Lanzarote es mi verdad
César Manrique
Si tuviera que resumir en una sola sentencia el impacto en Lanzarote de la intervención de César Manrique, optaría por decir que este artista se encontraba en el lugar adecuado en el momento preciso. De hecho, su labor se despliega en un periodo clave de la historia reciente de Canarias: la penetración en el Archipiélago del orden social libidinal que ha sostenido la expansión del turismo. Así lo detallaba en Antena, semanario local de sumo interés para adentrarse en el espacio simbólico e imaginado que hizo posible la conquista total del ocio por las relaciones de producción capitalista. “Es necesario crear una conciencia turística insular” (Manrique, 4/9/1962: 6), declaraba en sus páginas, aunque su propósito, y el de las fuerzas vivas que legitimaron su visión, era aún más ambicioso: esclarecer la verdad de una isla que había decidido apostarlo todo al sector servicios.
Esta verdad ansiada por Manrique tuvo una paradójica manera de revelarse: necesitó de lo inexacto, lo insostenible y lo ficcional para que sus pretensiones de autenticidad alcanzaran valor. En otras palabras, fue esta búsqueda la que despertó su necesidad de distinguir lo verosímil de lo artificioso, de manera que verdadero y falso pudieran entenderse como un par constitutivo de las tensiones que atravesaban aquella realidad. A partir de la década de los sesenta del siglo pasado, Manrique personificó la política de la verdad desplegada en Lanzarote con el desarrollo del turismo. Su misión pasó por la manipulación eficiente de tales representaciones con vistas a la inserción de la isla en el mercado internacional de las emociones. Por eso el triunfo de su mirada sobre la huella humana y la naturaleza de la isla no supuso únicamente un ejercicio de sublimación artística. Fue también un golpe de autoridad.

Prueba de ello es la suerte que corrieron en esos años lugares hoy emblemáticos como los Jameos del Agua o el Jardín de Cactus, dos vertederos reconvertidos en atracciones turísticas a base de disciplinar artísticamente su morfología. Algo similar a lo ocurrido con la estética dominante en la arquitectura insular, influida sobremanera por la selección de arquetipos folcloristas acometida por Manrique con el respaldo del Cabildo de Lanzarote y una parte del empresariado. Desde entonces, las “casas cúbicas, blancas y lisas” (Manrique, 4/9/1962: 6) se han ido imponiendo como patrón estético incontestable recreando, casi en todas partes, un mismo paisaje con vistas a su autentificación. Así se consumaba la propuesta de Manrique de convertir Lanzarote en una obra de arte total en la que, siempre en nombre de la tradición, se logra la transformación de una isla puesta a disposición de los deseos del artista.
En este sentido, César Manrique lo tenía muy claro. Si el turismo es un fenómeno moderno basado en la construcción de una alteridad que debe transmutar su valor cultural también en valor económico, era imprescindible, al turistificar Lanzarote, aportar a dicho proceso una pátina de autenticidad. Por eso, además de desarrollar sus macroproyectos totalizantes, abogaba por la necesidad de que los poderes públicos que apoyaron sus acciones —en principio ninguno de ellos de naturaleza democrática— velaran normativamente por la recreación del mundo que había sido creado a partir de su imaginación artística. En sus propias palabras, era “absolutamente necesaria […] previa reunión de todas las autoridades locales […] adoptar acuerdos concretos y no permitir que NADIE fabrique una vivienda, sin antes someterla a la aprobación técnica de la Junta Insular de Turismo. Allí podrían figurar varios modelos de edificaciones a elegir, dentro de la arquitectura popular lanzaroteña”. “Nadie debería enjalbegar su casa sin antes pasar por una especie de censura” (Manrique, 4/9/1962: 6).

En este sentido, pese a la singularidad que se suele atribuir a la propuesta creadora de Manrique, lo cierto es que sus planteamientos están en consonancia con el imaginario propio de la modernidad. Como asegura Dean MacCannell, las sociedades modernas se caracterizan por “creer que la realidad y la autenticidad se encuentran en otra parte: en otros periodos históricos y culturas, en estilos de vida más puros y simples” (2017: 5). De ahí el reiterado interés que estas manifiestan por la naturaleza, la nostalgia y la autenticidad, sobre todo hacia aquellas culturas y épocas que han desaparecido o han sido destruidas por su propias acciones modernizadoras.
En buena medida, la industria cultural y del ocio que ha propulsado el turismo hasta convertirlo en una de las actividades más rentables en el mundo de hoy, se sostiene en la mercantilización de ese interés moderno por lo natural, el pasado y la pureza. Sin embargo, como ese objeto al que trata de adherirse la experiencia turística es un objeto imposible de capturar, esta debe acudir de manera insistente a una autenticidad que solo le es conferida a través de la escenificación. Ello supone un ejercicio de mistificación que, como diría Walter Benjamin, está basado en una forma de interpretar la historia que no implica conocer el pasado “tal como verdaderamente fue”, sino, por el contrario, “apoderarse de su recuerdo” (2008: 40).
En definitiva, lo dispuesto para el consumo turístico en Lanzarote según las directrices dadas por Manrique no responde a la articulación de la auténtica realidad de la isla. La obra de arte total que este creador implementó en el territorio es el producto de una serie de acciones dirigidas a recrear el deseo por un pasado que es escenificado de manera específica para el turismo, excitando la nostalgia que este implica y la apariencia supuestamente inveterada que le conferiría su autenticidad.

Como ha planteado al respecto de este mismo proceso Fernando Estévez, “paradójicamente, el turismo es el principal consumidor de los lugares históricos y patrimoniales, que son creados, recreados o inventados para satisfacer sus demandas” (2004: 16). En otras palabras, creemos tener un patrimonio que mostrar al turismo, como es el caso de los espacios naturales y la arquitectura intervenida por César Manrique en Lanzarote. Sin embargo, es el turismo el que, finalmente, nos impulsa a otorgar valor a esos lugares con el objeto de patrimonializarlos y, así, inscribirlos en la lógica del libre mercado que domina nuestra realidad.
Este es el motivo por el que muchas zonas de Lanzarote todavía se ajustan a un patrón que, al recrear el pasado y la cultura insular desde el punto de vista totalizante ideado por Manrique, no puede evitar reproducirlo de forma parcial. Y ello en la medida en que la verdad que persigue su arte ha certificado la desaparición de los modos de vida tradicionales que, después de todo, pretendía ensalzar. Al menos tal y como eran antes del inicio de la ocupación turística.

Como ha dicho Mariano de Santa Ana, Manrique se vale de su posición privilegiada para recrear el paisaje, la naturaleza y los modos de vida vernáculos de Lanzarote conforme a un punto de vista totalizante. “Y, una vez que el turismo desplaza a la tradición agrícola y pesquera que la originó, convierte en valor de autenticidad su propio extrañamiento” (Santa Ana, 2016: 23). La turistificación como proceso emerge entonces como un fetichismo que cumple a la perfección con su labor tal como la ha definido el psicoanálisis: convertirse en un objeto sustitutivo que permite contemplar la realidad de la isla, una vez convertida en mercancía, a través del deseo imposible de recreación de sus tradiciones perdidas.
Esta lectura de la obra de Manrique insiste, pues, en un aspecto concreto de la misma que ha recibido hasta ahora escasa atención crítica. Me refiero a las violencias que han acompañado a sus creaciones en el establecimiento de cuánto es verdadero y cuánto falso en el paisaje insular. Un proceso de afirmación parapetado en los mecanismos de apropiación y muerte que la industria turística todavía recrea a consecuencia de sus vínculos con la colonialidad. De hecho, me atrevería a asegurar que, lejos de desaparecer, este fenómeno se ha visto reforzado al ampliar la incidencia de taxonomías que, en la posmodernidad, aún realzan marcadores como la raza, el género, la clase o la episteme, correlatos imprescindibles para la reproducción del sistema mundial capitalista.

Hay algo más que destacar al interior del entramado en que se inscribe la actuación de Manrique en Lanzarote: su papel ambivalente como artista y como canario. El artista lideró la estereotipación del paisaje y de los habitantes lanzaroteños para que pudieran ser consumidos en el paquete turístico al que quiso reducir la isla. El canario no pudo evitar que su cuerpo, su modo de ser y sus costumbres fuesen afectadas, a su vez, por la exotización inherente a su obra. De manera que, finalmente, su sola presencia en la isla lo convirtió en víctima de sí mismo, al desafiar su propia fantasía alocrónica de alejar a la población insular en el espacio y en el tiempo como prueba de su autenticidad. Aunque es cierto que tal contradicción terminó aflorando en los últimos años de su vida, cuando Manrique se implicó muy activamente en el movimiento ecologista que trataba de frenar los excesos del turismo en Lanzarote, un empeño vital que todavía persiste en la consecuente labor que realiza en la isla la fundación que lleva su nombre.
Resulta curioso, no obstante, que todavía se recuerde a Manrique más por su faceta como activista ambiental que por sus trabajos arquitectónicos y de promoción urbanística. Pese a las contradicciones que implica la conjunción de ambas posturas, el valor político generado por su trabajo ha servido para ocultar convenientemente una parte importante de su trayectoria, quizás, la más polémica, encumbrando la otra. Luego, se puede afirmar que la fetichización no sólo de su obra, sino de también de su propia personalidad como artista es tal que esta última puede considerarse, a su vez, patrimonio cultural per se (Gil, 2023).

Se suele atribuir al propio Manrique la afirmación “Lanzarote es mi verdad”. Con todo, creo que la política de la verdad puesta en marcha por el artista en la isla, hoy materializada a través de una fuerte nostalgia hacia su figura, no ha servido para otra cosa que para escenificar el fracaso necesario de su apuesta por la autenticidad y la turistificación. Un fracaso que no puede medirse, desde luego, siguiendo criterios económicos, pues Lanzarote es un territorio de éxito en lo que se refiere a la obtención de rentas derivadas del sector terciario. Pero sí que puede demostrarse en términos ontológicos.
En su búsqueda incesante de afectos intercambiables en el mercado del ocio, la actuación de Manrique en Lanzarote, como ya he dicho, no ha podido ocultar su contingencia y efectos irreversibles. Para empezar, porque no es posible condensar toda la verdad de un territorio para dosificarla en pequeñas cápsulas de autenticidad, en souvenirs. Por esta razón la carga simbólica y libidinal de las intervenciones del artista en la isla, como el Mirador del Río, la Ruta de Las Montañas del Fuego, su casa en el Taro de Tahíche, hoy sede de su fundación, o el monumento Fecundidad, más conocido como Monumento al campesino, es irreductible a la mera elocuencia de su arte total, pretendidamente ajeno al paso del tiempo y al cambio social.
Parafraseando a Lacan, la verdad que asegura percibir Manrique en Lanzarote es la que hace posible la existencia misma de la ficción que esta propicia en realidad (Lacan, 2009). De hecho, cuando Manrique trata de investir de certezas su idealizada visión de Lanzarote solo alcanza a escenificar la autenticidad de su propia fantasía turística, la cual, al fin y al cabo, no representa otra cosa que una isla basada en hechos reales. Y, como es sabido, en tales circunstancias suele ser pura coincidencia cualquier parecido con la realidad.
Referencias
BENJAMIN, Walter (2008 [1942]). "Sobre el concepto de historia". En Walter Benjamin. Obras (pp. 303-318). Libro I, Vol. 2. Edición de Rolf Tiedemann y Hermann Schweppenhäuser con la colaboración de Theodor W. Adorno y Gershom Scholem. Edición española de Juan Barja, Félix Duque y Fernando Guerrero. Traducción de Alfredo Brotons Muñoz. Madrid: Abada Editores.
ESTÉVEZ GONZÁLEZ, Fernando (2004). El pasado en el presente. Santa Cruz de Tenerife: Museo de Antropología de Tenerife. Organismo Autónomo de Museos y Centros.
GIL HERNÁNDEZ, Roberto (13 de abril de 2019). "Una isla basada en hechos reales". La Provincia, s/n.
GIL HERNÁNDEZ, Roberto (2023). Patrimonializar todo. Una contribución a la crítica de la industria cultural y del ocio. Prólogo de María Antonia Perera Betancort. Islas Canarias: Viceconsejería de Cultura y Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias.
GIL HERNÁNDEZ, Roberto (2024). "Una isla basada en hechos reales. El arte total de César Manrique: autenticidad escenificada y turistificación". En Juan José Valencia (Coord.). Ateneo Crítico IV (pp. 165-172). Madrid: Juan José Valencia Rodríguez.
LACAN, Jacques (2009). Escritos I. Traducción Tomás Segovia y Armando Suárez. México: Siglo XXI.
MACCANELL, Dean (2017 [1976]). El turista: una nueva teoría de la clase ociosa. Prólogo de Lucy R. Lippard. Traducción de Elizabeth Casals. Santa Cruz de Tenerife: Editorial Melusina.
MANRIQUE, César (9 de septiembre de 1962). "Hay que evitar por todos los medios la destrucción de la arquitectura popular lanzaroteña". Antena. Semanario deportivo-cultural: 6.
SANTA ANA, Mariano de (2016). "César Manrique: la obra de arte turístico total". Concreta: sobre creación y teoría de la imagen, 10: 16-29.
Este texto es una versión corregida y ampliada de un artículo aparecido en el suplemento cultural del periódico La Provincia con motivo del aniversario de la muerte del artista César Manrique (Gil, 13/04/2019), que fue publicado de nuevo en 2024 como parte del Ateneo Crítico IV, coordinado por Juan José Valencia.
