Revista nº 1041
ISSN 1885-6039

D. José Díaz Díaz: ¿el último alpargatero?

Domingo, 13 de Diciembre de 2009
Clemente Reyes Santana
Publicado en el número 291

En el guiense barrio de El Gallego, a escasos metros de las Cuevas del Canario o Cenobio de Valerón y muy próximo al Tagoror que corona la montaña del mismo nombre, vive un peculiar artesano, quizá uno de los últimos de la isla en su especialidad. En su antigua vivienda, que combina la construcción contemporánea con la tradicional cueva labrada en la toba volcánica, casi a la usanza de los antiguos canarios que horadaron impresionantes cavidades sobre el Barranco de Silva, nos recibe con su tradicional simpatía nuestro hombre, D. José Díaz Díaz.

 

 

A D. José lo conocimos casi de casualidad, pues pese a ser uno de los pocos conservadores de esta labor, muy pocas personas saben de su particular dedicación. Hace algunos años observamos unas rudas alpargatas de esparto, notablemente más rústicas y fuertes que las que se ven en los comercios, usadas por los componentes de la AF Estrella y Guía como calzado del traje de faena. Pero siempre creímos que procedían de fábricas peninsulares y que en el país no quedaba quien las trabajase. Llevados por la curiosidad, un día indagamos en el origen de aquel zapato hecho de lona y sogas trenzadas, descubriendo que su autor no solo vivía aún, sino que se encontraba más cerca de lo que podíamos imaginar.


En el guiense barrio de El Gallego, a escasos metros de las Cuevas del Canario o Cenobio de Valerón y muy próximo al Tagoror que corona la montaña del mismo nombre, vive un peculiar artesano, quizá uno de los últimos de la isla en su especialidad. En su antigua vivienda, que combina la construcción contemporánea con la tradicional cueva labrada en la toba volcánica, casi a la usanza de los antiguos canarios que horadaron impresionantes cavidades sobre el Barranco de Silva, nos recibe con su tradicional simpatía nuestro hombre, D. José Díaz Díaz.


Ameno conversador de marcada elocuencia y expresivos gestos, Pepito es capaz de explicar con pelos y señales todos los entresijos de su casi olvidada profesión. Nuestro artesano nació en Guía (Gran Canaria) hace setenta años, en el seno de una familia trabajadora cuyo patriarca, pocero de profesión, sufrió un accidente que le privó de movilidad y le invalidó para el desempeño de su trabajo. Fue una época de penurias, de escasez, de necesidades, tal y como relata nuestro protagonista, en la que había que saber hacer de todo pues no se contaba con casi nada. Su padre, obligado por las consecuencias del desdichado accidente y las circunstancias económicas del momento, contactó con un conocido que durante su estancia en un campo de concentración aprendió el oficio. A través suyo, el padre de D. José conoció los secretos de la elaboración de alpargatas de esparto, denominación con la que se les conocía popularmente.

 

 


Con aquella manufactura el cabeza de familia se ganó la vida durante años, toda vez que unas alpargatas eran casi un artículo de lujo y llegaban a costar hasta veinte pesetas, cantidad nada desdeñable para la época. D. José Díaz contaba tan solo diez años cuando aprendió junto a sus hermanos a fabricar alpargatas, avanzando posteriormente en la profesión paterna, gracias a las enseñanzas de algunos artesanos de la zona. En su época no debieron de haber más de diez alpargateros en las medianías de Guía, según recuerda Pepito.


Sin embargo, las mal llamadas alpargatas de esparto no se elaboraban con la fibra natural que les daba nombre, como nos aclara D. José, sino con hilo de pita o sisal, extraído del ágave mexicano y tan utilizado en otros tiempos. La mayor parte de las que se usaban en las Islas eran de elaboración artesana propia del país, aunque también llegaban de importación desde la Península. Nuestro entrevistado cita, también, una pequeña fábrica situada en el municipio de Teror, que disponía de maquinaria para la producción industrial de este tipo de calzado.


De todos sus hermanos el último que conserva este uso es nuestro protagonista, quien pese a haber dedicado toda su vida a la albañilería, continúa manteniendo esta habilidad y, ocasionalmente, elabora algún par, más por compromisos con sus amistades que por obligación o necesidad económica.

 

 

Elaboración


Los elementos fundamentales con que nuestro hombre fabrica este calzado son el hilo de pita, que casi ya no se consigue y que venía trenzado en gruesos calabrotes y la resistente lona, generalmente de color blanco, beige o crudo, confeccionada para toldos en rudo tejido de algodón o cáñamo. La mayoría de estos materiales se adquirían en almacenes y comercios de la Capital, donde acudían los artesanos a proveerse del material básico para sus manufacturas. No obstante, en nuestros campos también se trabajaba el hilo producido con la pita de la zona, que cuenta D. José era más blanco que el de importación y de una fina textura, parecida a la seda. La lona, por su parte, podía encontrarse de varios grosores, colores y texturas, si bien las preferidas eran de color blanco o de tonalidades claras.


El proceso comenzaba con el destrenzado del calabrote, deshilando el cabestro para elaborar con su hilo una coyunda plana, trenzada por varias cuerdas a la vez, de unos dos centímetros de ancho y de un largo indeterminado, ya que se unían unas a otras, formando grandes rollos. Para esta labor D. José se ayuda de un aparato de madera muy antiguo, construido especialmente para tal menester, donde sujeta las coyundas mientras procede a su entramado. Al casero utensilio le llama sarcásticamente la burra.

 

 


Las coyundas, una vez elaboradas, se enrollan modelándose a la forma del pie y se cosen lateralmente con una gruesa aguja y dos hilos de pita enfrentados entre sí, hasta formar la base de la alpargata, cuidando siempre que su longitud y anchura cumpla con la medida del pie. Posteriormente se maja con un martillo para que el trenzado quede más firme y sólido.


Las dimensiones tradicionales se distinguían generalmente por un número estandarizado, habitualmente de una sola cifra, aunque podía oscilar del 1 al 10 y que equivalía a las tallas usuales del calzado actual. Por ejemplo, el 7 se corresponde con el 40 actual, el 8 con el 42, el 9 con el 43, etc. D. José conserva una plantilla grabada sobre madera con las medidas y sus números identificativos de la que se sirve para comprobar la correcta longitud de las coyundas.


Con una plantilla de cartón diseñada por el propio artesano y adecuada a la talla deseada, se dibujaba sobre la lona el pedazo de tela que, una vez recortado, formaría el empeine de la alpargata. En esta fase se utiliza la máquina de coser para cerrar la abertura del talón. El borde superior, alrededor de la abertura por la que se introduce el pie, se dobla ligeramente sobre sí y se cose, también a máquina, formando un ribete que quedará a la vista. Finalmente, la lona se fija a lo largo de la coyunda cosiendo del revés, de tal forma que, al terminar el zurcido, se vira la alpargata desde dentro hacia fuera, quedando la costura oculta en la parte interior del calzado.

 

 


Luego, con un punzón se practican varios orificios en la lona, alrededor de la lengüeta, por donde pasará el cordel que ajustará el empeine al pie. Nuestro artesano no usa ojetes metálicos en tales boquetes pues, por experiencia propia, sabe que el roce del metal llega a dañar la piel del usuario.


Por último, aunque solo en algunos casos, Pepito recorta una plantilla de lona gruesa y la adhiere al interior de la alpargata con el fin de suavizar el contacto del pie con el áspero trenzado.


Algunas variantes del modo tradicional optan por reforzar la base de la coyunda con materiales de mayor durabilidad, como las suelas de caucho prefabricadas o recortes de cubiertas de coche. Estas innovaciones pretenden alargar la vida del trenzado vegetal reduciendo el desgaste y deshilachado de las fibras.


D. José Díaz, como no podía ser menos, es un firme defensor de la alpargata de esparto como calzado de diario, aconsejando su uso a las personas que padecen afecciones en los pies, para las que sufran de callosidades y, por supuesto, para su empleo en el trabajo durante el verano, época en la que resultan especialmente indicadas. No piensa lo mismo de la estación invernal, para la que sugiere otro tipo de calzado menos permeable.

 

 

 


Nuestro hombre insiste en que la elaboración de esta artesanía no se paga con dinero, dada la gran laboriosidad que representa el trenzado, la fuerza y dureza que se precisa en las manos, el largo tiempo que conlleva la confección, el coste de los materiales y la escasa demanda que hoy día tiene esta labor. No obstante, se empeña en conservar la tradición, dedicándole muchos de sus ratos libres, aprovechando las horas muertas que la labranza le deja para trenzar coyundas, o terminar algún encargo por puro compromiso. La generosidad con la que Pepito narra los entresijos de su faena se manifiesta en su predisposición a transmitir este conocimiento a los que estén dispuestos a aprenderlo. Así, D. José ha impartido algún curso sobre alpargatería, con desigual resultado entre el alumnado ya que, prácticamente, nadie ha continuado con la manufactura alpargatera.


D. José Díaz puede ser el último alpargatero, pues a pesar de que su hermano también sabe fabricarlas, no se dedica actualmente al oficio. Esperamos que este modesto trabajo y el concienzudo vídeo elaborado por Manuel Abrante y Fernando Silva sirvan de estímulo a futuros artesanos que deseen continuar esta tradición o, al menos, arroje algo más de conocimiento sobre un trabajo tan valorado antaño y hoy casi olvidado.

 

 

Puedes ver la entrevista realizada por BienMeSabe TV pinchando aquí.

 

 

Comentarios
Domingo, 27 de Diciembre de 2009 a las 19:45 pm - RODRIGO CATALAN SUÁREZ EL NIETU

#01 que alguno de vosotros aprenda el oficio, que el saber,aparte de no ocupar lugar puede reportar muchas satisfaciones; en Asturias ya no nos queda ninguno, el último se retiro hace tres o cuatro años, y tan solo tenemos alguien que presume de hacerlo pero que yo personalmente no me lo creo, participa en MERCAOS ASTURIANOS, pero nunca se lo vio trabajando en vivo, saludos