Pero será con la notable migración canaria acaecida en todos los confines de Venezuela desde el último tercio del siglo XVII, en la que un considerable número de familias de ese origen se desplazan a esas tierras cuando estos nuevos colonos difundirán por todos los lugares que se asientan el culto a su Patrona. La Candelaria es la Patrona de Tenerife, que según la leyenda se le apareció en torno a 1390 en las playas sureñas de Chimisay, a los primitivos habitantes de la isla, los guanches, pueblo neolítico que dedicado a la ganadería y a la agricultura de subsistencia que fue sometido en 1496 por los conquistadores. Fusionado con elementos sincréticos propios de la religiosidad aborigen, la devoción a la Candelaria, madre del sustentador del cielo y de la tierra, como era su nombre en lengua aborigen, culto a caballo entre las creencias solares y lunares, se expandió por el sur de Tenerife con anterioridad a la conquista, lo que la facilitó y llevó a los bandos tribales de esa zona a su inclusión entre los partidarios del conquistador Alonso Fernández de Lugo.
El culto a la Candelaria se difundió por las siete islas Canarias, si bien en cada una de ellas predominó la devoción a una Patrona insular. Sin embargo, el conjunto de los inmigrantes isleños llevarían a América como seña de identidad a la Candelaria. La razón es obvia, en primer lugar, por ser la Virgen más extendida por toda la faz insular y, en segundo lugar, por constituir la emigración tinerfeña la abrumadoramente mayoritaria al ser la isla más poblada, cuyo número entonces superaba al conjunto de las restantes, y por ser la más afectada por la crisis vinícola, al ser la que dependía más estrechamente de la cotización de sus caldos.
En efecto, después de siglo y medio de espectacular expansión económica, mientras que la Península Ibérica vivía un período de grave penuria, se comienzan a experimentar en el último tercio del siglo XVII los primeros síntomas de la depreciación internacional de sus vinos. La emancipación de Portugal de la Corona española y su conversión en aliado preferencial de Gran Bretaña prohíbe las exportaciones canarias de vidueño a las colonias portuguesas y británicas de América y paulatinamente gravará hasta prácticamente hacer desaparecer o reducir al mínimo las de malvasía al mercado británico.
Paralelamente Venezuela irrumpe en el último tercio de la centuria como un gran centro expansivo del cacao, al mismo tiempo que en su región central, con la fundación de San Carlos Cojedes con familias canarias, se dan los primeros pasos para la colonización efectiva de los Llanos. El predominio abrumadoramente mayoritario de la migración tinerfeña en Venezuela contribuirá a la expansión del culto a la Candelaria en el país. Un amplio número de familias, con una elevada participación y presencia de las mujeres, traerá consigo una consolidación y permanencia de los lazos culturales de esa migración canaria que llega a superar el 70% de los inmigrantes blancos en la Caracas urbana y que supone más del 90% en las parroquias rurales de ese valle y en otras regiones de Venezuela.
Iglesia de La Candelaria en Caracas (www.tiwy.com)
En El Valle de Caracas la notable presencia de esta migración canaria hará expandir el culto de la Candelaria tanto en ermitas e iglesias como en las devociones de las casas y familias. Los inventarios y testamentos demuestran la notable presencia de pinturas y esculturas de autores populares que tienen como advocación la Candelaria. En el centro urbano de Caracas, la Catedral contaba con cofradía que ya en 1681 había procedido a su colocación en su retablo. Pero será el deseo de un amplio elenco de canarios de contar con una ermita de su advocación en las tierras próximas a la quebrada de Anauco, donde giraba una de sus expansiones mayoritarias en el Valle de Caracas, dedicados al cultivo de yuca y maíz y a la ganadería, la que cristalizó en 1703 en la traída de una imagen desde Canarias para la construcción de un santuario para su culto. Los maestros de cantería que la edificaron fueron también emigrantes isleños. Por fin en 1708 se dio por finalizada su obra, abriéndose al culto el 14 de diciembre. Convertida en parroquia en 1750, se convirtió en el símbolo señero de identificación de los isleños capitalinos con su Patrona y con el barrio circundante. Sus marchas en las fiestas de la Candelaria, con sus capitanes y milicias canarias y su cofradía, dieron un sello peculiar y festivo a su culto.
En otras áreas del Valle de Caracas la impronta canaria se tradujo en la erección de capillas de la Candelaria en Petare, Baruta y la Vega, que contaron con retablos preferentes en sus parroquias. Lo mismo acontece en los Altos, donde su presencia fue notable tanto en los antiguos pueblos de indios como en los nuevos, como San Antonio de los Altos erigidos por el esfuerzo poblador de la comunidad isleña. En éste último, en una ermita, convertida en parroquia en 1783 y en San Diego se le dio culto.
El principal puerto de Venezuela, La Guaira, que llevaba la advocación de Nuestra Señora de Candelaria, fue desde sus inicios un área preferente de la colonia isleña. Las Canarias contaron con comercio anual con La Guaira y antes de la instalación de la compañía Guipuzcoana eran casi el único lazo que les unía con el otro lado del Atlántico. Un comercio que permanecería activo durante ese monopolio y con posterioridad, siendo un poderoso aliciente para la traslación de agricultores y pequeños mercaderes isleños en esa región. La capilla de la Candelaria en su parroquia estaba situada al lado de la Epístola y poseía un retablo dorado, con una imagen de cuerpo entero. Sus alhajas eran considerables. Caraballeda contó también con el patronazgo de la Candelaria.
En el Alto Tuy, la expansión del cacao fue realizada esencialmente por oligarcas mantuanos, por lo que el predominio de las explotaciones esclavistas fue notorio. No obstante hubo algunas pequeñas colonias de isleños como en Ocumare, fundado en 1683, que explica que las advocaciones y el patronato de su iglesia residan en San Diego de Alcalá y la Virgen de Candelaria. En su nicho principal estaba la Virgen y sobre ella un cuadro del santo. San Diego fue un santo de gran devoción en Canarias por haber sido uno de los artífices de la evangelización de sus aborígenes al haber sido misionero y fraile del convento de Betancuria (Fuerteventura). Los canarios y los mulatos daban culto a la Candelaria y a la Virgen de Altagracia de forma alternativa los sábados.
Los isleños desempeñaron un alto protagonismo en la colonización de Barlovento. Ansiaban convertirse en hacendados, tras haber sido marginados de otras regiones. En Panaquire, cabeza de la rebelión contra la Guipuzcoana de 1749, encabezada por su poblador el herreño Juan Francisco de León, y El Guapo, debidos a su esfuerzo poblador erigieron parroquias dedicadas al culto de su Virgen, para las que incluso fueron realizadas imágenes por la nutrida colonia de imagineros canarios afincada en Venezuela, hasta tal punto que se ha venido en llamar la escuela canaria por el impulso decidido que estos artistas de esa procedencia dieron, como el santacrucero Enrique Hernández Prieto, autor de la Candelaria de Panaquire y del San Pedro de la Catedral caraqueña.
La región de Aragua conoció desde bien pronto la presencia isleña. El auge del tabaco explicita la introducción de pequeños cultivadores en los antiguos pueblos de indios. La Victoria fue una de sus áreas neurálgicas. En su primitiva parroquia ya habían erigido un altar. Pero en uno de sus barrios, el más comercial, la Otra Banda, erigieron en el último tercio del XVIII una parroquia a la Candelaria. En 1783 contaba ya con un administrador, que efectuaba una fiesta y varias misas y cuyo edificio ya fue concluido en 1803. Otro tanto ocurría en Turmero, cuya parroquia fue fundada por Pedro Gutiérrez de Lugo en 1620 bajo su advocación y en Maracay, cuya expansión añilera es del último tercio del XVIII, pero en la que era notable la presencia canaria desde fines del siglo XVII, donde con anterioridad a 1745 ya contaba con un altar y una imagen en su parroquia. Guarenas fue también otra localidad en la que la expansión isleña tabaquera y de agricultura de subsistencia se dejó sentir desde bien pronto en su antiguo pueblo de indios. En su barrio de la Llanada se erigiría una ermita de la Candelaria que ha subsistido hasta nuestros días, sin olvidar que la titular es también, aunque bajo otra advocación, una Candelaria.
En Coro, donde la presencia isleña es notable desde el mismo siglo XVI, dos isleños erigen en 1741 un retablo para dar culto a la Candelaria en su convento franciscano. Poco después se constituye una hermandad y cofradía, cuyos estatutos son refrendados por el Consejo de Indias. La Virgen hace gala de un vestido dorado y una corona de plata. Su estandarte era de damasco blanco. Otra localidad con arraigo de la advocación es Puerto Cumarebo, bajo su patronato.
Yaracuy, tierra colonizada por isleños, que junto con mulatos, desarrollan un modelo de economía de plantación cacaotera en el que predomina la pequeña propiedad y los trabajadores asalariados y arrendatarios. La parroquia de San Felipe se erigiría bajo la advocación de Nuestra Señora de la Presentación, o sea de la Candelaria, cuya fiesta tenía lugar el 2 de febrero. El estandarte de la Candelaria, con el que realizaban su marcha, sería enarbolado en la rebelión de 1741, notable precedente de la que sería la general de la provincia ocho años después. La fiesta y la marcha de la Candelaria continuará con su culto en toda la centuria realizada por los isleños avecindados en esa ciudad. En toda su área circundante, los numerosos isleños de sus inmediaciones erigirían obras pías con esa advocación y en Albarico, Cedeño y el caserío de Candelaria ya contaban con un altar bajo en 1783.
En Los Llanos, donde la presencia isleña se deja sentir desde la fundación de San Carlos Cojedes en 1676, Cojedes cuenta con una fiesta a la Patrona de las Canarias y otro tanto acontece con El Baúl y Lezama. Calabozo, cuya fundación fue realizada en buena medida por canarios, nació en 1723 con el nombre de Nuestra Señora de Candelaria y Todos los Santos de Calabozo. En él la función de la Candelaria, a la que su ayuntamiento concurre en sesión solemne, plasma simbólicamente su identidad de origen.
En el Estado Zulia, donde el impulso poblador isleño se dejó sentir desde el último tercio del siglo XVIII, contó con un altar con camarín en Maracaibo dedicado a la Candelaria, que contaba con cofradía, unida a la del Carmen desde 1754. La Villa de Nuestra Señora del Rosario de Perijá, erigida por familias canarias trasladadas desde las islas por sus capitanes pobladores, Juan Chourio y Manuel García de la Peña, contaba también con una imagen de su Patrona en su retablo mayor.
El oriente venezolano, cuya colonización efectiva fue más tardía, y tuvo lugar entrado el siglo XVIII, a pesar de los frustrados traslados de emigrantes isleños desde el XVII, que sólo pudieron albergarse en Cumaná y Cumanacoa, mostró desde esa centuria la expansión del culto a la Candelaria. En Barcelona, su parroquia contaba desde antiguo con una imagen de la Candelaria en la capilla de la Epístola. En 1725 fueron trasladadas por la Corona 25 familias canarias a Guayana. Con ellas en 1739 se erigiría la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Upata, víctima al poco tiempo de los saqueos de tropas inglesas. Araguita, San Pedro Regalado y San Diego de Cabrutica fueron otros pequeños pagos donde se celebraba su fiesta. En Margarita, en La Asunción, se contaba con un convento bajo su advocación.
En la región andina, donde la presencia isleña data del siglo XVI, pero que nunca contó con la intensidad ni el arraigo de la región central de Venezuela, el culto a la Candelaria alcanzó gran arraigo en Bailadores, cuya Patrona es la Candelaria. La Danza de los Vasallos, con sus hermosos atavíos, se celebra en su día. En el Táchira cobra gran protagonismo en Capacho y La Grita con sus comparsas de hombres y mujeres, las locas y locainas, con sus máscaras, vestigios de las tradicionales Lupercales de su origen ritual, que las conectaban como en Canarias a las fiestas carnavalescas. En el Estado Trujillo, en Betijoque, Chejende y la Mesa alcanza gran protagonismo, con sus locainas. Incluso en Trujillo, su convento dominico lleva su advocación.
En el Estado Carabobo, Puerto Cabello, cuyos hermosos balcones delatan la sensible huella de la emigración isleña desde sus orígenes como centro mercantil, el barrio de la Candelaria delata la impronta isleña. El clérigo de Arucas (Gran Canaria) Bartolomé Pérez Alfaro fundó con sus bienes un hospital de 6 camas y deja 200 pesos para el tabernáculo del Santísimo de su parroquia.
La región de Valencia y su lago fue una de las tierras venezolanas en que se dejó sentir con más arraigo desde mediados del siglo XVII la presencia canaria. Numerosos inmigrantes de ese origen difundieron el culto a la Candelaria por esos lares como el mayordomo de Mocundo Domingo Lorenzo de Fuentes, fallecido en 1752, que en su testamento dice poseer tres imágenes de su Patrona. San Diego albergaba ya en 1781 uno de sus altares dedicados a ella. La presencia isleña, tanto como pequeños cultivadores, como arrendatarios, mercaderes y mayordomos fue siempre considerable. Primero la emigración familiar que caracterizaría el último tercio del XVII y primera mitad del siglo XVIII, y más tarde la mayoritariamente masculina que se dará paso en su segunda mitad, hasta que en vísperas de la Emancipación irrumpiese con fuerza la familiar de nuevo con la expansión económica venezolana de la primera década del XIX con el auge cafetalero, tendrán en Valencia una de sus áreas más señeras. Ese impulso colonizador y la necesidad de mostrarlo en su culto religioso llegó a la numerosa colonia afincada en Valencia a proyectar en un barrio próximo a su parroquia, hoy Catedral, y que crecía a tono con su vertiginoso crecimiento como centro neurálgico del comercio del área, de una ermita, cuya licencia solicitada por un grupo de paisanos encabezado por Francisco del Castillo, fue aprobada el 23 de abril de 1782. Con ella procedieron a la construcción de su templo por esas fechas. Finalizado a principios del siglo XIX, la devoción entre los isleños y sus descendientes, y entre el conjunto de la población valenciana ha sido siempre un signo de esa identificación y ese amor por la Patrona de las Canarias. El crecimiento de ese barrio posibilitó la constitución de la añeja ermita en parroquia el 22 de septiembre de 1847.
En definitiva el culto a la Candelaria es hoy símbolo de identidad y de ligazón de los valencianos con los lazos culturales y religiosos que les unen e identifican con su pasado que ha forjado a través de los siglos las claves de su conformación cultural. Entre ellas, bueno es recordarlo, la numerosa colonia isleña que desde los albores de la colonia, y en un fecundo y constante latir que ha llegado hasta nuestros días, se ha confundido y amalgamado con los valencianos hasta constituirse en un referente permanente de su identidad. La Candelaria y su culto expresan esos profundos vínculos de fe y amor por el terruño y sus advocaciones que constituyen un rico patrimonio cultural que los valencianos de hoy deben preservar. Una devoción que nació con el amor por su Patrona impulsado por los inmigrantes isleños que desde el siglo XVII han colaborado a construir la Valencia y la Venezuela de nuestros días.