Revista n.º 1065 / ISSN 1885-6039

Cho Cirilo. El de El Escobonal.

Miércoles, 23 de noviembre de 2011
Domingo García Barbuzano
Publicado en el n.º 393

Miré un tiempo aquella fotografía, pero no pude identificar aquel personaje que la llenaba de vida, lo cual aumentó más mi curiosidad. ¿Quién sería aquel viejo tamborilero?, ¿cuál sería el pueblo que oyó su llanto al nacer?

Una foto de Cho Cirilo, en tamborilero y flautista histórico de El Escobonal.

 

Hace tiempo buscando entre las antigüedades de mi abuelo, encontré una pequeña caja de puros cubanos que aún conservaba el halito de los que un día fueron los cigarros preferidos de mi viejo. Lentamente mis manos se posaron en la cenceña y deleznable tapa y, tras recreear mi vista en el paisaje cubano que la vestía, abrí aquella vetusta joya de recuerdos. En el interior yacía un pequeño pero importante legado familiar: seis cartas escritas desde la isla del Caribe, de níveas caras maquilladas por la tinta y de cuerpos fajados por el típico jilo carreto, un trozo de lacre, una insignia de arma de infantería, tres pares de gemelos y unas antiguas fotografías.

 

Quizá guiado por aquello de que una imagen vale mas que mil palabras, o por la curiosidad de encontrar viejos lugares que me trasportaran al tradicional ambiente isleño, opté por ojear las postales. Al soltar la gomilla que las mantenía acurrucadas frente al frío lagunero, destacó entre ellas la de un viejo que amparaba bajo la sombra de su sombrero un par de ojos vivarachos y una tez cuyas arrugas eran surcos en el terreno que cansados recordaban el tiempo bueno. Y en sus manos sostenía un tambor y una flauta, cuyo ritmo ancestral parecía querer escapar del amarillento papel que retenía su imagen, papel que, además, se hallaba impregnado de olor a picadura; la misma que, seguramente, formó los puros de la caja de cigarros cubanos.

 

Miré un tiempo aquella fotografía, pero no pude identificar aquel personaje que la llenaba de vida, lo cual aumentó más mi curiosidad. ¿Quién sería aquel viejo tamborilero?, ¿cuál sería el pueblo que oyó su llanto al nacer?, dos preguntas interesantes que, aunque sin respuesta en un primer momento, debían tenerla, pues indudablemente el que un fotógrafo hubiera abierto el objetivo de su máquina a este hombre se debía, sin duda alguna, a su popularidad.

 

Pasaron los días y al fin comprendí que aquel viejo debió ser muy popular, porque a través de un periódico de 1935 me enteré de que se trataba de Cirilo Díaz Díaz o más popularmente conocido como Cho Cirilo el Tamborilero, hombre que allá por el año 1897 fue muy querido y admirado, ya que pronto destacó dentro del folklore popular canario.

 

Una flauta por herencia. El día 13 de diciembre de 1857 Inés Díaz Rodríguez dio a luz al niño que, con el paso de los años, se convertiría en uno de los personajes más importantes de Güímar (Tenerife), y más concretamente de El Escobonal, pues fue aquí donde vino al mundo. Una fama que remontó cumbres y se escurrió a través de los pinares, llegando a muchos lugares de la isla, en donde todavía perdura el recuerdo que desde su corazón de caña emitía su flauta y los toques graves de la piel de cabra de su vetusto tamboril. Todo a su paso se estremecía: tomillos, laureles y hasta la flor de retama se llenaba de un amarillo más intenso ante la música de Cho Cirilo que, a ritmo de tajaraste, llevaba su mensaje de libertad.

 

Por otro lado, diremos que la tradición familiar-musical es muy importante en la vida de nuestro personaje. Su abuelo fue conocido en EI Escobonal como El Cojo de la Pita, un pastor que dedicó muchos años a tocar la pita y el tamboril, los dos elementos básicos de la danza de las cintas, cuya importancia en el Escobonal, Güímar y Fasnia es de todos bien conocida. Y ésta fue quizá la rica y pobre herencia que su abuelo le dejó: una flauta, en la que Cho Cirilo hurgó en su corazón vegetal hasta conseguir esa habilidad, alegría y júbilo que caracterizaba a su vieja progenie.

 

A los quince años comienza la actividad de tamborilero y flautista de nuestro personaje, pudiendo encontrarlo por aquel entonces en las principales fiestas modulando en su flauta los viejos aires canarios. EI Tajaraste, La Danza, el Santo Domingo a los ecos sobrios del tamboril daban a conocer el perfecto dominio de arrancar a los instrumentos rústicos las notas musicales que ya le enseñara su padre, pues éste también influyó mucho en él.

 

Fue tan grande su importancia dentro de las danzas populares que Tomás Cruz García, al escribir sobre su persona en su libro Breves apuntes históricos de la Villa de Güimar, dice: En los años en que sus naturales achaques le impiden concurrir a los festejos la danza solo se baila al son del tamboril, por no encontrarse en el pueblo ninguna persona que sea capaz de ejecutar a la par varios instrumentos, ni siquiera de tocar solamente el pito.

 

"Yo soy labrador en mi tierra". Muchas son las frases que en viejos artículos se recogen de este tamborilero, como ésta con la que hemos encabezado este apartado, frase muy significativa porque nos pone de manifiesto que Cho Cirilo también era agricultor, actividad esta a la que le dedicó miles de horas de trabajo bajo el sol ardiente y la salinidad que en el mar lanzaba hacia su pueblo de origen.

 

Un hombre sencillo nuestro personaje, al que le molestaba mucho el que la gente cambiara, hecho que se refleja en estas palabras suyas: Ya la gente, la misma gente del campo ya no cree, como si dijéramos en casi nada. Si van a las fiestas es por divertirse pero no por creencia. Eran, en este sentido, preferibles aquellos tiempos en que se ganaba el jornal desdichao en cuatro fiscas, de sol a sol, sin estas ocho horas modernas de jornada, que hacen de la vida del obrero tan bonita con sus cinco pesetas de ganancia.

 

Así fue Cirilo eI Tamborilero, el compañero de la flauta del cañaveral y del vetusto tamboril, cuyos toscos arcos antañones rozaban suavemente sus calzones de lienzo, y hasta su chaleco a rayas, pues nuestro tamborilero uso esta vestimenta tejía por las mujeres, según decía él, cuya moda llegó hasta La Laguna.

 

Murió nuestro personaje al fin un día, pero todavía perdura el recuerdo de aquellos avezados labios a la caña de la flauta, de aquel luctuoso sombrero y de aquellas rugosas manos que hasta los noventa años seguían fieles a sus dos queridos instrumentos musicales, manos que no dejaron este mundo sin antes enseñar a su nieto Isidoro Frías, hombre que continua en la actualidad haciendo vibrar la tierra canaria con el ritmo del tajaraste, al amparo del palo de la danza y bajo la sombra multicolor de las cintas.

 

 

Artículo publicado en el nº 1 de la revista San Borondón del CCPC. Diciembre de 1982.

 

 

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