral, posesionándose de la misma el 10 de diciembre de 1803, tras la vacante, por fallecimiento, del magistral don José Icaza y Cabrejas, con el que había estado presente en la ceremonia oficial de la nueva parroquia sanmateína. 

 

Rúbrica del Dr. Juan Navarro en un protocolo del Archivo Provincial a comienzos del siglo XIX (P.S.)

 

 

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