Revista nº 1042
ISSN 1885-6039

Cuando Tamaraceite olía a millo recién tostado.

Viernes, 27 de Octubre de 2023
Esteban Santana
Publicado en el número 1015

Una imagen característica del molino San Antonio, al pasar por allí, era ver a las mujeres cosiendo sacos dentro del inmueble mientras la gente hacía cola esperando por el gofio. Incluso venían de otros lugares con su cartilla de racionamiento.

 

 

Tamaraceite, durante el siglo pasado, olía a millo recién tostado, desde que cogías la entrada por el Puente, o si venías del Norte, casi desde la Cruz del Ovejero, dependiendo de donde soplara el viento. El gofio fue un alimento básico para los isleños desde época prehistórica. En principio solo se conocía el gofio de cebada, que tostaban en recipientes de barro y lo molían en molinos de piedra basáltica porosa. Con la llegada del millo en el siglo XVI, procedente de América, su uso se extendió a todas las capas sociales, convirtiéndose durante la posguerra en uno de los bienes más preciados para los canarios. En Tamaraceite, como en muchos pueblos y barrios de Canarias, durante el tiempo aludido, fue un alimento esencial que los vecinos iban a buscar a los propios molinos. El Molino de San Antonio de Tamaraceite fue un lugar especial que todavía permanece en la retina de los que peinamos canas por las imágenes y los olores que nos dejó grabadas, y que hoy quiero compartir gracias a la colaboración inestimable de uno de los molineros más importantes que ha tenido la industria harinera grancanaria, Antonio Juan Suárez Calderín, que heredó esta profesión de su padre.

 

La Carretera General de Tamaraceite, o lo que la gente de aquí no hace más de 50 o 60 años denominaba El Paseo, fue un hito en las vías de comunicación entre el Norte de la isla y la capital. Esta importancia se remonta hasta la época de la conquista, y así lo atestiguan ilustres viajeros como René Verneau, que escribía: en Tamaraceite todos los cocheros que vienen de la capital hacen su primera parada, para que sus caballos descansen.

 

En esta calle había herrerías, carpinterías, tiendas de aceite y vinagre, bares y hasta la sede de la casa consistorial del Ayuntamiento de San Lorenzo o la Sociedad de Recreo. Y está claro que una industria tan importante tenía que ubicarse en uno de los lugares más emblemáticos de nuestro Tamaraceite.

 

A la izquierda, Andrés Santana Díaz, encargado del molino; a la derecha, Juan Suárez

Juan Suárez comprobando el tostado del millo; al fondo, el tostador, hermano de Menita

 

Así, hoy quiero recordarles a una figura y a una industria que ayudó a mucha gente del pueblo en esta época muy difícil, la posguerra. Juan Suárez González, que nació en Tamaraceite el 27 de noviembre de 1891, industrial y dueño fundador del Molino de San Antonio, que estaba situado en la misma Carretera General de Tamaraceite desde comienzos del siglo pasado. Aparte de su faceta como industrial, Juan Suárez era una persona muy implicada en la vida social del pueblo, llegando a ser nombrado alcalde del Ayuntamiento de San Lorenzo por el Gobernador Civil del momento, después de destituir en el mismo puesto a Antonio González Cabrera. Juan Suárez fue nombrado el 21 de enero de 1938. Durante su mandato, el 17 de febrero de 1938 el Cabildo Insular da su conformidad a la agregación del Ayuntamiento de San Lorenzo al de Las Palmas, que elevó un escrito al Ministerio de la Gobernación para solicitar la aprobación de la agregación. Juan Suárez siguió en el poder hasta el 5 de septiembre de 1939, fecha en que fue destituido para ser nombrado Juan Ramírez Ramírez, agricultor y vecino de Tamaraceite, que primero fue teniente alcalde. Al cabo de un mes, el 30 de noviembre de 1939, se comunica por parte de la subsecretaría del Ministerio de la Gobernación la resolución del expediente de la agregación del Ayuntamiento de San Lorenzo al de Las Palmas, que a partir de este momento pasa a denominarse Las Palmas de Gran Canaria.

 

Pero Juan Suárez no fue tan reconocido por su etapa al frente del Ayuntamiento de San Lorenzo sino por su industria molinera, una actividad económica que dio muchos puestos de trabajo a gente de nuestro pueblo y de otros limítrofes. A la muerte de Juan Suárez, lo sucedió su hijo Antonio Juan Suárez, que llegó a hacer de esta industria un referente en la isla hasta su fusión con Haricana a finales del s. XX. Antonio Juan siempre ha sido una persona implicada en la vida social del pueblo, llegando a ser presidente de la UD Tamaraceite en los inicios del club.

 

Carroza de la fiesta de Tamaraceite

 

El molino, como les decía, estaba enmarcado en un entorno envidiable. Si hacemos una fotografía de aquel paseo que disfrutaron tanto aquellas generaciones, podríamos comenzar por el cruce de San Lorenzo, allí donde antes estuvo la farmacia de don Vicente Artiles y el bar de Mariquita Ortega que tenía unas sombrillitas en la plaza. Enfrente estaba maestro Ulpiano, que era latonero y tenía la latonería encima de la casa de Manzano, y justo enfrente del cruce, en el local sobre el que vivía don Pedro del Rosario, recientemente derribado, había una zapatería, la de maestro Fernando. Correos y Teléfonos estaban un poquito más abajo, cuando los teléfonos eran de manivela y los números se marcaban a través de la operadora que allí se encontraba. El n.º 1 lo tenía Juan Pérez, el n.º 2 el molino de Juan Suárez, el n.º 3 la farmacia, etc.

 

Una imagen característica del molino San Antonio, al pasar por allí, era ver a las mujeres cosiendo sacos dentro del inmueble mientras la gente hacía cola esperando por el gofio. Incluso venían de otros lugares con su cartilla de racionamiento. A estas dos fotografías de la posguerra hay que unirle el olor a millo tostado que le daba un toque más que pintoresco a este escenario. Por esa época era habitual separar el grano de la cáscara con el trillo, una plancha de madera con piedras incrustadas en su parte ventral y arrastrada por una yunta. Posteriormente se realizaba el aventado, que consistía en lanzar al aire el cereal para que la cáscara del cultivo fuera arrastrada por el viento. Se pasaba a la molienda, que se realizaba a través de molinos primeramente de tipo hidráulico, y luego eléctrico. Cuando se obtenía el grano, se tostaba: al principio era en tostadores de barro, pero con los años se sustituyeron por tostadores metálicos y, por último, con tostadores industriales eléctricos.

 

Maestro Pepe (abuelo de Peñate el mecánico) con la cartilla de racionamiento

Maquinaria moderna

 

Junto al molino de Juan Suárez había tiendas como la de Jaime, que luego fue una barbería; el “centro comercial” de Juan Pérez, tienda, ferretería, cafetería y bar (tenía también un lugar de reunión donde se encontraban los más pudientes del pueblo: don Vicente Artiles, Peníchet, Aguilar...); la tienda de Mariquita Serapita, en la subida del cine, donde se podían comprar embutidos, chorizos, arroz, pan, golosinas, chufas y chochos, e incluso los famosos bizcochos lustrados de doña María Villegas, que estaban hechos de una masa compuesta de la flor de la harina, huevos y azúcar cocida en un horno pequeño y en trozos de distintas formas y no gran tamaño, cubiertos de una capa de almíbar a punto de nieve que se cristaliza al meterla en el horno.

 

Me gustaría terminar con una frase: lo que no se conserva se pierde para siempre en el olvido. Actualmente, la vieja maquinaria permanece arrimada en un almacén, a la espera de que algún día en nuestro distrito se pueda habilitar un rincón, plaza o rotonda donde realizar un homenaje a los molinos de Tamaraceite, especialmente al molino de San Antonio y donde las nuevas generaciones puedan conocer una de las formas de produccioìn del gofio, para que no se pierda en el olvido. En el tejado de los políticos lo dejamos. No obstante, el paso de los años no podrá borrar nunca a muchos tamaraceiteros el olor a millo tostado cada vez que pasamos por el molino de Juan Suárez.

 

 

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