"Mas cuando los temporales no acudían, y por falta de agua no había yerba para los ganados, juntaban las ovejas, e hincando una vara o lanza en el suelo, apartaban las crías de las ovejas y hacían estar las madres al derredor de la lanza, dando balidos; y con esta ceremonia entendían los naturales que Dios se aplacaba y oía el balido de las ovejas y les proveía de temporales”. A. Espinosa.
EI texto del padre Espinosa que abre el presente trabajo, así como otros en el mismo sentido, tales como los del viajero inglés Scory, que visitó nuestro archipiélago a finales del s. XVI, han inspirado a buen número de investigadores, prácticamente a sentenciar que el topónimo «bailadero», no es otra cosa que la corrupción de «baladero», en referencia al lugar donde se llevaba a cabo dicho ritual:
"En Tenerife sólo sabemos que en la toponimia insular abunda el nombre «bailadero», es decir, «baladero»".
(Luis Diego Cuscoy, Los Guanches; pág. 115).
Casi nadie ha tenido en cuenta que la acepción natural de «bailadero» es la de un lugar que los aborígenes de estas islas habrían elegido por alguna razón para realizar sus bailes, rituales o festivos, entre los que, por supuesto se encontraría en ritual anteriormente citado, pero no limitándose únicamente al mismo, como propone la teoría del «baladero». Afortunadamente existen algunos documentos tanto escritos como orales (estos últimos representan la base de la investigación etnográfica) que demuestran que los Guanches construían «plazas» en determinados lugares para realizar ciertos bailes, costumbre que incluso podría haber llegado hasta nuestros días, siendo consideradas en muchos casos prácticas brujeriles, o agregadas a ritos propios de la religión Católica como veremos más adelante.
Entre los autores que tratan este tema cabe citar a D. Juan Bethencourt Alfonso, quien hace aproximadamente un siglo escribió:
”Pero el baile más generalizado entre los Guanches fue la guaracha, cuyo nombre tiene indudablemente su etimología en el genérico de guaras o guarache o guáiras, con que los designa las tradiciones a los bailaderos públicos de los Guanches”
(Bethencourt Alfonso. Historia del Pueblo Guanche 11;1994:395).
Si este texto parece controvertido, por la existencia en algunos países latinoamericanos del término guaracha, susceptible por tanto a la posibilidad de haber llegado con los emigrantes retornados (aunque el profesor Bethencourth Alfonso tiene en cuenta esta posibilidad y asegura que dicha palabra partió de aquí), existe otro documento que yo creo irrefutable en este sentido, pues se trata de una data de repartimiento de terrenos tras la conquista donde se nos habla, en los altos de Icod de:
«Una plaza donde bailaban los Guanches en su tiempo».
La data que contiene este fragmento está fechada el 16 de enero de 1.506 y aparece en la pág. 166 del Libro Primero de Datas por Testimonio, recopilado por Francisca Moreno Fuentes y publicado en 1.992 por el I. E. C.
Queda claro, por lo tanto, que los Guanches construían tales plazas con la finalidad, entre otras, de bailar y que la toponimia y sobre todo la tradición han conservado hasta nuestros días con el nombre de «bailaderos». Es lógico pensar que el empleo de esta palabra obedezca al mismo fenómeno lingüístico por el cual se designan «luchaderos» a los lugares donde se resolvían los desafíos entre luchadores, o «saltaderos», donde acudían los jóvenes a demostrar su valor y destreza realizando peligrosos saltos.
Antes de pasar a enumerar algunos bailaderos, los más conocidos y próximos, debemos tener en cuenta algunos aspectos comunes en casi todos los casos.
En primer lugar, la situación geográfica. Todos los bailaderos que hemos estudiado se encuentran en lugares elevados, aunque por lo que hemos podido apreciar, era más importante tener una amplia panorámica de cielo y tierra que la propia altura. Dos de ellos se emplazan en dorsales, con amplia visión al naciente y poniente. Generalmente el recinto en sí está delimitado circularmente, ya sea con un pequeño muro de piedra, árboles, etc. En algunos casos existe incluso un embaldosado de lajas, por lo que fácilmente se le pueda confundir con una era, aunque si tenemos en cuenta algunos factores como las dimensiones, la inaccesibilidad, o la altura e inexistencia de terreno cultivable, no cabe tal confusión.
«Bailadero de las Brujas», altos de Agache. (El Escobonal)
En segundo lugar hemos de referirnos al «sobrenombre», común a todos estos lugares. Al preguntar, casi siempre a campesinos o pastores de la zona, en un primer momento nos dicen «bailadero», pero al entrar un poco más en confianza y comprobar nuestras sanas intenciones, refieren siempre: «bailadero de las brujas», o «llano de las brujas». Por estos y otros detalles que veremos más adelante es fácil deducir que existe una gran superstición en torno a los mismos.
Siempre que se hable de brujas debemos tener en cuenta la posibilidad de que efectivamente en los bailaderos se pudieron llevar a cabo prácticas brujeriles, pero tampoco debemos olvidar que a menudo son tachados de brujería algunos ritos «paganos» de difícil comprensión para una mentalidad fuertemente influenciada por la religión católica de otras épocas. Por el contrario, muchas de estas costumbres representan en realidad verdaderas «joyas» desde el punto de vista etnográfico ya que han pervivido casi hasta nuestros días y su origen se pierde en la oscura noche de los tiempos. Tal es el caso del Baile del Gorgojo, del que el profesor Lothar Siemens recogió en su interesante tratado sobre el folclore canario, que en un principio se ejecutaba en lugares apartados y de noche, apareciendo los danzantes desnudos.
Entre las danzas campesinas británicas llamadas Morris (morish) Dances, (danzas de los moros), existe una similar llamada leap frog (salto de la rana). Llevo algún tiempo intentando buscar alguna conexión entre ambas.
Continuando con el trabajo del profesor Lothar Siemens, en el que nos narra ciertos bailes erróneamente considerados brujeriles, vemos que:
"Se practicó también hasta principios de este siglo, en el sur de Gran Canaria, una danza fálica llamada el Baile del Pámpano Roto, cuyo recuerdo sigue todavía entre los habitantes del Barranco de Guayadeque. Era éste un baile de dos filas enfrentadas de hombres y mujeres en el que se intentaba atravesar (con el pene), en evoluciones propias de las llamadas “Danzas de requerimiento y rechazo» (como también lo era el primitivo Canario), una enorme hoja de ñamera que llevaban las mujeres colgadas a la cintura a modo de delantal, constituyendo al hacerlo (acción absolutamente optativa para el hombre) un compromiso matrimonial ineludible".
Esta danza, de cuya memoria recogió ampliamente TVE un reportaje que se emitió hace ya muchos años en una serie llamada «Raíces», lejos de constituir simplemente una práctica brujeril, parece formar parte de ántiquísimos ritos de tipo sexual, como el de «La noche de Error», que correspondía al solsticio de verano o noche de San Juan, en la que los númidas mantenían relaciones sexuales al azar.
Como vemos, no sólo por estos datos, sino también por el origen ancestral de la mayoría de nuestras danzas folclóricas ( Sirinoque, Tajaraste, Tango Herreño y Gomero, etc.), razones no les faltaron a nuestros antepasados Guanches y descendientes para construir dichas plazas o «bailaderos públicos».
Resto de otro «recinto» en las proximidades del Bailadero. (El Escobonal).
Vamos a ocuparnos seguidamente de algunos de ellos y de las tradiciones y referencias en torno a los mismos que hemos recogido por esos caminos de Dios, movidos por las ansias de conocer todo lo que respecta a nuestro, aún rico y variado patrimonio cultural, pero que corre el riesgo de irse diluyendo si los canarios dejamos de interesarnos por el mismo, en pro de modelos seudo-culturales importados que nada tienen que ver con nosotros.
Respetando el expreso deseo de la mayoría de nuestros. informadores, no mencionaremos sus nombres, ya que en muchos casos sus testimonios, como dijimos, tratan de temas algo escabrosos, como la brujería, y esto, entienden ellos que podría dar lugar a malas interpretaciones sobre sí mismos. De todas maneras, puedo dar fe de su autenticidad.
En primer lugar, por ser el más conocido, trataremos del bailadero situado en las cumbres de Anaga, en la dorsal entre San Andrés y Taganana, célebre hoy en día por los «tenderetes» que se celebran en los «guachinches» de la zona en torno a un buen escaldón y vino del país. Sin embargo, andando atrás algunas décadas en el tiempo, baste la interesante referencia que Domingo García Barbusano recogió sobre este lugar:
«Puestos en contacto con los habitantes del lugar nos confirman que se trata del
"...Desde El Bailadero deambulaban, los días de aquelarre, a partir de las doce de la noche, hora en que acababan estas reuniones, un numeroso gentío: las brujas, compuestas con negros ropajes y abrigados sobretodos, sus amigas y esas otras personas que deseaban iniciarse en la práctica de la brujería; todos formando una compacta muchedumbre que, por la enriscada cumbre, bajaban lentamente para ver si encontraban algún caminante al que maleficiar".
(Domingo García Barbusano, 1982:116) .
En busca de una referencia de «bailadero» que aparece en la oág. 612. tomo II, de la obra de Bethencourth Alfonso, nos dirigimos hacia el monte del Sauzal, a un lugar que llaman «Las Crucitas», y que algunos amigos de Ravelo nos comentaban que antaño era conocido como «Bailadero de las Brujas».
Allí está, efectivamente, delimitado circularmente por una hilera de pinos en torno a un aceviño central cubierto de cruces, como un intento de cristianizar el lugar. Al fijarnos en éste círculo de pinos, notamos rápidamente que son más gruesos y antiguos que los circundantes, fruto de la repoblación de los años 40.
Si nos acercamos a éste lugar la tarde del 3 de mayo (día de la cruz), nos será fácil encontrarlo preguntando a los numerosos peregrinos que llegan aquí desde El Sauzal, Ravelo, La Matanza, La Esperanza, etc. Al caer la tarde-noche se suelen organizar «tenderetes» donde los viejos bailan de una forma que se nos antoja bastante ajena al ritual cristiano.
«Venimos aquí por que éste lugar trae buena suerte, desde siempre nuestros padres y abuelos lo han hecho. Dicen que aquí quiso morir un «hombre santo» hace muchos años y dejó encargada a su familia, que hoy viven en La Esperanza que cuidaran de este lugar. Antes, se dice que venían a bailar aquí las brujas, pero ahora ya no hay».
¿Por qué se decía de ese hombre que era santo? Lo que se dice `santo', en realidad no lo era, pero, según le oía hablar a los viejos era una persona que hacía el bien y curaba a la gente».
«Pasamos la víspera toda la noche aquí rezando, pero la del propio día de la cruz no, por que entonces vienen los curanderos a hacer sus cosas y la gente no puede estar».
Al preguntar a la anciana que nos hacía este relato sobre si todavía acudían frecuentemente los curan-deros aquí, nos responde:
«Sí, creo que todavía hay uno de Ravelo que viene todos los años. Antes se enramaba también la entrada a la «Cueva Labrada» (tubo volcánico que hay en las proximidades), pero esa costumbre ya se perdió».
En referencia a esta cueva, tuvimos la oportunidad, hace algún tiempo de realizar unos cursillos de espeleología en la misma y observamos con extrañeza que había un considerable número de huesos de perro en su interior, aunque esto, obviamente puede ser fruto de la casualidad.
Otro informante, Braulio de La Paz, de Ravelo, nos cuenta:
«Donde hoy están las crucitas, decía mi abuela que antes estaba el bailadero de las brujas. Yo recuerdo ver, al anochecer del día de La Cruz, a los viejos bailando `como locos'. Antes se enramaba también la entrada a la cueva La Labrada, que decían que era una cueva santa».
En el sur de la isla, concretamente en los altos de Agache existió otro célebre bailadero:
«El Bailadero (de las brujas) en la cumbre, sobre las casas de Arguenche, en El Escobonal (Güimar)».
(Bethencourth Alfonso;
1.994, 11: 612.).
Extraña inscripción rupestre. El Bailadero. (El Escobonal).
De este lugar nos ha dejado constancia tanto la tradición oral como la Toponimia. En los planos militares (herramienta indispensable para el senderista, de probada exactitud) existe un punto, El Bailadero, que en la realidad corresponde a las ruinas de una casa rural (según los datos obtenidos por el GPS: sistema de navegación vía satélite) situada en una extensa llanura en los altos del Escobonal, a los pies de una «loma» redondeada con amplia panorámica del sur de la isla. Es aquí donde se dice que estaba el «bailadero de las brujas».
Efectivamente, en el vértice de este montículo nos encontramos con un área circular despejada, delimitada por un semicírculo de gruesos pinos y en el que aparecen restos de pequeñas construcciones de piedra también circulares.
Unos campesinos que se encontraban recogiendo pinocha en otra «loma» cercana, donde curiosamente también existen en el vértice unas construcciones circulares embaldosadas de lajas, y que por las pequeñas dimensiones no pueden ser eras, nos comentan:
«Sí, en lo alto de aquella lomada está el bailadero, por detrás hay unas cuevas `adonde' viene la gente de Fasnia, El Escobonal y todo eso `por ahí' por ciertos días a hacer sus tenderetes. Mejor que no `vaigan por ahí' de noche».
También es interesante el testimonio, aunque parezca que no «venga a cuento», de Don Alejandro, conocido pastor de Archifira (altos de Fasnia), acerca de una costumbre que hasta hace poco se llevaba a cabo en un lugar próximo; el barranco de Las Campanitas:
«Unos criados que tenía yo, iban ciertos días en el año a tocar las campanitas, que eran unas lajas que se `machacaban' con otras piedras más pequeñas y sonaba como una música. `Ento-davia' pueden verse las marcas».
Don Alejandro, gran conocedor de de historias de brujas, como la conocida por muchos investigadores de lo paranormal como «caso Frías» , experiencia que, por cierto le tocó vivir muy de cerca, también fue testigo del constante saqueo al que desde siempre se ha visto sometido nuestro patrimonio arqueológico:
«Recuerdo de pequeño ver sacar muchos camellos cargados de esqueletos enzurronados de una cueva (cercana a Archifira) que tenía como otras cuevas más `chicas' dentro».
Es evidente que aún hoy existe una gran superstición en torno a toda esta zona. También nos preguntamos por qué acude la gente ha realizar la mentada «fiesta» a un lugar tan recóndito (el bailadero antes citado), al que se accede por una empinada pista, a veces intransitable (cuando llueve) incluso para vehículos todo-terreno.
Tenemos constancia de otros bailaderos más o menos próximos al «área metropolitana», como el que se encontraba en la Pista de Los Ovejeros, por debajo de Las Lagunetas; otros dos en el Ortigal: En la Finca Montesdeoca (carretera hacia Aguagarcía); Fuente Guillén, En el Ortigal Alto, camino hacia La Esperanza. Acerca de todos ellos se pueden obtener interesantes informaciones preguntando, sobre todo a los ancianos del lugar, verdaderos «libros abiertos» de nuestra sabiduría popular.
Para finalizar, nos ocuparemos de otro «bailadero, o llano de brujas». del que conservamos en el recuerdo un interesante testimonio. Se encuentra cerca de la carretera dorsal, a pocos kilómetros de Izaña frente a la montaña “Yegua Blanca”, mirando en dirección opuesta al Teide.
Las Crocitas o Bailadero de Las Brujas. Altos de El Sauzal.
En este lugar, desde el que se divisa una excelente panorámica del norte y sur de la isla, además de La Palma y Gran Canaria, también hemos encontrado esas pequeñas construcciones circulares de piedra. Sobre el mismo comentaba hace algún tiempo una amiga, hija de un conocido empresario tinerfeño, lo siguiente:
«A ese lugar, el Llano de Las Brujas, nos llevaba mi padre de pequeños (se refiere a ella y sus hermanos/as) para que nos curásemos cuando estábamos malos de gripe».
Al preguntarle por el motivo de tal costumbre nos respondió que lo desconocía, aunque creía recordar vagamente haber escuchado comentarios acerca de que los aires de aquel lugar eran saludables.
Con este humilde trabajo no pretendo crear ninguna controversia acerca del uso al que se destinaban esos lugares todavía llamados «bailaderos». La única intención que me mueve es la de exponer mi punto de vista y compartir con el lector unos pocos testimonios, parte de esa memoria popular que afortunadamente aún conserva un valioso relato de nuestra Historia. De nosotros depende que futuras generaciones puedan también disfrutar, escuchando algún día, de nuestra voz, estos “cuentos de viejos”.