Decía Gabriel García Márquez, siempre tan certero y contundente, que él escribía para que sus amigos lo quisieran más. Nunca le he preguntado a Marcos si él participa de esta idea, pero sí le quiero confesar, delante de todos ustedes, que yo lo quiero más cada día. Y sus amigos, y sus lectores, coincidirán conmigo y convendrán con que una buena parte de esa querencia viene dada porque sigue sumando huellas en su camino literario y con publicaciones como las que hoy presenta; va saldando así esa deuda que todos tenemos con nosotros mismos y que él, además, tiene con su Fuerteventura.
Esa encomienda, sentida y asumida, da sentido absoluto a esta obra que me toca presentar a mí porque, hablando de quereres, no deja de ser una hermosa declaración de amor a la sufrida y sacrificada isla que lo vio nacer; una suerte de ofrenda literaria que regresa a la isla lo que de la isla es y convierte en relato escrito una buena parte de la historia que se escapó de los libros. Porque, y este libro vuelve a convencerme, no conozco mejor forma de acercarse a la historia que la literatura; no la historia de las fechas, las cifras, los datos o los acontecimientos más noticiosos, que eso lo cuenta mejor que nadie la Historia con mayúsculas, sino a la historia menuda, a la de todos los días, la que construyen los que sostienen el pedacito de mundo donde les tocó la vida y saben mejor que nadie cuánto pesa.
Esta colección de narraciones que lleva el acertado título de Memorias del tiempo verde, viene a ser la declaración coral de una isla construida por la suma de veinte confidencias, siempre en primera persona, a veinte voces y en veinte tiempos, pero que acaban dando voz a una isla callada y al mismo tiempo con tanto que decir. Por los veinte textos, que nos traen hasta el presente desde un remoto origen, fluye el sentir de una isla a la que nunca se lo pusieron fácil, que siempre debió dar el doble para recibir la mitad. Y en este desfile de la memoria y el tiempo, personajes de toda condición y visibilidad, anónimos e inmortalizados por la historia, nativos y fuereños, con perras y sin ellas… todos ellos parten de un guion que prosigue y que tiene por escenario la primera isla canaria, la tierra cumplida, esa suerte de reloj de arena que se vacía sobre el mar.
Momento de la presentación en Gran Canaria
En este libro, como en Fuerteventura, llueve poco. La sabiduría de Marcos es la de los campesinos de su isla, que inventaron gavias para que la tierra no se olvidara de la humedad y para que pariera vida. Cada relato de Memorias del tiempo verde, también recoge, como el agua de la lluvia, una historia que se filtró lentamente en las entrañas de Marcos, que nos la devuelve convertida en yerba fresca, en noticia feliz para una isla seca, acostumbrada a masticar tristeza y a decir adiós. Caben en estas páginas relatos de esa historia grande que suelen contar los libros: grande porque les sucedió a los que sabían escribirlas; y también las historias íntimas, silenciadas, trágicas y esperanzadoras por igual, donde caben el relato amargo que pudieron contarnos unos ojos tristes y los cuentos de la familia, los que protagonizaron los que desembocan en nuestras vidas, los que aparecen en las fotos amarillentas de las casas de los padres y abuelos, los que se fueron para escapar, y de los que escaparon para volver. A todos ellos abre hueco en sus gavias de tinta y tiempo Marcos Hormiga, que con la laboriosidad propia de su apellido ha ido a buscar en la Historia con mayúsculas cómo contar la de todos los días.
Hace poco más de un mes tuve la oportunidad, en Tiscamanita, de rendir homenaje por su aniversario a un majorero grande, Manuel Velázquez Cabrera, que protagoniza una de las narraciones del libro que hoy presentamos. En aquella ocasión escribí un texto que intercalamos con canciones y poemas; y un fragmento de ese texto lleva días pidiéndome a gritos que lo trajera a esta presentación. Y lo siento, pero le he hecho caso. Ni a Velázquez Cabrera ni a Marcos Hormiga les parecerá mal que donde puse a Manuel ponga a Marcos, porque no es honor para uno solo, sino para ambos. Para mayor fortuna, antes del fragmento viene un poema de Domingo Velázquez que tampoco es casualidad. Vamos allá:
Llanuras sin más sombra
Allá, en el horizonte,
Dilatados caminos,
Y un hombre enjuto, erguido
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Ese hombre, erguido sobre la isla, no solo canta; también grita y clama por la soledad y el olvido, por la dignidad y la memoria, por la necesidad constante de recordar que Canarias no se acaba en las islas que siempre la han capitalizado. Ese hombre que clama, erguido sobre una isla que canta es Manuel Velázquez, que no solo redimió Fuerteventura sino que fue capaz de alumbrar con un sueño justo los caminos de otras islas, aquellas que todavía hoy necesitan constantemente recordar que están ahí, asistiendo atónitas al debate de dos hermanas que no entienden que el verdadero pleito es el que las aleja y las invisibiliza. Que ellas siempre pierden. Y que al final pierden todas.
Y termino. Los convido a Memorias del tiempo verde, como los convido a Romanceando. Los convido a la palabra consciente de Marcos y al compromiso con su isla, a la que devuelve, con creces, lo que ella le ha dado. En estos tiempos en los que vuelve sobre ella la mano ruin que daña y que ahoga, que asusta y que maltrata. Marcos vuelve a responder con amor y con memoria y convierte su amada isla cumplida, en lo que siempre ha sido: el verdadero país de sus sueños.
Entrevista del autor del texto, Yeray Rodriguez, a Marcos Hormiga, el autor del libro, sobre este libro y el también reciente Romanceando, en el programa Ochosílabas de la Radiotelevisión Canaria:
Este texto fue leído en la primera presentación de la obra, el 12 de diciembre de 2022, en la Casa de Colón de Las Palmas de Gran Canaria. Marcos Hormiga estará firmando ejemplares de este libro el próximo viernes 17 de febrero, a partir de las 17:00 horas, en la librería Agapea de Las Palmas (c/ Franchy Roca, 13).