Revista n.º 1074 / ISSN 1885-6039

El maligno reside en Cumbre Vieja.

Martes, 21 de septiembre de 2021
Miguel A. Martín González
Publicado en el n.º 906

Para nuestros ancestros awara, el contexto de un volcán era una manifestación nefasta de la geografía mítica que remite a sucesos enmarcados en lo sagrado o lo sobrenatural. Esta forma de razonar es la entrada secreta a través de la cual las inagotables energías del cosmos se vierten sobre las manifestaciones culturales humanas.

Volcán de Cumbre Vieja.

 

 

Acabamos de ser testigos de una erupción volcánica en la isla de La Palma, un gigante de fuego destructor que va arrasando todo lo que encuentra a su paso. Después de un tiempo dormido, vuelve a despertar con una fuerza titánica. Si para nosotros un volcán es una abertura o grieta de la corteza terrestre conectada a una cámara magmática del interior de la Tierra por un conducto o chimenea por donde salen los materiales incandescentes y gases expulsados a través del cráter o grieta que se van depositando y solidificando alrededor, para nuestros ancestros awara, el contexto era una manifestación nefasta de la geografía mítica que remite a sucesos enmarcados en lo sagrado o lo sobrenatural. Esta forma de razonar es la entrada secreta a través de la cual las inagotables energías del cosmos se vierten sobre las manifestaciones culturales humanas.

 

La dorsal Cumbre Vieja, que recorre la mitad sur de La Palma, es una de las más activas del mundo. Conos, coladas y diversos materiales volcánicos se diseminan a uno y otro lado del cerro cumbrero. Su paisaje oscuro todavía hoy infunde un gran respeto y admiración ante la magnitud de los procesos eruptivos. Allí, los antiguos habitantes de la isla establecieron un tabú, lo inquietante, lo peligroso, lo prohibido o lo impuro. Por lo tanto, la morada de fuerzas maléficas donde prevalece el desorden, la inquietud, lo profano, la amenaza y el caos. En este caso, entramos en una cosmovisión mítica, de territorio cargado de una simbología de lo maligno, fácilmente reconocible y definido, una zona de connotación negativa que, desde muy pronto, adquirió una residencia periférica fija y que tiene como principal manifestación el volcán.

 

El conocimiento que los antiguos tenían de la realidad volcánica era trascendente, basada en una visión del mundo -su mundo- que les permite construir espacios de significado cultural desde una determinada ubicación geográfica, en la cual la sociedad reconoce y percibe la realidad natural y simbólica en la que se inserta mediante un pensamiento que se construye desde las manifestaciones de la naturaleza. Existían principios de la realidad que se interpretaban desde sustancias ocultas dentro de un mundo limitado a naturalezas terrestres y celestes vivas.

 

En la inmensa mayoría de las cosmovisiones de la antigüedad encontramos dos condiciones complementarias como son lo sagrado y lo profano, claramente diferenciados en una dicotomía no definitiva del todo; a veces, ambos conceptos pueden están emparentados y en muchas ocasiones son realidades ambiguas y subjetivas. Se necesitan e incluso se relacionan, según las necesidades de la sociedad. Lo sagrado y lo sacrílego constituyen dos modalidades de estar en el mundo, dos situaciones existenciales asumidas por el ser humano a lo largo de su historia: cosmos frente al caos. El concepto de naturaleza insular que aquí tratamos de defender establece una división de espacios que los miembros de la comunidad consideran familiares o extraños, sobre todo a partir de la dependencia del modo en que viven en él y lo utilizan. Lo sagrado existe para devenir en su opuesto: lo profano, cuya apariencia representa lo irreal, aunque existe. Ambos son indispensables en cualquier pueblo ancestral.

 

¿Qué tipo o tipos de relación establecieron los awara con la naturaleza? Estas varían desde los primeros instantes en que las poblaciones se asientan en la Isla y a lo largo del proceso de vivencia histórica. Influyen los elementos naturales y la suma de sus componentes, así como la visión simbólica proyectada sobre esos elementos basados en diseños operativos razonados y abstractos. La cultura del espacio incorpora principios cosmológicos y simbólicos donde el pensamiento se proyecta sobre el paisaje como algo percibido e interpretado simbólicamente.

 

Las huellas sobre el espacio confirman, a través del tipo de construcciones, el significado religioso que recibieron. Las cumbres de La Caldera de Taburiente están dotadas de numerosos elementos sagrados como son grabados rupestres o amontonamientos de piedras, así como construcciones domésticas como cabañas; sin embargo, Cumbre Vieja está vacía de todo al representar el espacio opuesto no consagrado, sin estructura ni consistencia -amorfo-, es un caos ausente de esos elementos. Cualquier signo, portador de un significado religioso, es capaz de indicar la sacralidad del lugar, de introducir el elemento absoluto y poner fin a la relatividad y a la confusión. Sin embargo, a pesar de la intensa búsqueda en toda la dorsal, este no aparece.

 

¿Cómo interpretaron los awara esta negatividad? Sencillamente creyendo que todo aquello que se teme por el mal que pueda provocar, todo lo que sobrepasa la fuerza o la inteligencia del indígena, lo que le da miedo a causa de su carácter extraño, todo lo que es extraordinario y dañino, como antes apuntamos, son manifestaciones de espíritus y fuerzas misteriosas. Por todo esto, es necesario establecer un espacio físico, como residencia del maligno, desde los primeros instantes de su presencia en suelo insular, determinando su espacio sacrílego en Cumbre Vieja por ser el lugar donde los volcanes se sucedían con fuerza, provocando el terror (el temor religioso es a su vez un temor ordinario). Extraño y extraviado lugar temerario que ha recibido en suerte los aspectos terribles y peligrosos. El estratovolcán marca el confín o límite de lo habitable. Se puede vivir en sus proximidades y circular en su entorno cargando amuletos, pero ni habitar ni consagrar, al ser el espacio no domesticable.

 

En la mitología awara encontramos la figura de Iruene como el demonio personificado en un perro lanudo, negro, salvaje, causante de daños entre las manadas; seres perversos, espíritus pérfidos que se asociaban a los lugares subterráneos de donde salían, como grietas, fisuras o determinadas cuevas. En Tenerife, Guayota (demonio) moraba sobre el volcán Pico Teide; en Gran Canaria, los tibicenas eran demonios o genios malos en forma de perros oscuros. Siguiendo los mismos o parecidos criterios, en La Gomera los espíritus malignos deambulaban por determinados lugares de la naturaleza, como roques, fuentes, cuevas, bosques y se llamaban Yrguanes o Hirguanes y tenía forma de carnero lanudo.

 

Desde 1997 venimos afirmando la ubicación concreta de los dominios de Iruene en ese espacio irreligioso de la Isla situado en Cumbre Vieja, sobre la crestería de la dorsal; allí donde la fuerza o la inteligencia del individuo es superada. Todo lo que le da miedo a causa de su carácter extraño, lo que es extraordinario y dañino -terremotos, volcanes, lava, fuego…- se vislumbra como una manifestación de espíritus y fuerzas misteriosas. 

 

En el pensamiento awara, esta nueva manifestación telúrica de la naturaleza no es más que el despertar de otra fuerza maléfica que encarna Iruene.

 

PD. Mi más sincero llanto y penar por las personas que han perdido sus viviendas y sus modos de vida.

 

 

Miguel A. Martín González es historiador, profesor y director de la revista Iruene.

 

 
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