Revista n.º 1066 / ISSN 1885-6039

El salto de Ferinto

Miércoles, 4 de septiembre de 2024
Sebastián Padrón Acosta
Publicado en el n.º 1060

La muerte del héroe cundió por toda la isla, que llora al inmortal patriota. Muchedumbre de indígenas ocupan las laderas del barranco para contemplar el cadáver del indómito bimbache, que prefirió morir a ser esclavo de los enemigos de su patria.

Paisaje herreño

I

Sobre el alma de Tiñor cae la melancolía secular de su raza. Son los bimbaches hombres tristes; pero, además, sobrios. Disciplina de austeridad es para ellos la penuria del agua, de la que solo les provee el Garoé, árbol que reputan sagrado por creerlo don especial de sus dioses Eravranhan y Moreiba, a quienes rinden culto en Bentayca, paraje donde se yerguen dos peñascos que son objeto de sus devociones idolátricas, a la manera que los benahoaritas adoran a Idafe, monolito natural que se levanta en Aceró, señorío de Tanausú.

Tiñor, dedicado desde su niñez al pastoreo, posee un rebaño de ovejas, con el que sube a la montaña en busca de pasturaje.

Al descender de la cumbre, en la gloria de una tarde estival, conoce a Isora, rubia zagala de ojos soñadores. El doncel se prenda de la moza. Ella es alegre y locuaz, con mohínes de agreste coquetería; él, en cambio, melancólico y adusto, hombre de pasiones silenciosas. Tiñor la pide a su madre: la doncella acepta al mozo; y poco después se casan la blonda zagala y el rubio pastor.

Ambos, en la plenitud de su luna de miel, asisten a las fiestas que se celebran en la Corte de Armiche, en las que el héroe de los juegos gimnásticos es Ferinto, maestro en el arte de trepar alturas y saltar sobre los bordes opuestos de los barrancos burlando el abismo que separa sus laderas.

Ferinto es moreno y fornido, con ojos grandes y vivaces. El valor caracteriza su temperamento de atleta. A esta cualidad une las de prestigioso guerrero y patriota insigne.

La hermosura viril del gimnasta atrae hacia sí los ojos de las mozas. Mas él, que ama la libertad, rehúye los vínculos que le tienden las doncellas, y se solaza en el júbilo de su salvaje soltería.

Acabados los juegos, los dos esposos retornan a su hogar, departiendo acerca de los deportistas y sus proezas. Tiñor encomia la agilidad y fuerza de Ferinto; Isora, en cambio, se hace lenguas de la morena belleza varonil del atleta. El elogio de Isora despierta en su esposo secretas inquietudes, que si no son celos, lo parecen. Mas él desdeña tan súbito sentimiento y piensa en su luna de miel.

II

La noche es invernal. El viento zumba en los bosques y las selvas. Los relámpagos encienden la vasta soledad, y el trueno repercute en las oquedades de la isla. El ruido del viento en el bosque de Jinama parece el desborde de un torrente que cayera desde inmensa altura.

En la cueva de Isora penetra sigilosamente un hombre. Ante el grito medroso de la esposa de Tiñor, se oye una voz confiada, varonil y serena, que dice:

-Soy yo.

Isora, repuesta del susto, prende un hachón de tea, con cuya luz se ilumina la estancia y la figura del recién llegado, que no es otro que Ferinto, primo de Tiñor.

-Me persiguen los extranjeros como se persigue a las alimañas –dice Ferinto–.

-¿Por qué no te presentas a ellos, que, de seguro, al entregarte tú mismo, no te harán nada? –repuso Isora–.

-Eso de rendirme, jamás. Van a saber ellos lo que es un bimbache de verdad. Un amigo mío vino a decirme que habían averiguado mi caverna y que vendrían esta noche a prenderme. Por ello huí desde el atardecer de mi escondrijo y he llegado a horas tan intempestivas. Yo prefiero morir a caer en las garras de los enemigos de mi patria.

-Creo que haces mal porque la patria no tiene ya quien la salve. Han engañado al rey, y todo está perdido.

-Al rey debieron haberlo ahorcado hace tiempo –dijo con rabia Ferinto–.

-Eres indomable. Ni la palabra de una mujer puede sobornarte.

- Perdóname, pero en esto no puedo ser galante contigo. Así nací y así moriré. Es mi sino. Y ¿cuándo regresa Tiñor?

-Quizá mañana. Subió a la montaña con las ovejas.

Platicando acerca de diversos acaecimientos, principalmente sobre la alevosía de Bethencourt y Augerón, transcurrieron las horas. Poco antes del alba abandonó el gimnasta la gruta, sin que Isora obtuviese la rendición de Ferinto al aventurero normando, punto en que se empeñaba porque preveía que al atleta iban a sobrevenirle grandes infortunios.

Portada de 'Leyendas canarias', de Padrón Acosta

III

Ferinto burla, con su agilidad, fuerza y astucia características, la estratagemas urdidas por los extranjeros para prenderlo. Se escapa de las manos de sus perseguidores, como si todo él de azogue estuviese hecho.

Los montes lejanos, las cuevas deshabitadas, lo intrincado de las selvas y de los bosques, los cantiles de la costa, los parajes más remotos, escondidos y abruptos de la isla, le sirven de morada secreta. El amor a la libertad y el culto a su patria le hacen arrostrar todos los peligros y todas las privaciones.

Al fin localizan la gruta donde se guarece y cercan sus alrededores. Cuando sale de la cueva y sube al borde del barranco, los vigías allí apostados apresúranse a prenderlo; mas él da enorme salto y, como por arte de tramoya, aparece sobre el borde opuesto del barranco.

Pero allí también hay centinelas que, apenas lo ven, salen de su escondrijo y, después de titánicos esfuerzos, logran apresarlo, al paso que lanza un estentóreo grito, cuyo eco repiten las concavidades de las rocas.

Su madre, que lo oye a pesar de la distancia que lo separa del barranco, creyendo que los extranjeros han matado a su hijo, cae muerta dentro de su cueva.

Satisfechos están ya los normandos de haberlo prendido, cuando he aquí que con agilidad y rapidez pasmosas consigue desasirse de sus ligaduras e incontinente desde el borde del barranco se despeña cayendo muerto en el hondo cauce.

La muerte del héroe cundió por toda la isla, que llora al inmortal patriota. Muchedumbre de indígenas ocupan las laderas del barranco para contemplar el cadáver del indómito bimbache, que prefirió morir a ser esclavo de los enemigos de su patria.

Cuando cayó la noche aquel día, uno de los más infaustos de la isla, cuatro patriotas recogieron los restos de Ferinto depositándolos en honrosa necrópolis.

El Hierro, la isla que fue primer meridiano de la tierra, y que, como dijo el clásico Viera, está defendida por todos los peñascos de sus costas; la isla de la fonética recortada, sonora y mimosa, y de los bailarines, enjaezados pajes de la Virgen que danzan ante la imagen de Nuestra Señora de los Reyes; la isla del panorama escarpado, fragante y bucólico de El Golfo; y de los campanarios erguidos sobre las montañas rojizas y de las ermitas acostadas en el regazo de las llanuras, aún evoca la memoria de Ferinto designando con el nombre del Salto del Guanche el lugar donde aquel bárbaro ilustre saltó de un borde al otro del barranco sin caer en la sima.


Este texto forma parte del volumen Leyendas canarias, del escritor tinerfeño Sebastián Padrón Acosta (Mercurio Editorial, Biblioteca Sebastián Padrón Acosta, 2018). Introducción y edición de José Miguel Perera.

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