Revista nº 1041
ISSN 1885-6039

El Arrastre de la Piedra en San Mateo (y II)

Miércoles, 18 de Octubre de 2017
Pedro Socorro (Cronista Oficial de Santa Brígida)
Publicado en el número 701

Aquel primitivismo en el transporte fue quedando poco a poco atrás y, en ocasiones, en las fiestas o ferias solía realizarse exhibiciones de ganados tirando de una corsa cargada de una gran piedra rectangular, cuyo peso oscilaba entre los mil quinientos y los dos mil kilos. Y aquí surgió la modalidad festiva del arrastre, hoy tan popular en Canarias.

 

 

(Viene de aquí)

 

 

2. San Mateo y el arrastre. La Vega de Arriba era a fines del siglo XIX un pueblo eminentemente campesino, cuyas casas de austeras fachadas blancas de cal con dinteles de piedra, contaban a veces con puertas grandes para dejar paso a los animales al patio o a la finca trasera de su notable ganadería. Aquí la gente y las bestias convivían muy juntas, apenas separadas por una pared. Las carretas de bueyes eran el único medio de transporte existente y algunas familias se dedicaban a este oficio, simbolizando su estatus social, pues algunos de ellos eran los máximos contribuyentes del pueblo. Las actas municipales ofrecen la identidad de algunos carreteros y arrieros: Cristóbal Gil Navarro (1838-1914), concejal del Ayuntamiento y presidente del sindicato de la Comunidad de Regantes Satautejo y la Higuera que residía en la calle principal; Manuel Quintana Vega, Antonio Santana Sánchez, Domingo Cabrera Rodríguez y Francisco García Rodríguez, encargados los dos últimos de traer pasaje y mercancías diversas de la ciudad, puesto que San Mateo comenzaba a tener un gran mercado, adonde fluían y de donde partían productos elaborados en sus talleres o cosechados en su tierra.

 

Varias yuntas de bueyes tiran de la pesada maquinaria destinada a la nueva fábrica de ron de San Pedro, en Arucas, en torno a 1885 (fondo: Fedac).


Los malos caminos y la existencia de pocos carruajes permitieron que la corsa siguiera utilizándose en determinados lugares. En Arucas, por ejemplo, media docena de yuntas de bueyes debieron tirar de la pesada maquinaria que llegó en 1885 a la Isla destinada a la nueva fábrica de ron de San Pedro, propiedad de la familia Gourié. El transporte entre el Puerto y la localidad norteña tardó cinco días. En la Vega de San Mateo, en concreto, la corsa sería utilizada también para el transporte de los motores, campanas, tubos, bombas, winches, etc., de los numerosos pozos existentes en el municipio dedicados a la extracción de las aguas subterráneas; una actividad que se inicia a fines del siglo XIX, pero que se desarrolla de forma frenética hasta la década de 1960, generando en la Vega de Arriba un importante movimiento económico alrededor de este oficio, pues recordemos que San Mateo era entonces el pueblo más rico en aguas .

 

Aquel primitivismo en el transporte fue quedando poco a poco atrás y, en ocasiones, en las fiestas o ferias solía realizarse exhibiciones de ganados tirando de una corsa cargada de una gran piedra rectangular, cuyo peso oscilaba entre los mil quinientos y los dos mil kilos, para probar la fuerza de tiro de las yuntas y mostrar las cualidades de los animales . Y aquí surgió, que sepamos por ahora, la modalidad festiva del arrastre, hoy tan popular en Canarias. Concretamente, en San Mateo, las primeras exhibiciones de este tipo se realizaron en los últimos años del siglo XIX, que merecieron el entusiasmo de los vecinos y la atención de un escritor en ciernes del que ahora comentaremos. Los bueyes o, en su defecto, las vacas se uncían por los cuernos al mismo yugo. El escenario era conocido y recto. Junto al costado de la iglesia bajaba una calle estrecha y de cantos rodados que desembocaba de manera natural en el barranco de Los Chorros, en los caminos de huertas cercanas y en las lejanías prodigiosas de las cumbres grancanarias. Por esa vía ascendente, entrada trasera al pueblo, era habitual que circularan las yuntas como las manadas de vacas, de ovejas y de cabras, que dejaban tras de sí olores a estiércol y ruidos de pezuñas sobre el empedrado en las célebres ferias de ganado de La Aljorra, Santa Ana y San Mateo Apóstol. El origen de estas pruebas de arrastre parece corresponder a la pugna entre los encargados de acarrear las pesadas piedras para la fábrica de la segunda nave de la parroquia en el verano de 1895. Los cantos eran traídos desde las canteras de Montaña Cabrejas o del Solís, propiedad de Miguel Gil Navarro, en las Ceretas, exalcalde del lugar y encargado en aquel tiempo de labrar las piedras necesarias para la edificación de un templo parroquial, más espacioso, que respondiera a las necesidades devocionales de un pueblo, en continuo auge . Como en tantos otros deportes rurales, el trabajo diario se hizo competición.

 

En la imagen se observa la antigua cantera de Montaña Cabrejas, de donde se extraían las piedras para la construcción de la parroquia y casas del lugar en una imagen de comienzos del siglo XX

(fondo: familia Francisco Quintana).


Es evidente que aquello ocurrió naturalmente, volcando de manera espontánea en lo que hacían su conocimiento, sus tradiciones y su cultura. Un testigo de excepción de aquellas primeras exhibiciones sería el escritor canario Ángel Guerra que, como todos saben, es el seudónimo que empleaba el narrador lanzaroteño José Betancort Cabrera (1874-1950) quien, junto a sus dos hermanos Lorenzo y Rafael, pasó la mayor parte de su juventud en la Vega de Arriba. En aquel tiempo, entre los años 1885 y 1894, mientras residía en casa de su tío Juan José Cabrera Batista (1854-1920), secretario del juzgado municipal y dueño de una tienda de aceite y vinagre en La Caldereta, tuvo la oportunidad de ver ese espectáculo con sus ojos dilatados de adolescente. Desde San Mateo, alternando con su oficio de escribano en el juzgado, José Bethencourt empezó a enviar, cada vez con más frecuencia, crónicas a los periódicos de la capital, sobre muy distintas materias, entre ellas una serie de artículos relacionados con su ambiente pueblerino, silencioso, casi inquisidor. Eran unas misivas certeras e intencionadas (Cartas al alcalde de mi pueblo) datadas en Utiaca en las que criticaba al primer edil del pueblo. La afición a la escritura de aquel muchacho dio un giro radical en 1894 cuando conoció personalmente al escritor Benito Pérez Galdós, en la última visita que realizaría a su tierra, dándose a conocer posteriormente con el nombre de uno de los personajes galdosianos, según relatara su biógrafo Antonio Cabrera Perera . En el periódico El Defensor de La Patria iniciaría una serie de reportajes sobre algunos municipios grancanarios que le abrieron sus primeros apetitos literarios, usando en esta ocasión el seudónimo de Tarsis. El primer pueblo que describiría será, cómo no, San Mateo, realizándolo por una razón muy sentimental: «Si empiezo estos viajes por el pueblo de San Mateo, el lector ha de perdonar mi falta, al confesarle que en este pintoresco pueblo he pasado algunos años de mi vida, y que conservo recuerdos tan hermosos de amigos que allí viven y he conocido, que nunca borraré de mi memoria» . 

 

José Betancor Cabrera (Ángel Guerra) en una imagen de 1911 y su firma rubricada en un acta del juzgado municipal de San Mateo en el año de 1894

(fondo: Mundo Gráfico / P.S.).


¡Ajui!, ¡Ajui! En el verano de 1903, Ángel Guerra dedicó testimonio escrito de su deslumbramiento sobre el arrastre de la piedra en su novela costumbrista Al Sol, editada en Barcelona y que ofrecemos en el anexo de este artículo. La obra, su primera narración canaria, había sido presentada a un concurso literario en La Orotava y que se le rechazó por pornográfica. La acción transcurre durante un periodo de vacaciones escolares en el innominado escenario del casco antiguo de San Mateo, en la que ofrece nombres de lugares concretos (el Montañón, La Asomada o el Charcón, de La Higuera). La novela nos seduce por su puro ambiente canario, nos soborna con su magia verbal y afán descriptivo, llena de canarismos y en la que nos presenta los amores contrariados entre Pedro y Petrilla, esposa del boyero Celipe. La lectura del capítulo tres, dedicado por completo al arrastre, nos hace vivir, desde adentro, no como testigo distante sino como un vecino más, expectante, la reñida competición que en una tarde dominical irrumpió de pronto en la plaza con los gritos de ¡ajiui ¡ajui! del boyero. Una ficción que es a la vez un testimonio elocuente sobre la realidad histórica de aquel estridente medio de transporte en un momento en que la prosperidad de la tierra estaba determinada por la compleja geografía y la fuerza de los animales.

 

Solo tenemos constancia de su práctica en aquel tiempo en la Vega de Arriba y posteriormente en el pago capitalino de Tamaraceite. La pista improvisada tenía la salida en el comienzo del camino del barranco de Los Chorros, donde años después se construiría la ermita de Lourdes, y la meta era la alameda de la iglesia. Recordemos que era la única vía existente del casco antiguo, pues hasta 1926 no se llevaría a efecto el derribo de la capilla exterior de la parroquia y la prolongación de la vía principal, en dirección a la calle del Agua. El trayecto, en línea recta, presentaba la dificultad añadida de la pendiente para retomar en el último tramo llano hasta la plaza. Las pruebas se hacían a veces entre yuntas de bueyes, pero nunca, salvo casos excepcionales, se enfrentaban unas con otras. El público asistente se concentraba junto al lateral de la parroquia, haciendo uso de los poyitos o asientos de mampostería, y no se descarta que se hicieran desafíos secundarios entre los más alborotadores. El boyero o joven gañán era quien guiaba a los bueyes y quien mejor los conocía, pues trabajaba con ellos en la tierra. Detrás se colocaba otro hombre que ayudaba a los animales o a la piedra, si esta encontraba cierta dificultad. Lamentablemente estas exhibiciones que enseñaban lecciones valiosas sobre la percepción del trabajo en el campo y que, además, contribuían al esplendor de las ferias, desaparecieron para siempre. La piedra usada en las competiciones fue enterrada en los años veinte junto al lateral izquierdo del nuevo templo parroquial, en el mismo lugar donde años después se instalaría un surtidor de gasolina , nuevo símbolo local de la era del automóvil y la mecanización del campo. Con ella se sepultaba también parte de aquel mundo rural que tenía autonomía y carácter propio. Hoy día apenas se sabe nada de esta época inicial del arrastre entre los vecinos de más edad; se perdió en la memoria de quienes lo conocieron, y lo que queda es apenas una reseña en el pregón de las fiestas patronales de Vicente Sánchez Araña, vecino de Santa Lucía de Tirajana, quien pidió en 1976 hacer revivir aquel deporte tan único y tremendamente autóctono de San Mateo .

 

3. El arrastre como modalidad deportiva en el resto de Canarias. El arrastre de ganado se ha practicado también en otras islas del Archipiélago, principalmente La Palma y Tenerife, haciendo uso de otro tipo de corsa, aunque también del yugo como artefacto adaptado al cuerpo y cuello de la yunta para ejercer sobre él la fuerza de los animales. El punto de partida del arrastre de ganado con un carácter lúdico, organizado y competitivo, aparece por primera vez en la isla de Tenerife, en el marco de las fiestas del Cristo de La Laguna del año 1938, cuando Pedro López Zumel, inspector municipal veterinario, incorporó el arrastre, creándose, incluso, un breve reglamento, hoy desaparecido. De modo que esta afición tomó gran importancia a partir de la década de 1970 gracias al interés por potenciar la cría de la vaca del país , rescatándose con nuevos bríos en el verano de 1980 en La Laguna por un grupo de campesinos en las fiestas de San Benito .

 

También la afición de Gran Canaria acudió al rescate de las jaladas de ganado, siendo uno de sus protagonistas Pedro Alemán Montesdeoca, un ganadero muy popular en las ferias y romerías de los pueblos, que hoy cuenta con un monumento y museo en su villa natal de Firgas. Por esos días Valsequillo se convertía en uno de los escenarios habituales para la celebración de concursos de arrastre gracias a la gestión de algunos vecinos como Antonio Luis Toscano. Al calor de estos acontecimientos, en 1996 se creó la Federación Canaria de Arrastre, con sede en La Laguna, aprobándose un reglamento, con 21 artículos, que regulaba la práctica de esta modalidad deportiva en el Archipiélago. Con el tiempo, las diferentes pruebas de este deporte autóctono han quedado supeditadas a ferias de ganado, romerías y festejos populares de determinados municipios, sobre todo en la isla de Tenerife . En la actualidad se desarrollan competiciones regulares desplazando sobre la corsa sacos llenos de arena que llegan a alcanzar hasta los 4000 kilos, según las diferentes categorías en las que se agrupa al ganado vacuno, sobre una superficie de tierra que permite mejor deslizamiento y las pezuñas agarran bien y, por supuesto, al boyero no se le permite castigar a las reses. Aunque con anterioridad las distancias eran más largas y las pruebas eran prioritariamente de resistencia, hoy en día se intenta proteger a los animales evitando que tengan que realizar un elevado desgaste. Atendiendo a sus características morfológicas, las reses se clasifican en distintas categorías: las vacas de tercera arrastran seis sacos (de 100 kilos), las segundas siete kilos y las de primera ocho sacos. Además del peso de los sacos hay que añadir los 200 kilos que pesa la corsa . En Gran Canaria el desarrollo de este deporte está actualmente estancado. Quedan ya muy pocas exhibiciones y a sus organizadores hay que ir a buscarlos con lupa, pues solo sobreviven en los pueblos que más respetan sus tradiciones. En la Vega, pionera de este deporte en Gran Canaria, los han reemplazado las exhibiciones de trillas, ordeñas de vacas, salto del pastor y trasquilas con motivo de las Fiestas del Agricultor, sin duda unos oficios inconfundibles de su identidad rural pero ya idealizados por la nostalgia y transfigurados por la herrumbre del tiempo. 

 

Exhibición del arrastre en Valle Guerra, en Tenerife (fondo: rinconcitocanario.com).

 

Exhibición de trilla con motivo de las Fiestas del Agricultor en San Mateo (sanmateoturistico.com).

 

 

AL SOL

«(…) Parecíale el día muy largo. Después de comer, esperando a la caída del sol, que llegasen las horas del paseo, Pedro quiso matar el aburrimiento y distraer la ansiedad departiendo con los viejos en los poyos de la iglesia, que por ser domingo presumía estuvieran extraordinariamente concurridos. No era así. Unos cuantos dormitaban, apoyados con las espaldas en los muros, con la cabeza caída, amodorrados de la solera. De abajo, del fondo del barranco, subía un rumor de muchedumbre y sonaba gutural, despavilante el ¡ajui ¡ajui! de los boyeros. Curioso y displicente acercóse a la entrada del camino para ver lo que pasaba. ¡Qué gentío! Revolvíase este apelambrado a los lados de la empedrada vía, y cuesta arriba los grandes bueyes, los mejores de su casa y los mejores del pueblo, de buen talante, fornido y potentes, alentados por el grito de Felipe, el criado, sangrando las ancas al picar de las aguijadas, ascendían lentamente y sudando al tirar de la pesada piedra de molino que descansaba sobre la corza, y detrás, de respeto, esperando a que se les pidiese ayuda, en aquella disputa de fuerzas, caminaban sacudiendo con indolencia sus colas las yuntas robustas de otros ricachos. Era difícil el paso, casi imponible el arrastre hasta la altura de la corza, con la mole granítica, por un par de reses, ni aún dándoles un respiro. Los curiosos comentaban a voces los riesgos de la empresa, dividiéndose en bandos reñidores, en corrillos caldeados en la controversia, cruzándose las apuestas, agresivos en el tono de los esperanzados, y entre burlas y donaires trasluciendo la desconfianza los labriegos ladinos y socarrones, escupiendo y chupando los cigarros.

Como cortejo de entierro, la chusma seguía detrás de la corsa, sudando también como si ayudase con el hombro al tirar desesperado de las reses, pausadas, gallardas, solemnes, avanzando por la pendiente áspera poco a poco. Crujían tirando las cuerdas amarradas al yugo y a los argollones de la corsa; resollaban los bueyes fatigados del rudo ascendimiento, mirando al suelo, donde, sobre los pedruscos, las maderas rechinaban deslizándose a tirones brutales.

Felipe picaba en las ancas de las reses y encaminaba con el ¡ajui! ¡ajui! que da temple al coraje como un grito de guerra, y suavizaba de pronto el tono rudo de su voz llamando al centro a Relente o a Cachorro desorientados en los empujes, en los esfuerzos, ansioso el muchacho de triunfar, con sus animaluchos, como si por esto le fuese a coronar de gloria el populacho.

Ya llegaba, ya estaba vencido el largo repecho, y al ganar la cima, la muchedumbre resopló con un inmenso respiro, igual que los bueyes, triunfadores y cansados. Felipe junto a la yunta victoriosa miraba a todos lados, hinchándole el alma un orgullo de héroe tosco, cubierto de tierra, bizarro en su continente humilde, como un caudillo dueño del campo de batalla. Palmoteaba en las ancas de los bueyes, ensangrentándose las manos callosas al pasarlas por las heridas que abrieron los pinchazos de la aguijada. Los bueyes ensanchaban sus vientres, al respirar, como si también les hincara la vanidad del vencimiento. Y luego, estremeciéndose sus carnes, bajo la piel ligeramente sudada, sacudían sus colas como saludando el séquito que las admiraba entusiasmado...».

 (Ángel Guerra, 1903, capítulo VII, págs. 88-91)

 

 

 

Notas

16. Entrevista a Miguel Hidalgo Sánchez, investigador, exalcalde de San Mateo y actual consejero del Sector Primario y de Soberanía Alimentaria del Cabildo de Gran Canaria, fecha 18 de marzo de 2017.

17. «Fiestas de Ingenio. Datos históricos… En las exhibiciones de los ganados hacían demostraciones tirando de corsas cargadas de piedras, echando a competir unos con otros, ejercicios prácticos con pruebas de poder y así públicamente demostraban las cualidades de sus ganados». Fuente: Raimundo Gutiérrez del Moral, en Diario de Las Palmas, 10 de marzo de 1961. Raimundo fue un maestro peninsular que estuvo en la villa de Ingenio unos años y solía enviar escritos a la prensa de la capital.

18. El exalcalde y cantero Miguel Gil Navarro falleció el 13 de febrero de 1897 de forma inesperada a las tres de la madrugada. Era viudo de Juana Navarro Marrero. AHSM. Libro VI de Defunciones de la Parroquia de San Mateo, f. 218 y 218 vto.

19. CABRERA PERERA, A.: Ángel Guerra, narrador canario. Cabildo Insular de Gran Canaria, Cátedra, 1983.  

20. El Defensor de La Patria, 8 de diciembre de 1894, págs. 2 y 3.

21. HIDALGO SÁNCHEZ, M.: «Curiosidades en la arquitectura y anécdotas del casco antiguo de la Vega de San Mateo (2.ª parte)», en Legados (Revista de Patrimonio Cultural de la Vega de San Mateo), n.º 7, de fecha enero 2010, pág. 20.

22. El Eco de Canarias, martes 21 de septiembre de 1976, pág. 15.

23. Gran Enciclopedia Canaria. Ediciones Canarias, Tenerife, 199, págs. 374-375.

24. http://www.gobiernodecanarias.org/educacion/culturacanaria/juegos/juegos.htm/FEDAC.

25. En Ingenio, por ejemplo, en la segunda mitad  de la década de 2000, se hicieron competiciones con animales que venían de distintos lugares por categorías: toros de 1.ª y 2.ª vacas, novillos y novillas.

26. Gran Enciclopedia Canaria, obra ya citada, nota firmada por UCN y GMG.

 

 

AGRADECIMIENTOS: Deseo dejar constancia de mi agradecimiento a los compañeros cronistas oficiales de La Aldea, Francisco Suárez Moreno; de la Villa de Ingenio, Rafael Sánchez Valerón; y de Santa Cruz de La Palma, Manuel Poggio Capote, y al investigador y consejero del Cabildo Gran Canaria Miguel Hidalgo Sánchez, por las fotos y apuntes para contextualizar este trabajo.

 

 

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