Hay un olor que se llama Garachico, un olor exacto, que aguarda siempre al viajero, a todo aquel que llega, o pasa por la villa del Roque.
Siempre espera ese olor a mar limpio y bravo, a musgos marinos, a yodo, a sal. Es un olor fuerte, vigoroso, que nos invade hasta la memoria del alma.
Por las cercanías del Roque Manta, hermano menor del otro Roque, señorea las aguas del viejo puerto hoy dormido; junto a la ermita solitaria, blanca de cales y de espuma; metiéndose por las humildes casas marineras, hasta llegar al Lamero o el Volcán, este olor inconfundible nos da la bienvenida. Y uno siente como un alivio y como un gozo, la dicha de respirar ese olor que es más que aroma y que perfuma; que es como una esencia que el mar fabrica día tras día, macerando, triturando las algas tiernas y jugosas contra las piedras de la orilla.
Y ese olor nos acompañará luego por las calles serenas, por los barrios dormidos, por las huertas, por las viejas casonas, por los conventos muertos y los largos zaguanes, desde Los Reyes a La Caleta, desde Daute a San José, desde El Volcán a Las Cruces, desde El Guincho hasta La Montañeta. Y aún, si alcanzamos el repecho de San Juan del Reparo para contemplar, desde lo alto, la prodigiosa arquitectura urbana de la Villa, seguirá acompañándonos en la memoria el blanco aroma que la mar le arranca en su porfía constante a las lavas que un día súbitamente penetraron en sus dominios y allí están como detenida espuma calcinada.
Garachico está en fiestas, y a mí me han encargado que lo pregone, que diga públicamente que este ámbito de la isla, abierto siempre a la cordialidad, cuando le llega la hora de la alegría, del jolgorio, de la canción, del estruendo de la cohetería, de las músicas alegres, es como un corazón enloquecido, que cobra un ritmo inusitado y a todos contagia. Y este año, con mayor razón. Porque este año, a su célebre Fiesta de las Tradiciones, y a su romería popular de San Roque, se une la celebración de las Jornadas Culturales, lo que hará que la villa y puerto sea, por unos días, resonante y firme recinto cultural del Archipiélago. Desde las artes plásticas a la música y a la poesía, desde la palabra escrita a la voz de los conferenciantes, desde los conciertos a los solitarios timples trasnochadores, todo tendrá cabida en estas jornadas culturales que Garachico celebra este año, en alternada ronda con Agaete, la villa marinera por donde, de frente, le da Tenerife un largo abrazo de cordialidad a Gran Canaria.
Garachico, durante estos días, rompe su habitual paz, su sosiego, el aire tranquilo que lo distingue, para así derramar, como si fuera un enorme cántaro, el contenido alborozo de todo un año, para renovar una tradición que hunde sus raíces en los primeros años del siglo XVII y, una vez más, con la fidelidad de un rito, testimoniarle su devoción a san Roque, pastor de lavas y de espumas, de algas y de soledades, y de ese aroma inconfundible que esparce sin descanso sobre todo el contorno de la villa, y que yo he querido traer hasta aquí, prendido en la memoria, como el mejor símbolo de lo que Garachico es y de lo que Garachico, en estos días que se avecinan, va a ofrecernos. Quien se adelanta al encuentro, como Garachico lo hace, con este limpio abrazo salobre, ya no nos dejará jamás, y será nuestro amigo. Por eso vale la pena dejar de lado todo, los cuidados y los afanes, los agobios y los esfuerzos, y con las alforjas bien dispuestas para llenarlas de amistad, decirle a todos la vieja frase socarrona: “¡Aspere un intre, cristiano, que me voy pa San Roquito!”, y meterse de lleno en el enorme girasol de la fiesta.
Pregón de la Fiesta de las Tradiciones y Romería de San Roque. Leído en Santa Cruz de Tenerife el 10 de agosto de 1973 y presente en el programa de 2024.