Allí habrá de sorprenderla el capitán castellano Gonzalo García del Castillo. Surge el amor entre ellos, pero la escolta de la princesa hace prisionero al capitán. Dácil intercede ante su padre y consigue la libertad del soldado. Más tarde, en la lucha del paso de Las Peñuelas, el capitán Castillo cae de nuevo prisionero. Tegueste encarga a su hijo Teguaco que conduzca al castellano ante Bencomo, y de nuevo la intercesión de Dácil será decisiva para que Castillo logre su libertad. Dácil acabará desposándose con el capitán castellano. Antonio de Viana* recoge el episodio en su Poema, y a través de él evoca poéticamente el momento de la conquista de las Islas, a través de la realidad imaginada de aquella pasión amorosa. Dácil simboliza de ese modo el estado de la sociedad aborigen anterior de la conquista: pureza y belleza ideales del mundo primitivo. Dácil es la isla que mira al mar y del mar lo espera todo. Así sucede con otras personificaciones literarias femeninas (la Nausica, de Homero; la Minna, de Walter Scott; la Elvira, de Unamuno), según explica Agustín Espinosa* al reivindicar la figura de Dácil como mito nuclear de la insularidad atlántica; actitud compartida por los escritores de La Rosa de los Vientos*, en su empeño fundador de una identidad insular a partir de un principio poético derivado, a su vez, de una determinada geografía que condicionaría el carácter y la identidad de un pueblo.
Foto: representación del personaje a la entrada de La Orotava