Revista nº 1037
ISSN 1885-6039

Crónicas Pretéritas. Venezuela en el recuerdo, en el corazón.

Lunes, 06 de Febrero de 2023
Donacio Cejas Padrón
Publicado en el número 978

Sigo con esmerada atención las noticias de Venezuela, leo cada día varios de sus periódicos, y como a tantas y tantas personas que una parte de nuestras vidas transcurrió allí, nos cuesta mucho trabajo entender cuáles han sido las causas para que aquella patria generosa y receptiva de emigrantes de muy diversas procedencias, donde todos cabíamos y donde había acomodo y trabajo para quien quisiera adoptar como suya, una patria nueva, y desarrollar su vida laboral, y formar su familia al amparo de las grandes oportunidades que allí se ofrecían, se haya convertido en un país de emigrantes.

 

Mi experiencia fue enormemente positiva, llegué allí con apenas poco más de veinte años, ya casado, con toda una vida por delante. El destino quiso que en el barco donde viajé a Venezuela llevara una réplica de la Virgen de los Reyes, que días después fue entronizada en una Iglesia de Caracas, y allí se le celebró su primera fiesta, la cual se sigue celebrando. Mi sorpresa fue grande cuando el dia de la fiesta el templo estaba lleno de herreños, casi todos conocidos, ya integrados en la nueva sociedad, e incluso con una nueva manera de hablar. A todos los encontré alegres y contentos por haber elegido aquella nueva vida, que seguramente continuaría por muchos años.

 

Encontré mi primer trabajo muy lejos de Caracas, en la lejana ciudad de San Félix, y para llegar hasta allí por una larguísima carretera, tras muchas horas de viaje, hube de atravesar los campos petroleros de Monagas, algo nuevo y desconocido para mi: aquellas inmensas sabanas sembradas de balancines que en su incesante subir y bajar extraían del subsuelo el petróleo, ese producto casi milagroso que mueve a la humanidad. Me deslumbraron. Esos campos de Monagas, antes de llegar a su división con el Estado Bolívar, pues a ambas entidades federales los separa el Rio Orinoco, fueron después convertidos en bosques de pinos, lo que se llamó el Plan Uverito. Me tocó transitar esta zona, años después, en tareas comerciales, llevando material para las empresas que allí estaban destacadas. Recuerdo al ingeniero Dr. Argimiro Maduro, director del proyecto, que sin duda fue una gran hazaña para la ecología y el medioambiente de Venezuela. Creo recordar que se plantaron más de cien millones de árboles. Tuve yo ocasión en mis últimos viajes a Venezuela, y al visitar aquel inmenso bosque, de ver los resultados del proyecto tan grandioso que se había concebido unas decenas de años antes. Asi era la Venezuela, todo se hacía a lo grande.

 

Avistar por vez primera el Rio Orinoco resultó para mí una de las experiencias que jamás se me ha olvidado. Me parecía imposible tanta agua dulce en su camino hacia el mar, y posiblemente y por primera vez comprendí que estaba ante un país diferente, grandioso, dotado por la naturaleza de grandes maravillas, y que era bueno para un joven como yo entrar a formar parte de una sociedad tan abundante de recursos naturales, que prometían riqueza y bienestar a sus pobladores. Tras casi treinta años viviendo allí, supe también que por unas u otras razones las cosas no resultaron como yo esperaba, y como tantos y tantos emigrantes decidí regresar al suelo patrio inmortal y milenario, pues ya desde hacía bastante tiempo comenzó a gestarse una filosofía de gobierno muy diferente a la que venía transitando Venezuela, y con la cual había logrado grandes cuotas de felicidad y bienestar.

 

Al mismo tiempo que los inmigrantes fuimos abandonando el país, una corriente continua de venezolanos de todas las edades ha ido tomando también el camino hacia otras tierras en busca de mejor vida, ya se cuentan por millones los que han abandonado su patria, y al margen de cualquier otra consideración de tipo social o económico, al menos para mí lo más triste de ese fenómeno es la pérdida para el país de su material humano, pues en la inmensa mayoría de los casos la situación es irreversible. Porque la realidad se impone, el tiempo va condicionando para que los inmigrantes en esos países vayan incorporándose a su tejido social y humano, nacerán niños ya con otra nacionalidad, y en suma se repetirá la historia de tantos y tantos pueblos trasplantados a otro medio. Pero eso ha venido sucediendo casi siempre por la precariedad y hasta pobreza, de los países de origen, que no es el caso de Venezuela, un país grande en extensión, muy poco poblado, con recursos naturales abundantes que le ha permitido recibir inmigrantes de diferentes países, y todos cabíamos, nadie sospechaba que por razones políticas más que nada, por fanatismos estériles, una buena parte de los venezolanos no encontraran el necesario sustento y acomodo social y humano para vivir en paz, seguridad y concordia.

 

En nuestra isla de El Hierro, de tradición de emigrantes, recibe ahora con bastante complacencia a inmigrantes procedentes de Cuba, Venezuela, Perú, etc. que ya se van integrando progresivamente a la vida de la isla, sus niños forman parte de la población escolar, sobre todo en El Golfo, donde me cuentan que la matrícula de alumnos en los  diferentes niveles ronda los quinientos niños, y es lógico pensar que esa es la mejor riqueza de nuestro valle, donde no hay niños no hay progreso posible. Decía hace unos días en televisión un famoso sociólogo español, que la solución a la España despoblada viene precisamente de la mano de esos inmigrantes latinos, que son estos los que mejor se adaptan a nuestra forma de vida, hablan nuestra lengua, y muchos de ellos son precisamente descendientes de aquellas legiones emigrantes españoles de otros  tiempos. Con frecuencia vemos en Frontera a niños con rasgos latinos formando parte de equipos de lucha, futbol y de otros deportes, asistiendo a misa los domingos y haciendo la primera comunión en nuestra parroquia, y a sus padres trabajando en nuestras fincas y en otros menesteres, así es como se forman los conglomerados y asientos  humanos.

 

Yo fui emigrante por casi treinta años en Venezuela, tuve muchos contactos con nuestros embajadores en Caracas (conocí a tres) pues, por fortuna para mí, ejercí por un tiempo de vicecónsul honorario de España en aquella zona donde vivía; y en mis conversaciones con estos diplomáticos, y con los cónsules (hombres de gran talla humana y profesional), percibía en ellos la pena que les producía cuando visitaban la Hermandad Gallega, el Centro Asturiano, el Hogar Canario y muchos centros de advocación española, repartidos por todo el país, donde apreciaban el trabajo y la valía de las colonias hispanas, modelo de hombres trabajadores y de familias bien estructuradas, que esos hombres y mujeres no hubiesen podido desarrollar sus cualidades en nuestro país, España, contribuyendo a su enriquecimiento y grandeza, porque ya sabían que su regreso era imposible, y que quien se beneficiaba de trabajo y esfuerzo era Venezuela.

 

En nuestra familia también está ocurriendo igual. Mi menor hijo Donacio VI, ejerciendo de arquitecto en Londres, me manifiesta frecuentemente que seguramente allí concluirá su vida laboral, que le hubiese gustado haberla ejercido en España, pero no encontró en su momento el puesto adecuado a su profesión y hubo de tomar el camino de la emigración.

 

Esperemos que nuestros gobernantes, a todos los niveles, sepan acertar en sus decisiones para que ningún español se vea obligado a la siempre dolorosa emigración.

 

 

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