Revista n.º 1073 / ISSN 1885-6039

Los guanches de Tenerife ante la muerte

Miércoles, 28 de octubre de 2020
José Juan Jiménez González
Publicado en el n.º 859

La momificación o desecación se ha atribuido a la diferencia jerárquica existente entre los guanches amparada en la mayor o menor disponibilidad de ganado, a su lugar de procedencia y a la adaptación desplegada tras su llegada a la isla.

Cráneo de una momia guanche.

 

 

El mundo funerario de los guanches presenta dos tipos de inhumaciones, para ambos sexos y todas las edades: unas momificadas o mirladas y otras no, situadas en cuevas sepulcrales individuales o colectivas. Para algunos autores, los guanches embalsamaban a los muertos extrayéndoles sus órganos, pero la mayoría de la documentación etnohistórica y los descubrimientos arqueológicos corroboran la inexistencia de evisceración en los restos humanos mirlados e inhumados, cuyas mortajas eran pieles y cueros de cabras u ovejas.

 

La deposición de los cadáveres podía ser individual y colectiva en el interior de cuevas, tubos volcánicos y cejos, sobre yacijas vegetales, de cuero, parihuelas de madera y ocasionales enlosados de piedra que nivelaban el suelo, mientras el acceso se tapiaba con un mampuesto de piedra seca. También hay que mencionar el descubrimiento de fetos y neonatos que fueron momificados y/o inhumados pese a su corta edad.

 

Esa momificación o desecación se ha atribuido a la diferencia jerárquica existente entre los guanches amparada en la mayor o menor disponibilidad de ganado, a su lugar de procedencia y a la adaptación desplegada tras su llegada a la isla. Las fuentes etnohistóricas -de las que seleccionamos algunos fragmentos- muestran a los guanches ante la muerte.

 

Diogo Gomes de Sintra (1482-85). Cuando un rey muere (…) cogen el cuerpo del rey y lo rellenan de manteca y lo meten cual gallina en un espetón, y lo ponen o lo meten en una cueva, y delante de ella ponen en custodia a un hombre virtuoso que con su bondad debe hacer que no le desaparezca el pelo de la cabeza ni la piel del cuerpo por espacio de un año. Y si se le cae el pelo, lo tienen por un gran pecador, pero si no, lo tienen por hombre bueno. Y se congregan todos y hacen un gran banquete, y le rinden el mayor honor.

 

Thomas Nichols (1583). Su manera de enterrar era que, cuando moría alguien, lo llevaban desnudo a una gran cueva, donde lo arrimaban a una pared, estando erguido sobre sus pies. Pero si era alguien con cierta autoridad entre ellos, entonces tenía un bastón en la mano y una vasija con leche colocada cerca de él. He visto cuevas de 300 de estos cadáveres reunidos; la carne estaba reseca, y el cuerpo se quedaba tan ligero como un pergamino.

 

Gaspar Frutuoso (1590). Y en las cimas más altas hay otras cuevas y cavernas en donde sepultaban sus muertos, de esta manera: cuando fallecía algún principal de ellos le sacaban el vientre (como también a los otros) y los embalsamaban con grasa de ganado menor (pues no había entre ellos ganado vacuno) y así los curaban al sol y al aire y los vestían y ataban, con correas de cuero, en pieles curtidas a manera de mortaja, y los metían en aquellas cuevas altas de los barrancos y peñas donde no les llegase cosa alguna. Todavía ahora los que proceden de ellos se ofenden y afrentan mucho si van a tocarlos o si algún travieso va a tirar alguno de los cuerpos muertos y mirlados de la peña abajo.

 

Alonso de Espinosa (1594). Cuando moría alguno dellos, llamaban ciertos hombres (si era varón el difunto) o mujeres (si era mujer) que tenían esto por oficio y desto vivían y se sustentaban, los cuales, tomaban el cuerpo del difunto, después de lavado, echábanle por la boca ciertas confecciones hechas de manteca de ganado derretida, polvos de brezo y de piedra tosca, cáscara de pino y de otras no sé qué yerbas, y embutíanle con esto cada día, poniéndolo al sol, cuando de un lado, cuando de otro, por espacio de quince días, hasta que quedaba seco y mirlado, que llamaban xaxo.

 

Edmund Scory (1626). Los antiguos guanches de esta isla tenían un oficial o embalsamador, hombre o mujer, destinado, según su sexo, a lavar los cuerpos de los muertos y después metían en ellos ciertas confecciones hechas de manteca de cabras derretida y mezclada con polvos de una piedra áspera, corteza de pino y otras hierbas, y así trataban aquel cuerpo por espacio de quince días, teniéndole al sol ahora de un lado y después de otro, hasta que todo estuviese yerto y seco. En todo ese tiempo sus amigos lloraban y lamentaban su muerte, pasados los quince días envolvían el cuerpo en unas pieles de cabras tan industriosamente cosidas las unas con las otras, que es cosa admirable, y así lo llevaban a una cueva muy profunda, adonde nadie podía llegar. Todavía se encuentran esos cuerpos que han sido sepultados de esa manera hace más de mil años, según dicen.

 

Juan Núñez de la Peña (1676). A los que morían no les daban sepultura debajo de tierra sino mirlados los ponían en unas cuevas, para esto señaladas, que estaban en riscos tajados: para mirlarlos hacían un labatorio de hojas de granados y de muchas yerbas y flores, y con él lavaban al cadáver, y después con unas confecciones que hacían de manteca de ganado, y de cáscara de pino, polvos de bresco, y tosca, y de zumos de yerbas, le llenaban el vientre entrándole por la boca estas confecciones, y lo ponían al sol por espacio de quince días, y en ellos duraban los fúnebres llantos y sentimientos de los parientes, y después que estaba seco el cuerpo lo envolvían en unas píeles que tenían guardadas para la mortaja, que estaban muy ciertos que había de llegar la hora y fin de sus días, y las cosían que cubriese todo el cuerpo: a los que eran hidalgos, los ponían en un ataúd de tea o de otra madera incorruptible todo hecho de una pieza, y a los villanos ponían sobre unas pieles; además de la mortaja, poníanles a todos una señal en la mortaja para conocer si era padre, o hijo, o hermano, o pariente o amigo: llamaban al cuerpo muerto Xaxo: para estos labatorios y amortajar los difuntos, había unos hombres y mujeres que lo tenían por oficio, los hombres para los hombres, y las mujeres para las mujeres, y a estos tales les pagaban su trabajo, y los tenían por inmundos y se despreciaban de comunicar con ellos, y así vivían a solas y apartados de la comunicación.

 

José de Viera y Clavijo (1773). Cuando el enfermo moría, se colocaba su cadáver sobre una mesa ancha de piedra, donde se hacía la disección para extraerle las entrañas. Lavábanle después dos veces cada día con agua fría y sal todas las partes endebles del cuerpo, como son orejas, narices, dedos, pulsos, ingles etc., y luego le ungían todo con una confección de manteca de cabras, yerbas aromáticas, corcho de pino, resina de tea, polvos de brezo, piedra pómez y otros absorbentes y secantes, dejándole después expuesto a los rayos del sol. Esta operación se hacía en el espacio de quince días, a cuyo tiempo los parientes del muerto celebraban sus exequias con una gran pompa de llanto; y cuando el cadáver estaba ya enjuto y liviano como un cartón, le amortajaban y envolvían en pieles de ovejas y cabras, curtidas o crudas, y con alguna marca para distinguirle entre los demás. Encerraban los reyes y primeros personajes dentro de un cajón de sabina o de tea, y trasladándolos a las cuevas más inaccesibles, destinadas para cementerio común, los arrimaban verticalmente a las paredes o los colocaban con mucho orden y simetría sobre ciertos andamios.

 

 

José Juan Jiménez González es Conservador del Museo Arqueológico de Tenerife.

 

 

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