Revista n.º 1061 / ISSN 1885-6039

El esclavo herrado del doctor Antonio de Viana.

Lunes, 10 de julio de 2023
Pedro Socorro Santana (Cronista Oficial de la Villa de Santa Brígida)
Publicado en el n.º 1000

El negocio esclavista fue un comercio con múltiples actores involucrados. Al menos, Juan de Torres, uno de aquellos actores, la víctima, intentó dar la vuelta a la página de la historia, de las más trágicas y dolorosas. Pero no sabemos si aquel esclavo morisco en rebeldía decidió volver al servicio de su amo...

Retrato de perfil de Antonio de Viana.

 

 

El viaje a Sevilla que el célebre poeta Antonio de Viana iba a emprender fines de octubre de 1634 desde Las Palmas, en donde hacía seis meses ejercía de médico, tuvo un claro contratiempo. Su esclavo morisco, Juan de Torres, se había fugado de su domicilio de la calle Vegueta y, lo que era peor, se había llevado algunas de sus pertenencias. Y aquello le tenía apesadumbrado, puesto que su siervo adulto gozaba de su confianza desde que lo adquiriera en las galeras de la Real Armada, en Sevilla, y su pérdida constituía además un extravío en el patrimonio, una afrenta personal. Escapar, desafiando al sistema imperante, fue la manera más significativa de resistencia al sometimiento, su lucha por cambiar el curso de su vida desde que fue apresado en Berbería.

 

Antonio Hernández de Viana, bautizado el 21 de abril de 1578 en la parroquia de la Concepción de La Laguna de Tenerife, hijo de un sastre y una ama de casa, de ascendencia portuguesa, fue una figura destacada de las letras de Canarias en el siglo XVII, amigo de Lope de Vega, pues no debemos olvidar que él inspiró al dramaturgo sevillano para escribir su comedia Los Guanches de Tenerife (Madrid, 1618), una visión idílica y fantaseada de la vida de los canarios aborígenes. De él y de su obra se han ocupado distintos autores, como María Rosa Alonso, su mayor estudiosa, que le dedicó su tesis, publicada en 1952, con el título El Poema de Viana, pero también los profesores Juan Álvarez Delgado y Alejandro Cioranescu, que han escrutado y aportado importantes datos biográficos sobre el poeta. Su vida fue intensa y trashumante. A partir de 1590, Viana cursó estudios en la Universidad de Sevilla, en donde se licenció en medicina y cirugía. Y regresó a La Laguna. Allí comenzó a prestar sus servicios al Cabildo de Tenerife, atendiendo a los enfermos del hospital. Según datos de su biografía, también en Sevilla ocupó la plaza de médico cirujano del Hospital del Cardenal y de la Real Armada, en las galeras de España. En 1631, ante el notable aumento de su fama, sus contemporáneos tinerfeños consiguieron convencerle y llevarle nuevamente a la isla, donde le ofrecieron su antiguo cargo espléndidamente remunerado. Pero el asesinato en La Laguna de dos de sus hijos, fruto de su relación con la tinerfeña Francisca de Vera, le obligan a abandonar para siempre su isla natal y trasladarse a Gran Canaria tras su nombramiento el 18 de enero de 1633 como médico del Cabildo Eclesiástico de Canarias.

 

Después de embarcarse para la ciudad Real de Las Palmas el 13 de marzo de 1634 continuó ejerciendo gran parte de su profesión. Estaba al tanto de la salud del obispo Cristóbal de la Cámara y Murga, lo que le hacía gozar de gran reputación en la sociedad grancanaria en aquel tiempo. Para entonces ya tenía fama por su indudable renombre literario y había hecho amistad con nuestro poeta inaugural Bartolomé Cairasco de Figueroa (1538-1610), autor del Templo Militante, participando en algún momento en las tertulias que se realizaban en la casa de Cairasco y que se vio reflejada en sendas dedicatorias1. De su dedicación a las letras dejó una huella más durable que la sanitaria. La obra principal de Viana, y prácticamente la única suya de carácter literario, es su poema dedicado a cantar la conquista de la isla de Tenerife por los españoles del caudillo Alonso Fernández de Lugo, que se publicó en 1604 en Sevilla, y del que se imprimieron pocos ejemplares. El Poema de Viana se ha convertido en una de las fuentes más recurridas de la historiografía de Canarias, si bien, como asegura Alejandro Cioranescu, fue creado con motivos literarios, apoyándose en la base de información del fraile dominico Alonso de Espinosa, el autor de la Historia de la Candelaria.

 

Antonio de Viana, el médico de la isla, debió hacer un alto en el camino y visitar a un escribano de la ciudad del Real de Las Palmas estando para embarcarme y hacer viaje a España, para buscar el respaldo de la autoridad judicial. En efecto, según se desprende de una escritura notarial, fechada el 24 de octubre de 1634, Viana otorgaba un poder al capitán Francisco Gallegos, regidor de la isla, y al licenciado Gonzalo Pérez de Carvajal, abogado de la Real Audiencia de Canarias, para que en su nombre pudieran localizar a su esclavo corcolado, herrado el rostro con dos rétulos… y traigan a su poder a su esclavo, siguiendo las reglas jurídicas imperantes en los reinos hispanos. Debía tenerle buen aprecio. Al deambular por la ciudad lo hacía acompañado de su criado doméstico atento a una serie de tareas que se le encomendaba.

 

Documento sobre el esclavo de Viana.

 

Las marcas de la esclavitud. Fue a partir de entonces cuando se desarrolló una búsqueda por la ciudad y la isla cuyo resultado desconocemos. Aun así no era difícil distinguirlo; primero por su color y atuendo, pero sobre todo porque llevaba tatuado en la mejilla aquellos dos rétulos, q el uno una R de Rey y el otro G de galera. No bastaba una señal. Eran marcas fijas y habituales en esta población hechas con el hierro real para que todos supieran que era cautivo y no libre, muy común en la época. Los marcaban al rojo vivo como al ganado para delatar su condición y la pertenencia a un propietario determinado. Otros solían llevar una flor de lis, una estrella o el nombre de su amo o con hierros puestos en los pies, en el cuello y en los brazos por los mercaderes en las galeras para que no pudieran escapar, sobre todo a los moriscos, siempre más propensos a la fuga que los negros, dado que el color de su piel no delataba su origen servil. Eran sus señas de identidad y, en consecuencia, las marcas combinadas de la R y G esculpidas a fuego en el rostro de Juan parecen inequívocas de que su amo lo adquirió durante su estancia en Sevilla como médico en las galeras del Rey. Allí debió trabajar como mano de obra barata, no solo para remar, sino para los trabajos que fueran necesarios dentro y fuera de las galeras, pero el médico lo usaría para su provecho y se lo trajo a las islas.

 

Asimismo, aseguraba que le ha faltado otras muchas cosas de mi casa y no puedo saber ni entender a donde el dicho esclavo ni quien tenga los dichos bienes... Por tal motivo, solicita a los funcionarios que realicen todos las diligencias judiciales para proceder a la búsqueda de su esclavo y que lleven a mi casa los bienes que parezcan ser míos y q me han faltado y llevado de mi casa y el dicho esclavo me lo remitan en el primer pasaje que hubiere a España… y se ordene cualquier persona que hubieren ocultado y encubierto el dicho mi esclavo y llevado mis bienes, pidiéndoles los daños perdidos y menoscabo que del dicho se me hubiere seguido… Y firmó dicha escritura junto con varios testigos, entre ellos Cristóbal Martín de Rivera, escribano público, Francisco de Sandoval y Bartolomé de Posada. No sabemos bien su propósito, pero parece que el galeno estaba dispuesto a darle una segunda oportunidad ante el hecho de solicitar su embarque a la capital hispalense, si fuese localizado, y en donde se pierde también la huella biográfica del poeta en 1650, pues ese año firmaba su último documento conocido.

 

Firma de Antonio de Viana.

Firma del doctor y poeta lagunero Antonio de Viana en un poder suscrito en Las Palmas el 24 de octubre de 1634,

antes de partir definitivamente hacia Sevilla (fondo: AHPLP).

 

Población esclava. Este episodio ayuda a alumbrar esa importante presencia callada de esclavos, negros, mestizos y moriscos en la sociedad canaria de aquel tiempo, la mayoría de origen africano, traídos desde mediados del siglo XV y la posterior conquista y colonización del Archipiélago Canario, incorporando un colorido exótico a la población isleña. En pleno siglo XVI, Gran Canaria y su capital se habían convertidos en centros esclavistas de primer orden en el Atlántico, a cuyos muelles arribaban mercaderes genoveses y venecianos que negociaban en el activo comercio y con vínculos empresariales con las Indias, pero que también traficaban con seres humanos. Las gentes los adquirían a título de inversión y los usaban como respaldo en negocio o les servían como mercancía que podían pignorar. Era corriente verlos utilizar para obtener préstamos de dinero, dada la gran demanda que existía, y suelen ser mencionados en las últimas voluntades de sus amos como valioso bien, de modo que los donaba a sus descendientes para que les asistieran y sirvieran o, en ocasiones, los liberaba por el mucho amor y atenciones recibidas.

 

El profesor Manuel Lobo Cabrera ha dedicado muchos de sus trabajos a este sector marginal de la población, incluso su tesis doctoral La esclavitud de las Canarias Orientales en el siglo XVI (La Laguna, 1979). Él señala que “gran parte de estos moriscos permanecieron en las islas Canarias, pasando a lo largo del tiempo de esclavos a libres, con mayor incidencia en unas islas que en otras. Así, mientras que en 1525 se contabilizan en Gran Canaria 127 moriscos, entre varones y hembras, con poca instrucción cristiana a pesar de estar cristianizados, en Lanzarote y Fuerteventura a fines del XVI se calcula que hay unas 1500 cabezas de moriscos, hijos de moros, de los cuales había unos setenta sanbenitados y quemados en estatua. Muchos de ellos se habían ahorrado y al pasar a la situación de libres la mayoría figuran con apellidos, los cuales responden a los de sus antiguos propietarios o a los de los señores de estas islas, es decir castellanos…”2.

 

Cualquier notable personaje de las islas contaba con uno o más esclavos que le ayudaban en su vida cotidiana, en sus talleres, en su hacienda o en la agricultura. Juan de Torres, posiblemente traído de la costa de Berbería, en una de las razias habituales que se realizaban al continente vecino, simboliza la Gran Canaria multirracial del Siglo de Oro en que vivió, en la que los funcionarios, mercaderes, escribanos, eclesiásticos, inquisidores, milicianos o artesanos solían tener esclavos para emplearlos en sus talleres, en oficios menestrales, en la agricultura, en los trabajos más duros, como roturar la tierra, o en las tareas domésticas, al servicio de una sociedad fuertemente apoyada en el trabajo esclavo. De hecho, durante los primeros cuarenta años del siglo XVII se produjeron un total de 7903 bautismos de esclavos en Las Palmas, lo que pone de manifiesto la extraordinaria contribución de la población esclava en el crecimiento de la sociedad palmense3. Sin duda, el negocio esclavista fue un comercio con múltiples de actores involucrados. Al menos, Juan de Torres, uno de aquellos actores, la víctima, intentó dar la vuelta a la página de la historia, una de las más trágicas y dolorosas. Pero no sabemos si aquel esclavo morisco en rebeldía decidió volver al servicio de su amo por voluntad propia, si fue capturado o si logró al fin su libertad. Él no quería regresar a aquella dura vida en los galeotes con los látigos como compañía.

 

 

Notas

1. PERERA, J. M. “Historia de la Literatura Canaria. El Canario Cántico: la fundación de una tradición literaria (s. XVI)”, en la revista digital BienMeSabe.org., n.º 403, martes, 31 de enero de 2012.

2. LOBO CABRERA, M. (2009). “Nombres que se van, nombres que llegan (indígenas canarios, moriscos y negros)”. El Museo Canario, LXIV, págs. 183-198. Del mismo autor: “Las partidas y la esclavitud: aplicación en el sistema esclavista canario”. Vegueta (Anuario de la Facultad de Geografía e Historia), 1993, págs. 75-83.

3. LOBO CABRERA, M. / DÍAZ HERNÁNDEZ, R. F. (1980): “La población esclava en Las Palmas durante el siglo XVII”. Anuario de Estudios Atlánticos, n.º 30, Cabildo de Gran Canaria, Casa de Colón, Las Palmas de Gran Canaria. Patronato de la Casa de Colón, págs. 157-316.

 

 

Otras fuentes y bibliografía

- ALONSO, MARÍA ROSA (1991). “El poema de Antonio de Viana”. Edición crítica. Biblioteca Básica Canaria, n.º 5, 2 vols., Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias; y tesis doctoral publicada en 1952 con el título El Poema de Viana.

- ÁLVAREZ DELGADO, J. (1985). “La división de la isla de Tenerife en nueve reinos”. Anuario de Estudios Atlánticos, n.º 31. Cabildo de Gran Canaria, Casa de Colón, Las Palmas de Gran Canaria. Patronato de la Casa de Colón, págs. 61-132.

- CIORANESCU, A. (1970). “El poema de Antonio de Viana”. Anuario de Estudios Atlánticos, n.º 16, Cabildo de Gran Canaria, Casa de Colón, Las Palmas de Gran Canaria. Patronato de la Casa de Colón, volumen 1.

- ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL DE LAS PALMAS. Legajo 1118 de Juan Gil Sanz.

- https://dbe.rah.es/biografias/70548/antonio-de-viana.

 

 

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